NOCHES BLANCAS (Бе́лые но́чи)




Aquí estoy, con nueva fotito, y eso a pesar de la “amenaza” de un germen detractor ( o detrutor, como diría la R.), surgido de entre mis amistades, por mi continuo cambio de foto de portada, de no pulsar jamás el me gusta. Pero es inevitable, tanto el que la cambie, como el pulsar el me gusta, porque repito con foto de Petersburg y esto empieza a parecerse al “Diversión con banderas” de Sheldon Cooper. Y lo que se aprende, como en la escuela de “Amanece que no es poco”. Incluso yo, mi amiga Carmen V., que no todo en mí es cultura, sino inquietud, que poquito a poco va haciendo la cultura, hasta que el Alzheimer se una a mi demencia infantil y ya no sepa que es el señor puñetero que me cambia las cosas de sitio.
Pues a lo que iba. Esta foto muestra el fenómeno de las noches blancas de San Petersburgo, que sirven incluso para dar título a un pequeño y homónimo cuento de Dostoyevski. Yo no lo había leído, ni visto la película de Visconti inspirado en él, por lo que siempre pensé que se refería a otra cosa. Así, encandecida mi imaginación, rememoraba a Omar Sharif como Dr. Zhivago, recorriendo las nevosas estepas siberianas (rodadas con sal en Soria) en su campanillera troika. Nada más lejos: ni nieve ni invierno. Solsticio de verano. Y no es sino el fenómeno atmosférico que se produce entonces por ser las noches más largas en esa época, más aún conforme más nos acercamos al círculo polar ártico, de tal manera que en San Petersburgo, la urbe situada más al norte de entre las más importante del mundo, el sol apenas se ha puesto cuando prácticamente vuelve a salir, no dejando de desprender un halo luminoso, fantasmagórico y soñoliento, que baña el cielo de la ciudad de un resplandor que llena de optimismo a los habitantes. No hay más que pensar en cómo serán los días negros de invierno.
Lo que me llamó la atención en el libro es que la acción se desarrolla en primavera, en Mayo, y eso alejaba la acción del período perisolsticial. Hasta que me acordé de una curiosidad, que refleja un poco nuestra relatividad cósmica. El libro está escrito a mediados del siglo XIX, y, en esa época, el calendario ruso, como el de otras muchas naciones, se regía aún por el calendario juliano, instaurado por el polifacético y genial Julio César. En el siglo XVI, sin embargo, en el seno de la nación más gloriosa por aquellos entonces, o sea, España, estudiosos científicos de la Universidad de Salamanca, en 1578, determinaron que había un desfase en el año juliano que hacía que todos los años se perdieran 11 minutos. Aunque claro, siendo nación tan pía la nuestra, el interés mayor era ajustar correctamente las festividades religiosas en relación a la Natividad. (¡Mi madre!, como se enteren los de Podemos y otros seculizadores...). El nuevo calendario se llamó gregoriano, por ser sancionado por el Papa Gregorio XIII. El caso es que siendo católico el imperio, todos los que no compartían su ideología no lo asimilaron. Esto sucedió paulatinamente: Prusia 1610, Inglaterra 1752,… hasta que el 31 de Enero de 1918 Rusia lo cambió. Cada vez que se cambiaba, el pais afectado por la correción tenía que hacer un cálculo de los días perdidos y añadirlos, en este caso, 14 días. Imaginaos el chollo hoy en día para nuestro SAS; 14 días menos que pagarnos. Como se enteren, nos cambian el calendario.
Esto provoca, como consecuencia, que la romántica revolución de octubre juliana, en realidad sea una sosa conmoción de un noviembre gregoriano. ¡Qué chasco! (que conste que conozco montón de personas maravillosas nacidas en ese mes, pero no es lo mismo un Noviembre rojo, ¿verdad?).
Pues a lo que íbamos. Eso hace que Dostoyevski emplace sus noches blancas en, supongo, a finales de Mayo, que sería nuestro Junio gregoriano actual. Y me diréis que a vosotros qué más os da. Bueno. Siempre es bueno saber cuándo se da, porque el espectáculo es, como podéis ver por la foto, esplendoroso, y merece elegir bien las fechas para visitar San Petersburgo.
Y si aún así no encontráis provecho a lo que os cuento, os aburre soberanamente lo que escribo o pensáis no ponerme un me gusta, os chafaré la tarde con otro dato. Qué ufanos viven los mundos anglosajón e hispano con que sus más excelsos poetas, Shakespeare y Cervantes, murieran el mismo día, el 23 de Abril de 1616, celebrando ambos en dicha fecha el Día del Libro. Pero, como he dicho antes, Inglaterra no asumió el calendario gregoriano hasta 1752. Por tanto, Shakespeare murió unos días después, a inicios de Mayo. ¡Otro chasco! Pero qué más da. En este universo relativo, qué son 10 días en un planeta que viaja a más de 103 mil kms por hora alrededor del sol, el cuál también se desplaza en su galaxia móvil. Dentro de millones de años nuestros nacimientos y decesos serán prácticamente simultáneos, no sólo los de unos y los de otros, sino también los de uno mismo.
Disfrutad y leed.


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