Las puertas del delirio
A pesar de haber disfrutado de
una infancia feliz, nada ni nadie nos libra de haber padecido nuestros pequeños
y particulares traumas, nuestra diminuta galería de horrores. Uno que me viene
a la mente ahora trata de un asunto que, creo yo, era compartido por otros
niños de mi época, e incluso por más de un adulto. Consistía en el temor, con
visos de certeza, a que se iba a volver a repetir una guerra en cuanto que
Franco muriera. No sé si respondía a una propaganda subliminal del régimen,
para que llegado el momento del deceso del caudillo no tuviéramos la tentación
de descarriarnos del camino trazado tan cuidadosamente por la dictadura, o si,
simplemente, no era más que el recelo transmitido por nuestros mayores a recaer
en un nuevo enfrentamiento civil una vez que desapareciese la férrea mano del
dictador.
En mi caso, acuciaba además el
hecho de que se refiriesen hechos desafortunados familiares, como la muerte de
mis dos abuelos como consecuencia de la guerra civil, de tal modo que yo no
podía evitar espantarme, sobre todo en las noches desveladas, al pensar en una
existencia sometida al miedo a bombardeos, a la angustiosa necesidad de
esconderte para que no te encontraran los desalmados de uno u otro bando.
Como todos los traumas, los vas
enterrando conforme vas creciendo y otros eventos van apagando en tu mente esos
insensatos terrores, sobre todo cuando vas comprobando que no se cumplen los
funestos presagios que temías. Pero como cualquier trastorno psicológico,
siempre estará vigil a que cualquier suceso nos lo reviva y nos provoque un
impune y nuevo atormentamiento. Para que ocurra esto no hay mejor manera que
recurrir a una terapia de recreación de la situación temida, y con la mejoría
de los efectos especiales, qué mejor que una buena película que sepa
transmitirte el suficiente grado de subjetividad como para incrustarte
artificiosamente en el mismo centro de tu terror.
Una de las películas que más
capaz ha sido de recrearme esa sensación angustiosa y claustrofóbica de
encontrarte acorralado por el horror de una guerra fue La guerra de los mundos, aunque mi primer contacto no fue a través
del visionado de la antigua película, casi de serie B, de 1953, que es el día
de hoy y ni me acuerdo de ella. Fue a través de una especie de banda sonora o,
más bien, ópera rock, debida a un compositor de musicales prácticamente
desconocido llamado Jeff Wayne. En el disco intercalaba música con pasajes
leídos del libro de H.G.Wells, y el hecho de escucharlo componiendo las
estampas en base a tu imaginación, no dejaba de despertar un sentimiento
perturbador, supongo que similar al que debieron sentir los estadounidenses que
escucharon el programa radiofónico de 1938, protagonizado por Orson Wells, con
tanto viso de realismo, que sembró el pánico en parte de la población, que
pensó que se trataba de una situación real. Tal vez contribuyó a ello, por un
lado, el auge y el temor al nazismo, en su apogeo, y que en breve sí
desencadenaría una situación de pánico mundial y real; y, por otro, el que se
eligiese la fecha de la festividad de Halloween para su emisión.
Ya más recientemente, en 2005, se
realizó una nueva película, protagonizada por Tom Cruise, que tuvo notable
éxito, y que a mí me gustó bastante, porque aprovechaba un guion ya contrastado
con un uso mesurado y eficiente de efectos especiales, que conseguían meterte
en la piel y en el sentir del protagonista. En resumen, mostraba la impotencia
de una sociedad vanidosa y engreída por vivir en una realidad de privilegio,
con tan altas cotas de perfección, que vive convencida de que es imposible que
nada pueda suceder para destruirla. Todo se viene abajo cuando comienzan a
aparecer, diseminadas por todo el mundo, unas máquinas infernales,
extraterrestres, con un inquietante parecido mecánico a dinosaurios, letales a
la vez que literalmente voraces, y ante las que la tecnología y el ejército más
avanzados de nuestro planeta no son capaces de infringir el más mínimo daño. La
película es una continua huida en busca de salvación por parte del protagonista
ante la imposibilidad de enfrentarse cara a cara con el invasor, y contemplamos
escenas que nos deberían ser familiares, por los continuos conflictos de los
que somos testigos, eso sí, por televisión, cómodamente sentados en nuestros
sofás, de multitud de gentes en éxodo, abandonándolo todo, huyendo sin orden ni
esperanza. Pero también hay otras escenas que mueven a espanto, como cuando el
protagonista con su hija se guarece en el sótano de una casa, para ocultarse y
descansar, cuando, de repente, el pánico se desata en ellos al sufrir un
registro inesperado por parte de los extraterrestres, que lleva al personaje incluso
a matar a su huésped, pues estaba poniéndolos en riesgo de ser descubiertos.
Ya sé que esto puede mover a
chanza a cualquier lector, pero es increíble que, aun así, a veces nos conmueve
e impresiona más un efecto visual de una película que la realidad misma, por
muy cruda que ésta se presente.
Haciendo un poco de espoiler, al
final surge la esperanza tras comprobar que los alienígenas, como los indígenas
de América, empiezan a sucumbir por el contacto con microorganismos de la
Tierra, frente a los cuales no presentaban defensas. Un compendio de lo que nos
sucede hoy día: pandemia y guerra.
LA
DESIDIA
Todo esto me lo ha rememorado el
surgimiento del actual conflicto de Ucrania, que me ha despertado, como a mucha
más gente, esos sentimientos de miedo y rabia frente a una guerra injusta. Ante
esto, ya sé que se han levantado voces, pocas, que nos echan un poco en cara
nuestra hipocresía, como si no hubiese ya o hubiera habido innúmeras guerras en
los últimos años. Es cierto que se ha alegado la proximidad y el siglo en el
que vivimos para justificar esa actitud, pero yo creo que es algo más profundo.
En España hemos tenido el
privilegio de vivir casi medio siglo, lo que va de democracia, sin guerras, 83
años si contamos desde la finalización de nuestra sacrílega guerra civil, y si
exceptuamos la participación en algunas misiones bélicas por parte de pequeños
destacamentos de nuestro ejército, que, en cualquier caso, con la denostación y
desprecio que actualmente sufren por parte de una sociedad, más que pacifista,
papanatas y mojigata, no deja de ser más que, en opinión de ella, unos cuantos
fanáticos y nostálgicos de la violencia los que allá irán y, si mueren, seguro
que no es uno de los nuestros, de los de nuestras sagradas convicciones.. Así
pues, lo más cerca que tuvimos una guerra fue en los años noventa del siglo
pasado en Yugoslavia, pero ahí estaban bien definidos los contendientes, su
incapacidad para dañarnos y lo susceptible que era el conflicto de ser apañado
por la moderna Roma, o sea, Washington.
Es verdad que ha habido otros
conflictos que nos han salpicado algo, también a la conciencia, como los
desarrollados en Irak, en los países afectados por la llamada Primavera árabe
y, más recientemente, en Siria, sin contar con el conflicto continuo de Palestina.
Pero hay una serie de aspectos que los diferencia, desde nuestra perspectiva y
desde nuestra conciencia.
EL MIEDO Y LA EMPATÍA
La primera es la proximidad. Y no
me refiero a proximidad geográfica. Hablo de proximidad social. Ucrania es un
país que se ha debatido en los últimos tiempos en una azarosa determinación por
conseguir vivir en libertad y democracia, que es un aspecto que seguramente
también anhelaría conseguir gran parte de la población rusa. Lo malo para esta
última es que sigue viviendo bajo los designios de un nuevo dictador, mientras
que Ucrania vio la luz tras su desgajamiento de la antigua URSS, y pretende
igualarse al resto de Europa, uno de cuyos pasos es estrechar lazos
precisamente con ella. Porque su modo de vida es similar: ordenamiento
jurídico, costumbres, cultura…. Y es una de las cosas que más nos espanta,
porque al ver su sufrimiento actual nosotros mismos nos vemos en su situación,
contemplando cómo de repente esa ilusión de completar unos estudios, ahorrar
para hacer un viaje, casarte, comprarte una casa nueva, ahorrar para comprarte
un coche, de repente, todo, se viene abajo, y tu mayor preocupación es
sobrevivir. Hacer colas para obtener comida, conseguir un refugio seguro que te
proteja de las bombas, no tener un día aciago en que te cruzas con un individuo
igual que tú y que resulta ser tu enemigo y te dispara a bocajarro en el
entrecejo. Me conmovió especialmente, en los primeros días de invasión, una
entrevista realizada en un programa de televisión con una nativa, conectada
mediante videollamada desde su casa. La habitación permanecía en penumbra,
iluminada por alguna vela o algún foco de luz de escasa potencia, sin luz
natural, al tener cerrados los postigos o las persianas de la vivienda para no
ser descubierta ni ser objetivo de bombardeo. Y mientras contestaba las
preguntas del presentador en un civilizado y esperanzador castellano, pues el
conocimiento de nuestra lengua formaría parte de sus ganas de mejorar su futuro
con lo que ella pensara que pudiera ser un mejor porvenir, no podía evitar, o
al menos disumular, una expresión de pavor, con la exasperada prominencia de
sus órbitas, que hundían los párpados en un pozo de desesperación y daba la
sensación de saltarles de un momento a otro, con sus comisuras labiales
contraídas y descendidas, y con un rictus de inseguridad y espanto, enmarcado
todo ello por su demacrado rostro por el probable insomnio, el miedo y la
escasa alimentación. Me recordó la escena de la película, y me agobió de tal
modo que tuve que cambiar el canal. Por tanto, lo primero, una enorme empatía.
LA SOLIDARIDAD
Lo segundo, quizá, la
indefensión. A mí siempre me ha podido esto: siempre he ido, a priori, con el
que lleva las de perder. En las retransmisiones deportivas, voy con el débil. Y yo creo que nos pasa a
todos. Contemplar cómo se va organizando un ejército pletórico, exultante de
carros de combate y de aviones, y, de la noche a la mañana, sin motivo,
comienza a hostigarte, a destruirte, a masacrarte, sin justificación, pues
volvemos a lo primero. Es una cuestión de no pararle los pies a este nuevo
sátrapa para que cualquier día haga esto mismo en nuestra casa. Ha habido
personas, y sectores políticos de nuestro país, que sí creen ver motivos.
Aducen, primeramente, que si hay una agresión por parte de la OTAN, al querer
expandir sus fronteras hasta la misma sombra de sus fronteras. Aunque, para
ello, lo primero que hay que hacer es demonizar a la OTAN, acusándola de ser el
instrumento del neoimperialismo del neoliberalismo burgués. Sandeces. No es más
que la herramienta que nos da seguridad, que nos permite vivir tal como lo
hacemos, con esta sociedad papanatas y crédula, que debe pensar que Europa es
rica porque sí, porque es un maná del que surge la abundancia y que es injusto
no dejar que todos los pueblos de la tierra se acerquen a él para nutrirse de
su opulencia. Se podría discutir qué nos ha hecho llegar a este nivel de
riqueza en Europa, pero hay que saber que uno de los factores ha sido
construir, tras siglos de conflictos, una sociedad eminentemente laica, con una
burguesía asentada y abundante, que ha permitido el afloramiento de unas reglas
de juego que permiten, con sus defectos, que el chiringuito no se venga abajo.
La justicia con el resto del mundo, más pobre, y del que en muchas ocasiones se
ha aprovechado Europa, no es permitir que todo el mundo venga aquí para
demacrarnos extrayendo nuestra última gota de savia, sino ir progresivamente
exportando el sistema hacia otros rincones. Eso es lo que intentaba con Ucrania
no sólo Europa, sino también ella misma, y es lo que no se puede conseguir en
otros países, y es lo que también cambia nuestra actitud en los diferentes
conflictos. Ucrania tiene una sociedad estructurada en la que puede brotar la
democracia. Al mundo, árabe, por ejemplo, todavía le debe faltar seis siglos
más de conflictos internos sociales y religiosos para que por fin permee en él
la democracia. De ahí los continuos conflictos en Libia, Líbano, Irak,
Afganistán, con sus atavismos tribales, que impiden que progresen una vez que
los desunces del yugo de la tiranía.
La OTAN es, pues, un sistema que
nos permite cierta seguridad para resguardar esta semilla tan valiosa que es la
libertad, la justicia y la democracia. Pero aun así, el otro argumento es el de
la intromisión en lo que era, en cualquier caso, un enfrentamiento doméstico,
pues se trata de dos pueblos hermanos, que han tenido, si no una historia
común, sí muy confluyente. Y pudiera ser. De hecho, yo creo que la gran
esperanza de Europa habría sido el atraer hacia nosotros a la misma Rusia, pues
es una cultura afín a la nuestra, y en la que podría prender la semilla de la
democracia. El problema es que no ha sido así. Vuelven a padecer un sistema
político que a Putin gusta de llamar democrático, pero que no lo es en
absoluto, y no hay más que ver las medidas que ha tomado en el conflicto al que
ni siquiera llama guerra: represión, manipulación, censura…. Y podrían seguir
estos mismos políticos españoles alegando que la manipulación es nuestra. Pero
es el mismo Putin, con sus contradicciones, quien definitivamente inclina la
balanza de la verdad en su contra. Al principio eran unas maniobras y no iba a
pasar nada; inmediatamente después, una invasión. El crucero se ha hundido
sólo; al día siguiente, bombardeo masivo de escarmiento. Vamos a desnazificar
ucrania, y el presidente resulta ser judío. Nadie me ataca y evacuo a miles de
niños del Dombás insurgente para protegerlos, y crear la opinión en su país de
sufrir una agresión por parte de Ucrania, y de ahí la invasión ¿Con qué
ejercito iba a invadir Ucrania a Rusia? Si iban a desnazificar ellos, ¿por qué
ahora dicen que la OTAN los iba a invadir? La demencia y el populismo en estado
puro. Pero, bien, dejémoslo en un asunto entre pueblos hermanos: ¿a un hermano
se masacra de semejante manera?¿se le amenaza con el uso de armas nucleares?
En fin, está claro. Aquí hay un
país que quiere salir del pozo de la tiranía y otro que se encuentra atrapado y
cegado en él.
LA FATALIDAD
Finalmente, como tercer aspecto,
el de la injusticia. En esto sí nos podríamos llevar las manos a la cabeza por
nuestra hipocresía. Se cita mucho la guerra de Irak para intentar hacernos ver
que no hay diferencias, que las dos guerras son injustas. Lo que realmente la
guerra manifiesta es crueldad. Pero hay veces que no te queda más remedio que
recurrir a ella, sobre todo si la razón y la justicia está de tu lado. A todos
se nos pueden hinchar los carrillos criticando a Bush y a Aznar, y, en cierto
modo, no les falta la razón, sobre todo una vez que no parece demostrarse que
hubiera armas de destrucción masiva, y que también pudieran influir factores
geoestratégicos (que también son los que permiten a los críticos vivir bien y
en libertad en esta nuestra sociedad tirana precisamente para ejercer su
derecho a la crítica), pero se olvidan que ellos mismos escupían diatribas
contra el dictador Sadam Hussein. Solamente por el logro de quitarlo de en
medio, ya deberían estar satisfechos. Pero culpar a occidente de la incapacidad
de los mismos irakíes de organizarse y vivir en paz….No hay más que ver lo que
ha pasado en Afganistán en cuanto el último soldado occidental dejó de pisar suelo
árabe: la crítica ahora es que los abandonábamos. Habría que ser un poco
coherentes.
EL CINISMO
El problema de estos sectores que
no ven esta guerra como un conflicto entre el bien y el mal, es que no
consideran al régimen ruso injusto. Tal vez uno de los motivos es que han sido
apoyados previamente por él. Quizá eso explique que pensamientos tan dispares
encuentren justificación a la ofensa y a la agresión rusa subsecuente. No
olvidemos, por ejemplo, en el conflicto independentista catalán, no sólo el
apoyo de Rusia a sus escaramuzas, sino
también el lisonjeo que mantuvieron entre sí para despreciar nuestra democracia
y convivencia hispana. Podemos sumar a los nacionalistas de toda jaez, desde
húngaros y polacos hasta nuestros radicales denominados de derechas, pues ven
una afirmación de un yo cultural, patriótico y excluyente que ellos mismos
explotan. Pero conformarse en pensar que el problema del influjo o intromisión
de Rusia en Europa viene a través de la identificación ideológica del sistema
de Putin con la ultraderecha, es falaz y pernicioso para encontrar la raíz del
problema de la injerencia rusa en nuestra sociedad occidental.
Los apoyos y alianzas se basan en
muchos y diversos factores, muchas veces impregnados de cinismo, como lo fue la
alianza que protagonizaron en el comienzo de la 2ª Guerra Mundial la Alemania
nazi y la Rusia estalinista, para dejarse las manos libres para hipotecar el
resto de Europa, y que supuso la invasión de Polonia por los alemanes y la de
Finlandia por la Unión Soviética. Y erramos en nuestras etiquetaciones si no
entendemos que todas las oligarquías, tiranías y dictaduras son de la misma
estofa.
Mismamente, considerar al propio
régimen ruso como de ultraderecha resulta una afirmación desorientante. Putin
ha establecido un sistema pseudodemocrático, con poderes omnímodos acuñados en
su persona, de intenso matiz nacionalista, de un patriotismo aglutinador, en el
que incorpora tanto la gloria expansiva del zarismo como el imperialismo
comunista europeo fijado tras el telón de acero. Por eso añora aquella estado
de privilegio de Rusia dominando medio mundo mediante reyezuelos proletarios
que cercenaban hasta la libertad de los ciudadanos para poder escapar a sus
tentáculos.
Y es por ello por lo que no le
importa estrechar lazos con la China comunista, aunque de comunista sólo le
queda la maquinaria de opresión de libertades, pues tras el doble fracaso económico
de Mao Tse-Tung, la primera de las cuales provocó la gran hambruna con treinta
millones de muertos tras el fallido plan denominado El gran salto adelante, y que provocó un primer intento de reactivación
económica liberal en los años 60, de manos del renovador Deng Xiaoping, la cual
fue reprimida y represaliada por la Revolución cultural promovida por un celoso
Mao, después de la muerte del dictador fundador del comunismo chino, se volvió
a la senda del abandono de la producción soviética a un impostado y lucrativo
sistema capitalista, que hace convivir la extrema pobreza con los mayores
ricachones del planeta.
Y es este fundamento engañoso de
reverdecimiento de lazos comunistas en el que encuentran desahogo formaciones
patrias como Podemos o Sumar, en los que seguramente encontrarán apoyos. Los
caminos de la política son tortuosos, pero siempre dejan un hediondo rastro de
desvergüenza. Rusia no solo se apoya en añoranzas comunistas, sino en construcciones
de bloques antagónicos, y, por tanto, ayada y espolea a todo aquel que es
enemigo de sus enemigos. Y los enemigos de Estados Unidos y del mundo
occidental, claro está, lo forman un batiburrillo de ideologías entre las que
se encuentran el rancio comunismo de Cuba, el neosocialismo bolivariano de
Venezuela y el islamismo integrista y beligerante(si es que existe otro) de
Irán. Todo esto nos lleva a entender cómo postulados de la ultraderecha
encarnados en Orban, Robert Fico o Salvini en cuanto al conflicto ucranio,
coincidan con los de la ultraizquierda española. Esto es lo que los hace feroces
reprensores del régimen israelí en el conflicto de Gaza, y tibios
justificadores del malestar ruso con la abusiva provocación de la OTAN al amenazar
veleidosamente su seguridad por el apoyo a los esbozos ucranios de democracia.
Y eso también nos haría comprender cómo la financiación iraní del canal de
televisión de Pablo Iglesias y la timorata respuesta a las agresiones sexistas
del régimen de los ayatollahs son compatibles con el empacho feminista
ideologizado con que nos atiborran. A pesar de su coincidencia, es lógico que
no reconozcan su alineamiento con la ultraderecha, porque todos los
extremismos, que son negacionistas por naturaleza (antiloquesea) hallan su
razón de ser en la oposición al radicalismo del supuesto signo contrario. Lo
mismo que la ultraderecha precisa de ese antagonismo, pues no olvidemos que
todos los movimientos fascistas fueron una reacción al comunismo: fascismo
italiano, nazismo y falangismo. Todos de una pasmosa similitud a su opuesto
según expongo en esta otra entrada mía, Semejanzas y disimilitudes, y de los cuales la ultraizquierda
actual les está usurpando el carácter que esencialmente los distinguía: el
nacionalismo. Pues su mayor conflicto radica en que ambos radicalismos pescan
en el mismo caladero de populismo.
Esto hace que en nuestro país,
Bloque Gallego, Bildu y Esquerra Republicana de Cataluña, todos de izquierdas,
que deberían abogar por la internaciolización de sus postulados y el abandono
de las fronteras, prevalezcan el carácter nacionalista y excluyente por encima
del resto de sus valores, a semejanza del fascismo, eludiendo todos posturas
enérgicas frente al abuso e injusticia de Rusia ante Ucrania. Y que también
permita a Putin conciliar el zarismo con el régimen soviético, y a Corea la dictadura
del proletariado con la monarquía absolutista dieciochesca.
EL DELIRIO
Putin ha ido todavía un paso más
allá en la sublimación del despotismo. A la conciliación nacionalista e
imperial tanto del zarismo como del comunismo soviético, ha añadido un
componente completamente digno (o, más bien, indigno) de Al Capone. Ha logrado
asimilar a todo este entramado un auténtico espíritu mafioso, no sólo
aniquilando, exterminando literalmente, a la oposición y a los medios críticos
con su política, sino manteniendo una inestable estructura de familias cohesionadas por el terror.
Permitió a todos los nuevos jerarcas económicos surgidos como cucarachas de la
descomposición soviética a mantener sus privilegios y su corrupción, a
condición de la asunción de su vasallaje al gran capo.
Es curioso cómo ya en el comienzo
del conflicto, hizo ridiculizar y amedrentar a sus propios acólitos, como sucedió
con el episodio difundido por la misma Rusia con el Jefe de Inteligencia
Exterior durante el Consejo de Seguridad Nacional, a quien trató como a un niño
de mis tiempos de escuela, en que el profesor, a la vez que te tomaba la
lección, te reprendía desairadamente con sus correcciones. O imposiciones
bochornosas, públicas y vergonzantes a oligarcas, como Oleg Deripaska, uno de
los principales magnates metalúrgicos allá por 2009, a quien humilló haciéndole
levantar hasta su sitio para que firmara un acuerdo impuesto, y al que sólo le
faltó mandarle al despacho del jefe de estudios a por tizas o darle un tirón de
orejas.
Referí este sistema de terror,
tan consistente e irreductible, como inestable, lo cual puede ser una
contradicción. Pero si uno piensa en la fragilidad del poder, sustentado en la
quebradiza naturaleza de un cuerpo mortal, uno entiende que una persona que no
es capaz de arrancar un gesto de simpatía de ninguna persona de su entorno,
incluidos los mandamases de las fuerzas armadas, todo se base en un entramado
de desconfianza y cizaña gestado por un psicópata con la suficiente
inteligencia como para que cada elemento se disuada de llevar a cabo ninguna
acción atentatoria contra su autoridad por desconfiar en que los demás lo
secundaran, y porque todos, a su vez, están tan alentados en sus ambiciones,
que esperan la caída de otros para auparse en la pirámide de la oligarquía y
afianzar su riqueza.
EL SILENCIO
¿Madre, oíste las bombas caer?
Duérmete niño, despejaré con la
nostalgia
de una canción fragante
en flores imaginadas
el atosigante hedor a pólvora
que esparce el turíbulo de la
guerra.
Caerán las nieves, y el frío
depositará en un conspicuo túmulo
de terror
toda la esperanza acribillada.
El olvido flota más que el dolor,
pues uno es sueño que se
evanesce,
el otro hemorragia que riega
nuestros campos,
y en la mar roja sin olas
depositará un atronador,
un remordedor silencio,
donde nadará la sorda conciencia
de quienes nos olvidan.
LA CANCIÓN
Es extraño cómo a veces confluyen los acontecimientos con las aficiones. Este año se celebra el 50 Aniversario de la publicación de uno de los mejores discos de una de mis bandas de rock favoritas: se trata del Relayer del grupo británico de rock progresivo Yes. Yo llevo casi el mismo tiempo escuchándolo, y siempre me pareció magnífico el tema de la cara A, de más de 20 minutos de duración, paradigma del más excelso rock sinfónico. A pesar de ello, nunca ahondé en su letra hasta recientemente, pues su cantante y letrista, Jon Anderson, se caracterizaba en aquella época por la elaboración de unas letras complejas y densas, que deben ser enrevesadas y de una arcanidad desmesurada hasta para un angloparlante. De hecho, este disco sucede a otro soberbio titulado Tales from topographic oceans, y durante el interín entre ambos se produjo la deserción de su gran teclista Rick Wakeman, quien aducía que no podía permanecer más en un grupo en el que no sabía qué es lo que estaba tocando, debido a la complejidad de las letras de Anderson.
Cuando me he enfrentado a ella para darte mi humilde traducción, me he encontrado con que se trata de una narración bélica. Y cuál fue mi sorpresa al parecerme como si estuviera escrita para estimular y confortar al pueblo y a la lucha ucranianos. Hay arenga y esperanza. Hay estridencia, delirio y lucidez. Nada que me hubiera podido esperar de un grupo que en aquel entonces estaría inmerso, como casi todos, en el espíritu hippie de los 70, con el pacifismo a ultranza en contra de la guerra del Vietnam. Espero que Ucrania, al igual que la canción, tras traspasar ser empujado a través de puertas del delirio, encuentren y traspasen, finalmente, si es con nuestra ayuda, mejor, la de la esperanza y hallen la esplendente gloria de la libertad que nos promete Jon Anderson en su canción.
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