DEVASTACION
Esta mañana, transitando por los parajes habituales y montañosos que acostumbro bicicleando, doblé el recodo del camino y me espantó un silencio sobrecogido, de aroma a ceniza y devastación. Las laderas y los barrancos se encontraban descarnados, rasgados, grises, desnudos. Todos los surcos y caminos que antes cubrían la maleza y el sotobosque, se destacaban, incluso parecían sobresalir, como las venas en la piel de un moribundo. Los matices del bosque que sobrevivía era policromo en ocres, como si un otoño presuroso, cruel, sanguinario y anacrónico se ciñera el cetro de Vulcano, y vertiera un vómito de calcinación sobre los campos primaverales. Hoy la carretera era más blanca porque el campo estaba de luto, ese que impregna el incendio con sus ígneas lenguas voraces.
Harán falta ahora lustros de llanto celestial para redimir,una vez más , la soberbia del hombre.
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