Gijón
Me despierta la cantinela agreste
del grisáceo y azaroso Cantábrico,
portador de estandarte celtibérico
en los nevados festones de su veste.
Embravecido con la sonora hueste
de tormentas, venció terrón famélico
hasta erigirse urbano Muro al bélico
asedio, desde Elogio al sol santo este.
Trae sones, como obsesiva clepsidra,
de Antillas y desgarrados carbones,
depositados en su malecón.
Turge el océano de sal la sidra
al tumbarse exhausto en los farallones
del marino hemirruedo de Gijón.
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