Las puertas del delirio: El Miedo y la Empatía



 

EL MIEDO Y LA EMPATÍA

La primera es la proximidad. Y no me refiero a proximidad geográfica. Hablo de proximidad social. Ucrania es un país que se ha debatido en los últimos tiempos en una azarosa pugna por conseguir vivir en libertad y democracia, que es un aspecto que seguramente también anhelaría conseguir gran parte de la población rusa. Lo malo para esta última es que sigue viviendo bajo los designios de un nuevo dictador, camuflado tras el velo engañoso de una falsa democracia, mientras que Ucrania vio la luz tras su desgajamiento de la antigua URSS, y pretende igualarse al resto de Europa, uno de cuyos pasos es estrechar lazos precisamente con ella. Porque su modo de vida es similar: ordenamiento jurídico, costumbres, cultura…. Y es una de las cosas que más nos espanta, porque al ver su sufrimiento actual nosotros mismos nos vemos como si fuéramos los directamente afectados por su drama, contemplando cómo de repente esa ilusión de completar unos estudios, ahorrar para hacer un viaje, casarte, comprarte una casa nueva, ahorrar para comprarte un coche, de repente, todo, se viene abajo, y tu mayor preocupación sea ahora el simple y atroz acto de supervivencia. Hacer colas para obtener comida, conseguir un refugio seguro que te proteja de las bombas, no tener un día aciago en que te cruces con un individuo igual que tú y que resulte ser tu enemigo y te dispare a bocajarro en el entrecejo. Me conmovió especialmente, en los primeros días de invasión, una entrevista realizada en un programa de televisión a una nativa, conectada mediante videollamada desde su casa. La habitación permanecía en penumbra, iluminada por alguna vela o algún foco de luz de escasa potencia, sin luz natural, al tener cerrados los postigos o las persianas de la vivienda para no ser descubierta ni ser objetivo de bombardeo. Y mientras contestaba las preguntas del presentador en un civilizado y esperanzador castellano, pues el conocimiento de nuestra lengua constituiría un símbolo o un signo de sus ganas de mejorar su futuro con lo que ella pensara que pudiera ser un mejor porvenir, no podía evitar, o al menos disimular, una espeluznante expresión de pavor, con la exasperada prominencia de sus órbitas, que hundían lobregamente los párpados en un pozo de desesperación y que daban la sensación de saltarles de un momento a otro, con sus comisuras labiales contraídas y descendidas, y con un aciago rictus de inseguridad y espanto, enmarcado todo ello por su demacrado rostro consumido por el probable insomnio, por el miedo y por la escasa alimentación. Me recordó la escena de la película que antes referí, y me agobió de tal modo que tuve que cambiar el canal. Hice de su terror mi terror. Por tanto, lo primero que sientes de especial es el nacimiento en tu interior de una enorme empatía.


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