La Catrina
Pensaba yo que todo este afán
mejicano por las calaveras y su banalización festiva de la muerte les venía por
los ritos de sus antepasados mayas y aztecas. Pero resulta que no.
Alrededor de la fecha de “Los
difuntos” suelen disfrazarse con temas cadavéricos, siendo habitual encontrar féminas
elegantes pero caracterizadas como personajes huesudos, esqueléticos, llamados
catrinas. Y esa tradición se remonta al
pasado reciente, debido a la creación de una caricatura de viñeta, “la calavera
garbancera”, allá por finales del XIX y principios del XX, por un tal José Guadalupe
Posada. Su intención, al idearlo, era ridiculizar e ironizar la vacua
impostura que practicaban los mejicanos, sobre todo los de origen nativo y
reciente enriquecimiento, al tratar de aparentar una vida supuéstamente europea
que no les era ni propia ni tradicional, y con ello también todo tipo de
alarde o pretenciosidad en cualquier aspecto de la vida, denunciando la
hipocresía en su tiempo. Las caricaturas obtuvieron un éxito progresivo y
creciente, pero su popularidad definitiva, y también el nombre por el que ahora
se la conoce, es debida a que Diego Rivera la utilizó como personaje central en
un mural suyo, “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, denominando
a la calavera “La catrina”.
Podríamos pensar que este era un nombre inventado. Pero lo cierto es que la palabra ya existía. Es más, si se consulta el diccionario de la RAE actual, su significado, en algunos sitios de Sudamérica, es mujer elegante, femenino de catrín, que a su vez es hombre elegante. O sea, que Rivera, sarcásticamente, vino a decir que su personaje representaba a una mujer elegante y vacía. Y es por ello por lo que se quedó con el nombre y ahora esa palabra se asocia más con este personaje que con su verdadero significado. A pesar de todo, en el diccionario no se encuentra esta acepción.
La instantánea que yo presento en
esta entrada la titulo también “La catrina”, porque, en definitiva, participa
de los dos significados de la palabra. La captura está hecha inadvertidamente en
un palacio de Guadalajara, donde esta bella señorita estaba realizándose una
sesión de fotos. Según nos explicó nuestra guía, era una jovencita a la que
estaban preparando para su puesta de largo en sociedad, una antigua costumbre
que podríamos catalogar de trasnochada, pero que aquí adquiere un gran valor
como ocasión para exhibirse, para lo cual se tira de la rimbombancia anacrónica
y fútil de vestidos ampulosos y extemporáneos con los que lucen una posición
social y económica muchas veces inexistentes. Por tanto, terminan volviéndose
como “calaveras garbanceras”, catrinas por ser mujeres elegantes, a su manera,
pero que en el fondo muestran la huera petulancia de una sociedad cada vez más
superficial.
A pesar de todo, y teniendo en
cuenta mis modestas dotes de fotógrafo, me quedó una bonita fotografía plena de
claroscuros, en la que se realza la inocente beldad precipitándose al río de
la mundanidad.
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