Ronda: mitos y leyendas. Parte 1ª
¡Sí! ¡Ronda es el puñetero centro
del universo!
Aunque en esto podría plantearse
cierta controversia por parte de algún pueblo o etnia, que siempre lo ha
reivindicado ardientemente, con gran aceptación por parte de toda la basca.
Hablo, como ya has adivinado, del pueblo bilbaíno. Ya se sabe que dicen que
para transitar por su ciudad es necesario un mapamundi de Bilbao; pero, ya ves,
en Ronda, sin embargo, es necesaria una carta astral. También es conocido que
ellos nacen en cualquier sitio, donde quieran, por eso, para distinguir al
bilbaíno, hay que practicarles ineludiblemente un test de Rh. Los rondeños, sin
embargo, no nacemos sino exclusivamente en nuestro propio pueblo, con lo que
con una simple partida de nacimiento es posible demostrarlo. Esa genuina
soledad nos provoca, no obstante, un importante doble padecimiento vertiginoso:
vértigo de altura, por sus acantilados y precipicios, pero también un vértigo
de hermosura, y, a causa de este último, desencadenado por nacer y criarte ante
tanta belleza, es por lo que siempre lo compartimos, y dejamos que todo aquel
que quiera ser rondeño, lo sea, y hasta contribuimos a que se lo crea.
Podemos ser tan refinados como
ellos, como cuando consideramos su arte culinario, nosotros pariendo personajes
como Vicente Espinel, que además de ser insigne poeta, fue el que arregló el
defecto a la guitarra española, recuperándole la 6ª cuerda, sin la cual ya me
diréis qué hubiera sido de un patrimonio intangible de la humanidad como es el
flamenco. Cuenta la leyenda que estaban dos juglares ciegos sentados en una
holgada plaza a la umbría del muro de un convento, tañendo, uno la guitarra, y
el otro, la zanfoña, pordioseando limosna, y pasó un gallardo hidalgo de
leonina guedeja y atusada moharra en el mentón, que se acercó al guitarrista, y
le urgió:
-¡Cuidáos, tomad, para que no
tocáredes más!
El de la zanfoña, ansioso por
saber qué pasaba, le preguntó raudo:
-Decidme, pardiez, ¿qué os ha
dado?
-¿Qué qué me ha dado, voto a
tal?¡Un corte en las cuerdas!
Que digo yo que tan bizarro
hidalgo podría haberse molestado en afinarle las cuerdas y no haber puesto en
un brete a toda la historia musical, pues a punto estuvo de mandarnos directos
al atonalismo y dodecafonismo, sin pasar por Bach, Mozart o Beethoven. Menos
mal que actuó nuestro sagaz Espinel y le repuso la cuerda olvidada, cuando
estando reunido con ciertos ilustres lutieres, les espetó aquella frase
legendaria de “¿es que no lo vedes?”
Pero a fuer de ser francos,
también podemos ser igual o más brutotes que nuestros amigos norteños, e igual
que edificamos un precioso teatro como tributo a su figura, del mismo modo lo
demolemos. Dentro de esta brutez, somos más imaginativos, pudiendo ir a setas y
a rolex al mismo tiempo. Así también, en tiempos de Costillares y Pepe Hillo,
aun siendo los toreros vascos y navarros los más bravos y atrevidos, a la par
que afamados, el primero que tuvo arrestos para plantarse de pie ante un astado
fue otro rondeño, Pedro Romero, padre como fue del toreo a pie.
Es más, ciertas tradiciones
arraigadas en el Norte, tuvieron su nacimiento en Ronda. Fuimos los creadores
del aiskolarismo, llegando a un punto de talar de tal modo toda la serranía que
a pique estuvimos de provocar otro desierto de Tabernas. Estuvo ágil el alcalde
prohibiendo cercenar los pinos pequeñines, que resulta que no eran tales, sino
abetos enanos, de que actualmente están plagadas nuestras sierras. De dejar el
monte con esos pinos enanos hecho un guiñapo se cree que surge su denominación
de pinsapo.
Pero si en algo descollamos
sobremanera fue en los juegos de piedras. Para traerlas, picamos seriamente en
la base de los picos de Grazalema, solazándonos en ese paraje durante un
tiempo. Pero al final resultó un fastidio ir hasta allá y pringarse con tantos
aguaceros, pues no hay que olvidar que es la sierra de mayor pluviometría de la
península. Dejamos un precioso socavón donde se asentó el pueblo del mismo
nombre. A partir de ahí, y como los juegos se celebraban en la plaza del
ayuntamiento, nos dio por picar ahí mismo la montaña, hasta que un día el
alcalde, un alguacil y el pregonero estuvieron a punto de diñarla precipitados
en el hosco cantil que habíamos
provocado. Lo peor era que la ciudad se había quebrado y dividido en dos, la
Ciudad y el Mercado, sin comunicación alguna entre ellas, por lo que el alcalde
no tuvo más remedio que emitir un bando para remediarlo. Mandó drenar toda el
agua embalsada en el hondo Tajo y la trasvasó a Castilla, transportándola en
reatas de mulas con sus serones cantareros hasta la sierra de Albarracín, en
unos montes que bautizamos Universales, al depositarles primigenia agua cargada
de moléculas gestantes de galaxias y nebulosas, formando un nuevo río que tomó
de este modo el mismo nombre de su hontanar original, nuestro Tajo, para goce y estampa de pueblos como Toledo. Luego, con
las piedras depositadas en su lecho, mandó alzar un enorme y hermoso puente.
Hubo un problema, que bien por fallo en el cálculo o bien porque pasaron por
allí unos catalanes y nos birlaron unas cuantas rocas para adornar,
circundándola, su abadía de Monserrat, quedó mermada la cuantía de pedruscos y
al puente hubo que practicarle tres ojivas, que son las que le dan la peculiar
estampa al pueblo actualmente.
A esta cantera, de rocas y de
levantadores de piedra, vinieron a formarse aguerridos deportistas de otros
lares, entre ellos unos cuantos galos, entre los que se encontraban unos tales
Astérix y Obélix, este último personaje gracioso allá donde los haya, que hasta
que hubo que sacarlo de una marmita de calimocho en una jornada de trasnocheo,
y que gracias a su extrema fuerza y al pedo que agarró, lo convencimos para que
nos apuntalara el Tajo allá por el asa de la Caldera (durante un tiempo llamada
Asa de la Marmita, que creo no es necesario explicar el porqué), que amenazaba
con desprenderse, fenómeno que aún puede verse, y de donde se deriva el
especial aprecio por las rocas oblongas, tanto en la Galia, donde pasaron a
llamarse menhires, como en el resto de Europa (véase verbigracia Stonehenge).
También difundieron estos
simpáticos galos el deporte tan apreciado por los rondeños, cual era el
emboscado y apaleamiento del franchute napoleónico, conocidos en el resto de
España como gabachos, pero aquí, en estas serranas tierras, con el cariñoso
apelativo de merdellones (derivado del displicente saludo que nos brindaban
“merde gens”), disciplina en la que descollaron gentes como Tempranillo, que
era el que más madrugaba para practicarlo, o como Pasos Largos, al que no se le
escapaba uno. Ellos contribuyeron al establecimiento de una encomiable sucursal
nuestra en la Galia, empleándose allí con lo que tenían más a mano, que eran
las legiones romanas. Y también difundieron, aunque corrompido o tergiversado,
el miedo a que el cantil se nos cayera, adaptándolo, según sus costumbres, a un
temor a que el cielo se les desplomara encima de las cabezas.
Pensaréis que estoy cometiendo
una incongruencia temporal, al saltar de un siglo a otro como un sapo, pero no
es así si admitís que nos encontramos en el centro del universo. Esto ha
atraído durante mucho tiempo a personajes peculiares, llamados viajeros
románticos, como al poeta teutón Rainer Maria Rilke, quien quedó asombrado por
el fenómeno natural y cosmogénico de nuestra tierra, y escribió abrumado un
poema dedicado a la Ascensión de la Virgen a los Cielos, quizá porque debió
pensar que no habría en la creación sitio más oportuno y adecuado para
semejante proeza. Este portento, versado, llamó la atención, a su vez, de otros
pensadores, siendo uno de ellos Einstein, quizá prontamente estimulado por manejar la misma
lengua y apercibirse antes que nadie de las cualidades prodigiosas observadas
por Rilke. Dicen que era aficionado a dar largos paseos solitarios, y en uno de
los primeros que dio lo llevó a asomarse, una tarde crepusculina, a un balcón
de la Alameda, y agarrado a la baranda, por el arrisco abisal sobrecogido, exclamó algo no discernible por los
circunstantes más próximos, que dudan entre que si la palabra fue eureka o que
si más bien fue coño. Esta segunda ganó más adeptos, por ser la otra más euskera,
y es la que ha pasado a denominar al balcón. El caso es que la exclamación no
fue tanto por el extraordinario repullo como por que ahí le asaltó la inspiración
y esbozó su famosa e influyente teoría de la relatividad. Nada más asomarse vio
a un paisano en el fondo, con una linterna para alumbrarse, que andaba
agitándola, y le deslumbró accidentalmente, provocándole un espeluzno que le
erizó la cabellera como a gato acorralado, y entonces, acuciado por el asombro,
musitó entre dientes: si ese haz que asciende a la velocidad de la luz se
cruzara con mi cuerpo cayendo a una velocidad similar pero en sentido
contrario, la hostia que me pegaría sería tremenda. Lo cual le sirvió en primer
lugar para entroncar dos misterios divinos, el de la Ascensión de la virgen
viva y el de la sustanciación del cuerpo en una masa informe tras la hostia. Y
ya, cuando logró sosegarse, le llevó a desarrollar más certeramente la teoría
de la relatividad, aunque el espeluznamiento capilar ya le acompañaría para el
resto de sus días.
Esto influyó ostensiblemente para
que los rondeños nos tornáramos muy relativizadores y aceptáramos y nos
impregnáramos de sus teorías con entusiasmo. De este modo, cuando se construyó
un sendero para bajar al Tajo de manera rápida y eficaz, nadie paró en observar
que la cuesta era muy empinada, ya que para nosotros, tras la aceptación de la
teoría de Einstein, la variable absoluta era la velocidad, y ya no el tiempo y
el espacio. Con lo que al bajarla y adquirir prontamente una velocidad
desmesurada, más de uno salía despedido y rodando, plagándose su cuerpo de
heridas y contusiones conforme le acariciaban las guijas y adoquines del
enlosado, y al llegar al final, los alegres paisanos, lejos de asustarse o
preocuparse, imbuidos ya como estaban en la relatividad, comenzaban a reírse
los unos de los otros, por lo que el caminito, que debería haberse llamado
Cuesta de las Magulladuras, pasó a llamarse Cuesta del Cachondeo. En esto, una
vez más, demostramos estar por encima de los chicarrones del norte. Pues bien,
además de todo esto, Einstein comprobó la gran flexibilidad del tiempo y el
espacio en la comarca, de un modo tal que hasta yo mismo lo he podido comprobar
en mis propios huesos: pasé allí toda mi infancia y adolescencia como si nada,
y fue cuando me mudé para vivir en otros lugares que empecé a ir envejeciendo.
La prueba es que en la iglesia de la Merced, aquí, en Ronda, se conserva,
después de llevar cinco siglos muerta, el brazo incorrupto de Santa Teresa,
mientras que yo, que estoy vivo, pero fuera de Ronda, tengo las rodillas hechas
ciscos. Esa flexibilidad del tiempo-espacio es lo que permite la aparición de
agujeros de gusano que permiten viajes temporales, y que toda esta galería de
personajes aparezca y se desvanezca como por arte de magia. Gente tan soberbia,
como el mismo Franco, ha sido escarmentada por esta fuerza de la naturaleza.
Quiso construir uno de sus famosos pantanos en el paraje conocido como El
Hundidero (otra cantera de piedras para nuestros chicarrones), y cuando fueron
a llenarlo, el agua se esfumó como por encantamiento. Unos dicen que se filtró
en su terreno poroso, dando a un río subterráneo que comunica con la Cueva del
Gato, pero los que entendemos de física sabemos que ahí hay un agujero de
gusano, que es por donde escapó Einstein Pelos de Gato.
Hay más evidencias de esta
flexibilidad témporo-espacial en mi pueblo, como que, a pesar de ser nosotros
los que creamos el sistema decimal, la laxitud espacial hace que la longitud se
exceda algo a lo que es normal en cualquier parte del universo, por lo que
cuando llegaron los legionarios y promovieron la prueba de los 100 kms, esta
tuvo que alargarse a los 101 por ese decalaje peculiar. Algo parecido pasó con
la plaza de Toros de Ronda, que fue diseñada, dada la falta de espacio en el
cerro, para ser una plaza coqueta y discreta, con sus dos galerías neoclásicas
y un ruedo pequeño que impidiera la huida de los toros. Pero el arquitecto era
foráneo y se le fue el cálculo al no contemplar la relatividad, y construyó la
arena más grande de cualquier plaza de toros en el mundo. Teorías actuales
elucubran con que el problema se debe al diferente comportamiento del número π
en Ronda, ya que la correlación de cifras decimales es cambiante según el día o
el lugar donde se calcule. No hay que olvidar que tanto el circuito como el
ruedo son circulares, y la aplicación del número π es ineluctable. Esto quedó
palmariamente manifiesto cuando los sevillanos, muertos de la envidia por la
plaza que teníamos, nos robaron los cálculos para hacer la suya propia, y más grande
todavía, y debido al comportamiento inestable de π, después de ciento veinte años de obra, les salió un ruedo tal que un churro,
como el vino de Asunción (no sé si se inspiraron en el poema de Rilke), que ni
es tinto, ni es blanco, ni tiene color, pues en su caso ni es ovoideo ni
circular ni hay polígono que lo defina, y es aún hoy día que no lo han sabido
rectificar. Es por lo que ahora, además de negarnos la autoría del sistema
decimal, desprestigian nuestro número llamándolo πfostio.
Pero si los de Bilbao creen que
lo que definitoriamente les hace ser el centro de algo es su Euskalerria, con
ese condado de Treviño que tanto reivindican inserto en mitad de sus tierras,
nosotros tenemos una particularidad parecida o más determinante. Echando una
ojeada al mapa actual del término municipal de Ronda, observamos nuestro
particular condado, que no es otro que el pueblo de Arriate, cuya primera
diferencia con el vasco es que ni se nos ocurre reclamarlo. Buenos son ellos.
Pero es que aquí surge una singularidad cósmica pasmosa. Recuerdo yo, de mis
años en el instituto, tener un compañero de este pueblecito, y cómo, cada vez
que el profesor de geografía comentaba algún tipo de clima terráqueo, el los
reconocía todos como propios de Arriate.
-El clima continental se
caracteriza por inviernos fríos y veranos calurosos.
-Eso pasa en Arriate.
- El clima mediterráneo presenta
veranos y noches suaves.
-Es lo que sucede en Arriate.
-El clima tropical es cálido y
húmedo, con abundantes lluvias en verano.
-Todos los años es lo mismo en mi
pueblo.
-El desértico…
Bueno, para qué seguir. Yo me fío
de esos datos porque somos pocos los rondeños que nos atrevemos a comprobarlo,
y porque mi compañero nunca me dio opción a podérselo discutir: tenía dos manos
como dos quásares de grande. Así que, este pequeño punto coloreado más oscuro
en el centro del mapa de Ronda, constituye una singularidad que avala más aún a
Ronda como centro del universo: es nuestro propio agujero negro; eso sí, bien
limpito y hermosamente encalado.
Con todo, si muchos pensaban que
Bilbao es insuperable, y que no es cierto todo lo que digo, añadiré que
presentamos una peculiaridad más, que habitualmente jalona los atributos vascuences
y de la que hacen gala siempre que pueden, y que nosotros tenemos mucho más marcada:
se trata de la independencia.
Continuará...
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