FRANKENSTEIN

I had a dream, which was not all a dream.
Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.
The bright sun was extinguish'd, and the stars
El brillante sol habíase extinguido, y los astros
Did wander darkling in the eternal space,
vagaban a oscuras por el espacio eterno,
Rayless, and pathless, and the icy earth
sin luz, sin sendero, y la helada tierra
Swung blind and blackening in the moonless air;
oscilaba ciega y lobregueciendo en el aire sin luna;
Morn came, and went - and came, and brought no day.
La mañana llegó, y se fue, y vino, y no trajo consigo el día.
Lord Byron


Ya en los albores del tiempo, el horror se hizo consustancial al hombre. Un mundo creado desde la soledad caótica, dividiendo Dios la luz de las tinieblas, el cielo de las aguas, la tierra de los mares. Y él, el hombre, plantado en medio de la Creación, en la soledad firme de un mundo vacío. Luego llegaron las especies y, tras ellas, la hembra. La vida fue llevadera para ambos hasta el pecado original. Entonces el terror apareció como castigo divino para la mujer, al enemistarla con la serpiente, al crear el dolor del parto y al compartir, con el hombre, el conocimiento del bien y del mal, y el destino mortal de sus existencias. Por eso habrá sido siempre proverbial el miedo femenino, animado por las chanzas terroríficas del hombre.
Sin embargo, se cumplen ahora 200 años desde que la imaginación femenina fuera, paradójicamente, quien creara el ser quizá más espantoso en el ideario fantástico moderno. Su dueña, Mary Shelley, y su obra, Frankenstein.
No fue ella la creadora del género, sino que lo que ha venido en llamarse novela gótica ya comenzó a desarrollarse a finales del siglo XVIII, siendo causa, o quizá consecuencia, del romanticismo. No es de extrañar, siendo sus componentes fervientes admiradores de la Ilustración del siglo anterior, a la cual aportaron el subjetivismo, como resultado de la consecución de la individualidad como obra magna de la razón. Pero este movimiento que puso en el centro de la existencia al individuo, no es de extrañar que cayera en el desánimo al comprobar la tremenda fragilidad del ser central del Universo. Se trataba de una época sacudida por epidemias y enfermedades incurables, que doblegaban la lozanía y la vida de las personas en su más certera juventud. ¡Cuántos artistas murieron jóvenes: Schubert, Chopin, Bécquer, Poe, Gógol,...!¡Cuántas obras contenían personajes de esa misma fragilidad: la dama de la camelias, la Fantine de Los Miserables, Ippolit de El Idiota, Lisa en Guerra y Paz,...! Sacudían al mundo las epidemias, las guerras. La muerte te sobrevenía por la tisis o por el parto. Napoleón había transformado Europa en un erial con sus devastadoras guerras. El hambre y la falta de higiene eran frecuentes. No es de extrañar que este mundo sirviera de caldo de cultivo para las ocurrencias más pavorosas en la literatura de su tiempo: la muerte por emparedamiento, la locura, el enterramiento en vida, la narcolepsia, los personajes fantasmagóricos... Pero si algo influyó en la creación de Frankenstein, esto no fue precísamente un factor humano, sino más bien geológico.

Mary Shelley debe su apellido a su matrimonio con el poeta Percy Shelley. Este era un individuo exaltado, utópico y, en cierto sentido, entre atolondrado e inocente. Eso le hacía sorber la vida con arrogancia y determinación, sin pararse en las consecuencias de sus actos. Enamorado de Mary, hija de un libreprensador y, otrora, defensor a ultranza y practicante del amor libre, abandonó a su mujer y dos hijos, y acuciado por los escándalos y las deudas, huyó con ella y su hermanastra, Claire Clairmont, en busca de otro poeta altanero, grandilocuente y vanidoso, el cuál se había exiliado por las mismas causas, y del cual Claire se encontraba embarazada: Lord Byron.
Había alquilado éste la villa Diodati, a orillas del lago Ginebra. No casualmente, pues ésta había sido residencia de su admirado John Milton 200 años antes, el cual ejerció una gran influencia sobre el círculo literario romántico inglés a través de su El paraíso perdido. Así pues, se reunió un grupo formado por Mary y Percy, Lord Byron y Claire, y el poeta, médico y secretario personal de Byron, Polidori., en el verano de 1816. Fue éste un verano de clima tan aciago, que ha pasado a la historia como "el año sin verano". El motivo de dicha circunstancia hay que buscarla un año antes y en un lugar remoto, en otro continente y otro hemisferio. 
El 10 de Abril de 1815, en la isla de Sumbawa, Indonesia, el volcán Tambora entró en erupción. En aquel entonces medía 4300 metros, y la explosión que sufrió fue de tal envergadura, que, tras ella, pasó a medir tan sólo 2850. Ha sido la erupción registrada más importante de la historia, y la cantidad de material que lanzó al aire fue tal, que afectó a todo el globo terráqueo. Sus emisiones ascendieron hasta la estratosfera, lo cual hacía inefectivos al viento y a la lluvia para limpiar estas emisiones. Como resultado, se instauró en todo el planeta un invierno volcánico, de tal modo que sus víctimas directas por los flujos piroclásticos quedaron ensombrecidas por todas las que provocó indiréctamente por todo el mundo, ya que muchas cosechas se malograron, el hambre acució a las poblaciones y las epidemias encontraron su caldo de cultivo para extenderse. Europa salía de la devastación de las guerras napoleónicas al tiempo que Irlanda vivía su primera hambruna, prólogo de la de mediados del siglo, que obligó a tantos irlandeses a emigrar.
En medio de tanta desolación, el hombre aun es capaz de inspirarse para crear cosas bellas. Así, el pintor William Turner, padre de la luz, se inspiró para sus colores y sus paisajes en la luz infernal provocada por los destellos solares en los efluvios sulfúricos que pululaban por el aire



No fue el único inspirado. Nuestros escritores de villa Diodati pasaron los días navegando y sumiéndose en tertulias literarias. Y ante el tiempo tan desapacible, Lord Byron lanzó un reto escabroso: que cada uno ideara un relato a cual más tenebroso. Y mientras los más insignes escritores fallaron, los menos capacitados respondieron con sendos relatos. Polidori creó uno poco convincente, El vampiro, que no obstante inspiró a otros escritores en la posteridad, hallando el culmen dicho personaje bajo la pluma de Bram Stoker, con el nombre, esta vez, de Drácula. Por su parte, Mary creó la figura por la que primordiálmente es conocida: Frankenstein. Pero este reconocimiento tuvo que esperar hasta el siglo XX, con la invención del cinematógrafo, que es lo que realmente popularizó al personaje. Es cierto que en la mayoría de las ocasiones, los estudios cinematográficos se fijaron en lo más truculento de la obra, olvidándose de la otra parcela de la novelita, la moralizante, la que generó su subtítulo, "el nuevo Prometeo". Porque en un principio fue tan solo el relato tétrico de la creación de la vida a partir de la muerte por parte de un científico obsesionado. Y ya posteriormente, e influida por su marido, intentó darle más enjundia, dando personalidad y sentido a la existencia del monstruo.

Su alter ego, Drácula, consiguió, con el tiempo, un tratamiento digno en el cine, con la película de Francis Ford Coppola, la cual fue muy fidedigna al escrito de Bram Stoker. Y cuando todo hacía presagiar que este mismo director iba a redimir la historia de Shelley, el proyecto se truncó. En principio iba a encargarse él de la película, pero pronto cedió la dirección a otro director, y también actor, en alza, Kenneth Branagh. Este venía de hacer versiones para el teatro y el cine de obras de Shakespeare, alabadas por la crítica. Pero a lo único que alcanzó fue a crear una de las películas más espantosa que yo jamás haya visto. Obviamos, por supuesto, a las que ya saben que no van a llegar sino a consideración de serie B. Pero dados el ambicioso proyecto y los medios empleados, incluidos buenos actores, no pudo resultar más decepcionante. Y todo por la ampulosidad y exageración vertidas por Branagh, que, movido quizá por la simpleza del relato, quiso elevar a categoría de drama shakesperiano una historieta sin consistencia. Y es que una cosa es interpretar Shakespeare,y otra es emularlo en la escritura. Todo es muecas y aspavientos en su interpretación. El magnífico maquillaje se pierde en cicatrices imposibles. Hay múltiples escenas estúpidas y desaforadas. Pero lo peor fue, quizá, titularla Frankenstein de Mary Shelley, porque del original poco dejaba: en el inicio del relato, en el Artico, el narrador no se encuentra demenciado en su búsqueda de gloria, como nos lo pinta Branagh; el padre de Victor no era médico, sino juez; su madre no murió en el parto de su hermano menor, sino de escarlatina con el niño criadito; no era su único hermano, sino que tenía dos; nada se habla en el relato del uso de la electricidad para animar al ser creado; su amigo Clerval lo es desde la infancia, no desde la universidad; Justine no muere en un linchamiento, sino ajusticiada; la entrevista con su criatura no es a expensas de una cita en los glaciares, sino en un encuentro inesperado por parte de Victor; él no intentó matarlo en un principio, ya que se quitó de en medio atemorizado; respecto a  la familia de la cabaña, Félix y Agatha no son esposos, sino hermanos; Clerval muere, al contrario de lo que pasa en la película; es cierto que el monstruo le amenaza y exige que le cree una compañera, pero al final Victor desiste, y, por supuesto no es a su novia a quien intenta revivir, ni es en Suiza donde lo hace, sino en Escocia. En fin, más cosas se me habrán pasado.

No sería tan criticable todas estas diferencias si hubiera conseguido un producto bueno, pero es tan estrambótico el resultado de la película, que no hay por donde perdonarlo. Y es que el relato podría invitar a recrearlo, pues es más bien anodino. Hay que pensar que la autora no tenía más que 18 años y no tenía ninguna experiencia literaria. Adolece el relato de muchas deficiencias, algunas probablemente por su desconocimiento científico para haber ideado algún medio de revivir la materia inerte. Después presenta muchos elementos absurdos, como el que el aprendizaje por parte de la criatura de la lectura lo realizase, apoyándose en su oculta observación de la familia de la cabaña del bosque, en unos libros hallados en mitad de un bosque rural en el interior de una mochila: nada más y nada menos que el Werther, El paraíso perdido y Las vidas paralelas de Plutarco. ¡Casi nada, para una excursión o como entretenimiento para un pastor o un leñador! En fin, una lectura para curiosos, pero sin ningún atractivo literario. Ni siquiera el que intentan darle reinterpretándolo, pues poca chicha hay en él como para que la autora nos quisiera transmitir otro mensaje que el que claramente se nos muestra a primera lectura: el castigo a la soberbia humana cuando quiere imitar a Dios.

Así pues, poco importa la versión que nos puedan dar en el cine. Cuando se consulta Internet, encuentras una lista de las mejores películas acerca del tema. Pero siempre se olvidan de la que para mí es la mejor, y una de las imprescindibles del cine español: "Remando al viento". No es en sí la historia de Frankenstein. Es una bella alegoría de lo que fue la vida de la autora, de su desgraciada fatalidad, para lo cual su creación, Victor, no sería sino una metáfora de ella misma, y la creación de aquél en la ficción, que tantas desgracias le acarrea, no es sino el mismo destino que ella cree haberse ideado, identificándolo con un monstruo semejante al del libro. Así, en cada suceso desgraciado que le acontece, siempre ve la huella de su pesadilla. Y el director, Gonzalo Suárez, juega con la desafortunada coincidencia entre los avatares del protagonista de su novela y la propia vida de la escritora. Como en aquella, casi todos los que la rodean tienen un final trágico, casi siempre por ahogamiento, como las muertes provocadas por la criatura en la ficción, al estrangular a sus víctimas. Así, Polidori se suicida por ahorcamiento (licencia de la película, pues él muere varios años después, suicidándose con veneno); una segunda hermanastra se envenena mientras que la exmujer de su marido se suicida ahogándose, arrojándose al río Serpentine; su hijo Williams muere en Venecia ahogado, y la hija de Claire y Byron, de tifus; y su marido, ahogado mientras navegaba en Italia. Todo esto en muy poco tiempo, y narrado magníficamente en la película. Esta, como imitando a sus dos más notables protagonistas, es como el encadenamiento de varios poemas visuales, en los que nos muestran las turbulentas vidas de sus protagonistas con el fondo de una bonita pantalla fotográfica.

Y todo ello aderezado con una magnífica banda sonora. A mí me sirvió para descubrir una obra preciosa, que es el leitmotiv romántico de toda la película: "Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis". Es una música de una ternura inusitada, y de un romanticismo exaltado en algunos de sus compases. Te cautiva ya desde el inicio, cuando la autora se encuentra en una nave en busca de su criatura imaginaria, para acabar con ella. Y también al final de la misma, cuando vuelve al mismo escenario: el círculo polar ártico, donde Victor encuentra a su creación para destruirla, donde la película encuentra el epílogo perfecto, y donde los vulcanólogos estudian las capas perennes de hielo en busca de los depósitos de ceniza provocadas por las erupciones de los volcanes a lo largo de la historia.
Bonita coincidencia, que el conocimiento del origen de la obra y el final de la misma, coincidan en un mismo lugar. 
Quizá también fue coincidencia para Suárez encontrar esta obra, pues probablemente buscaba en Vaughan-Williams, por los títulos, otras obras del mismo compositor, como su sinfonía marina o su sinfonía antártica, topándose casualmente con esta otra joya. 


No he escuchado la obra de Tallis en la que se basa. Fue éste un compositor del Renacimiento inglés, que trabajó en la corte de Enrique VIII. En la serie televisiva "Los Tudor" hacen referencia a unos datos escabrosos de su vida que al parecer no se pueden confirmar por los hechos históricos disponibles. En ella se relata que al parecer mantuvo relaciones íntimas con Jorge Bolena, hermano de Ana, la segunda esposa del monarca. Dicen que esta relación, morbosa en aquella época, sirvió para enturbiar la reputación de Jorge, al que además se acusó de haber mantenido relaciones incestuosas con su hermana. Todo ello sirvió para que Enrique VIII, al que ya sus caprichos sexuales llevaron a repudiar y divorciarse de su anterior esposa, Catalina de Aragón, provocando un cisma en la Iglesia romana, pudiera librarse de Ana, después de todos los líos que su fogosidad provocaron para vencer la taimada reticencia de ella. Al parecer, todo provocado por los celos que le generaban la fama de su vida libertina en la corte francesa y la incapacidad para darle un heredero varón. No obstante, desde que Enrique puso sus ojos en ella, ésta no le permitió ponerle una mano encima hasta que no estuvieron casados. Esto se prolongó durante ochos años, para finalmente estar casados apenas dos , al final de los cuales parece que el rey ya había comenzado una nueva relación con otra cortesana, Jane Seymour, que se convertiría en su tercera esposa. Esto desembocó en el encarcelamiento, juicio y muerte por decapitación de Ana. Dice la leyenda que el verdugo, para distraer a la reina y liberarla de la angustia del último instante, cuando la tenía postrada en el cadalso para la ejecución, preguntó "¿ dónde está mi espada?, tras lo cual la decapitó.

Truculento final para esta historia, cuento de horror, muerte y belleza

¡Qué bella es la muerte, la muerte y su hermana, el sueño!
Percy Bysshe Shelley


 

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