DISCO INFERNO
DISCO INFERNO
Hace poco, en este año, se festejó el 40ª aniversario del estreno de una película que marcó un hito en nuestra cultura reciente. Fue Fiebre del Sábado Noche. Aunque, en realidad, lo que marcó verdaderamente fue, y es por lo que se la recuerda, su trailer y su banda sonora. Esta última fue un himno discotequero que todavía se rememora, con esas canciones pegadizas y encantadoras de los Bee Gees. Y aquel porque son solo pinceladas de la misma, las cuales, como si ya fueran pequeños videoclips, son las que revivimos de vez en cuando, y de las que incluso a veces se hacen parodias. Y es que del resto de la película nadie recuerda ni de lo que iba.
Yo era aún muy jovencito, comenzando la adolescencia, y coincidiendo con un despertar análogo en nuestro país, pues aún estaba caliente el cadáver de Franco. Además, en España, coincidió también con el estreno de otra película, con la que comparte muchas semejanzas, y que toda la prole progresista estaba ansiando verla, estimulada por los nuevos aires de libertad. Se trataba de Ultimo tango en París, película que ya fue estrenada en otros países un lustro antes, pero que en el nuestro estuvo prohibida. Algunos afortunados cercanos a las fronteras la pudieron ver. Y como todo lo prohibido, llegó su momento con un halo de intelectualidad y liberalidad que tenía entusiasmados a todos nuestros padres, al menos a los confesos izquierdistas.
Uno de ellos fue mi padre. Todavía lo recuerdo ufano, como victorioso tras infinidad de disputas tertulianas con todo su círculo de amistades, conservador y franquista, salir con mi madre directo al cine, encandilado por ese aura de erotismo ilustrado que afamaba la película de Bertolucci. No en vano, mi casa era la envidia de mis amigos, porque teníamos el Interviú desde el primer número, y a mano del que pasara, porque ante la ausencia de educación sexual en aquella época, lo menos que podía hacer un liberal de pro era no coartar el acceso a la información erótica a sus hijos, como cosa natural que era.
Si gracioso fue verlo marchar con aire marcial y victorioso al cine, cual insigne prócer del intelectualismo hedonista, más lo fue verlo regresar más mosqueado que un mono, corrido que diría Cervantes, tal fue la decepción que se llevó. Y es que incluso para un progre de aquel entonces, con la de años de represión sexual que llevaba nuestro país, lo que vio le resultó chabacano y provocador. No digo nada de mi madre, que su entusiasmo era contagiado o fingido en la ida, y abochornada regresaba.
Lo cierto es que es una película que levanta comentarios muy dispares, desde los que la elogian encendídamente hasta los que la desprecian, porque incluso con el paso del tiempo, y con mayor libertad sexual, sigue pareciendo chabacana y provocadora en sus planteamientos sexuales. Comprendo que las pocas tetas que se vieron en su día ni siquiera resarcieran el despropósito de espectáculo sexual sin sentido. Se quiso adornar de un guión muy intelectual, pero a lo único que alcanza es a crear uno absurdo y pretencioso, con, según decían, una meritoria interpretación de Marlon Brando. Pero para mí, incluso en esto es deficitaria, sobre todo si la comparamos con su gran actuación en Un tranvía llamado Deseo.
En mi opinión, es tan mala, que la única manera de estimular el mito de película rompedora del momento, es inventándole aún hoy día historias para crear escándalo y atención del público actual, tan desconectado de las circunstancias en las que afloró la película. Así, como hoy día, con tanta pornografía a mano, es tan difícil atraer al público nuevamente a esta película, han relanzado una anécdota, que yo creo bulo, según la cual, en la escena en que Marlon se ayunta por detrás de la protagonista con la mano impregnada de mantequilla para practicar sodomía, la actriz no estaba avisada y afirman que fue pura improvisación, sin aviso previo a Schneider, que así se llamaba. Dicen que ella dijo que eso la marcó por el resto de su carrera, que se truncó, y que prácticamente la violaron. Y también dicen que ellos, Bertolucci y Brando, dijeron que era verdad. Pero cuando escarbas, lees que en realidad no hubo magreo, sólo la insinuación propia de la escena, la cual, por otra parte, deja a las claras que no fue improvisada. Una leyenda urbana más, en este caso promovida por sus creadores, a ver si lo escabroso de lo planteado anima al público a comprobarlo.
Lo único positivo del caso, con la perspectiva del tiempo, es que esto mantuvo a nuestros padres distraídos mientras estrenaban Fiebre del Sábado Noche. No es que pensáramos hacer nada horrible, pues la película no llegaba con un halo transgresor. Y es que además se debió escapar al filtro censor, que todavía funcionaba. Tal vez engañados por los traileres de las películas, pensaron que se trataba de, por buscar una semejanza, una High School Musical de aquel entonces. Vivíamos ya unos poquitos años en que los boites empezaron a ser sustituidas por las discotéques, arrastrados por el sonido emergente del funk. Pasaron de ser tugurios donde se meneaban los cuerpos según el grado de colocación de cada uno, a salas en los que la luminotecnia ejercía de droga, y al clamor de la canción todos los cuerpos se arrojaban a la pista a menearse en una suerte de estertores desmesurados y contracciones imposibles con agitación vertiginosa de extremidades, con la que se clausuraba la moda de esperar a la lenta para pedir bailes. Ahora era una deflagración sudorosa y rítmica la que te hacía llevar el pato al agua. Y ahí llegó la película, como símbolo y adalid de una nueva moda que nos encandilaba a todos los jovencitos púberes. Así que no hubo problemas para conseguir de tus padres los cinco duros para peli y palomitas (que antes no había otra cosa).
Y así empezó nuestro asombro. Mezclados con los tan ansiados numeritos musicales, empezaron a bombardearnos con todos los temas que entonces incumbían a la sexualidad de los jóvenes: la posibilidad de embarazo, las relaciones prematrimoniales, la participación activa de la mujer en el sexo, de manera incluso desesperada. Qué shock fue ver semejante ristra de condones, y sacados del bolso de la chica. Y esta, sin cortarse, entregándose a sexo múltiple con la panda del prota. Fue tal el impacto que así entiendo cómo fue la educación sexual de nuestros padres y la nuestra: a tortazos limpios. Así fue nuestro despertar: brusco, inadvertido y arrollado.
Pero, afortunádamente, y más con el paso del tiempo, la película no era simplemente eso. Tiene un guión bien estructurado, donde no solo se exponen las andanzas chulescas de un macarrilla de discoteca, sino que describe bien al personaje central, un hombre simplón y sencillo, con una vida monótona, de la que solamente se extrae en los momentos de disfrute en la sala del baile, donde pasa a ser el rey. Hasta que el mundo se desmorona cuando precisamente se le amplia al socaire de una nueva chica, a la que trata de conquistar, atraído por su aparente superioridad intelectual, hasta que finalmente vuelve a caer en la decepción al comprobar que ella no es más que un nuevo engranaje en una cadena que se aleja hasta cotas que él cree inalcanzables. Por contraponerla con el Ultimo tango en París, aquí sí creo que Travolta hace un papel extraordinario dando vida al inmortal personaje de Tony Manero, consiguiendo transmitirnos esas tres aparentes personalidades del personaje, bondad, autocomplacencia y perplejidad, dependiendo en qué ambiente se encontrara. Para los incrédulos diré que en ese año fue nominado al Oscar a mejor actor.
Y, por supuesto, completando su papel con los bailes ejecutados por él - muy buen bailarín, por cierto, mucho mejor que los lalalanders - y aderezando o complementando esa famosa banda sonora de los Bee Gees, que ya se han hecho indisociables. Pero obviando a estos, hay una canción que me atrajo sobremanera desde un principio. Y es que antes de la película ya tenía el doble LP de la peli, prestado para grabarlo en una cassette. Es un tema larguísimo, prodigioso en su ritmo, chispeante como casi solo logra conseguirlo la guitarra funky, que, como he dicho, es la gran culpable de la aparición de las discotecas. Diez minutos que permitían menearse en la pista sin parar. Y que, en la película, también servía para escandalizarnos un poquito más en aquella España monjil del postfranquismo: la utilizan para ambientar la visita del hermano mayor de Tony Manero a la discoteca, el cual, en una crisis de fe, había colgado los hábitos de cura.
Parece pues que el universo despertaba a la vez que nuestro país, quizá impulsados por la incipiente liberación sexual de la mujer, y con la de ella, la de todos los demás. Así pues, debió de ser verdad que España fue la reserva espiritual de occidente, y que ,en cuanto comenzó a agrietarse, todo el mundo comenzó a desangrarse de gozo por sus resquebrajaduras. Y no podía ser de otra manera: el título de la canción, Disco Inferno, de The Trammps.
People getting loose now, getting down on the roof
Folks screaming, out of control
It was so entertaining when the boogie started to explode
I heard somebody say
(Burn baby burn) Disco Inferno
(Burn baby burn) Burn that mother down
(Burn baby burn) Disco Inferno
(Burn baby burn) Burn that mother down
Satisfaction came in a chain reaction
I couldn't get enough, so I had to self-destruct
The heat was on, rising to the top
Everybody is going strong, and that is when my spark got hot
I heard somebody say
(Burn baby burn) Disco Inferno
(Burn baby burn) Burn that mother down
(Burn baby burn) Disco Inferno
(Burn baby burn) Burn that mother down
Up above my head
I hear music in the air
That makes me know
There's a party somewhere
(Just can't stop) When my spark gets hot
(Just can't stop) When my spark gets hot
Y así, como dice la canción: ¡Arded! ¡Arded! ¡Arded!, o más bien: ¡Pecad! ¡Pecad! ¡Pecad!, que sin atrevimiento no hay castigo. Y muy bien valdrá alguna vez no hacer caso al decoro y arriesgarse a la condena en ese epicúreo tártaro. Porque a mí se me ocurren, al menos, tres razones para hacerlo.
Primero, que más confortable es la vida sin normas. Y ganar el cielo exige muchas reglas mientras que para conquistar el infierno todo son indulgencias. Pero para ello no has de tener alma bondadosa, como la mía, pues las más de las veces te pillan en el yerro, y la penitencia la pasas en esta vida.
La segunda que, como dice el chiste, entre el imperecedero castigo de sodomía en el hades y el premio de dos hermosas alas en el cielo, para lo primero ya llevamos el agujero dispuesto. Y es que no se sabe, hasta que cruzamos el Flegetonte, qué gran premio es un gran ano para tamaña condena en el infierno, pues no hay siquiera aragoneses que, sin él, puedan manejarse con castigos mucho más ingentes que el bigote de una gamba. No penséis que mi lenguaje se ha vuelto soez, pues ya verdaderos y grandilocuentes poetas versaban, durante su tránsito en los círculos del infierno, como plasmó Dante en su Divina Comedia, acompañado por el no menos eximio Virgilio, sobre la gran destreza de los demonios en su dominio y versatilidad, y así Alighieri declara, al acercarse el jefe de ellos, Malacoda, cómo todos los demonios amenazantes, Escarmenero, Calcabrino, Cañazo, etc..., tuvieron que contenerse y
""A la izquierda tornaron diligentes,
haciendo al jefe, cual señal secreta,
un apretón de lengua con los dientes,
y el jefe de su culo hizo trompeta.""
Pues no salía el poeta de su asombro ante el uso tan inusitado de dicho órgano (por lo musical y por lo anatómico) haciendo cabriolas tan insólitas con las ventosidades:
""Ejércitos he visto alzar su campo,
y desfilar y combatir pujantes,
y algunas veces retirarse a escampo.
He visto corredores merodeantes,
¡Oh, Aretinos! cruzando vuestra sierra,
y justas en torneos muy brillantes,
con campanas o trompas de la guerra,
y tambores o señas de torreones,
con cosas .nuestras o de ajena tierra;
mas nunca vi jinetes ni peatones,
(ni navio que guíe estrella o faro),
marchar con tal trompeta en procesiones.""
Así pues, fiesta no es de lo que careceríamos en enclaustramiento tan tórrido.
Y como tercera razón, citando a un amigo, que seguro tomó la cita de otro: los niños buenos van al cielo, pero los malos van a todas partes.
Así que pergeñad vuestra maleta pecaminosa, y al ritmo del funk: ¡Arded! ¡Arded! ¡Arded!, o más bien: ¡Pecad! ¡Pecad! ¡Pecad!, ¿que quién no sucumbiría a eterna condena pecando con la diablesa de la foto? O, más bien, ¡quién no está dispuesto a surcar permanentemente hasta el juicio final la pez del averno en una barca con el timón en manos de dicha luciferesa!
Ah, por cierto. ¡Qué no os tomen el pelo en el día de hoy!
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