Un iniciático viaje musical: barroco y mitología I



Vamos a pasar a un capítulo especial sin abandonar la época de la parada anterior. En el Barroco tiene lugar el nacimiento de un nuevo  género. En su origen está el gusto de la época por el clasicismo, con la creación de academias especializadas en su estudio y teorización, como la surgida en Florencia, llamada Camerata Florentina, de la que era miembro Vincenzo Galilei, padre de Galileo Galilei, y que ha pasado a ser uno de los primeros teóricos musicales con su obra Dialogo della musica antica e della moderna (1581). Como ha sucedido en nuestros días con el rescate de la música antigua y barroca, así como con su interpretación, en aquella época comenzaron a divagar sobre cómo se representarían las tragedias griegas, y parecía que había un acuerdo unánime en que las secciones a cargo del coro eran cantadas, o, más bien, declamadas, quizá con acompañamiento musical. Pero había quien pensaba más allá, y proponía que en realidad toda la obra debía ser declamada, y, por tanto, acompañada musicalmente. Estas academias no solo eran sedes de debates y estudios, sino también de interpretación musical, por lo que no solo fluían las ideas, sino que también se llevaban a la práctica. Nació, de este modo, en Florencia, la ópera, cuando un músico, en este caso Jacopo Peri, ideó la primera obra según este patrón, en el que el protagonista era el verso, el texto, y la música solamente serviría de apoyo y ayuda para alcanzar esa expresión cantabile. De este modo, según sabemos, esta obra, que se compuso en 1597-, y que no ha llegado a sobrevivir hasta nuestros días, no era más que una tragedia, guardando los patrones clásicos de cinco actos, que se basó, cómo no, siendo lo que era su fuente de inspiración, en un relato mitológico, y que se tituló La Dafne. Comenzó así una relación fructífera y longeva entre la mitología griega y la ópera, siendo aquélla una de las fuentes primordiales de inspiración para ésta, sobre todo en el Barroco, pero que aún llega hasta nuestro días.
Vamos a hacer, pues, un recorrido por esta parcela de ópera barroca, y a conocer de paso un poco los mitos en los que se basa, los cuales reflejan los temas que todavía hoy día siguen inspirando a los escritores en la ideación del tema de sus relatos. Una manera creativa de leer a partir de la melomanía, o de hacerse melómano desde la erudición de la lectura clásica.

28 de agosto

Durante mucho tiempo ha permanecido la noción entre los aficionados de que la primera ópera de la historia fue el L’Orfeo de Claudio Monteverdi, lo cual, claro está, no es estrictamente cierto.
Precisamente, en ese ambiente erudito de la Academia Florentina se gestó, en los albores del seiscientos, y con ocasión de la boda entre María de Médicis y el rey de Francia Enrique IV, la primera ópera de la historia que ha sobrevivido hasta nuestros días. El autor fue el mismo de la primera hoy día perdida, Jacopo Peri, y el título, Euridice. De todas maneras, esta obra se facturó con esos principios novedosos de monodia, realce del texto, con supeditación de la música, y estructuración según el ejemplo de la tragedia griega. El resultado, sobre todo para nuestros oídos actuales, es el de un monótono declamado con escaso soporte instrumental, y, por tanto, con poco espacio para la eclosión musical. Además, como el motivo de su escenificación fue un acto alegre, se cambió el final del mito para hacerlo feliz y no trágico. Curiosamente, otro miembro de esta academia, Giulio Caccini, movido tal vez por cierta rivalidad, compuso una nueva ópera aprovechando el mismo libretto, y, por tanto, titulándola también Euridice, un breve intervalo de tiempo después, en 1602.
Claudio Monteverdi, conocedor de ambas, se atrevió a dar un paso más allá. Aprovechó el mismo tema aunque con distinto libretto, y lo tituló como su verdadero protagonista, Orfeo. Como su motivación no fue la celebración de ninguna efeméride, sino poner en práctica todo lo concerniente al debate en torno a qué debería ser la ópera, y el entorno era el círculo docto de la academia, su obra no tuvo que desplegarse para contento de ninguna persona ajena a la creación musical, sino que se enfocó en los matices concernientes a cómo debería ser la ópera.
Su planteamiento fue el de darle mayor importancia a la música, aunque siempre para reforzar y ayudar a la expresión del texto, para aumentar el efecto del mismo sobre la acción. Desplegó una gran cantidad de instrumentos, que irían apareciendo según el personaje al que se acompañaba o según el humor de la acción en ese momento, con lo que consiguió un espectáculo musicalmente más divertido que las óperas previas. Y consiguió algo que en las anteriores se mostraba como algo absurdo: que un personaje distinguido por su canto, capaz de ablandar fieras, doblegar voluntades, animar hasta las piedras, lo consiguiera a través de un insulso recitado. De este modo, y aprovechando la madurez estilística de sus madrigales, dotó la parte central del drama de una gran emotividad, justo cuando más necesario era, justo cuando tenía que convencer a Caronte de que le dejara entrar en el Hades, y apaciguar y adormecer al can Cerbero para franquear dicho paso. Ese es el motivo del segundo video que te pongo en esta entrada, en una de las versiones más conmovedora y lírica que conozco. Es un canto simple, muy adornado de melismas, con un acompañamiento instrumental variado y pertinente, y que consigue enternecer incluso a los oídos más duros de hoy día.
Por otro lado, como a quien había que contentar no era sino a compañeros diletantes, su final no tuvo que modificarse para dulcificarlo, exponiendo de una manera más certera el mito en el que se basa.
Orfeo ocupa un puesto privilegiado en la mitología griega. De hecho, Robert Graves, en sus Mitos griegos, lo presenta justo después de los hechos de todos los dioses principales, al comienzo de la obra. Parte de su importancia radica en que su figura sirvió para desarrollar una religión paralela, con su teogonía y cosmogonía particular, más parecida a las monoteístas que nosotros conocemos o practicamos hoy día, con un profundo sentido espiritual y moral. Y todo ello en base a un hecho que bien podría recordar al cristianismo, el descenso de Orfeo al infierno y su salida posterior. Queda como una alegoría de la muerte de Jesús y su posterior resurrección. Este hecho creó una corriente mística de adeptos que se adentraban en los misterios órficos, que no serían más que las normas y los requisitos que habrían de cumplirse en esta vida para preparar el alma para llegar al Tártaro y poder abandonarlo a su vez, reencarnándose en otra criatura, humana o animal, para seguir purificándose, en una especie de metempsicosis, para alcanzar la perfección y vivir eternamente junto al resto de las deidades.
Muerte de Euridice; Erasmus Quellinus

La acción de la obra comienza con la boda de Orfeo y Euridice, y la temprana muerte de ésta como consecuencia de la mordedura de un áspid. Desesperado, no ve otra salida que bajar a los infiernos, aprovechando sus dotes canoras y la pulsación de su lira, regalo de Febo (Apolo), y convencer con su música al mismo Hades y a su mujer Proserpina, para que liberen el alma de su amada. Finalmente, ablandados sus corazones, consigue su propósito, pero con la condición impuesta por Hades de que no debe volverse atrás para mirarla hasta que no haya salido completamente de su reino. En la salida, con el ansia de verla y tenerla en sus brazos, Orfeo se gira antes de tiempo y ve cómo Euridice vuelve a desvanecerse. En este punto, hay varias teorías del final del mito, e incluso promovió también la creación de un par de finales para la obra.
Rubens; Orfeo y Eurídice

El mito cuenta que Orfeo murió descuartizado por las ménades de Baco, en venganza, dicen, por su misoginia e, incluso, por promover el amor homosexual, amén que no aprobaba los consabidos sacrificios debidos a los dioses , sobre todo a Baco. Quizá todo fue un malentendido, pues Orfeo vagó por la tierra con sus cantos desolados hasta morir, sin cortejar ni seducir a ninguna otra mujer, respetando absolutamente el recuerdo de su amada. Quizás en esta castidad resida su supuesta homosexualidad. Su oposición a los sacrificios era debido a esos misterios órficos, en los que no cabían sacrificios humanos o animales, pues podría estar afectando a la purificación de las almas en ellos reencarnadas. El primer final fue así, truculento, con las ménades, mujeres extáticas, desinhibidas, lujuriosas, enviadas por un vengativo Baco, descuartizando al pobre Orfeo. Pero no gustó este final a Monteverdi, y en la publicación unos años más tarde de la partitura, lo cambió por una simple apoteosis de Orfeo, que sube directamente al Olimpo junto a los dioses, en una situación paralela a la ascensión de la Virgen María a los cielos.
La ópera fue un gran éxito, y su esquema no sólo duró bastante tiempo, con su estructura en cinco actos, sus números variados declamados y cantados, con la incorporación de danzas, y con un intenso sentido dramático de la obra, sino que influyó en la creación y mantenimiento de la ópera francesa durante un siglo a través de su figura primordial, Lully, inspiró la reforma de Gluck a finales del siglo XVIII, y fue también modelo para la creación de la grand opera francesa del XIX. Tuvo todo lo que se pide hoy día a una opera, a excepción de la representación espectacular, pues su público fue erudito e interesado tan sólo en los requisitos que debería tener este ­­género que acababa de nacer.
Como segunda muestra, y no obstante presentada al principio, coloco la obertura y el prólogo. Aquí la obertura cumple una misión simple de anuncio de que la función va a comenzar, que es el cometido inicial de la misma, pues era la manera de atraer la atención de los circunstantes. Toda la liturgia y respeto de hoy día en la escucha del espectáculo aun tardará bastante tiempo en conseguirse. Y se trata de una fanfarria que al parecer pertenecía a la marcha militar de la familia Gonzaga, que era la que sufragaba los gastos de esta primera representación, como patrones de Monteverdi.






4 de septiembre

Es una lástima saber todas las óperas de Monteverdi que se han perdido en el tiempo, calcinadas en incendios de bibliotecas o reducidas a polvo en, quizá, una de las muchas conflagraciones que ha sufrido Europa a lo largo de la historia. De su época Florentina sólo nos ha quedado un fragmento de su ópera Arianna, aunque tal vez el más bello, su Lamento, que inició una moda de arias femeninas cuyo motivo era ése, el lamento. 
Florencia perdió auge operístico, y éste se trasladó a Roma y Venecia. Roma siempre tuvo el problema de ir al socaire de los gustos y las modas papales, por lo que su desarrollo fue desigual. Venecia contaba con la ventaja  de ser una república, y los espectáculos y las artes debían complacer a una variopinta amalgama de gustos. De ese modo, allí surgió el primer teatro público de ópera, San Casanio, en 1637. Parece que ese apogeo musical de Venecia coincidiera con el traslado de Monteverdi a esta ciudad, donde compuso las otras dos óperas que se conservan de él, pero ya  con profundas modificaciones, con más distinción de recitativos y arias, con melodías más coloristas, pero también con un empobrecimiento orquestal, ya que la economía teatral influía en los medios empleados en su representación. Es a raíz de esta situación que la orquesta se organiza primordialmente alrededor de los instrumentos de cuerda.
Pero no sólo era Monteverdi quien aupó y transformó la ópera en Venecia, sino que una pléyade de compositores autóctonos fueron quienes sobre todo contribuyeron al éxito. Entre ellos se encontraba el que nos ocupa, Francesco Cavalli. Su misma creación fue un paradigma de esta evolución, desde sus primeras óperas parecidas al Orfeo monteverdiano, a verdaderas obras del Barroco maduro, centradas en el despliegue de una variedad de arias emotivas y cada vez más virtuosísticas. La ópera, cuyos fragmentos te presento, pertenece a un punto intermedio de su producción. Aparece como novedad el hecho que al drama principal se añadan matices bufonescos, de tal modo que un prestigioso director, René Jacobs, cuya versión será de la que te extraiga los fragmentos de hoy, establezca paralelismos de esta ópera con el Don Giovanni de Mozart.
Jean-Baptiste-Marie Pierre, Calisto y Zeus

Como su título indica, La Calisto, la trama se centra sobre la relación amorosa entre Zeus y la ninfa Calisto. Como antes referí, la galería de dioses griegos no constituían en sí un modelo moral tal como contemplamos hoy en día en las religiones monoteístas. Todos ellos van jalonados de las pasiones comunes a los humanos, no llevando a cabo ni un comportamiento ejemplar ni una enseñanza modélica, sino que caen en las mismas trampas impulsivas que los mortales. Tal vez su importancia radica en la ayuda que ofrecen a la explicación del origen del mundo y las reglas por las que se mueve, lo que se constata en que cada fuente, cada río, cada montaña, cada ser, suele tener un mito asociado. También ayuda a dar esplendor a la genealogía de los reyes y los pueblos, de ahí la sempiterna inferencia de una deidad en el tálamo de los monarcas, y la reivindicación de la paternidad divina en vez de la honorable y lógica humana. De ahí que Zeus, prototipo de despliegue de todo el abanico de pasiones humanas, esté en continua acechanza de todas las beldades, a despecho de su esposa Hera, que como consorte carcomida por los celos, andará siempre a la caza de las impías amantes de su esposo, sobre las que descarga toda clase de infortunios. Todo ello quizá, inspirado por el paso del matriarcado al patriarcado en cuanto el hombre se percató que en el gran enigma de la vida, la procreación, también él formaba parte, y no el viento del sur o las corrientes fluviales. De ahí que cualquier mortal prefiera descender de un dios, a pesar del escarnio de su propio padre mortal. Algo así ocurre también en el cristianismo, cuando José toma un papel de pelele para dar paso a la ascendencia divina de Jesús, mediante el prodigio de mantener María su virginidad.
Las armas de Zeus son siempre la seducción, la violación y el engaño. Y este último es el que usa para conquistar a Calisto. Ella era una ninfa perteneciente al cortejo de Artemisa, dedicada como ella a la caza, y consagrada, igual que ella, a la castidad. Zeus se enamoró de ella, y Hermes le facilitó la idea de adoptar la imagen de Artemisa para seducirla. En su ceguera devocional, Calisto dejó que se le acercara sensualmente la que ella creía que era la diosa. De resultas del encuentro, Calisto quedó preñada. Y aquí hay distintas versiones del mito. Unos dicen que si fue Artemisa al percatarse en un baño con todas sus seguidoras desnudas, en que se hacía evidente el abultamiento de su vientre; otros, que si Hera, para vengarse, pidiendo a Artemisa que de esa guisa la cazara; e incluso quien dice que si el mismo Zeus, para esconderla de su furibunda esposa. El caso es que fue transformada en osa. En la ópera se explica de manera bufa cómo ella no se percató de que estaba teniendo relaciones con un macho, pues ella seguía convencida de haber sido seducida por Artemisa, sin explicarse cuál era el origen de ese gustirrinín arcano en sus bajos, con lo que se aproxima en este momento a esa comedia donjuanesca a que antes aludía. En cualquier caso, tanto en la mitología como en la ópera, por amor de Zeus, ya correspondido por ella, le otorga el don de la inmortalidad, ascendiéndola al firmamento en forma de constelación, la Osa Mayor. Dicen que como Tetis fue la nodriza de Hera, como diosa oceánica que era prohibió que jamás llegara, en esa forma, a bañarse en sus aguas, de ahí la posición circumpolar de la constelación, que siempre es visible en el hemisferio norte y nunca se oculta tras el horizonte oceánico.
Te pongo de esta ópera dos preciosos fragmentos, tal vez los más emotivos: el primero es un aria de Calisto, reconociendo a su amante y rindiéndole un amor incondicional, a pesar del engaño y su desgracia Y el segundo, un duetto con Zeus en el momento en que éste le muestra el lugar reservado para la eternidad de Calisto una vez que perezca en su forma actual de osa.
Y es que al final un dios es un dios, y por eso los arcadios remontan su genealogía a este mito, pues el fruto del vientre de Calisto se llamó Arcas.






7 de septiembre


Va a dar la sensación que no nos movemos, aunque avanzamos discretamente en el tiempo, ya que nuestro siguiente compositor también nació en Florencia. Pareciera que esto del origen de la ópera fuera una epidemia con epicentro en la bella ciudad toscana. Pero tampoco sería justo pensar que el creador de la ópera nacional francesa era un foráneo. Y eso a pesar de que en los momentos decisivos de definición del carácter genuino de dicha ópera fueran trascendentales dos figuras extranjeras: Gluck, bávaro de origen bohemio, que tras su reforma operística a finales del XVIII ayudó a relanzar la ópera seria francesa; y Meyerbeer, prusiano creador de la grand opera francesa, estilo que dominó los escenarios franceses durante todo el XIX, e influyó también en todo el ámbito europeo, debido sobre todo al gran atractivo cultural polarizador que ya comenzó a ser la capital, Paris.
Pero Lully, aunque nacido en lo que hoy es Italia, se mudó con sus padres cuando aun era un niño, a la edad de diez años. Comenzó como paje para ayudar en el perfeccionamiento del italiano de una dama de la corte francesa, a la vez que destacaba ya como bailarín e intérprete de violín.
Hábil cortesano, y también ambicioso, aprovechando la pasión peculiar de Luis XIV, que era la danza, fue escalando meteóricamente en su corte, alcanzando cada vez puestos más notables, hasta que en 1672 consiguió el de director de la Académie Royále de Musique, desde la que ejerció un absoluto monopolio de la composición operística, aplicado en el ámbito de toda la nación, quedando él solo como el exclusivo compositor de las mismas. Desde ese momento estrenó una ópera cada año, estableciendo los estrictos cánones para su composición, y creó un nuevo género, la tragédie lyrique, cuyas reglas permanecieron casi inamovibles durante un siglo, y que fueron por las que se rigieron todos los músicos de ese periodo para la composición de sus óperas.
Las características esenciales de su estilo fue el realce de la declamación mediante la música, con arias menos definidas que las italianas, con abundantes números de danzas, y gran boato y espectacularidad en la escena.
No por tener esa ambición aborrecible podemos menospreciar su obra: las quince óperas que compuso en ese periodo de dictadura creativa fueron rayanas en la perfección, lo cual también influyó en lo que se iba cociendo en otras cortes europeas. La mayor parte de ellas se basa en episodios mitológicos, y cualquiera hubiera venido al caso de nuestra parada, pero hay una con la que se podría establecer un paralelismo con su vida: Phaëton.
van Eyck; La caída de Faetón

Como ya te dije en el prólogo, los hombres inventan historias para enaltecer su linaje, y algo de ello hay en la desgraciada historia de Faetón. Él era hijo de Apolo y de la oceánide Clímene. Esta última se casó con Mérope, rey egipcio, según el libreto de la ópera, y a diferencia de la narración en Metamorfosis de Ovidio, que es un relato más simple. Faetón se enfada porque su igual, Épafo, hijo de Zeus e Ío, se burla de él por su ascendencia mortal. Debido a ello se dirige a su madre para hacerla declarar públicamente la verdadera paternidad de su hijo. No contento con ello, la madre lo remite a su propio padre, que reposa en las tierras del orto, más allá de la India, y a pesar de que el mismo Apolo, dios del Sol, así se lo confirma, Faetón le solicita un presente como muestra de veracidad. Apolo consiente, y Faetón pide poder ser por un día el auriga de la dorada cuadriga de su padre, que no es más que la alegoría del astro Sol.
Por supuesto, el argumento de la ópera se enmaraña gracias a la creación de lazos amorosos entre los personajes. Clímene es muy ambiciosa y quiere casar a su hijo con Libya, la hija de un enlace previo de Mérope, su marido, el rey, para que así se convierta en su sucesor. Pero ella está enamorada de su rival, Épafo, mientras que Faetón tiene a su incondicional amante, Theoné, a la cual rechazará a pesar de que la corresponde en su amor, instigado por su madre, y porque él también es ambicioso y antepone el prestigio al amor. Así que, al ser provocado por Épafo, termina visitando a su padre para que le confirme su ascendencia, y le pide como prueba que le deje manejar su cuadriga.
Hasta ahora la similitud entre Faetón y Lully, cuya desmesurada ambición les lleva hasta el rey Sol, Apolo o Luis XIV, para estar bajo sus auspicios, bajo el manto mismo del poder omnímodo. Uno quiere emular al Sol y el otro elevar su composición operística en la cúspide de la bóveda astral. Faetón, entonces, se ve incapaz de manejar los caballos áureos y la cuadriga empieza a zozobrar en el trayecto cóncavo del astro, abrasando inmensos terrenos, secando ríos y mares, y viéndose obligado Zeus, al final, a lanzar un rayo para derribar la cuadriga antes de que se pueda provocar un cataclismo, con la consiguiente caída y muerte de Faetón.
Lully también adoptó un comportamiento altivo y soberbio, no importándole los escándalos que protagonizaba continuamente por su probable bisexualidad, y que cada vez toleraban menos tanto su sempiterno libretista, Quinault, como el mismo rey, influenciado por el moralismo de su reciente nueva esposa, madame de Maintenon. Coincidió entonces que Lully era diabético y que la orquesta no se dirigía con batuta, sino con un báculo enorme con el que se iba golpeando el suelo para marcar el ritmo. En una de estas se propinó un baculazo en todo el pie, y las lesiones que se produjo, por culpa de su diabetes, se infectaron y le produjeron una gangrena de resultas de la cual perdió la vida.
Así pues, ese báculo dorado hizo la vez del rayo divino y acabó con la vanidad, la soberbia y la ambición de nuestro Faetón florentino.
De esta obra te pongo dos fragmentos, los cuales pertenecen a sendos divertimentos, momentos en que los héroes de la función ceden su protagonismo, y la declamación da paso a la danza, los ariosos y los coros, y se saca a relucir toda la maquinaria y efectos espectaculares para el deleite del público de la época. Primero, su famosa chacona, del tercer acto, danzada tal como debió serlo por el mismo Luis XIV en alguna representación, ya que gustaba de participar en alguna de ellas.



Y segundo, un momento de la primera escena del cuarto acto, cuando Faetón arriba a la morada solar de su padre Apolo. La canción es entonada por una Hora, de ahí el tic-tac percusivo del triángulo a su inicio.



Como la principal fuente por la que nos ha llegado el mito ha sido la de Las Metamorfosis de Ovidio, y siendo evidente que en esta historia no la ha habido, metamorfosis, quiero decir, debo referir que quien la padece son sus hermanas, llamadas Helíades, por ser hijas de Helios, las cuales, tras meses de llorar la pérdida de Faetón, mueven a lástima a los dioses, y las transforman en álamos junto a la ribera del río Erídano, y a sus lágrimas, en ámbar, perpetuándose su llanto cada otoño al desprenderse de su caducifolia vestimenta 

Ya decae la llama de este abatido Apolo,

que anochece los quedos estanques otoñizos

de tus ojos, de melosas aguas cobertizos,

panales cristalinos en que mi trova inmolo.

Pierden el brillo, y como helíades, quejumbrosos,

de ámbar lloroso acolchan el solemne ajarafe

de tu alma, con tierna hojarasca densa que enrafe

el sollozo otoñal de los álamos coposos.

Siento, como Faetón, desfallecer en la luz

mortecina de tu sol circunspecto y apagado

en que tu corazón metamorfosea apenado,

y resbalo de tus labios por el arcaduz.

Siento tu llanto de álamo, por Bóreas y Noto

zarandeado, y un alud de follaje emanante

anegando mi terráquea cárcava silente,

en la que desespero por tu tacto remoto.


 

Paul Reid; Las Helíades


9 de septiembre

Inglaterra no ha sido un lugar donde la ópera surgiera desde sus propias raíces, sino que más bien se estableció como un implante venido del extranjero. Mientras Italia y Francia daban sus pasos en el siglo XVII, en Inglaterra existía una importante tradición de mascaradas, esto es, obras teatrales dialogadas, de mayor o menor enjundia, en las que se intercalaban números musicales, cantados o instrumentales. Fue un siglo convulso, con la decapitación de un rey, Carlos I, y la instauración de una república puritana a cargo de Cromwell. Con sus claroscuros, no fue éste el mejor ambiente para que evolucionara la música hacia ese gran género que es la ópera, máxime cuando ese puritanismo obligó al cierre de muchos teatros por no ser este tipo de actividad bien vista a ojos de los pudibundos gobernantes.

Eneas se despide de Dido; Reni 1630


Sin embargo, con la restauración de la monarquía, afloraron nuevamente las actividades epicúreas, y surgió quizá la figura autóctona más importante del barroco inglés, Henry Purcell. Es en el campo de la música sacra, y de sus odas y  welcome songs, donde más fue celebrado. Pero también desarrolló, cómo no, una notable actividad en el género de la mascarada, y ello le sirvió para evolucionar su maestría hacia la composición de la más celebre ópera inglesa, Dido y Eneas. Aunque a primera vista no lo parezca, es un intento de creación de un estilo operístico autóctono (nacionalista sería mucho decir), pues legendaria o míticamente, la creación de Britannia fue obra de un biznieto de Eneas llamado Brutus, hijo del rey de Alba Longa, en el Lacio, desterrado a causa de su responsabilidad en la muerte accidental del mismo. Tal vez de ahí derive la antigua denominación de Inglaterra como Albión. De hecho, el libreto se basó en un principio en el propio drama del libretista, Nahum Tate, titulado Brutus de Alba.

Es una ópera singular, ya que es de corta duración, y de una notoria sencillez, pues fue compuesta para un internado de señoritas, de ahí que los papeles masculinos sean mínimos, ya que fueron papeles encomendados a personas ajenas a la institución, probablemente no profesionales. Sus influencias son claramente francesas, con profusión de danzas, recitativos declamados, aunque más próximos al estilo seco italiano que el francés, y unas arias semejantes a las francesas, aunque también con un regusto a madrigal, el cual fue importado de Italia un siglo antes y tuvo un posterior desarrollo autónomo y fructífero en Inglaterra.

Pero la temprana muerte de Purcell hizo que esta ópera fuera una simple isla en su producción. Escribió otras tres semióperas, pero no sólo la composición de óperas, sino también la posibilidad de haber establecido una escuela operística inglesa, se perdieron con él, y habría que esperar a que un extranjero, Haendel, arribara a aquellas tierras, para que un sajón elevara la ópera italiana a su más alta cumbre.

Y como una isla abordamos su tema mitológico, pues estrictamente no lo es, ya que fue creado, inventado, por un romano, en el siglo de oro de la literatura latina. Virgilio abrió la caja de los ancestros y se inventó la historia de la procedencia teucra de los antepasados de la futura gran nación que sería la romana, aprovechando que el héroe de la Iliada no tuviera un fin claro en el Ciclo Troyano, conjunto de libros desaparecidos, de los que sólo se conservan fragmentos o resúmenes, que dan continuidad a la obra de Homero. De esa manera, conecta con la mitología griega, al rescatar un personaje de Ilión para emular a ese otro viajero perdido que con su nombre designa a todos los perdidos en su camino a casa: Odiseo. Pues Eneas, aun siendo del otro bando, dejó su destruida patria y se embarcó en un viaje paralelo, esta vez por designio divino, para gestar una egregia estirpe que gobernaría el mundo. Su enemiga fue Juno, el alter ego romano de Hera, que sigue mostrando sus cualidades más mitológicas: el rencor y los celos. Siempre fue protectora de Cartago, y, como diosa, sabía que ese linaje generado por Eneas, con el tiempo, sería causa de destrucción de sus amados fenicios. Pero además se añade su rencor al pueblo troyano a causa de otro episodio mitológico reciente: el juicio de Paris. Este sería mono, pero muy pánfilo, pues la armó bien gorda. Ya sé que pensáis que fue por el rapto de Helena. Pero Eurípides ya nos cuenta en su tragedia que eso fue un engaño, que Helena permaneció casta (bueno, todo lo casta que la dejara Menelao) y pura en Egipto, y que Paris sólo se llevó una sombra, suficiente como para encapotar el futuro de Troya, pues además de quedar engañados los troyanos, así también lo fueron los aqueos. Todo esto fue una conspiración de Palas y Hera, celosas y dolidas, porque en el concurso de belleza divina que disputaron junto a Afrodita, Paris, el juez, dictaminó que ésta era la más bella. El asunto sobrevino tras una boda divina, entre Peleo y Tetis, en la que se olvidaron de invitar a Eride, la diosa de la Discordia, y cual Maléfica se plantó en la misma, despechada, y arrojó una manzana de oro advirtiendo que iba destinada a la más bella de las presentes. Las tres diosas presentes quisieron sobornar al ascético y casto pastor para obtener el título, pero el regalo que le ofreció Afrodita era desposar a la más bella mortal, Helena. Cayó en el embrollo y dio respuesta a la cuestión. Quizá éste fue el origen de la famosa pregunta trampa a la que nos someten con tanta habilidad todas las mujeres y de la que es tan difícil escapar, y cuya respuesta, sea la que sea, siempre será como abrir la caja de Pandora. El caso es que Juno, movida por el desaire, fue la principal instigadora de las dificultades de Eneas en su viaje augurado por Júpiter para fundar el pueblo romano.

En un momento dado, Juno provocó una tormenta para destruir la flota troyana cerca de las costas de Libia, con tan mala suerte que naufragó en sus costas, y allí Eneas conoció a la reina de Cartago, Dido. Como pasa en estos relatos, el amor es siempre más fuerte que cualquier cosa (ya lo dice una cantata), más aun si andan Afrodita y su hijo Eros cerca, inflamando corazones con sus travesuras. De este modo quedó el corazón de Dido, quien consiguió seducir a Eneas y ayuntarse amorosamente con él. Pero él tenía un designio más glorioso, por lo que Júpiter mandó a Mercurio a recordárselo, y de ese modo, finalmente, Eneas abandonó a su amante para cumplirlo. Ella, azorada y enardecida de deseo y amor, angustiada de desesperanza, se quitó la vida en las murallas inacabadas de su ciudad.

La ópera de Purcell transcurre en este momento, en el que inician las sospechas por parte de Dido de la próxima partida de Eneas. Su libretista, Tate, hace algunos cambios respecto al mito, e introduce en la narración una historia un tanto ocultista, con la aparición de unas hechiceras que acapararían todos los papeles divinos favorables y contrarios expresados en La Eneida, para provocar el mismo desenlace, la muerte de Dido. Así estimulan a Eneas en su afán de gloria para que quiera marcharse, transformándose una de ellas en Mercurio, a la vez que provocan la tormenta durante la cacería que obliga a Dido y Eneas a guarecerse en una cueva, donde nacerá su idilio. Pero antes de que este desenlace se produzca y Dido se suicide, ella nos regalará una de las más preciosas arias que se han escrito, un lamento, en la línea de los de Monteverdi y Cavalli.

Pero, previamente, escucha su obertura, preciosa, al estilo francés, con su pausado preludio inicial, su alegro fugado central, y la calma repetición del inicio.







8 de octubre

¡Si hay un personaje verdaderamente trágico dentro de la mitología griega, ese es, sin duda, Medea! Atendiendo a lo que es una tragedia en el ámbito heleno, su vida se ajusta a los cánones: situaciones extremas que acotan la existencia del protagonista dentro de los márgenes de la fatalidad e infortunio, con un resultado lamentable o desgraciado. Y a ello contribuye plenamente su personalidad, pues es Medea una mujer visceral, hosca e inexorable, pero al mismo tiempo es tremendamente apasionada, lo que hará que sus determinaciones siempre sean irreversibles y terminantes.

Su historia comienza en realidad con Jasón, otro personaje mitológico que se ve embarcado, nunca mejor dicho, en una empresa a la que le empuja el destino. Él es el heredero del trono de Yolco, ciudad situada en Tesalia, pero su tío Pelias ha usurpado el trono. Cuando va  a recuperarlo, su tío le convence, o según otras versiones lo engaña mediante una añagaza ante el temor que la implacable determinación de su sobrino lo deponga del gobierno, que ha de pasar una prueba que ha sido comunicada por los oráculos para que el destino de su pueblo no sea funesto. Se trata de calmar el espíritu de otro rey yólquida, Frixo, que, para no ser sacrificado, hubo de huir en los lomos de un carnero dorado. Al parecer, el vellocino de dicho carnero, y junto a él, su espíritu, yace en la copa de un árbol, una encina, custodiado por una serpiente colosal que nunca duerme, allende en la Cólquida, a los pies del Cáucaso, región gobernada por un rey llamado Eetes, de costumbres contumaces y recelosas.

Medea y Jasón, Waterhouse

Jasón prepara concienzudamente la expedición, y se le une lo más granado de la mitología mortal. Gente como Orfeo, Hércules, Teseo, Cástor y Póllux, y muchos más. La nave se llama Argos, de ahí el sobrenombre dado a los héroes de argonautas. Proceloso es el viaje, pero aun es más rigurosa la llegada y el trato del rey cólquide, pues desconfiando de los intereses de los arribados, impone unas severas tareas antes de permitirles acceder al vellocino de oro. Aquí intervienen los dioses, rogándole Hera a Afrodita que se acerque al lugar, acompañado de su hijo Eros, a clavarle un dardo enamorado a la hija del monarca, que no es otra que Medea. Desde ese momento Medea cae febricitantemente enamorada del apuesto extranjero, inflamando su corazón y enardeciendo su deseo, y se ofrece incondicionalmente a ayudarle a superar todas las pruebas, aprovechándose de sus conocimientos alquímicos y nigrománticos. Sin ella, la empresa se hubiera desbaratado, pero gracias a su contribución la expedición consigue arrebatar el vellocino a la serpiente que lo custodiaba, y en la huida, Medea tomó la determinación de ir tras los pasos de su enamorado.

Su padre, no contento, fue tras ellos en busca de venganza, pero Medea mató y mutiló a su hermanastro Apsirto, que lo acompañaba en el viaje, arrojando sus trozos poco a poco al mar, para retener la flota de su patria, ya que era mal presagio no dar sepultura a todo el cuerpo del fallecido, y con ello obligó a ralentizar su navegación para ir recuperando los restos que encontraban.

Llegados a Yolco con la misión cumplida, el rey Pelias se hizo el remolón y no accedió a entregar el trono, aquejando su extrema edad para concederlo. Aquí Medea urdió una astucia, engañando a las hijas de rey, que la tenían por maga prodigiosa, la cual les mostró cómo descuartizaba un carnero viejo y lo cocía en una olla hirviendo, con objeto de rejuvenecerlo, sacándose de la chistera otro carnero joven con el que jugó a despistarlas, confundirlas y convencerlas, Presto se dirigieron las hijas a por su padre, incitadas por la inhalación de pócimas elaboradas por Medea, acuchillándolo primero para luego descuartizar y cocer en una marmita su cuerpo, de lo cual lo único que surgió fue el asesinato del padre y la locura de las hijas.

La muerte de Pelias por sus hijas, Georges Moreau de Tours

Tal fue el impacto trágico de la muerte del rey, a lo que se unía la fama fraticida de Medea, que el pueblo y los familiares del usurpador se pusieron en contra de ella y Jasón, y tuvieron que salir por piernas de Yolco, siendo acogidos en Corinto.

Aquí Creonte, su rey, ve una buena opción de casamiento del héroe con su hija Creusa, a lo cual no echan cuentas ninguno de los tres de la afrenta que están provocando en la humillada Medea, que posee el tálamo y los juramentos esponsales de Jasón. Aquí comienza la tragedia en música de Marc Antoine Charpentier, al igual que la tragedia de Eurípides, en la que se inspira. Extrañamente no es un antecedente inspirador Las metamorfosis de Ovidio, ya que estas apenan nombran el episodio, siendo una fuente más importante del mito las …..de Apolodoro.

La trama ronda la desesperación y la venganza de Medea ante la afrenta del abandono y despreocupación de Jasón por Medea y sus propios hijos. Ella no está dispuesta a ceder amablemente a los gustos amorosos de su esposa Creusa, la hija del rey Creonte, y como bruja y perspicaz que es, pergeña los ardides mediante los cuales irá asesinando a su rival y a su padre, y finalmente lastimará terriblemente a Jasón matando a su vez a sus propios hijos tenidos con él. Todo ello mediante un perfilado dramático y musical del personaje soberbios, en que no sólo la rabia y la venganza están contenidas, sino también la duda, la desesperación y el despecho.

Esta espectacular ópera no tuvo una gran acogida, ya que se encontró su estreno con la oposición de los lullistas, los seguideros del plenipotenciario músico creador del drama en música, y eso que ya llevaba Lully varios años muertos. Pero había una lucha enconizada entre los sectores conservadores y afrancesados y los modernistas e italianizantes, y, paradójicamente, un italiano como Lully era el abanderado francés, y un francés como Charpentier era considerado el epónimo de la italianización.

Medea furiosa, Delacroix
En realidad, la ópera era todo lo francesa que podía ser, y aún más, pues al respeto de todos los dogmas establecidos por Lully en su composición, como era la preponderancia de la letra sobre el canto, con el exquisito gusto declamatorio francés, sumaba los números musicales danzables, los air de cour, o sea, las arias estróficas basadas en danzas típicas del país, el gran derroche escénico, la instrumentación a cinco partes; todo, todo lo tenía. Pero además perfeccionado, mediante una más sólida e imaginativa armonización. Es posible que sus detractores ni escucharan la representación, pues así de enconados han sido siempre, históricamente, los enfrentamientos de los conceptos musicales. En lo único que se basaban era en el pasado de Charpentier, en el que viajó a Italia, como casi todos los compositores de la época, a empaparse de la música de su cuna. Charpentier tuvo como maestro en Italia a Giacomo Carissimi, y es cierto que ejerció un fuerte influjo italianizante en la música sacra que compuso, que era a lo que prácticamente se podía dedicar, estando copados los puestos de superintendente de la música de cámara del rey y de director de la Academia Real de Música por Delalande y Lully, respectivamente.

Sin embargo, pudo compaginar la realización de pequeños trabajos escénicos para cortes nobiliarias más modestas como la de Mme de Guise, así como, previamente, hacer incursiones en comedias-ballets en colaboración con Moliere, una vez que este hubo roto las relaciones con Lully.

Pero el gran salto al parnaso francés lo dio al ser nombrado maestro del Delfín, y probablemente es lo que le permitió insertar su única ópera completa en el mismo núcleo ortodoxo del drama musical de Lully. A pesar de no ser exitoso su estreno por lo antedicho, los monarcas y la familia real quedó muy satisfecha con el resultado obtenido por Charpentier., acudiendo a varias de sus representaciones. Pero pronto, como pasaba a la gran mayoría de las obras musicales de esta época, caería en olvido, y no se reencontraría con la viveza de la interpretación musical hasta mediados del siglo XX.

Hoy te traigo tres números. En el primero se representa un divertimento de los que gustaban colocar al final de acto, para descanso de la solemnidad declamatoria previa y para dar contento a los espectadores ávidos de espectáculo, como lo era el mismo monarca Luis XIV. En estos divertimentos se mezclaban danzas, y corales y airs de cours que también llevaban la esencia de dichas danzas en sus pentagramas. En este caso se celebra la unión de las fuerzas coríntias y argivas, prontas a arrostrar el belicismo de las de Yolco, a cargo de Acasto, el hijo del asesinado rey Pelio.


Aquí se siguen dos números a cargo del mismo director y de la misma orquesta, lo cual no está nada mal, teniendo en cuenta que no había habido sino una reposición moderna en los años 50, y William Christie, nuestro director, produce dos montajes en pocos años. Y es que este director, y su orquesta, Les Arts Florisants, fundada en 1976 han realizado una misión de recuperación y divulgación de la ópera francesa barroca enteramente encomiable, hasta el punto que es naturalizado francés y ha recibido las mayores distinciones honoríficas del país galo: americano barroco en París, podría ser la película.

Así, ahora toca el turno a una bonita aria que se despega un tanto del encorsetamiento francés, tal vez por influjo madrigalesco, que conforma una lamentación de sus desgracias, provocadas por la traición de Jasón.


En este último corte, el bonito número del duetto de los dos amantes, Jasón y Creúsa, cuando ésta está agonizando tras ser enpozoñada por la túnica que le regalara previamente Medea, y que preludia prontamente un inesperado y contrastante final, en el que se anuncia lacónicamente la muerte de los dos hijos tenidos con Jasón y su huida en una cuádriga tirada por uncidas serpientes.


13 de octubre

“Fondling,” she saith, “since I have hemm’d thee here
Within the circuit of this ivory pale,
I’ll be a park, and thou shalt be my deer;
Feed where thou wilt, on mountain or in dale:       
  Graze on my lips, and if those hills be dry,
  Stray lower, where the pleasant fountains lie.
 
“Within this limit is relief enough,
Sweet bottom grass and high delightful plain,       
Round rising hillocks, brakes obscure and rough,
To shelter thee from tempest and from rain:
  Then be my deer, since I am such a park,          
  No dog shall rouse thee, though a thousand bark.”
 
 
“Mi bien”, dijo ella, “ya que aquí cercado te tengo
en los límites de esta ebúrnea empalizada,
yo seré tu hato, tú mi cervatillo;
pace donde gustes, montaña o vaguada:
pasta en mis labios, y si yermas colinas te parecen,
merodea más abajo, donde las placenteras fuentes yacen.
 
Harto mitigador te será este aprisco,
de plácida y tierna yerba, delectante aljarafe,
de cernidas lomas ovales, y sotos oscuros y densos,
cobijos de lluvias y tempestades:
sé, pues, mi cervatillo, ya que yo soy tal hato,
que ningún lebrel te atosigará, aunque mil te ladraren”.

 

Shakespeare, 1593

 

Ahora se ha puesto de moda el término empoderada para referirse a la mujer que gobierna sus designios, como algo nuevo y nunca alcanzado. Habría que comenzar advirtiendo de su uso inadecuado, pues para que un individuo esté empoderado, ha debido ser porque alguien se lo ha permitido, ya que es un verbo transitivo. Y en este caso, parece que la mujer obtiene la libertad o el poder porque alguien, que no puede ser sino el hombre, se lo ha dado. Sin embargo, el término que habría de usarse, a fuer de parecer manido y anticuado, no se emplea, y no es otro que emancipación. Semánticamente tiene dos ventajas: la primera, que puede usarse como reflexivo; la segunda, que no precisa de otro para conseguir la libertad.

Pero hoy tratamos de un personaje que no necesitó ni empoderarse ni emanciparse, pues se trata de una mujer que nació libre y poderosa, y que, quizá, debido a la ausencia de complejos, explotó su femineidad y su sexualidad sin ningún tipo de amedrentamiento. No como ahora, que hay a quien parece que hay que ahogarlas, femineidad y sexualidad, o dirigirlas hacia la homosexualidad, para juzgar que se está ante una mujer plena y libre.

Hablo de Afrodita. Y también habla de ella al comienzo de esta entrada Shakespeare. En este caso, del mito de Venus y Adonis, de cómo una mujer toma la iniciativa en la seducción y de cómo el hombre es el casto, el huraño al sexo, al deleite sensual.

Sé que Shakespeare no es barroco, ni que, quizá, sea la fuente de inspiración para nuestra obra de hoy, pero sí refleja los influjos hedonistas que ha tenido este mito en la historia del arte.

Puede que este poema narrativo no sea el reflejo fidedigno del mito, pero tampoco el mito es uniforme según la fuente a la que se consulte. Siempre se menciona su narración en Las Metamorfosis de Ovidio como la referencia inspiradora para los episodios operísticos o literarios. Pero el hecho es que Ovidio sólo se detiene en los antecedentes y en el desenlace, siendo el idilio entre Venus y Adonis citado de pasada, si es que así lo queremos entender, porque tampoco éste se explicita claramente. Así pues, Shakespeare, en esta su primera obra publicada, lo que hace es desarrollar el idilio, utilizando un lenguaje muy sensual y hedonista, como no podría ser de otra manera ¿O tal vez sí? A veces tendemos a pensar que las costumbres represoras están ceñidas a unas épocas determinadas, pero el caso es que siempre ha habido adalides que con su comportamiento u obra rompedores, con su inconformismo o rebeldía, han plantado la semilla de lo que ahora podríamos considerar progresismo. Shakespeare así lo demuestra. Sin embargo, Ovidio, en una época de supuesta mayor liviandad moral, se muestra muy conservador y decoroso, y se explaya en el antecedente del mito.

Cencreide, esposa de Cíniras, rey de los asirios, se jactó de la belleza de su hija Mirra, según Ovidio, Esmirna según Higino y Apolodoro, etiquetándola de, incluso, superior a la de Afrodita. Ésta, indignada, llena de rabia, incubó en el corazón de Mirra, para escarmiento de su madre, por mediación de su hijo Eros, un amor nefando por su padre. Su nodriza evitó que se suicidara ante el suplicio de la joven de no poder evitar ese deseo prohibido, y le facilitó el encuentro con su padre, sin que éste lo supiera, aprovechándose del engaño y de la oscuridad nocturna. Cuando el padre descubrió la trama, trata de matar a su hija, la cual huye a ocultarse, avergonzada, al bosque. Allí se percata de que se encuentra en cinta de su padre. En este momento, Afrodita, compadecida de ella, para protegerla de la venganza paterna, la transforma en un árbol, la mirra, cuyo tronco, al cortarlo, exuda una resina aromática, conocida como las lágrimas de Esmirna.

Ferraschini; El nacimiento de Adonis

Ya convertida en árbol, parió a su hijo, Adonis, el cual fue entregado por Afrodita, para criarlo, a Perséfone, la reina del Tártaro. Ya desde pequeño sorprendía por su belleza, y provocó que se enamoraran de él, desde ya jovencito, tanto su nodriza como su tutora. Se ve que Afrodita, en su crimen, llevó su penitencia, pues vagaba por los parajes mitológicos aturdida, turbada, como poseída, inflamada de pasión y deseo por Adonis, quien sufrió una temprana muerte para desconsuelo de la diosa. Dicen que Ares, celoso por el poco caso que le hacía Afrodita y el abandono en que había sumido a su propio idilio, instigó o poseyó a un terrible jabalí, que atacó y mató a Adonis en una cacería.

En el poema de Shakespeare, este  nos presenta a Adonis y Afrodita como desconocidos, y describe su primer encuentro y el embelesamiento de la diosa. En este caso, nos muestra un Adonis huraño, esquivo, renuente a enamorarse, demostrando tan sólo gusto y deleite por la rústica vida campesina y por la agreste pasión por la cacería. Y el hecho es que Venus no consigue satisfacer su enardecida pasión, a pesar de los ofrecimientos que le hace al bello Adonis, como queda reflejado en las dos sexta rimas del encabezamiento.

Tiziano; Venus y Adonis

No es el caso de nuestra obra de hoy. Alessandro Scarlatti era, hasta hace poco, un gran desconocido para el público en general, tal vez aliviada esa ignorancia por ser el padre del gran Doménico, famoso por su extenso catálogo de sonatas para clave. Pero en su época, fue mucho más famoso que su hijo, que se refugió en la aislada corte española. Y ha sido también una figura primordial en la evolución y desarrollo de la ópera, como te paso ahora a reseñar.

Habíamos dejado la ópera en Italia con su origen en Florencia y su paso posterior a Roma y Venecia. Pero fue su transformación en Nápoles la que más éxito alcanzó, y también la que más influyó en su encumbramiento en el barroco. Y el gran protagonista y la gran figura del momento fue Alessandro Scarlatti. Prácticamente fue él quien ideó la famosa aria da capo, que es la pieza básica de la ópera barroca en su época florida. Es un aria con estructura ABA, repitiendo el tema del inicio al final. Eran arias plegadas al virtuosismo, y a la tiranía de los cantantes, lo cual fue el sustento del deleite del público y de la esclavitud de los compositores, que fueron los primeros en sufrir ese vicio que hoy conocemos como divismo. También fue el creador de la estructura de la ópera, en que se alternaban recitados secos, en los que se desarrollaba la acción, con las mencionadas arias, que eran unos descansillos en los que los personajes expresaban sus cuitas y sus pasiones. Pero a pesar de todo este éxito y toda esta influencia, y aunque escribió más de cien óperas y más de seiscientas cantatas, Scarlatti sigue siendo un compositor por descubrir hoy día, aun teniendo en cuenta el florecimiento de la interpretación de la música barroca en estos momentos. Por eso, se hace difícil encontrar una ópera suya con temática mitológica. Como, además, mi intención es invitarte a un viaje que yo conozca, las óperas que tengo son de temática bíblica o literaria renacentista y no las podré emplear.

Así que aprovecho, y te presento otro género relacionado: la serenata o pastoral. No son estríctamente sinónimos, lo que sucede es que las pastorales suelen ser serenatas. Como adivinarás, se llaman así por ambientarse en paisajes campesinos bucólicos, al igual que la literatura galante que las cultivó, y se usaban para solacio cortesano en palacetes, casonas, jardines, o cualquier estancia propicia para el disfrute aristocrático de la música. Así que las diferencias con la ópera son evidentes: un considerable menor número de intérpretes, orquestas reducidas, prácticamente de cámara, sencillez en la representación, sin maquinaria ni efectos grandilocuentes, y, por supuesto, historias amables, galantes y felices. De este modo, Il giardino d'Amore emplea la parte más amable del mito, la del idilio, con la pareja ya entregada al amor y a la pasión, sin el trágico final de la muerte de Adonis.

La orquesta se reduce prácticamente a la cuerda y al bajo contínuo, aunque a veces se añaden instrumentos con intención expresiva, como es la flauta dulce para aportar a la música el ambiente onomatopéyico del canto del ruiseñor.



 

Piu non m'alletta e piace
il vago Usignoletto
che di ramo in ramo
dolce cantando va.
Non piu fra queste selve
godo seguir le belve
da que Ciprigna mia
mi tolse al sen la pace,
al cor la libertá.

 

Ya no me alegra ni me agrada
el errante ruiseñor
que de rama en rama
va en dulce canto.
No más entre estos bosques
disfruto siguiendo a las bestias,
desde que mi Ciprigena
hurtó la paz a mi mente,
al corazón la libertad.


Si antes el aria fue interpretada por una soprano en el papel de Adonis, en la siguiente es una contralto la que lo hace como Venus, y no es de extrañar que la voz más aguda sea para el pastor, un muchachillo sin experiencia, entre otras cosas porque se había abstenido de tratar con mujeres porque le había llegado a sus oídos un oráculo según el cual moriría a causa del amor. Para Venus se usa una voz más grave, más augusta, como corresponde a una poderosa diosa.


Care selve, amati orrori,
rispondete per pietá,
e comosse al mio martoro
quel bell' idolo ch'adoro
dite, oh Dio, dov'e, che fá?

Queridos bosques, amados horrores,
responded por piedad,
ese que me martiriza,
ese hermoso ídolo que adoro,
di, oh Dios, ¿dónde está, qué hace?

 

Por último, un duetto, que además es el final feliz de la obra, para solaz de los invitados


Vieni, vola, soave contento
e ritorna la pace del cor,
muta in gioia gli affanni ch'io sento,
in diletto la pena, il dolor

Ven, vuela, suave contento,
y retorna la paz al corazón,
muta en alegría los afanes que siento,
en deleite la pena, el dolor. 
 

 

Hay que añadir, respecto a Scarlatti, que fue también el creador de la obertura italiana, que entonces se llamaba sinfonia, haciendo alusión a su carácter instrumental. Será el embrión de la futura sinfonía en cuanto se desligue e independice de la ópera, y que aún en ella no tenía sino un carácter de diversión para ir atrayendo la atención de los espectadores al comienzo del espectáculo. Tenía una estructura dividida en tres movimientos, y aunque su ingente obra da para muchas variaciones en dicha estructura, esta constaba básicamente de un número inicial alegre y concertado, con la aparición de algún instrumento solista, uno segundo cantabile y lento, y otro final rápido y danzable, y a veces fugado. La sinfonia de esta obra da la casualidad que exibe todas esas características.


Evidentemente, ésta no es la única versión del mito. Aprovecho para mostrarte otros estilos musicales y otros planteamientos narrativos para ahondar en este mito.

Así como de la obra previa de Scarlatti no sabemos ni el año exacto de su estreno, entre 1700 y 1705 posiblemente, ni el lugar del mismo, con Nápoles o Roma como ciudades más probables, de la siguiente sí conocemos curiosos datos.

Después de la decapitación de Carlos I en 1649, Inglaterra vivió una época de completo puritanismo debido a la sobriedad y clericalismo protestante de la república de Cromwell, en la que sufrió, entre otros avatares, el cierre de los teatros. Como suelen suceder en estos espurios regímenes que comienzan con el loable objetivo de la libertad del pueblo, lo que parecía iba a ser un íncipit de verdadera democracia pronto se tornó en dictadura, en la que al menos reinó, valga la palabra, la cordura al no aceptar Oliverio Cromwell la corona, lo que lo hubiera terminado por convertir en un retorcido usurpador. Lo que no pudo evitar es que su hijo heredara su cargo de Lord Protector, con lo que al final obteníamos el mismo resultado que el que se da en el comunismo actual, el de la monarquía proletaria. No tuvo este vástago, no obstante, la capacidad y la grandeza de su padre, por lo que en dos años fue depuesto y la corona restaurada, en la testa de Carlos II, hijo del anterior monarca.

Y como, curiósamente, las épocas parecen alternarse en la historia, a una de tristeza y sobriedad suele suceder otra de festejo y desmesura, al menos en lo que respecta a las altas instancias. Así, Carlos II devolvió el boato debido a su corte e intentó emular el refinamiento y pomposidad que poseía la de su primo Luis XIV. De este modo favoreció las artes, incluida la música, que es la materia que nos ocupa. Pero nuestro monarca debió ser más ramplón que el francés, y en parte quizá influyera ésto en no poder implantar en Inglaterra un genero operístico genuino. Y es que Carlos II, hecho su oído a las mascaradas inglesas, en las que los números musicados se intercalaban entre los hablados o declamados, no aguantaba mucho tiempo escuchando contínuamente música, motivo por el cuál, los primeros intentos de óperas tuvieron que contar con el inexcusable atributo de la brevedad.

El principal compositor de la corte, nacido el mismo año de la decapitación de Carlos I, era John Blow, mentor y amigo del más famoso, y ya citado, Henry Purcell, con el que seguramente departiría temas musicales, influyéndose mútuamente, por lo que el estilo de ambos va a ser muy parecido, amén de que ello se favorecería, indudáblemente, por estar impregnados de la misma experiencia musical folclórica o popular. Al igual que Purcell, Blow destacó en la composición de himnos religiosos y odas festivas y conmemorativas, por lo que la ópera fue marginal en su catálogo. Tan es así, que sólo se conoce una, Venus & Adonis, a la cual él mismo catalogó como "A Masque for the entertainment of the King".

Pero el rey influyó de otro modo en el descalabro de la creación de una ópera nacional, debido a su comportamiento frívolo y libertino, que le acarreó el sobrenombre de "El Alegre Monarca". Son innumerables las amantes que disfrutó, de todo rango y condición, desde duquesas a plebeyas, o condesas y actrices, con las que tuvo una copiosa descendencia. Sin embargo, con su cónyuge, Catalina de Braganza, no concibió ningún vástago que heredara la corona, con lo que el reino pasó sucesivamente a herederos en línea indirecta (hermano primero, James II, sobrinas hijas de éste después, María II y Ana I), condenando a la dinastís de los Estuardo a estar supeditada a reyes extranjeros, los cónyuges de las reinas, y más tarde a la desaparición, debido también a una especie de maldición por la que ninguno de ellos tuvo descendencia, por lo que finalmente la corona pasó a manos de un sajón, Jorge I, quien traería sus propias ideas en lo que respecta a la música. Pero eso te lo contaré más adelante.

Mary "Moll" Davis; Lely


Blow no solo tuvo que plegarse a las limitaciones musicales de Carlos II, sino también a sus caprichos amatorios, a la hora de componer su ópera. Y es que el papel de Venus lo encarnó una amante actriz del rey, la famosa Mary "Moll" Davis, y el de Eros su hija(trae bemoles el nombre) Lady Mary Tudor. Casi ná. De esta manera, la tragedia francesa queda reducida de un prólogo y 5 actos a otra descafeinada de prólogo y 3 actos, de los cuales, el segundo, es prácticamente un divertimento para coro, danzas y lucimiento de ambas féminas, para mayor gloria de la líbido real. La carga dramática de la obra, pues, es baja, y nos informa de una relación consumada y del desenlace del mito. Por tanto, no sabemos cómo se conocen los amantes, pero sí que lo son. Y, al contrario que el resto de versiones, es Venus quien anima a Adonis a participar en la cacería del jabalí que finalmente le causaría la muerte, mientras que él preferiría, en una especie de exhibición masoquista, las pesadas cadenas del amor y el sufrimiento de la melancolía antes que los libres, dulces y gratis deleites venusinos.

El último acto es el más dramático, pues es el que escenifica la muerte de Adonis. Pero probablemente su concepción también fue superficial, pues lo que pretendía, casi seguro, era insertar un número indispensable en todas las composiciones teatrales del momento, como ya te expliqué a propósito de Monteverdi: la inclusión del número del lamento de la heroína. A pesar de todo, y como pasará en muchas ocasiones a lo largo de la historia de la ópera, la música alcanza unas cotas de belleza extraordinarias en la pluma insuflada de Blow, lo que dignificará una acción a menuda insulsa y embrollada. Debido a su brevedad, como la de la ópera entera, es el fragmento que hoy te brindo.


Contrastando con la versión de Blow, te hablo a continuación de otra a cargo del compositor francés Henry Desmarest. Fue, cómo no, otra víctima del monopolio y de la autocracia musical de Lully, pero al menos la muerte de éste le pilló con 26 años de edad, lo que le habría permitido desarrollar una actividad prácticamente normal en la Academia Real de Música, lo cual suponía poder estrenar y dar audiencia a sus óperas. De hecho, llevaba 4 dramas líricos estrenados justo antes de la obra que nos ocupa.

Corría 1696 cuando Desmarest enviudó, y no sabemos si por influjo de la obra en que se sumió, o si fue más bien consecuencia, entabló relaciones con una señorita de 18 años, Marie_Marguerite de Saint Gobert, hija del médico personal de un poderoso noble de la localidad de Senlis, a la que daba clases de canto desde antes de fallecer su esposa. A su padre no le hizo ninguna gracia, no sabemos si por la diferencia de edad de la pareja (Desmarest tenía el doble de años) o tal vez por la mala reputación del músico. La cuestión es que el padre puso todos los obstáculos posibles, encerrando incluso a Marie-Marguerite en un convento al enterarse de su embarazo, e interpuso una denuncia contra el músico por seducción y secuestro. Aun así, le dio tiempo a componer la obra que nos ocupa, y a tomar la decisión más inteligente en ese momento, la de raptar a su amada y fugarse. Tuvo ocasión, a pesar de todo, de componer otra obra más, que también sería estrenada en la Academia Real de Música. Pero, aun sin su presencia, el juicio en su contra se celebró, y resultó condenado, estableciéndose la condena capital de muerte en la horca. Debido a su ausencia, y a que habría temas más importantes por los que ajusticiar a una persona, la sentencia se ejecutó mediante el ahorcamiento de una efigie del músico.

Tan apresurada fue su marcha, que tuvo que dejar una obra inacaba, que más tarde sería completada por otro gran compositor, André Campra, y estrenada en Paris en 1704. A partir de entonces sufrió un exilio que le llevó a Bruselas, Madrid y Nancy (entonces no estaba bajo jurisdicción francesa). Luis XIV no le dispensó el perdón, y tuvo que esperar a bien entrado el reinado de Luis XV para que el parlamento levantara las condenas y poder formalizar su contrato matrimonial. Al menos demostró ser un amor firme, pues estuvo casado con su Marie-Marguerite hasta que enviudó de ella 7 años más tarde de dicho perdón.

Fuera casualidad o inspiración, su Venus y Adonis se favoreció de su composición en la tormenta del idilio amoroso entre ambos, lo cual se refleja en el lirismo de sus duettos en la ópera.



Me hubiera gustado haberte mostrado el primero insertado en su escena, pero me tengo que ceñir a las limitaciones de los archivos que puedo rescatar en la red, lo cual no es fácil pues es otro compositor aun hoy día marginal, redimido del olvido gracias a la gran labor recuperadora de unas buenas orquestas especializadas en la interpretación barroca y de unos inquietos musicólogos.

En este caso, el libretista, el gran poeta Jean-Baptiste Rousseau idea una tragedia con ciertas innovaciones en el relato. Adonis no es un bucólico pastorcillo, sino el monarca de una ciudad-estado, condenado por Diana a no conocer el amor. Y crea un personaje determinante en la acción y en la tragedia: Cidippe. Es una cortesana enamorada de Adonis, y el despecho y los celos por el amor correspondido que le tributa Venus, son desencadenantes de la venganza que orquesta gracias al auxilio de Marte, amante de la diosa de la belleza, y su hermana Bellone.

Desmarest construye una partitura muy bella, con unas pinceladas muy descriptivas de los caracteres de los personajes, gracias a su dominio vocal, pues fue cantante en la corte francesa, en la que entró como paje de la Capilla Real, a que tuvo un contacto muy directo con Lully, participando en los coros de sus óperas, y a que conoció muy de cerca las posibilidades sonoras de las dos orquestas de la corte, las mejores de su época. 

Como muestra de su maestría, escucha este Pasacalle que representa el regreso de Venus desde Pafos, adonde se había dirigido para asistir a unos festivales que se celebraban en su honor, y cuando aún no era conocedora del fatal desenlace de su obra. En él, Desmarest despliega una música de una tierna delicadeza, que parece barruntar el trágico desenlace.






El pasacalle es una danza muy parecida a la chacona, cuyo ejemplo hemos podido escuchar en la ópera previa de Lully. Tan parecida que hay quien dice que son iguales. Ambas se basan en un bajo ostinato, es decir, un armazón con los instrumentos bajos que se repite contínuamente a lo largo de varios compases, y sobre el que se desarrollan las distintas variaciones encargadas a los instrumentos agudos. La diferencia, según unos, es que el pasacalle suele ser de ritmo más lento y de tonalidad menor, dando un aire más triste y sombrío a su música. Pero lo cierto es que las lindes entre ambas danzas son tan difusas, que es difícil establecer siempre esta diferenciación.

Para acabar, te pongo un aria de Venus, posterior al pasacalle anterior, y previo al final de la obra, en que canta con añoranza y contenida alegría su esperado próximo encuentro con Adonis, cuando aun no sabe que ha muerto, e igualmente, en su aire melancólico, parece anticipar el fatal desenlace. No es difícil imaginar a Desmarest componiéndola teniendo en mente, y en su alcoba, tan tierna musa canora cual fuera Marie-Marguerite.

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El final no puede estar diseñado más a propósito de una tragedia: Cidippe se suicida ante Venus, con lo que además de acabar con su propio sufrimiento, anuncia a la diosa el suyo eterno, pues es inmortal. De lo que no es consciente Cidippe es de la tremenda imaginación de los mitógrafos, pues Higino, en sus fábulas, ya nos descubre que Adonis es uno de los poco mortales que ha regresado de los infiernos, rescatado por su amada Afrodita, aunque con las condiciones que te referiré cuando te hable de otra ópera, Proserpina.


Hay dos factores que probablemente influyeron en la escasa difusión e influencia de la ópera francesa en el resto de Europa. De una parte, su casi exclusiva representación en la corte real, debido al monopolio y abuso de poder ejercido por Lully, con la anuencia real, y que le permitía prohibir cualquier representación operística en toda Francia si no tenía su consentimiento. De otro lado, y derivado un poco de lo anterior, era una ópera elitista que no debía conquistar el gusto del público, sino sólo complacer al monarca y al círculo aristocrático que lo rodeaba. Sin embargo, la ópera italiana era todo lo contrario. Existían múltiples teatros, muy variopintos, y un público heterogéneo que había que conquistar. Tampoco había impedimento para que cualquier genio incipiente pudiera florecer, al existir tantos teatros y tantas cortes deseosas de disfrutar del género de moda. Esto hizo proliferar músicos, compositores e intérpretes, que una vez saciadas las expectativas locales, se desparramaron por toda Europa, inundando con su música y con su estilo toda la creación autóctona allí donde se asentaban.

En Alemania destacó, musicalmente, la ciudad de Hamburgo, que fue caldo de cultivo para sembrar esta influencia por un estilo de música tan sensual y popular. No en vano, era una ciudad estado independiente, de una floreciente burguesía, deseosa de disfrutar de esos placeres vedados que hasta entonces sólo pertenecían a los nobles. Así fue como se inauguró allí el primer teatro de ópera público fuera de las lindes italianas. Y la figura que más destacó fue la de Reinhard Keiser.

Aunque nacido en la localidad de Teuchern, en la actual Alta Sajonia, la típica vida errabunda de los músicos de la época lo llevó a aprender su oficio a Leipzig, con los mismos maestros que tendría Bach, y, primordialmente para su desarrollo estilístico, a la corte del duque de Brunswick-Wolfenbüttel, donde conoció a Johann Sigismund Kusser, que aparte de seguir afianzando sus conocimientos, le sirvió de influencia directa del gusto francés, ya que este maestro suyo fue a su vez alumno de Lully. Esto determinó considerablemente su propio estilo, lo cual se nota en su ópera Der geliebte Adonis, El amado Adonis, en el que se mezclan características del temperamento francés, de la audacia italiana y del folclore alemán.

Cuando en 1697 se instala en Hamburgo y estrena la ópera que nos ocupa, era aún un compositor bisoño, que sólo había representado dos previamente, una en la corte antedicha, y la otra, aun viviendo en la misma, en el Gänsemarktoper de Hamburgo, probablemente por recomendación de su mentor Kusser, quien hacía poco tiempo se había trasladado hasta la ciudad hanseática. El resultado, como suele acontecer en los inicios, es una obra ecléctica, impregnada de los tres acentos antes referidos, en la que, por influencia italiana, abundan las arias da capo, específicas y naturales de la ópera napolitana, creadas y afamadas por Alessandro Scarlatti, y que gracias a la generosa orquesta de que disponía, las facturó en toda la variedad que la instrumentación que disponía le permitía. Así, arias acompañadas de bajo contínuo o de orquesta, acompañadas de instrumento solista y tutti, o un par de ellos, para la melodía y para el bajo.






El mito que nos narra el libreto es más congruente con el ideado por Ovidio, en que Adonis es un sencillo pastor del que se enamora Venus perdidamente. Pero para incrementar los elementos dramáticos introduce otros personajes, que justificaran un poco el desarrollo de la trama, pero que también le darán un carácter peculiar a la obra, ya que son personajes sencillos, mundanos, que dan un cierto regusto popular a la pieza, y que la hace conectar más con el público. Dos de ellos son pastoras que también se enamoran de Adonis, una de ellas de un modo desprendido, pero en la otra anidarán los celos, los reproches y los deseos de revancha, que son los que le servirán de acicate para que incite a Marte a que tome sañuda venganza a sus propios celos por el enamoramiento de Venus de un mortal, y provocará, mediante la caza del fiero jabalí, que éste le agreda para matarlo. Hay también otros dos personajes masculinos en la obra, uno de ellos que será pretendiente enamorado de la pastorcilla altruista, y otro que servirá de contrapunto en la obra, al emitir siempre comentarios reflexivos en contra del ciego amor. Lo peculiar de este personaje mundano es que Keiser siempre lo presenta mediante arias estróficas con un sabor popular alemán, cuyo acento recuerda mucho a las arias de las cantatas profanas de Bach y de Telemann.


Para la influencia francesa te pongo esta escena en la que Venus se rebaja a departir y filosofar sobre el amor con las dos humildes mortales, las ramplonas pastoras. Es una sucesión de danzas, ritornelos y pequeñas arias al estilo de los divertimentos operísticos franceses. Consigue así un punto novedoso en el drama, que es mezclar los dos niveles de narración que se desarrollan en la obra.


Al final de la composición, Keiser hace referencia a un último aspecto del mito, relacionado con el tema del libro de Ovidio: la metamorfosis. El hilo conductor de esta especie de biblia de la mitología griega es el de la conversión de los personajes en distintos fenómenos o elementos de la naturaleza y, por extensión, del universo. Es, por un lado, explicación del surgimiento de los mismos, y, por otro, una conexión de cada objeto con la teogonía que gesta la existencia.

En este caso relaciona el amor de Adonis y Venus con el surgimiento de varias flores, ya que las lágrimas de ella se convierten en anémonas y la sangre de él en adonis. Pero, además, Zeus hace brotar del cadáver de Adonis un rosal, que sería la manera poética de poder la diosa rescatar a su amado del infierno y concederle la inmortalidad.

Sin embargo, al haber sido tratado el tema por otros autores, hay quien recurre a alguna otra metáfora para dar otra perspectiva a dicha metamorfosis. En nuestro país, tanto Lope de Vega como Calderón de la Barca hicieron su versión del mito, y la de este último sirvió, o, más bien, era el libreto, para una ópera española. Él coloca al moribundo Adonis sobre un lecho de rosas blancas, a las cuales tornará rojas el rociado de su sangre vertida, de ahí el barroco y bello título de la obra: La púrpura de la rosa.

En España, la presencia de la ópera es prácticamente anecdótica si nos atenemos estrictamente a la semántica de la palabra, ya que en nuestro país surgió un nuevo género lírico muy distintivo: la zarzuela. Pero si tenemos en cuenta que la ópera no era igual en todos los países, podríamos consentir en que la zarzuela es nuestra ópera. Al igual que la mascarada inglesa, o la posterior singspiel alemana, cuyos más excelsos logros fueron El cazador furtivo de Weber y La flauta mágica de Mozart, nuestra zarzuela combinaba los fragmentos musicales, cantados y corales, y los instrumentales, con fragmentos dialogados, que serían los correspondientes a los italianos recitativos. En su gestación tomaron parte, como libretistas, Lope de Vega y Calderón de la Barca, y una pléyade de músicos de los que hemos perdido, desgraciadamente, sus pentagramas, y el nombre del género surgiría, con el paso del tiempo, por el hecho de haberse concebido los espectáculos para ser representados en el palacio de la Zarzuela, ya que por aquel entonces las obras fueron etiquetadas de otra forma, como églogas, pastorales o piscatorias.

Sin embargo, es cierto que la obra que nos ocupa sí ha de tildarse como ópera, pues fue un intento consciente de emular el teatro lírico europeo, puesto que su origen se remonta a los festejos engendrados para la celebración de los esponsales de Luis XIV con Maria Teresa de Austria, hija de Felipe IV, en 1659, como colofón de concordia, tras la Paz de los Pirineos, de la guerra sufrida entre ambos países por más de treinta años. Y era una orgullosa contención hispánica a las influencias culturales externas por parte del ancestral enemigo, pues la corte francesa pensaba incluir en la celebración una ópera según sus gustos dominantes en aquella época. No se trataba aún del drama lírico lulliano, pues por aquel entonces el primer ministro francés era un advenedizo italiano, el Cardenal Mazarino, que sucedió al gran Cardenal Richelieu por recomendación de éste. Indudablemente, sus gustos eran italianos, y por ello se trajo a Francia, como principal músico de la corte, al compositor Cavalli, a quien se debe el honor de haber realizado la primera ópera en suelo francés. Frente a ello, el hijo del valido del monarca español, Gaspar de Haro, personaje extravagante y libertino que, seguramente, por alguna suerte de nepotismo, era el encargado de montar este tipo de espectáculos en el Palacio de la Zarzuela o en la Casona del Buen Retiro, confabuló a Calderón de la Barca y a Miguel de Hidalgo, auténtico preboste de la composición musical en la corte española, para la confección de dicha ópera.

La ópera tuvo gran éxito y se usó nuevamente como parte de los festejos para la boda de Carlos II y María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV, en el año de 1680, en una réplica de alianza francohispana, esta vez tras el tratado de Nimega. El libreto seguía siendo de Calderón de la Barca y la música de Hidalgo. Habrá que esperar a 1701 para ver una nueva reposición de la obra, pero esta vez con dos peculiaridades. La primera, que el compositor será otro, Tomás de Torrejón y Velasco, y que la ópera será representada en Lima, por lo que asume el gran honor de ser la primera compuesta y representada en América.

El motivo estuvo de nuevo relacionado con los borbones. Sirvió como acto de celebración del decimoctavo cumpleaños del recién coronado monarca español Felipe V y el primer aniversario de su reinado. La producción corrió a cargo de Virrey del Perú, quizá un poco receloso por halagar una casa tradicionalmente enfrentada con la que él siempre había defendido y apoyado, la de los Habsburgos. Y posiblemente también por eso, y por la distancia con la metrópolis, el retraso de un año en la celebración de la coronación.

En cualquier caso, la música no desmerece a la de Hidalgo, en parte porque el tradicionalismo español no permitió que evolucionara mucho, guardando mucho el sabor tanto de la zarzuela como de la ópera española, basada en los estilos favoritos del gusto español, como eran las tonadas, las seguidillas, las coplas, las canciones estróficas, y, cómo no, las jácaras.


La jácara era una canción característica de los ambientes de germanías, copados de chulos y prostitutas. Era una danza viva, sensual, abierta a letras procaces, de gran éxito entre el público de la más baja estofa. Pero como ocurre en muchas ocasiones, esta música, tratada por compositores de gran gusto y elegancia, sufre una transformación que la hace apetecible tanto al pueblo como a las clases elitistas. Y su ascendencia indecorosa la hace adecuada para representar escenas de gran sensualidad o de pretensiones voluptuosas, como podría ser el amor atrevido y lúbrico entre Venus y Adonis. Cumple además, en esta obra, una función alegórica, en lo que pretendía que fueran las relaciones matrimoniales que se celebraban, de las cuales se esperaba una fructífera fecundidad, que en el caso de Carlos II fue completamente ineficaz.

La ópera cumplió otra función alegórica, de la que si participaba nuestra obra comentada, que era la de anteponer las buenas relaciones entre España y Francia, representada por el amor entre Venus y Adonis, a la guerra, personificada en los celos de Marte y en la implicación vengativa de su hermana Bellona.


LAMENTO DE ADONIS

Vacía fenece la  purpúrea tarde

en un roto crepúsculo huero y vano,

que bajo arreboles vahídos arde,

ufana por mohíno sol que en ébano

quiebra de la esquiva brisa el lamento,

y ríe proclamando mi tormento.

 

Es ahora que tú me faltas cuando rea

mi alma detentas, viendo en la celeste

seda del firmamento cómo flamea

tu divina gracia, que como veste

la porta y recrea el postrado semblante

de tus devotos, hueste cierta y amante.

 

No creas desdén el rigor de mi vida

pasada, ni presunción el trato hosco

que mi yerro no te hace de mí asida;

perdóname, por tí me desembosco,

muto de azor a cordero en tu aprisco,

y olvida que alguna vez te fui arisco.





27 de octubre

Llegamos ahora a la señera figura de Georg Friedrich Händel, la cima, en opinión de muchos, de la ópera barroca, pues fue el mayor exponente de la misma, triunfando a través del estilo más divulgado, el italiano. Pero antes de tratar su mundo operístico, vamos a hacer escala cronológicamente en los primeros momentos de su carrera y en el primer género que le ayudó a afianzarse como gran artista.

Fue un niño prodigio, con gran habilidad para la interpretación al teclado y al violín, pero su padre, cirujano, no veía con buenos ojos las veleidades musicales de su hijo, por lo que intentó encauzarlo hacia la muy socorrida profesión de abogado. Pero como sucede en estos casos, el genio desborda todos los diques y compuertas, y un hecho azaroso le permitió lucir sus habilidades ante un aristócrata, el Duque de Sajonia-Wiessenfels, lo cual fue suficiente para convencer al padre para que al menos dejara a su hijo simultanear el aprendizaje musical con el legal.

Debido a su origen sajón, y cumplido un año de trabajo como organista de su ciudad natal, Halle, que compaginó con estudios superiores en su universidad, sus pasos lo encaminaron, lógicamente, al centro musical germano por excelencia de la época, que no era otro que Hamburgo, donde comenzó a trabajar como músico en la orquesta de su ópera. Allí conoció a compositores importantes de la escena como Mathesson y Keiser, y también de música religiosa, como Graupner, y le permitió dar sus primeros pasos compositivos dentro del género.

Pero como ya comenzaba a ser una tradición, cualquier músico que se preciara y que pretendiera triunfar, debía peregrinar a la cuna del arte de Euterpe y Melpóneme, que no era otra que Italia.

Se cree que por invitación de los Médici viajó a Florencia en 1706. Pero una vez en Italia anduvo vagando por sus distintas capitales, pasando un importante intervalo de tiempo en Roma, residencia de los Papas. Esto condicionó su actividad, pues al depender la celebración de actividades lúdicas del consentimiento de los Estados Pontificios, estos lo concedían dependiendo de la catadura moral de la obra y del carácter del papa gobernante. Históricamente, se habían comportado de una manera errática en cuanto a su tolerancia, pasando de papas que desaprobaban completamente la ópera por sus temas impúdicos y pocos edificantes, a otros, como Clemente IX, que fue amigo de Calderón de la Barca, y que llegó a ser libretista de óperas, debiéndose a su puño y letra el libreto de la ópera más importante del siglo XVII en Roma, cual fue el drama religioso San Alessio de Stefano Landi. Es cierto que dicha tolerancia pasaba por que las historias fueran edificantes y con mensajes moralistas, Esta dificultad para la celebración de óperas favoreció la aparición y el desarrollo de un nuevo género: la cantata de cámara.

En un principio, una cantata simplemente era una obra musical cantada, en contraposición a la sonata, que era instrumental. Pero poco a poco fue dejando su denominación a un  nuevo estilo de composición cantada, con un pequeño apoyo de músicos, tanto en la parte instrumental como en la coral, que solía contar con uno o dos solistas, sin aparato escénico, ideal para ser representada en pequeñas cortes y palacios ante un público distinguido, que a su vez actuaba como mecenas. Así fue como Scarlatti se convirtió en el principal propulsor, siendo su más distinguida y frecuente cliente la abdicada reina Cristina de Suecia. Él le dio su estructura básica, consistente, en el tipo modelo, en una sucesión doble de recitativos y arias, del estilo da capo, a veces precedida por una sonata u obertura.

Como es lógico, y teniendo en cuenta la cantidad ingente que produjo, compuso muchas cantatas que serían excepciones a este modelo, guardando siempre el carácter de pequeño formato.

Cuando llegó Haendel a Italia, el papa había prohibido la representación de óperas en Roma, con lo que se prestó, bajo el auspicio y protección, paradójicamente, de dos cardenales, Ottoboni y Pamphili, a componer cantatas para sus círculos de amistades, interviniendo incluso ellos en la elaboración de algunos libretos. Es cierto que compuso alguna ópera, pero estas se representaron en Venecia y Florencia. Lo que si destacó en su labor italiana fue el número de cantatas compuestas, que sumaron más de 80.

Apolo y Dafne representa su culmen en este género y un punto y aparte en la obra de Haendel. No se sabe exactamente cuando se compuso y para qué evento. Pero sí se sabe que tuvo que crearla entre el final de su estancia en Italia y su regreso a Alemania, lo que se deduce del uso de dos tipos de papel distintos en los autógrafos de la cantata, cuyo origen se conoce por las marcas de agua que presentan. Uno de ellos lo adquirió en Venecia y el otro en Hannover, ciudad de su siguiente trabajo. En Alemania la cantata de cámara no gozaba del favor del público, por lo que la carrera de haendel se fue decantando hacia la ópera, no volviendo a tratar este género.

Apolo y Dafne es un obra peculiar, a medio camino entre cantata y serenata, debido a su gran duración, sobrepasando el número de pares de recitado-arias habituales. Y el elenco también era inusual, combinando soprano y bajo, y resultando uno de los papeles más dúctiles y bellos del repertorio creados para esta última tesitura.

La trama se basa en un capítulo de Metamorfosis de Ovidio, del cual difiere en algunos aspectos. En el mito, Apolo se ufana de su victoria sobre el monstruo Pitón, al que asaeteó en Delfos. Así, reclamó su oráculo para sí e instauró unos juegos llamados Píticos, en que los jóvenes vencedores en las disciplinas de boxeo, atletismo o carrera de carros obtenían el galardón de una corona de hojas de encina, pues el laurel no existía, y el mismo Apolo se adornaba con cualquier corona de hojas de otros árboles.

Apolo, entonces, se vanagloria de ser mejor arquero que el mismo Cupido en su presenciay enfadado por la jactancia del dios Sol, lo castiga lanzándole un dardo de oro para que se enamore de la ninfa Dafne. Y a esta, a su vez, la hiere con uno de plomo, que produce el efecto contrario, por lo que desdeña cualquier muestra de amor. La narración describe la huida de ella a los requerimientos de amor de Apolo, en quien nada influyen todos los piropos que le dedica, ni todo el inventario de sus meritos: dios de la medicina, de la música, auriga del mismo sol, patrón de la poesía y del augurio. Ella, viéndose acorralada, pide ayuda a su padre Peneo, divinidad fluvial, el cual, afligido por la desesperación de su hija, la transforma en laurel. Apolo ve frustrados sus anhelos al notar la ruda corteza en que se ha convertido la sedosa piel de su amada, y como tributo a su desesperación, proclama que todo vencedor, a partir de entonces, será distinguido con una corona de laurel.


En la cantata, el personaje de Cupido no aparece, y el enamoramiento de Apolo parece espontáneo. Sin embargo, la renuencia de Dafne a enamorarse se debe a que está consagrada al culto de la hermana de Apolo, Diana, o Artemisa, que impone la castidad entre sus sacerdotisas. Además, y como es lógico, a diferencia del relato de Ovidio, Dafne sí dialoga para rechazar los requiebros del Dios. Y al final, no implora ayuda y la metamorfosis parece espontánea. Pero en aquel entonces las élites aristocráticas estaban familiarizadas con todos estos relatos míticos, por lo que ciertos aspectos dramáticos podían ser obviados por el bien del desarrollo fluido de la pequeña obra.

A considerar esta cantata como una pequeña ópera contribuye el hecho de que fuera antecedida por una obertura al estilo italiano, la cual se ha perdido, y es por lo que se recurre a otras obras de Haendel para sustituirla. Yo te traigo esta exquisita versión, que llevo más de 30 años escuchándola y no me harto de su belleza. Esta vez te pongo la obra completa, porque es muy asequible, y en su corta duración puedes ver lo que es el diseño de la ópera napolitana: sinfonía y números sucesivos de recitados secos y arias. Disfrútala.

 


 


Oh, mi Dafne, enternécete a mí,

yo que soy tu ardiente sol,

la música en tus labios,

la salud de tus quebrantos,

quien adivina las cuitas de tu corazón,

el hontanar de la poesía de tu alma.

 

Oh, amor, enternécete de mi,

yo que, sin ti, yerro en sombras,

soy lira sin cuerdas,

naturaleza moribunda y funesta,

desorientado espectro,

el triste silencio de las palabras calladas.

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