ANGEL
Ha
sido, quizá, en toda mi existencia almeriense, la segunda persona a la que he
tenido que despedir en el Hospital, además de mi buen amigo Manolo. No podría
decir que Angel fuera mi amigo en el uso extenso de la palabra, pues mi
relación fue más bien laboral, y pronto su enfermedad lo apartó de mi contacto.
Pero fue el trato suficiente para quererlo y fascinarnos. Lo bastante para
poder aportar en estos momentos luctuosos mi testimonio para formar con su
granito la compacta montaña de amor y recuerdo que forjarán de él sus seres más
queridos. Yo siempre lo recuerdo en las guardias, junto a su compañero
inseparable, también amigo mío y compañero de quinta, Angel Reina. Yo los
llamaba los Angeles del Infierno, porque cada vez que coincidía con ellos de
guardia, la mía se tornaba infernal, y en cierta medida por su colaboración
desinteresada en encontrarme casos impertinentes y a deshoras. Pero nunca eso
restó un ápice de humor a nuestros encuentros, que siempre eran divertidos.
Siempre encontré en él a un compañero leal y a un trabajador honesto. Tras su
enfermedad, estos encuentros fueron cada vez más ralos, aunque más cariñosos.
En su dolor hallé la sabiduría del perdón y la tolerancia. El sufrimiento le
hizo aún más bueno. Hoy nos abandona y deja una enorme cantidad de bondad
huérfana en este mundo. La única ventaja es la de, como botín, podérnosla
repartir entre todos y así poder llegar a ser un poquito más él. Descansa en
paz, y mi más sentido pesar a tus familiares
Angeles de la guarda, protegedme,
y encaminadme en los senderos de la virtud,
ya resignado al designio celestial.
No permitáis que este mundo me embauque,
ni que las vanas pasiones me apenen,
fortalecedme en la fe, en la esperanza, en el am
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