THE ROCK OPERA
Curioso concierto al que pude asistir el día de Sta Cecilia,
patrona de la música. Se trataba de una de mis bandas favoritas, enraizada en
los setenta, aunque su comienzo anduviese por los sesenta. Ni más ni menos que
Jethro Tull, o ya, sí, por qué no decirlo, Ian Anderson, pues a sus sesenta y
muchos, es el único componente, por así decirlo, superviviente. Además, no es
un componente cualquiera. Ha sido su alma Mater, compositor de
prácticamente todos los temas y portador del sello inconfundible de la banda,
el uso incombustible de su flauta en medio de, ni más ni menos, que un intenso,
contundente y, a veces, folclórico rock. Y no de un rock meloso como uno podría
suponer. Su flauta siempre fue heterodoxa, con brío y llena de guturalidad, que
conformaba un sonido propio, y que se mezclaba perfectamente con la guitarra
acerada y contundente de Barre en My God, o a veces chasqueante y nervuda, como
en Hunting girl
Había leído algo del espectáculo, pero, afortunadamente, después de haber comprado las entradas. Y es que, según uno se informa y cree caer en una especie de espectáculo descafeinado, el prejuicio sale espontáneamente. Había leído que si Ian cantaba en playback, que si Martin Barre había abandonado el grupo,… Nada presagiaba optimismo. Aunque algo de todo ello parecía haber. Lo más chocante era lo del abandono:¿ a cuenta de qué dos tipos, setenteañeros, con casi cuarenta y cinco de compartir escenarios, podían disgustarse y separarse? En fin, como los críos.
Pero qué se le puede hacer. Lo principal que puedo decir es que era originalísimo, sobre todo en un concierto rock. Ian diseñó una ópera, término que en rock no se ciñe al concepto que tenemos cuando pensamos en la música clásica. Y es que era más bien un musical. Pero sin actores. La acción la sostenía una proyección continua, en la que no sólo aparecían las imágenes que complementaban las letras de las canciones, sino que había tres cantantes que actuaban grabados. Sí: cantando en playback. O más bien, como si proyectaran videoclips. Sólo que la música, como en el cine mudo, era interpretada en directo por los músicos. Y combinaban fragmentos cantados por Ian en directo con los de los demás en playback. Podría uno caer tentado en pensar que se trataba de un fraude. Pero lo cierto es que no creo que hubieran podido impactar de la misma manera las imágenes de fondo si uno estuviera distraído con el cantante en el escenario. Y lejos de ser una situación cómoda para el grupo, hay que pensar que la interpretación en directo tiene que cuadrar perfectamente con el sonido grabado, cosa que parece que solamente pueden conseguir los directores de ópera, con esas ingentes orquestas, aderezadas por coros y solistas por doquier. Pero éstos siempre pueden amansar, atemperar a los cantantes, o apremiarlos en un momento dado. Pero Ian sólo tenía el botón de pause a su alcance, el cual, obviamente, nunca presionó.
Así pues, fui pasando de la frialdad de la estupefacción a la calidez de la entrega de los músicos, como siempre ha sido norma en Jethro Tull. Y es que este setentón insurrecto no paraba de moverse y de tocar su flauta con esa postura de grulla recogida, sosteniéndose sobre una sóla pierna, icono ya del grupo.
Los músicos, jóvenes, talentosos y espectaculares, como ya lo fueron en su día Cornick, Barlow, Bunker, Evan, y un largo etcétera. Y es que cuando la música es soberbia….
Así pues, original propuesta y satisfactorio espectáculo el que pude contemplar
Había leído algo del espectáculo, pero, afortunadamente, después de haber comprado las entradas. Y es que, según uno se informa y cree caer en una especie de espectáculo descafeinado, el prejuicio sale espontáneamente. Había leído que si Ian cantaba en playback, que si Martin Barre había abandonado el grupo,… Nada presagiaba optimismo. Aunque algo de todo ello parecía haber. Lo más chocante era lo del abandono:¿ a cuenta de qué dos tipos, setenteañeros, con casi cuarenta y cinco de compartir escenarios, podían disgustarse y separarse? En fin, como los críos.
Pero qué se le puede hacer. Lo principal que puedo decir es que era originalísimo, sobre todo en un concierto rock. Ian diseñó una ópera, término que en rock no se ciñe al concepto que tenemos cuando pensamos en la música clásica. Y es que era más bien un musical. Pero sin actores. La acción la sostenía una proyección continua, en la que no sólo aparecían las imágenes que complementaban las letras de las canciones, sino que había tres cantantes que actuaban grabados. Sí: cantando en playback. O más bien, como si proyectaran videoclips. Sólo que la música, como en el cine mudo, era interpretada en directo por los músicos. Y combinaban fragmentos cantados por Ian en directo con los de los demás en playback. Podría uno caer tentado en pensar que se trataba de un fraude. Pero lo cierto es que no creo que hubieran podido impactar de la misma manera las imágenes de fondo si uno estuviera distraído con el cantante en el escenario. Y lejos de ser una situación cómoda para el grupo, hay que pensar que la interpretación en directo tiene que cuadrar perfectamente con el sonido grabado, cosa que parece que solamente pueden conseguir los directores de ópera, con esas ingentes orquestas, aderezadas por coros y solistas por doquier. Pero éstos siempre pueden amansar, atemperar a los cantantes, o apremiarlos en un momento dado. Pero Ian sólo tenía el botón de pause a su alcance, el cual, obviamente, nunca presionó.
Así pues, fui pasando de la frialdad de la estupefacción a la calidez de la entrega de los músicos, como siempre ha sido norma en Jethro Tull. Y es que este setentón insurrecto no paraba de moverse y de tocar su flauta con esa postura de grulla recogida, sosteniéndose sobre una sóla pierna, icono ya del grupo.
Los músicos, jóvenes, talentosos y espectaculares, como ya lo fueron en su día Cornick, Barlow, Bunker, Evan, y un largo etcétera. Y es que cuando la música es soberbia….
Así pues, original propuesta y satisfactorio espectáculo el que pude contemplar
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