Ronda: mitos y leyendas. Parte 1ª




 PROEMIO

Esta entrada es continuación de otra titulada "Ronda: evocación y sueño primaverales" , que para poder releerla no tienes más que dar en este enlace 🕑📐🧭🛸🌬🪐🌌
A partir de ahora,  cualquier coincidencia con personas o lugares reales,  será mera coincidencia...o no.

COSMOGONIA

¡Sí! ¡Ronda es el puñetero centro del universo!

Aunque en esto podría plantearse cierta controversia por parte de algún pueblo o etnia, que siempre lo ha reivindicado ardientemente, con gran aceptación por parte de toda la basca. Hablo, como ya has adivinado, del pueblo bilbaíno. Ya se sabe que dicen que para transitar por su ciudad es necesario un mapamundi de Bilbao; pero, ya ves, en Ronda, sin embargo, es necesaria una carta astral. También es conocido que ellos nacen en cualquier sitio, donde quieran, por eso, para distinguir al bilbaíno, hay que practicarles ineludiblemente un test de Rh. Los rondeños, sin embargo, no nacemos sino exclusivamente en nuestro propio pueblo, con lo que con una simple partida de nacimiento es posible demostrarlo. Esa genuina soledad nos provoca, no obstante, un importante doble padecimiento vertiginoso: vértigo de altura, por sus acantilados y precipicios, pero también un vértigo de hermosura, y, a causa de este último, desencadenado por nacer y criarte ante tanta belleza, es por lo que siempre lo compartimos, y dejamos que todo aquel que quiera ser rondeño, lo sea, y hasta contribuimos a que se lo crea.

Podemos ser tan refinados como ellos, como cuando consideramos su arte culinario, nosotros pariendo personajes como Vicente Espinel, que además de ser insigne poeta, fue el que arregló el defecto a la guitarra española, recuperándole la 6ª cuerda, sin la cual ya me diréis qué hubiera sido de un patrimonio intangible de la humanidad como es el flamenco. Cuenta la leyenda que estaban dos juglares ciegos sentados en una holgada plaza a la umbría del muro de un convento, tañendo, uno la guitarra, y el otro, la zanfoña, pordioseando limosna, y pasó un gallardo hidalgo de leonina guedeja y atusada moharra en el mentón, que se acercó al guitarrista, y le urgió:

-¡Cuidáos, tomad, para que no tocáredes más!

El de la zanfoña, ansioso por saber qué pasaba, le preguntó raudo:

-Decidme, pardiez, ¿qué os ha dado?

-¿Qué qué me ha dado, voto a tal?¡Un corte en las cuerdas!

Que digo yo que tan bizarro hidalgo podría haberse molestado en afinarle las cuerdas y no haber puesto en un brete a toda la historia musical, pues a punto estuvo de mandarnos directos al atonalismo y dodecafonismo, sin pasar por Bach, Mozart o Beethoven. Menos mal que actuó nuestro sagaz Espinel y le repuso la cuerda olvidada, cuando estando reunido con ciertos ilustres lutieres, les espetó aquella frase legendaria de “¿es que no lo vedes?”

Pero a fuer de ser francos, también podemos ser igual o más brutotes que nuestros amigos norteños, e igual que edificamos un precioso teatro como tributo a su figura, del mismo modo lo demolemos. Dentro de esta brutez, somos más imaginativos, pudiendo ir a setas y a rolex al mismo tiempo. Así también, en tiempos de Costillares y Pepe Hillo, aun siendo los toreros vascos y navarros los más bravos y atrevidos, a la par que afamados, el primero que tuvo arrestos para plantarse de pie ante un astado fue otro rondeño, Pedro Romero, padre como fue del toreo a pie.

Es más, ciertas tradiciones arraigadas en el Norte, tuvieron su nacimiento en Ronda. Fuimos los creadores del aiskolarismo, llegando a un punto de talar de tal modo toda la serranía que a pique estuvimos de provocar otro desierto de Tabernas. Estuvo ágil el alcalde prohibiendo cercenar los pinos pequeñines, que resulta que no eran tales, sino abetos enanos, de que actualmente están plagadas nuestras sierras. De dejar el monte con esos pinos enanos hecho un guiñapo se cree que surge su denominación de pinsapo.

Pero si en algo descollamos sobremanera fue en los juegos de piedras. Para traerlas, picamos seriamente en la base de los picos de Grazalema, solazándonos en ese paraje durante un tiempo. Pero al final resultó un fastidio ir hasta allá y pringarse con tantos aguaceros, pues no hay que olvidar que es la sierra de mayor pluviometría de la península. Dejamos un precioso socavón donde se asentó el pueblo del mismo nombre. A partir de ahí, y como los juegos se celebraban en la plaza del ayuntamiento, nos dio por picar ahí mismo la montaña, hasta que un día el alcalde, un alguacil y el pregonero estuvieron a punto de diñarla precipitados en el hosco cantil que  habíamos provocado. Lo peor era que la ciudad se había quebrado y dividido en dos, la Ciudad y el Mercado, sin comunicación alguna entre ellas, por lo que el alcalde no tuvo más remedio que emitir un bando para remediarlo. Mandó drenar toda el agua embalsada en el hondo Tajo y la trasvasó a Castilla, transportándola en reatas de mulas con sus serones cantareros hasta la sierra de Albarracín, en unos montes que bautizamos Universales, al depositarles primigenia agua cargada de moléculas gestantes de galaxias y nebulosas, formando un nuevo río que tomó de este modo el mismo nombre de su hontanar original, nuestro Tajo, para goce y estampa de pueblos como Toledo. Luego, con las piedras depositadas en su lecho, mandó alzar un enorme y hermoso puente. Hubo un problema, que bien por fallo en el cálculo o bien porque pasaron por allí unos catalanes y nos birlaron unas cuantas rocas para adornar, circundándola, su abadía de Monserrat, quedó mermada la cuantía de pedruscos y al puente hubo que practicarle tres ojivas, que son las que le dan la peculiar estampa al pueblo actualmente.

A esta cantera, de rocas y de levantadores de piedra, vinieron a formarse aguerridos deportistas de otros lares, entre ellos unos cuantos galos, entre los que se encontraban unos tales Astérix y Obélix, este último personaje gracioso allá donde los haya, que hasta que hubo que sacarlo de una marmita de calimocho en una jornada de trasnocheo, y que gracias a su extrema fuerza y al pedo que agarró, lo convencimos para que nos apuntalara el Tajo allá por el asa de la Caldera (durante un tiempo llamada Asa de la Marmita, que creo no es necesario explicar el porqué), que amenazaba con desprenderse, fenómeno que aún puede verse, y de donde se deriva el especial aprecio por las rocas oblongas, tanto en la Galia, donde pasaron a llamarse menhires, como en el resto de Europa (véase verbigracia Stonehenge).

También difundieron estos simpáticos galos el deporte tan apreciado por los rondeños, cual era el emboscado y apaleamiento del franchute napoleónico, conocidos en el resto de España como gabachos, pero aquí, en estas serranas tierras, con el cariñoso apelativo de merdellones (derivado del displicente saludo que nos brindaban “merde gens”), disciplina en la que descollaron gentes como Tempranillo, que era el que más madrugaba para practicarlo, o como Pasos Largos, al que no se le escapaba uno. Ellos contribuyeron al establecimiento de una encomiable sucursal nuestra en la Galia, empleándose allí con lo que tenían más a mano, que eran las legiones romanas. Y también difundieron, aunque corrompido o tergiversado, el miedo a que el cantil se nos cayera, adaptándolo, según sus costumbres, a un temor a que el cielo se les desplomara encima de las cabezas.

Pensaréis que estoy cometiendo una incongruencia temporal, al saltar de un siglo a otro como un sapo, pero no es así si admitís que nos encontramos en el centro del universo. Esto ha atraído durante mucho tiempo a personajes peculiares, llamados viajeros románticos, como al poeta teutón Rainer Maria Rilke, quien quedó asombrado por el fenómeno natural y cosmogénico de nuestra tierra, y escribió abrumado un poema dedicado a la Ascensión de la Virgen a los Cielos, quizá porque debió pensar que no habría en la creación sitio más oportuno y adecuado para semejante proeza. Este portento, versado, llamó la atención, a su vez, de otros pensadores, siendo uno de ellos Einstein, quizá prontamente estimulado por manejar la misma lengua y apercibirse antes que nadie de las cualidades prodigiosas observadas por Rilke. Dicen que era aficionado a dar largos paseos solitarios, y en uno de los primeros que dio lo llevó a asomarse, una tarde crepusculina, a un balcón de la Alameda, y agarrado a la baranda, por el arrisco abisal sobrecogido,  exclamó algo no discernible por los circunstantes más próximos, que dudan entre que si la palabra fue eureka o que si más bien fue coño. Esta segunda ganó más adeptos, por ser la otra más euskera, y es la que ha pasado a denominar al balcón. El caso es que la exclamación no fue tanto por el extraordinario repullo como por que ahí le asaltó la inspiración y esbozó su famosa e influyente teoría de la relatividad. Nada más asomarse vio a un paisano en el fondo, con una linterna para alumbrarse, que andaba agitándola, y le deslumbró accidentalmente, provocándole un espeluzno que le erizó la cabellera como a gato acorralado, y entonces, acuciado por el asombro, musitó entre dientes: si ese haz que asciende a la velocidad de la luz se cruzara con mi cuerpo cayendo a una velocidad similar pero en sentido contrario, la hostia que me pegaría sería tremenda. Lo cual le sirvió en primer lugar para entroncar dos misterios divinos, el de la Ascensión de la virgen viva y el de la sustanciación del cuerpo en una masa informe tras la hostia. Y ya, cuando logró sosegarse, le llevó a desarrollar más certeramente la teoría de la relatividad, aunque el espeluznamiento capilar ya le acompañaría para el resto de sus días.

Esto influyó ostensiblemente para que los rondeños nos tornáramos muy relativizadores y aceptáramos y nos impregnáramos de sus teorías con entusiasmo. De este modo, cuando se construyó un sendero para bajar al Tajo de manera rápida y eficaz, nadie paró en observar que la cuesta era muy empinada, ya que para nosotros, tras la aceptación de la teoría de Einstein, la variable absoluta era la velocidad, y ya no el tiempo y el espacio. Con lo que al bajarla y adquirir prontamente una velocidad desmesurada, más de uno salía despedido y rodando, plagándose su cuerpo de heridas y contusiones conforme le acariciaban las guijas y adoquines del enlosado, y al llegar al final, los alegres paisanos, lejos de asustarse o preocuparse, imbuidos ya como estaban en la relatividad, comenzaban a reírse los unos de los otros, por lo que el caminito, que debería haberse llamado Cuesta de las Magulladuras, pasó a llamarse Cuesta del Cachondeo. En esto, una vez más, demostramos estar por encima de los chicarrones del norte. Pues bien, además de todo esto, Einstein comprobó la gran flexibilidad del tiempo y el espacio en la comarca, de un modo tal que hasta yo mismo lo he podido comprobar en mis propios huesos: pasé allí toda mi infancia y adolescencia como si nada, y fue cuando me mudé para vivir en otros lugares que empecé a ir envejeciendo. La prueba es que en la iglesia de la Merced, aquí, en Ronda, se conserva, después de llevar cinco siglos muerta, el brazo incorrupto de Santa Teresa, mientras que yo, que estoy vivo, pero fuera de Ronda, tengo las rodillas hechas ciscos. Esa flexibilidad del tiempo-espacio es lo que permite la aparición de agujeros de gusano que permiten viajes temporales, y que toda esta galería de personajes aparezca y se desvanezca como por arte de magia. Gente tan soberbia, como el mismo Franco, ha sido escarmentada por esta fuerza de la naturaleza. Quiso construir uno de sus famosos pantanos en el paraje conocido como El Hundidero (otra cantera de piedras para nuestros chicarrones), y cuando fueron a llenarlo, el agua se esfumó como por encantamiento. Unos dicen que se filtró en su terreno poroso, dando a un río subterráneo que comunica con la Cueva del Gato, pero los que entendemos de física sabemos que ahí hay un agujero de gusano, que es por donde escapó Einstein Pelos de Gato.

Hay más evidencias de esta flexibilidad témporo-espacial en mi pueblo, como que, a pesar de ser nosotros los que creamos el sistema decimal, la laxitud espacial hace que la longitud se exceda algo a lo que es normal en cualquier parte del universo, por lo que cuando llegaron los legionarios y promovieron la prueba de los 100 kms, esta tuvo que alargarse a los 101 por ese decalaje peculiar. Algo parecido pasó con la plaza de Toros de Ronda, que fue diseñada, dada la falta de espacio en el cerro, para ser una plaza coqueta y discreta, con sus dos galerías neoclásicas y un ruedo pequeño que impidiera la huida de los toros. Pero el arquitecto era foráneo y se le fue el cálculo al no contemplar la relatividad, y construyó la arena más grande de cualquier plaza de toros en el mundo. Teorías actuales elucubran con que el problema se debe al diferente comportamiento del número π en Ronda, ya que la correlación de cifras decimales es cambiante según el día o el lugar donde se calcule. No hay que olvidar que tanto el circuito como el ruedo son circulares, y la aplicación del número π es ineluctable. Esto quedó palmariamente manifiesto cuando los sevillanos, muertos de la envidia por la plaza que teníamos, nos robaron los cálculos para hacer la suya propia, y más grande todavía, y debido al comportamiento inestable de π, después de ciento veinte años de obra, les salió un ruedo tal que un churro, como el vino de Asunción (no sé si se inspiraron en el poema de Rilke), que ni es tinto, ni es blanco, ni tiene color, pues en su caso ni es ovoideo ni circular ni hay polígono que lo defina, y es aún hoy día que no lo han sabido rectificar. Es por lo que ahora, además de negarnos la autoría del sistema decimal, desprestigian nuestro número llamándolo πfostio.

Pero si los de Bilbao creen que lo que definitoriamente les hace ser el centro de algo es su Euskalerria, con ese condado de Treviño que tanto reivindican inserto en mitad de sus tierras, nosotros tenemos una particularidad parecida o más determinante. Echando una ojeada al mapa actual del término municipal de Ronda, observamos nuestro particular condado, que no es otro que el pueblo de Arriate, cuya primera diferencia con el vasco es que ni se nos ocurre reclamarlo. Buenos son ellos. Pero es que aquí surge una singularidad cósmica pasmosa. Recuerdo yo, de mis años en el instituto, tener un compañero de este pueblecito, y cómo, cada vez que el profesor de geografía comentaba algún tipo de clima terráqueo, el los reconocía todos como propios de Arriate.

-El clima continental se caracteriza por inviernos fríos y veranos calurosos.

-Eso pasa en Arriate.

- El clima mediterráneo presenta veranos y noches suaves.

-Es lo que sucede en Arriate.

-El clima tropical es cálido y húmedo, con abundantes lluvias en verano.

-Todos los años es lo mismo en mi pueblo.

-El desértico…

Bueno, para qué seguir. Yo me fío de esos datos porque somos pocos los rondeños que nos atrevemos a comprobarlo, y porque mi compañero nunca me dio opción a podérselo discutir: tenía dos manos como dos quásares de grande. Así que, este pequeño punto coloreado más oscuro en el centro del mapa de Ronda, constituye una singularidad que avala más aún a Ronda como centro del universo: es nuestro propio agujero negro; eso sí, bien limpito y hermosamente encalado.

Con todo, si muchos pensaban que Bilbao es insuperable, y que no es cierto todo lo que digo, añadiré que presentamos una peculiaridad más, que habitualmente jalona los atributos vascuences y de la que hacen gala siempre que pueden, y que nosotros tenemos mucho más marcada: se trata de la independencia.

Continuará...


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