IGUAZÚ SACRO
No hace falta el ¨pienso, luego existo”. Ya Aristóteles sucumbió antes a la frondosa placidez de la sensualidad, y sólo sus sentidos sirvieron para hacerle contactar con la realidad y evidenciar que esta existe. Su conexión, en los seres de facultades superiores, con el recuerdo y la repetición, hicieron pasar de la experiencia a la cristalización del arte y, también, de la ciencia, cuya máxima exponente, en su opinión, es la más inútil de todas, la que menos productiva es, a priori, al ser humano, que es la que trata de investigar el origen de las cosas, sus causas, y, si se puede, su creador. Pero antes que él y que el advenimiento de la ciencia, ya se instauró una profesión, quizá tan antigua como la que más se lleva la opinión de serlo, y que es la de los cuentistas, la de los halagadores del oído y mitigadores de miedos. Ellos crearon un mundo paralelo y previo que explicaba el origen de todas las cosas. Y en casi todas las culturas era una epopeya de lucha entre el cao...