SAN VALENTIN



No encuentro justo, o, mejor, proporcionado, el que los enamorados tengan un día para celebrar, cuando, como el Relojero Loco canta en Alicia en el pais de las maravillas, ya poseen los otros 364  del año para festejarlo. Creo que este día debiera dedicarse al amor perdido o extraviado, o al no correspondido, o al nunca confesado. Ese amor unívoco e irreflexivo, que no obstante hace reflexionar con terquedad al que lo padece, sin lógica ni atino, ni tampoco con descanso. Amor que madura hasta corromper las entrañas, como el estanque que no da alivio a sus aguas. Y crea los versos más sentidos.Y más dolidos.
Yo se lo dedico hoy a ese amor. Y no recurro al poema, sino a la prosa, que cuando está tocada por la magia de una pluma certera, su lirismo brota a espuertas


Y me remito a un libro magnífico, de Dickens, Grandes expectativas, aunque generalmente aceptado en castellano como Grandes Esperanzas a pesar de rezar en inglés Great Expectations. Se trata de un fragmento hermoso en el que su protagonista, Pip, comienza a desesperar ante la imposibilidad de conmover el corazón de su amada. Lo he transcrito aquí, en la versión que he leído traducida, discretamente modificado por mi según una copia del original, que también os facilito. El final de la historia no está claro: el mismo Dickens lo cambió un par de veces.

La verdad pura y simple es que, cuando yo amaba a Estella con el amor de un hombre, la amaba sólo y sencillamente porque la encontraba irresistible. En definitiva, comprendía con dolor, cada vez más a menudo, si no siempre, que la amaba contra toda razón, sin contar con promesa alguna, contra la paz de mi espíritu, contra toda esperanza, en detrimento de mi felicidad, a pesar de todos los motivos posibles de desaliento. Y, es más,no la amaba menos por comprender eso, ni comprender eso influía para contenerme más de lo que habría influido considerarla devotamente como la perfección en persona.


The unqualified truth is, that when I loved Estella with the love of a man, I loved her simply because I found her irresistible. Once for all; I knew to my sorrow, often and often, if not always, that I loved her against reason, against promise, against peace, against hope, against happiness, against all discouragement that could be. Once for all; I loved her none the less because I knew it, and it had no more influence in restraining me, than if I had devoutly believed her to be human perfection.




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