GERMANWINGS 9525
Dicen que el acto más íntimo de la vida, en el que uno
encuentra la mayor soledad, si es que la soledad tiene grados, es el del
fallecimiento, el arrostro de la muerte. Y siendo probablemente esto cierto,
aunque no conozco a nadie que haya regresado para certificarlo, y mi propia
experiencia no pueda añadir mucho, excepto esas dos ocasiones en que tuve
sendos conatos mediados por la adenosina, creo que hay uno aún mayor: el de la
vida. El hecho de que siempre estemos buscando compañía para mitigarla no va sino
en el sentido de confirmarla. Nuestra vida es cien por cien un acto íntimo,
llevado en soledad, que se nos hace manifiesto en el momento mismo de tener
conciencia de la muerte. En ese instante, toda la soledad nos abruma, no
encontramos amparo ni siquiera en nuestros padres, pues qué pueden hacer ellos
si no son capaces de remediar su propia evanescencia.
Yo, que soy un melómano recalcitrante, encuentro en la
música un claro ejemplo de dicho aislamiento. Cuando hablo con amigos
aficionados, no los clásicos, que suelen ser en su conversación de una
erudición empalagosa, sino los rockeros, más concisos y concretos, y teniendo
en cuenta que cuando nos emocionamos recordando una canción, un autor, un
momento de la melodía, en esta música se hace fácil, pues no hay versiones,
sino que es el análisis del lp escuchado hasta la saciedad. Y aún así, quién
sabe a qué me transporta la melodía, qué recuerdos me trae, dónde está el giro
que me excita, como el del Relámpago Veraniego de Camel, el súbito
descubrimiento de la voz de Phil Collins tras Peter en Carpet Crawl, el viaje
por mi serranía cuando adiviné por primera vez en la radio del Renault 5 la
salida del Muro de Pink Floyd. Y aunque os lo diga, cómo podemos llegar a
comunicar todas esas sensaciones que son únicas, que no podemos sino esbozar,
dar alguna pista. Y vosotros tendríais otra experiencia y yo no sabría
impregnarme de ella. Dos yendo juntos al mismo concierto, y encontrado el
frenesí en un momento dado, no será igual para ambos. Ni siquiera el músico sabe
cuál va a ser la respuesta de cada oyente. Te tiras años embelesado con Here
comes the Flood, y al tiempo descubres que a su autor lo le agradaba esa
versión, y desvela una nueva canción, más íntima, más serena..
Y todo esto es lo que va conformando nuestro ser. Este es
nuestro devenir, íntimo, solitario, que solamente podemos a veces intentar
explicar, sin lograr nunca que la otra persona capte lo que tú aprehendiste. Ni
en el caso íntimo del amor podemos llegar a ese contacto. Nunca los dos aman de
igual manera. Nunca el primer beso será recordado igual, pues mientras tú
palpitas con el recuerdo de sus labios y su lengua, ella lo hace con la
sensación de los tuyos. Y aunque los dos crean compartir el mismo momento, no
son sino dos momentos simultáneos, vividos y guardados en nuestra soledad.
¡Quién puede recordar sino yo sólo el olor de la hierba
macerada por la humedad en Asturias, la angustia del cordón atenazando a mi
hijo en su nacimiento, la densidad de la madera carcomida de un viejo palacete,
las transiciones de las estaciones en mi tierra natal, las visiones,
desayunando, de la Sierra de las Nieves desde el ventanal de mi cocina, el olor
a bollo de leche, la flauta de Pan del afilador en una soñolienta mañana
sabatina e infantil, la mezcla en el paladar de la papaya, la fresa y la
guayaba bañadas por los alisios, o la luz tamizada por la persiana de un
atardecer en el Realejo, primer recuerdo de mi vida! Alguno podréis tener. No
todos; no cuando yo. Todo esto es lo que constituye nuestra vida, lo que nos
hace como somos, únicos; es más, irrepetibles e intransferibles.
Una buena mañana, la casualidad, la fatalidad, el destino,
hace que una persona se embriague en su propia locura, y de pronto, ciento
cincuenta intimidades cesan… Cambian repentinamente esa soledad vital por la
otra soledad, la soledad mortal, que también fue única, irrepetible,
intransferible…
Descansen en paz
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