RAJAZ


Me pasó mucho en los años ochenta. Tras el esplendor del rock sinfónico en la década anterior, todos los grupos y artistas que me atrajeron fueron cayendo en nuevas vertientes que iban alejándolos de su espíritu inicial, que además fue el que me atrajo. Esto mismo me sucedió con Camel.
Tras sus tres soberbios y míticos discos del inicio, iniciaron una senda de madurez y sofisticación que les llevó, a través de la locura lunar, hacia su álbum álgido a mi parecer, Danzas Pluviales, obra de una elegancia y un ensoñación sublimes. Mantuvieron aún una pequeña meseta que les trajo Sin respiración, tras el cual empezaron los problemas en el grupo, con el conflicto entre sus dos líderes, que no enemistad, y que empujó al conjunto a una crisis que acabó con el abandono de Peter Bardens.
Eso se dejó notar en el siguiente álbum, y, tras él, un poco en la pérdida de contundencia en su música con la composición de Nude, un disco que podía considerarse pequeña ópera rock, que, a excepción de dos temas y una breve cancioncilla preciosa, se podría tildar, como en música clásica se entiende, de música incidental, esto es, música con escaso hálito, útil para entrelazar las distintas escenas de una obra de teatro. Finalmente, el grupo acabó en una senda comercial, con abreviación de sus temas, simpleza en sus arreglos y pérdida de personalidad, pues en ocasiones parecía escuchar uno a Alan Parsons. Sí, pero al Alan Parsons más comercial, tal vez porque compartía músicos como el bajista David Paton y el vocalista Chris Rainbow. Ahí abandoné mi seguimiento de su música, a la par que me sumergía de lleno en la clásica y el jazz.
Con el tiempo uno va incorporando todas las melodías que forman parte de su banda sonora, perdonando, entre comillas, esta desafección de los grupos hacia mi gusto, y comienza uno a encontrar nuevos matices. Y cuando uno comprueba que la búsqueda de otras músicas te llevan a grupos segundones o mediocres, optas por redescubrir qué fue de aquellos héroes sonoros de antaño. Ayuda a ello el que a menudo se encuentren sus discos en oferta, gracias a su vetustez, aunque a veces se resisten manteniendo precios incluso algo desorbitados.
Así pues, hace poco me aventuré comprando Stationary Traveller y Rajaz. El primero me agradó, a pesar de adoptar muchos cánones de la música comercial ochentera, con un aire artificial e industrial. Pero mi sorpresa llegó cuando escuché Rajaz, disco de fin de milenio pasado. Su música nos devuelve otra vez al desierto en que surgió su Camel, pero esta vez de una manera más veraz, como ya nos lo advierte Andy Latimer en el epílogo breve de su carpetilla.





Rajaz alude a los poemas compuestos por los poetas en las caravanas del desierto, musicados al ritmo del andar de los camellos, transidos de melancolía y desazón, por lo abandonado y por lo deseado. Y así, ya en la primera canción, nos introducen, con sus teclados, en la amplitud del desierto, como antaño hacían con los mares lunares, y de ese abandono ostinado surge la bella melodía en la guitarra, conduciéndonos, con su característico in crescendo, a un ritmo cada vez más trepidante y voluptuoso, hasta el punto de incorporar unas palmas al estilo flamenco. Es como si se hubieran inspirado en aquellos grupos de rock andaluz, como Guadalquivir o Imán, hasta que cae uno en la cuenta que ya ellos fueron influidos por Camel en la plasmación de su sonido. Ha sido, pues, como un cante de ida y vuelta. Portentoso comienzo que te deja con ganas de más.




El segundo tema, cantado, es como una disculpa o una explicación de por qué anduvieron perdidos:

¿De dónde vienes,
Dónde has estado?
¿Cómo saberlo
A menos que vuelva a comenzar?
Gírate,
Dando más de lo que tomas.
Perdido y hallado
En el pasado



La guitarra del inicio es tributaria de la de Robert Fripp, con un aire melancólico que anuncia y apoya la letra, para desmoronarse nuevamente en guitarreos y solos de teclados, líricos, expansivos, contundentes, como un canto de cisne:

La oportunidad de toda una vida
Pasa frente a tu rostro.
Y la tomas o la dejas
En un simple parpadeo.



Nuevamente, con un bajo denso y profundo, aparece la guitarra de King Crimson , que nos arrastra, exhaustos, al final de la canción.



En el tercer tema es cuando nos introducen ese ritmo cansino del camello en las dunas, con un tema que perfectamente podría concordar con el espíritu de un rajaz:
























Después de palabras postreras
Y largos adioses….
Lágrimas y mentiras
Al final del día

Un véspero ocaso
Y un demente aguacero…
La Luna arrebata tus sueños
Y la presión cesa.

Y ahora,
El bis final,
Una última despedida.
La fantasía cesa,
El alma se desvanece…




Al leer la letra de esta canción en el original inglés, compruebas que usa palabras casi todas empleadas en el título de canciones suyas pasadas, con lo que le da un nuevo matiz de mirada atrás al álbum


Esta cación nos supone un descanso rítmico, aunque reaparece la guitarra magistral de Latimer en mitad de la canción. Al final, melodía tranquila y cautivadora, que nos lleva, temáticamente, al centro del disco, con su canción homónima, en la que describe en versos la esencia del rajaz. El reposo persiste en esta canción tranquila, nocturna y melancólica. Ahora, el ritmo camélido es pausado y ensoñador, como el recuerdo de jornadas pasadas, con una guitarra de redondas y blancas.






Ahora el manto estelado de la noche nos envuelve y Camel aprovecha para traernos la inevitable balada de antaño. Su cantar es melodioso y reposado, y nos vuelve a deleitar nuevamente con su guitarra, esta vez sintetizada. Es el momento del verdadero rajaz, entonado al calor de la lumbre. El sentido de la canción no sé si es romántico o amistoso, pues es probable, por su tono general melancólico, que tuviera en mente a su amigo Bardens, que por esa época probablemente enfermaría para un par de años después morir (pero ésta es simple especulación mía). Delicioso tema



Siguiendo dicha nostalgia, continuamos con un tema de letra autobiográfica. En este caso, incluso, no es compuesta por su esposa, como casi siempre, sino que es él mismo quien lo hace. Comienza con su guitarra en slide y tras una breve introducción, vuelve a resurgir, sedosa y etérea, al tiempo que reaparece el cansino andar del camello en el ritmo, y sobrevuela sobre él como intentando, en vez de que hunda su pezuña en la duna, deslizarlo grácilmente por la ondulada persistencia del desierto. Inevitablemente, la canción acaba con un nuevo solo de guitarra, elegíaco y sentido, que, como el título de la canción, va diréctamente a nuestro corazón.



Ya repuestos, nos expone un nuevo tema, esta vez con una guitarra y unos teclados que fácilmente podríamos adjudicar a Pat Metheny. Y como si una metáfora de sus composiciones fuera, nos lleva otra vez a espacios sonoros amplios y desbordados, con la soñolencia de una tarda aurora que se resiste a arrebatarnos de nuestro ensueño. Pero rápidamente nos introduce en la crudeza del desierto con una enervación del rítmo y un ascenso de contundencia en la guitarra. Otra vez nos vuelve el soberbio Camel de antaño, sazonado de escalas arábigas que nos recuerdan que este paseo por el Sahara no es impostado






Y llega al fin el disco, con un tema dedicado a Lawrence. Vuelve, otra vez, a crearnos una atmósfera sonora amplia, esta vez con los sintetizadores. Es como un cuento, arcano, primitivo, postergado, que se va elevando hasta que, no sé si con guitarra o sintetizadores, nos imitan el sonido del almuecín, despertándonos e invitándonos a la plegaria, y llevándonos a la letra laudatoria. Tras ello, un nuevo derroche de virtuosismo y entrega en el instrumento favorito de Latimer, que supone un magnífico colofón para el disco




En resumen, un Camel como yo hacía tiempo que no escuchaba. Logra, rotúndamente, volver a los sonidos mayestáticos del pasado, haciéndonos transitar, esta vez de verdad, y no como, usando el título de su otro disco, un espejismo, por un desierto sonoro, con la densidad de sus arenas, la profundidad lazurita de sus cielos, y los embelesos de sus tibios atardeceres y sus mágicas alboreadas


PD: La música están en botones de muestra. Compraos el CD y disfrutadlo a tope en un buen equipo de música. De un tirón

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