COVID-20
Vivimos una época de continuo bombardeo de información, en el que muchas veces somos incapaces de discernir lo falso de lo verdadero, el grano de la paja. Y en estos últimos días, más, con esa cantidad de valoraciones epidemiológicas, científicas, políticas, sociales,…. de la actual crisis sanitaria. Pero siempre dejan un poso de pensamiento y de opinión, y también de sentimientos. Y es de lo que quiero escribir. Voy a ceñirme a datos que han estado volando por la red y los medios de comunicación, sin poder asignarlos adecuadamente, de ahí un poco la imprecisión de las referencias.
El otro día leí un artículo de quien parecía ser un policía, por los datos que proporcionaba, en que hacía referencia a la poca confianza, a nivel de transformación social, que le merecían todas estas olas de solidaridad de las que muchas veces somos capaces de dar. El hacía mención a esas situaciones de terrorismo en las que eran tan bien recibidos y reconocidos, para terminar luego, dos o tres años después, denigrados e insultados cuando lo único que hacen es cumplir con su deber, un deber honesto y legal. Hacía que no me sintiera tan extraño al asistir impasible, inconmovible, a este gesto tan bonito y al principio tan espontáneo hacia el personal de sanidad, que está enfrentándose en primera línea al enemigo que nos asola. Pensaba que, quizá, y honradamente, yo, como médico, cirujano, no me los merecía, pues a pesar de estar en el frente de batalla , no estoy en primera línea, y, por tanto, mi riesgo no es tan elevado. Además, al pertenecer a una unidad pequeña, de seis profesionales, en los que recae toda la responsabilidad de la especialidad en toda una provincia, mientras no sea necesario, lo adecuado es mantenerse a cierto reguardo, con una asistencia ordenada y dividida, como los viajes de la realeza, porque debemos asegurarnos de estar cuando se nos necesita, que nunca se sabe cuándo puede ser. Sería algo así como no mandar a tus pilotos a primera línea al no disponer actualmente de aviones, porque cuando llegue la aviación y necesites usarla, ya no tendrás quien los pilote.
Pero después medité que es algo más profundo aún. Era que realmente no los quería. Llevo muchos años trabajando en este sector, el único que conozco, por vocación, sí, pero sin equivocarnos: vivo de él. No llego al supermercado y la cajera me condona la cuenta por ser médico. Es también una cuestión de trabajar en lo que te gusta. Y hacerlo de una manera consecuente. Vas haciéndote, cada día más, cargo de cuáles son los riesgos y las exigencias de esta profesión, que son consustanciales a la misma. Por eso, al igual que me río con amigos profanos cuando se maravillan porque parezca que asistimos impasibles al sufrimiento, al dolor, a la sangre , a la muerte, nos damos cuenta que no somos de otra pasta, sino que hemos conformado esa pasta para protegernos. Siempre hay grietas por donde escapan tus sentimientos, sobre todo en casos difíciles. Yo me los he visto aflorar sobre todo en los casos complejos, en los que tenía que sentarme en la cama del paciente, para mostrar mi fragilidad y mi compromiso con su tratamiento, que estaba en el límite de mis capacidades, y que es, sin embargo, lo que me hace cada día ser mejor cirujano y estar aún más seguro en el 99% del resto de mi actividad. Esa pasta hace que arrostremos, sin muestras heroicas de valor ni tampoco estúpidas temeridades, muchas situaciones de riesgo a lo largo de toda nuestra vida laboral, con enfermedades contagiosas aunque sin tanta repercusión mediática, a veces porque no forman parte de epidemias. Quizá con referir enfermedades como el SIDA o la hepatitis, a la que te expones cada día quirúrgico con que sólo tengas la desgracia de pincharte. O enfermedades que pensamos muertas, como la tuberculosis, que, a veces, cuando vienes a darte cuenta y aíslas al paciente, ya te has expuesto peligrosamente. Pero hay otros riesgos a los que nos exponemos, más silenciosos. Hoy día gusta decir mucho en mi sector que hay enfermedades que pensamos en ellas como más dependientes de la responsabilidad de cada uno, y que nos asustan menos porque pensamos que a nosotros, si nos cuidamos, no nos va afectar. Buen ejemplo de ello sería la ateroesclerosis. Recuerdo una anécdota de mi compañera Rocío en la que, tras intervenir a un paciente de un aneurisma de aorta abdominal roto, uno de los cuadros más letales y más demandantes de esfuerzo material y humano que puede haber en un hospital, que en aquella época podía suponer más de un 60% de mortalidad en el acto (hoy en día se consiguen mejores números, pero sigue siendo muy letal), salió a informar a la familia. Se expuso esta gravedad a la familia, así como que, a pesar de salir vivo del quirófano, las probabilidades de morir en los siguientes días eran muy elevadas. La familia guardó silencio unos momentos, y uno, al cabo, preguntó,- pero no tiene cáncer, ¿verdad, doctora? Esto varias veces con reiteraciones en la información por parte de mi compañera. Hasta que harta, le espetó: un cáncer te mata en seis meses , un año, cinco, pero esto de lo que le hablo le mata mañana. Y es que este tipo de enfermedad mata más y más rápido que el cáncer.
El sentido de esta parábola es hacer ver que ya los médicos estamos expuestos a otros agentes perniciosos que nosotros mismos a veces no reconocemos, al cual nos exponemos, en mayor o menor medida, durante toda la carrera profesional, y que menos aún esperamos que nos reconozcan el resto de la sociedad, incluidos los políticos. Es el estrés y el cansancio, condicionados por guardias largas, guardias frecuentes, horarios intempestivos, descansos no reconocidos, procedimientos complejos, normalización en nuestras vidas del sufrimiento y la miseria ajenas, conflictos en nuestra conciliación familiar, etc… Y todo esto va incidiendo en nuestras arterias. Yo también bromeo a veces, sarcásticamente, con mis amigos, que si yo genéticamente estuviera, un poner, programado para vivir unos 86 años, con la de guardias que llevo a mis espaldas me quedaría corto afirmando que quizá esa perspectiva hubiera bajado hasta los 80.
No refiero esto para que nadie me aplauda. Ya digo que no reconozco los aplausos que me pudieran corresponder de los que se lanzan actualmente en los balcones de nuestras ciudades. Me dedico a mi profesión y siempre estamos enfrentándonos a peligros ante los que nunca hemos pedido reconocimiento. Pero estos días sí noto, cuando paso consulta telefónica con mis pacientes, cómo el miedo se apodera de ellos y nos ven como si nos estuviéramos autoinmolando en una hoguera, de lo sentidas que son sus gracias y de lo conmovidos que son sus despedidas y sus buenos deseos. Y pienso, como el policía, que cuando se termine esta alarma y nos volvamos a ver las caras, y el miedo ya haya desaparecido, volveremos a ver el mismo tratamiento y consideración que se nos venía dispensando antes. Afortunádamente no es lo habitual, ni lo más frecuente, pero sí un número no despreciable de agresiones, de insultos, de desconsideraciones, de frases condescendientes como que esta sanidad la pago yo con mis impuestos, etcétera, en que se nos olvida la persona que hay tras la bata, la mascarilla, los guantes, que en la inmensa mayoría de los casos es un profesional que solo busca el bien, aunque sea por el egoísmo de superarse, por la vanagloria de mejorar, por el reto de vencer la enfermedad, pero también por la preocupación del bienestar del paciente. Y esto sucede siempre, y no sólo en tiempo de pandemias.
Por eso no quiero estos aplausos. Quiero que cuando pidamos mejoras salariales, pues es fácil saber lo que gana un médico sin guardias, no se nos tache de señoritingos egoístas. O cuando pidamos contratos dignos, después de haber estudiado seis años, hacer una oposición MIR, hacer una especialidad de cinco años, y aún tengamos que mendigar un puesto de trabajo, que a veces son de días, de horas, sin vacaciones, de guardia, etc… no se nos tache de exagerados y privilegiados. Que cuando pidamos un precio justo en las guardias, que son para trabajar a demanda, no se nos diga que nos estamos siempre rascando la barriga. En mi caso son 8 € brutos la guardia localizada, sin bonificaciones aunque te tires ocho horas de pie en un quirófano. Que cuando pidamos que nuestro sueldo sea digno sin depender de las guardias, no se nos ponga a la cola de las necesidades. Que, mismamente en esta crisis, cuando terminen los residentes su quinto año de formación no les prorroguen su contrato de residente, sino que les den el que se merecen, no sólo moralmente, sino legalmente también, de adjunto. Que se les oiga cuando reclamen medios para trabajar, porque no son para amueblar su casa, sino para dar una asistencia de calidad, de la que se beneficia toda la sociedad. Que se respeten sus descansos. Y sencillamente, que se nos trate con respeto y confianza, porque tenemos un caudal humano excelente, de una profesionalidad y conocimientos soberbios. Casado proponía, estos días, una paguita extra por estos meses. Guárdensela. Dignifíquennos todo el año. Nosotros vamos a seguir haciendo nuestro trabajo, en el cual ya conocemos los riesgos, porque no es más que lo mismo que tratamos en los demás.
Así que, Dios, o quien sea, lo quiera, cuando esto termine y vuelvan a padecer los engorros habituales de una sanidad buena, lenta, pródiga en medios dispuestos para la obtención de resultados favorables (la sanidad pública española dispone de todos los medios de última generación que se ponen en cualquier país a disposición de sus pacientes), con un excelente, por profesionalidad y humanidad, personal, respiren hondo, cuenten hasta diez, y piensen que nosotros lo único que intentamos es que los engranajes de la sanidad funcionen.
Y a los políticos recordarles, en la venidera crisis económica, que aún no hemos recuperado un ápice del 10% que nos descontaron en el sueldo, complementos y guardias en la última crisis, que no sé por qué no pudo ser el 5% como a todo funcionario (es lo que tiene la proporcionalidad, quien más cobra más se le descuenta del sueldo con el mismo porcentaje), y que tampoco empiecen a fustigar y racanear emolumentos cuando se intente recuperar la actividad ordinaria que no se está pudiendo cumplimentar ahora porque, sensatamente, no se nos deja hacerla, no sea que cambiemos una muerte por coronavirus por otra por extenuación.
Por si alguien piensa que quizá es que mi corazón es un poco frío, sí diré, probablemente porque lo veo un poco distante, que sí me emocionó ver en la tele unas imágenes del recién montado hospital de Ifema, en las que se ven dos soldados despecheretados pero con mascarillas, inspeccionando el área de UCI, para a continuación mostrarnos los metros y metros de tuberías para cableado, gases y otros menesteres, realizados con la coordinación del ejército y la participación de un montón de espontáneos de distintas profesiones de manera altruista. Esta es la nación que nunca se nos debería olvidar que somos.
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Maravilloso. No se puede decir mejor. Un fortísimo abrazo.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. No cambiaría ni un punto ni una coma.
ResponderEliminarQuerido amigo. Muy bien.
ResponderEliminarRecuerda 1 aneurisma en Torrecardenas. Un abrazo
Aquellos que ya hemos vivido las situaciones que describes y estamos ya “jubilados” aunque siempre atentos al devenir de nuestra Sanidad, al leer tus opiniones las hacemos muy nuestras. Efectivamente, todo pasará y, de nuevo, en unos meses se nos volverá a exigir sin medida que seamos los primeros, los sacrificados, los sabios, los indispensables, los gurús,.. pero sin reconocernos nada y pidiéndonos todo, amparados en esa misma sociedad que hoy nos aplaude y mañana nos grita.
ResponderEliminarCuando llega el momento de recordar nuestra vida de trabajo, solo recordamos (como en tu caso con el aneurisma) de aquellos frecuentes episodios en los que pudimos finalizar con éxito y procuramos olvidarnos de esas “miraditas”, de esa amenazas calladas o gritadas, de esa desconfianza que desde los órganos de dirección de nuestros hospitales nos han dado de modo constante. Y será triste comprobar como cuando vamos a lo que creíamos nuestra casa y que habíamos ayudado a montar y construir, seamos unos desconocidos y tengamos un trato frio y distante en muchas ocasiones, que por desgracia a nuestros años vamos conociendo.
Pero también te digo que si, a cualquiera de nosotros, se nos llamara para ayudar en estos momentos o cuando sea, volveríamos a darlo todo sin pensar en lo comentado en el párrafo anterior.
Muchas gracias por tus reflexiones en las que nos hemos visto reflejados
LOS CIRUJANOS DE LA BOLA
Lastima que no haya podido subir la foto que acompañaba a este comentario
Un abrazo
Felicito a su autor!!!
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