Caído en el Valle
He decidido ir a ver la última película de Amenábar. Ya sé
que esto te puede resultar una cuestión baladí. Coge siete euros y encamínate a
la sala más cercana. Pero no es una cuestión tan simple cuando uno no puede
dejar de ser arrastrado por los grupos de opinión, que se atreven a juzgarla
sin siquiera haberla ido a ver. Según esto, uno espera una nueva película de
buenos y malos, muy acorde con las corrientes buenistas y regeneradoras de la
actual opinión pública, que puede hacer recordar esos westerns donde los indios
eran unos salvajes, o las más modernas, donde los colonos son los despiadados
usurpadores. O esas de espías o de guerra en las que sucesivamente han copado
el papel de malos los nazis, los soviéticos, las nuevas mafias, los señores de
la guerra, etc…
Pero hay que estar de acuerdo también en que, para variar,
el tráiler no ha ayudado mucho. En él confrontan el famoso extracto del
discurso de Unamuno, que la desmemoria actual lo acomoda a las corrientes de
izquierdas, exponiendo un relato sensato y moralizador, y los exabruptos y
voceríos marciales puestos en bocas de los facistas, sin ningún tipo de
aditamento intelectual. En definitiva, una reducción de una historia a una
confrontación entre buenos y malos.
Pero lo que ha salvado mi interés ha sido una entrevista al
mismo Amenábar en la que refiere, precisamente, que ha intentado no presentar la
historia como un conflicto entre buenos y malos, sino que ha tratado más bien
indagar en la personalidad de personajes conceptuados actualmente perversos, para poder presentarlos como personas.
Y es que en la vida no todo es blanco o negro. Ese maniqueísmo
sólo encuentra cabida en la ignorancia y en el fanatismo, y a este último, precisamente, siempre se llega a través de la primera. Solamente hay un momento excusable en
la vida en que se da esa dicotomía radical, y es en presencia de la inocencia.
Pero esta justificación sólo cabrá en cuanto esta inocencia sea pasajera, y se
deje sucumbir por el conocimiento imparcial y la cultura, de tal manera que
vayan tiznando de grises ese espacio iracundo, vacío, entre el blanco y el
negro, porque, si no, degenerará, lógicamente, en ignorancia y fanatismo, y
también en falta de libertad, al carecer de los parámetros para discernir lo
verdadero de lo falso en todo lo que nos cuentan.
Yo mismo recuerdo mi transición desde esa inocencia
infantil. En aquel entonces, ante la ausencia de tantas maquinitas electrónicas y
videojuegos, como disfrutamos hoy, el entretenimiento más habitual para un niño eran los soldaditos,
fueran hechos del material que fuese -plástico, plomo, papel-, distintos
tamaños, etc…
Yo recuerdo estar impresionado por toda la pulcritud y
grandilocuencia del atavío militar de los alemanes de la segunda guerra
mundial, de tal manera que eran mis preferidos. Pero ya pronto, al dar clases
de historia contemporánea en el colegio, tratamos con el conflicto verdadero. Y
me acuerdo cómo mi amigo Paco, cuando le referí que mis preferidos eran los
nazis, él ya me advirtió que los buenos no eran esos, sino los ingleses. Yo no
daba crédito. ¡Cómo unos soldados en bermudas, con un traje de tono fangoso y
un casco que parecía la bacinilla de una escupidera, iban a ser mejor que los
que iban de piel, con uniformes de tonos de profundo selvatismo, y unos cascos
que recordaban a los antiguos griegos y romanos! Sus pistolas eran las más
chulas, e incluso sus granadas de mano las más originales. Pero si me lo decía
mi amigo Paco, a quien, a su vez, se lo había dicho su padre…, pues no había
más que hablar.
Ya esta curiosidad por esa guerra, con el conflicto en mis
creencias primarias, nos hizo a Paco y a mi completar un coleccionable sobre la
segunda guerra mundial, en que seguíamos aprendiendo avatares en la lucha que
emprendió el bien y el mal, aunque había cosas que uno no terminaba de
posicionar cuando las víctimas eran los del bando malo: arrasamiento de Dresde, y bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, por ejemplo.
Mi padre no ayudaba mucho en bajar la tensión entre los dos
polos, pero aun así seguí creciendo estimulado por las conversaciones que tenía
con otras personas cultas e inteligentes, a las cuales, yo, un día querría
parecerme, pero a lo que probablemente, pensaba entonces, solamente podría
llegar por generación espontánea, tan ardua se me hacía la idea de tener que
saber por mí mismo tantas cosas como los mayores sabían. Me impactaron sobre
todo las tertulias que mantenía mi padre con un general de división que había
luchado en el bando de Franco y que luego se fue arrepintiendo hasta confesar
haberse hecho comunista, todavía en vida del dictador. Eso asomó una ventana a
, al menos, el hecho de que había personas que podían atravesar ese abismo, que
ya se empezaba a tiznar, entre los buenos y los malos. Ayudaba también el que
pululara y se colara en las conversaciones mi amigo Josemari, mayor que
nosotros, y al que se le permitía inquirir y lanzar algunas opiniones.
Como quiera, el general Don Carlos abrió mi mente a la
guerra civil, que no era sino otra guerra mundial dentro de nuestro país, y me
posibilitó enterarme, gracias a las
tertulias, de la historia de mi abuelo paterno, fusilado por los que se
llamaban nacionales, en dicha guerra, lo cual no hacía sino estabilizar los
pigmentos hacia blanco y negro, buenos y malos.
Pero como quiera que mi curiosidad y afán de conocimientos
iban creciendo, hubo otro estímulo hacia la pérdida de mi inocencia, que fue el
enterarme de la existencia de un libro, prohibido, en el que salía el nombre de
mi abuelo. Lo conseguí y quedé fascinado con cómo mi raro apellido podía
aparecer en un libro con aspecto de ser tan importante.
Y di el paso de la curiosidad al interés, y me dio por
leérmelo. Se trata de La Guerra Civil de Hugh Thomas, hispanista inglés, y que
pasa por ser, incluso hoy día, uno de los mejores tratados sobre la misma. Ese
libro, de una manera íntima y autodidacta, empezó a mostrarme todos los
lamentables tonos del conflicto y la contienda que nos sumió a España en la
barbarie, y cómo los malos no siempre eran malos ni los buenos siempre buenos.
Y es lo que me permitió comprender que se trataba de un episodio trágico y
lamentable por parte de casi todos nuestros paisanos.
La puntilla definitiva la recibí de la lectura de las cartas
de mi abuelo mientras permaneció en prisión a la espera de su inesperada
ejecución posterior. En ellas se veían rasgos de hombre de izquierdas,
solidario, equitativo, pero también de persona profundamente religiosa, caritativa,
compasiva, creyente, y en ellas expresaba su angustia por no entender cómo
estaba en la prisión si él nunca había hecho mal a nadie, y además abominaba de
las matanzas de religiosos y de la quema y estragos de los edificios religiosos.
Vi entonces que no sólo no había dos polos irreductibles entre los que se
repartían los españoles, sino que sólamente había unos pocos que pululaban en las zonas
de grises.
Cuando uno adquiere por fin una información desapasionada y
contrastada con tus propias vivencias, abandonas los inciertos terrenos de la
ignorancia, de la demagogia, que es la que incuba en ese campo la semilla de la
que germinará el fanatismo ,y, por tanto, la imposibilidad de todo
entendimiento.
En cuanto al tema que nos ocupa, del maniqueísmo que nos
confronta República y Sublevación como dos entes contrapuestos, uno lleno de
virtud y el otro de intolerancia, cuando uno lee, llega necesariamente a la
conclusión de que la República es un concepto mitificado, gracias
fundamentalmente a haber pertenecido al bando de los perdedores, y, de esta
manera, toda su historia posterior, imaginada y fantaseada, al no haber
existido. Siempre pensamos en lo que podría haber sido de ella sin la
interrupción de la sublevación, basándonos tan solo en los datos positivos que
de ella se desprendieron, escribiendo una hipótesis posibilista maravillosa y
optimista. Pero cuando uno piensa en todos los acontecimientos sucedidos en el
bando perdedor, se puede construir otra historia probabilista basada en los
hechos que sucedieron en ese bando, con su correlación con lo sucedido en otros
países con unos parámetros históricos similares. Solo así se puede llegar a la
conclusión de que ganara quien hubiese ganado, a España le esperaba un futuro
desolador, pues las dos mitades enfrentadas, irreconciliables, violentas, sectarias,
ya se habían incubado en una República desastrosa, cual fue la nuestra, ya
desde su comienzo, a pesar de la ilusión que despertó en sus inicios en buena
parte de nuestra sociedad del aquel entonces.
Para empezar, tuvo un comienzo
revolucionario, aunque quizá eso no fuera lo peor, ni tan siquiera malo, pues
se partía de un régimen dictatorial e ineficaz, y, además, tampoco fue un episodio
desmedido y cruento. Pero ayuda a comprender el trasfondo del proceso. Esta
revolución se fundamentó en el Pacto de San Sebastián, una reunión en la que
participaron todos los partidos republicanos, moderados, y tanto de izquierdas
como de derechas, en Agosto de 1930, con Primo de Rivera ya dimitido y muerto.
A ese pacto se suscribieron más tarde comunistas y socialistas, en Octubre.
Estos últimos, no del todo, pues mientras el sector más moderado, comandado por
Besteiro, prefería la vía de la legalidad vigente, Prieto se unía a título
personal, fiel a su eclecticismo ideológico y pragmático que tantas
oscilaciones le permitió en su carrera política, y Largo Caballero, que
lideraba el sector más radical, lo hacía empujado por sus veleidades marxistas.
No en vano le apodaban el “Lenin español”, y supongo que, fiel al manifiesto
comunista, veía ésta como la revolución burguesa que toda proletaria precisa
previamente. No se nos olvide que la rusa también la tuvo. La revolución fue un
fracaso porque en un cuartel de Jaca se adelantaron dos días en la sublevación,
y sólo costó, teniendo en cuenta los brutales métodos que aun entonces se
empleaban, dos fusilamientos, y el encarcelamiento de todos los constituyentes
del pacto que pudieron apresar –aunque no fue mucho el tiempo que cumplieron en
prisión-.
De todos modos, la suerte ya
estaba echada. La dictablanda que
gobernaba entonces intentó convocar unas elecciones generales para reconducir
el país, pero casi nadie se comprometió a participar. Así que aprovechó para
convocar un calendario que comenzara con unas municipales, para ir calentando.
Pero como es afición incluso en la actualidad, los republicanos le confirieron
un matiz plebiscitario, y en cuanto vieron que habían ganado en la mayoría de
las ciudades principales, proclamaron sin más el advenimiento de la República.
Ya entonces se sabía, e incluso los estudios de hoy lo confirman, que, en
conjunto, el voto monárquico no solo no había perdido, sino que incluso había
vencido. Pero el ímpetu de los revolucionarios, unido a la indolencia de muchos
sectores monárquicos, hartos de la dictadura y de la complacencia hacia ella
del rey, hizo que esta proclamación fuera irreversible. Gente incluso como
Unamuno, Gregorio Marañón y Ortega y Gasset, la apoyaron ardientemente. También
militares como un tal Queipo de Llano. Además, otros, como Sanjurjo, no se
opusieron , ni tampoco defendieron la monarquía.
Este primer dato me sirve para
mostrar cómo no toda España estaba a favor de este derrotero, lo cual ayuda a
comprender todos los problemas posteriores.
Así las cosas, se convocaron
elecciones constituyentes en Junio del 31, en los que la derecha, es decir,
monárquicos y tradicionalistas, sólo obtuvieron 58 diputados de 470. No por
nada, sino porque todo esto pilló a su electorado apático, desilusionado y
fuera de juego. Pero no reflejaban la realidad social y política del país.
No obstante, no fue óbice para
redactar una constitución, que vista la composición del hemiciclo no tuvo más
remedio que pecar de lo que pecó: sectarismo. Pues ya desde su preámbulo
denotaba sesgo
ideológico, como si fuera sustento de un panfleto político:” España es una República democrática de trabajadores….”, a lo que después, gracias al empuje de sectores más moderados, pudieron añadir”…de toda clase…”. Ya se veía la influencia que ejercía el mayor partido marxista del momento, el PSOE de Largo Caballero. Y es que en aquella época, todo lo relacionado con la revolución rusa y el poder de los soviets, causaba una enorme fascinación en toda la izquierda, sobre todo socialista y comunista, hasta que viajabas allí y te decepcionaba por la rigurosa ausencia de libertad.
ideológico, como si fuera sustento de un panfleto político:” España es una República democrática de trabajadores….”, a lo que después, gracias al empuje de sectores más moderados, pudieron añadir”…de toda clase…”. Ya se veía la influencia que ejercía el mayor partido marxista del momento, el PSOE de Largo Caballero. Y es que en aquella época, todo lo relacionado con la revolución rusa y el poder de los soviets, causaba una enorme fascinación en toda la izquierda, sobre todo socialista y comunista, hasta que viajabas allí y te decepcionaba por la rigurosa ausencia de libertad.
En cualquier caso, fue una
constitución con muy buenas intenciones, pero que se excedió en lo que ella
misma debía representar. Así, tenía incrustados los artículos para la reforma
agraria, muy necesaria por otro lado, y todos los resortes socialistas para
conseguirla, incluidas las expropiaciones (y socializaciones). Quizá no era este
el sitio donde desarrollarla: Artículo
47. La República protegerá al campesino y a este fin legislará, entre otras
materias, sobre el patrimonio familiar inembargable y exento de toda clase de
impuestos, crédito agrícola, indemnización por pérdida de las cosechas,
cooperativas de producción y consumo, cajas de previsión, escuelas prácticas de
agricultura y granjas de experimentación agropecuarias, obras para riego y vías
rurales de comunicación. La República protegerá en términos equivalentes a los
pescadores, Lástima
el poco interés que luego mostraron en su desarrollo y aplicación los sectores
más moderados, y el descontrol que en algún momento provocó sobre las expropiaciones
y apropiaciones de tierras, con el consiguiente descontento de sus dueños.
Y es que esos sectores más
moderados estaban preocupados en otros temas ante los que mostraron, por otra
parte, una gran radicalidad: el ejército y la Iglesia. Al primero para quitarle
protagonismo y volumen. Y a la segunda, para conseguir el tan ansiado y liberal
laicismo del estado, pero articulando unas medidas muy extremas teniendo en
cuenta la implantación social e ideológica del catolicismo. No solo era
separación, era también segregación completa de la enseñanza, cuestión
inoportuna dada la práctica inexistencia de instituciones seglares que pudieran
tomar el relevo. Y también significaba prácticamente imposibilidad para la Iglesia de realizar
actividades que pudieran hacerla subsistir: “prohibición
de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza”. Llegaba hasta tal
punto el sectarismo de la constitución que impedía presentarse para presidente
de la república a cualquiera que hubiera sido militar, religioso o
perteneciente a la realeza. Ya se comenzó a indisponer a gran parte de la población
española.
Y esto encadena con otra cuestión
que en principio no parece relacionada, como fue uno de los grandes logros de
la república, de la constitución y del feminismo: el sufragio universal. Pero
lo interesante no es algunas veces lo que se consigue, sino cómo se logra. Hay
que decir que en este primer parlamento constituyente sólo había tres mujeres: Margarita
Nelken en las listas del Partido Socialista Obrero Español, Clara Campoamor en
las del Partido Republicano Radical y Victoria Kent en las del Partido
Republicano Radical Socialista. Sirven de muestra para reflejar lo que fue el
debate del mismo. La única que apoyó incondicionalmente el sufragio universal
fue Campoamor. Kent desarrolló una serie de digresiones que escandalizarían a
cualquier feminista actual, pues consideraba que las mujeres entonces eran lo suficientemente
incultas y maleables como para poder ser manipulado su voto. Por la derecha,
claro. O mejor aún, por la Iglesia. Pues ésta había presentado un manifiesto
firmado por un millón y medio de mujeres para que la apoyaran. Por confrontar
esta actitud con las ideas de Lenin en sus tesis de Abril, el cual consideraba
al proletariado una masa sin conciencia política, a la que había que dirigir,
y, claro está, para eso ya estaba él, para decirle lo que más le convenía, la
mujer constituía otra masa que no era favorable ni conveniente dejarla opinar si
quien la manejaba era la Iglesia. Otra cosa es que consiguiera esto su partido.
Entonces, bienvenidas. Para ello, Kent, incluso propuso dejarlas votar en dos
elecciones municipales previamente, y según los resultados, admitir finalmente
el sufragio universal. Definitivamente se aprobó por un estrecho margen, lo
cual es significativo teniendo en cuenta que entre la derecha tradicional y
republicana no sumaban más de 80 escaños. Es una muestra de que en aquellos
tiempos la izquierda no era tan progre y adelantada como se nos vende
actualmente.
Y es que la República había nacido
desconfiada y con complejos. Y una de las primeras cosas que aprobó fue una
“Ley de Defensa de la República”, activa hasta 1933, en que se sustituyó por la
“Ley de Orden Público”, mismo perro…y mismo collar. En la práctica, la
posibilidad de decretar el estado de excepción casi por cualquier minucia, y
que de hecho estuvieron aplicándolo durante toda la República, ya fuera el
gobierno de derechas o el de izquierdas, y que llevó en innumerables ocasiones al
arbitrio de secuestrar distintos periódicos, con lo que se vulneraba uno de los
más esenciales principios de la democracia: la libertad de expresión.
Todo esto hizo que no se
relajaran las tensiones entre las distintas ideologías, y siendo como eran en
aquella época, mucho más brutos que nosotros ahora, aquello se tradujo en una
gran violencia social: asesinatos, ajustes de cuenta, enfrentamientos entre
grupos radicales, asesinatos de religiosos, quemas de iglesias, etc… A todo
ello puso la guinda un levantamiento militar en 1932, liderado por Sanjurjo.
Desde la perspectiva de hoy día se alude a que la derecha es reaccionaria y no
acepta los resultados electorales. Pero es que en 1933 ganó la derecha. Y el
ambiente no cambió, pues se desanduvo mucho lo andado en la reforma agraria,
con y sin razón, y la violencia no cesó. Y tuvo otra guinda, esta vez comandada
por la izquierda y que se tradujo en la Revolución de Octubre, que como sólo se
impuso provisionalmente en Asturias, tomó su nombre. Se sofocó. Con violencia.
Pero también como respuesta a la violencia de la misma. Y claro, ¿esa represión
sólo es imputable a la derecha? Pues no. En el mandato anterior, ya Azaña
reprimió contumazmente las revueltas de Castilblanco y Casas Viejas. O sea, un
continuo polvorín.
Pero si algo nos atrae hoy en día
de la república es la ausencia de un personaje anacrónico como resulta ser el
de rey, al cual lo sustituye la figura de un presidente elegido, lo cual es
mucho mejor. ¡Dónde va a parar! En nuestra República anduvo flirteando para ese
puesto Alcalá Zamora, que lo fue desde la proclamación, pero que después fue
sustituido por Azaña, y vuelto a encumbrarse tras el primer gobierno
postelectoral, quizá como consenso para tener alguna figura de derechas que
diera sensación de equilibrio en el régimen. Hay que decir que la constitución
le otorgaba unas funciones más determinantes que las que la nuestra,
actualmente, le concede al rey, como el poder vetar algunas decisiones
parlamentarias, de las que carece nuestro monarca actual. Lo cual influyó
también, notablemente, en el trágico devenir de nuestra historia, nada más hay que ver las objeciones que puso para permitir formar gobierno en 1933 a la
derecha representada por la CEDA, cuando había sido la fuerza más votada.
Conminó a Lerroux, del Partido Radical, a formar gobierno, y cuando este tuvo
que renunciar por el escándalo del Straperlo, volvió a no solicitar a Gil
Robles la formación de gobierno, en el pensamiento de que se entregaba el poder
a los enemigos de la República (además, este fracaso de Gil Robles favoreció a
posteriori el encumbramiento en la derecha de Calvo Sotelo, de postulados más
radicales y facistoides). Pero incluso cuando este nuevo gobierno ya no tuvo
más recorrido, prefirió disolver las Cortes antes que entregarle el mando, por
insistencia y presión de Azaña y Largo Caballero, para luego hacerle la
jugarreta de “Montero” (malfinanciar Andalucía cuando la rige, y castigarla
desde el gobierno central cuando el poder autonómico lo logra el adversario):
como has disuelto las cortes por segunda vez, cesas de presidente. Pero es que
fuisteis vosotros los que me pedisteis que lo hiciera. Pues te aguantas. Hay
que recordar que la constitución sólo permitía un mandato de 6 años o dos
disoluciones de cortes.
Pues si España no estaba
radicalizada, un argumento más para conseguirlo. Presidente, Azaña. Y nuevas
elecciones previas en Febrero. Las ganó, como todo el mundo sabe, el Frente
Popular. Y uno podría pensar que el levantamiento de una facción se hizo en
contra del deseo de la inmensa mayoría del pueblo español. Pudiera ser. Aunque
con lo exaltados que estaban los ánimos entonces.... Pero el hecho fue que la
victoria se dirimió por 4,654 millones de votos frente a los 4,5 del Frente
Nacional. ¿Republicanos frente a fascistas? Falange no obtuvo escaños. No nos
olvidemos: 526 mil votos aparte de republicanos moderados. Bisagra endeble para
el recio portón y las tozudas jambas de la política española. ¿Quién siendo
bisagra soportaría tamaño portazo? Por la ley electoral, el reparto fue
desigual, pues el vencedor obtenía 50 escaños adicionales, lo cual daba una
cómoda ventaja al Frente Popular.
Pero ya casi daba igual el
reparto electoral. Las armas estaban veladas. La violencia no cesaba. El
detonante final, el asesinato de Calvo Sotelo. Y aunque el levantamiento fue de
unos, el sector radical opuesto, nada minoritario, en parte lo celebraba,
porque por fin se encendía la mecha que tenía que derivar irremediablemente en
la revolución anhelada. De hecho, hablar de República a partir de ese momento,
es casi eufemístico, pues el mando efectivo lo tomaron los comités
revolucionarios, quedando diluida la autoridad republicana excepto en el caso
paradójico del país Vasco, pues el partido nacionalista era partidario de los
conceptos autonomistas o independentistas promovidos por la izquierda, pero su
ideología y creencia católica se contraponía, por lo que fue el único
territorio en el que se mantuvo el poder en la autoridad vigente y legal.
Si la fría guerra es cruel, peor
aún es lo que se desató en la retaguardia, y no solo propiciado por
enfrentamientos, traiciones y fusilamientos sumarísimos en los tira y afloja para
obtener el poder en tu zona. Entraban los rencores, las envidias, los ajustes
de cuenta, la intolerancia….Las calles y la iniciativa las tomaron los más
insensatos y despiadados del lugar. Como todos los episodios de la historia,
las cifras oscilan mucho. Pero, según Hugh Thomas, en el primer semestre de
guerra la represión afectó a unas setenta mil personas en cada bando. Cada cual
que haga sus cuentas. Pero para mí, cualquier cifra, aunque sea descompensada,
es aberrante. No sería capaz de dar ni una sola cifra que la pudiera considerar
tolerable. Sí es cierto que la realizada en el bando “nacional” fue mayor
finalmente. Pero esto fue, por tétrica lógica, por dos motivos: primero, al ir
venciendo, aplicaba esa otra táctica execrable cual era la contrarrepresión; y
segundo, al conseguir la victoria, su represión se prolongó durante más tiempo.
Pero también es verdad que en el otro bando pusieron en funcionamiento otra
herramienta represora y asesina, que es muy dada a presentarse en los países
comunistas, y que está en la raíz del derrumbamiento del propio bando
republicano en la guerra: la purga de tus correligionarios. El episodio más
famoso, el exterminio del POUM en Cataluña, por su ideario troskista. Y es que
el sector propiamente republicano fue progresivamente perdiendo su protagonismo
en manos del comunismo, por su mejor organización, en la que era ejemplo y
directora la Rusia Soviética y la Internacional comunista, y por el apoyo
incondicional de estas a su bando.
¿Qué se podía esperar de un país
en que un bando era apoyado por Hitler y Mussolini y el otro por Stalin? Nada
bueno, seguro y seguramente. Si algo bueno tuvo la victoria de Franco (si somos
capaces de admitirle alguna cosa buena , aunque reconozcamos muchas malas) es que
era una persona aséptica, sin una ideología manifiesta, y esto, que es
empobrecedor en cualquier político, en él fue una virtud, sin que seguramente
lo pensara y probablemente a su pesar. Pues primero le permitió vencer la
guerra, ya que lo único que lo gobernaba era su ambición y su ansia de poder.
De esta manera consiguió aglutinar a fascistas, republicanos de derechas,
monárquicos tan dispares y enfrentados como los alfonsistas y los carlistas.
Hizo una amalgama utilizando el pegamento que los unía a todos: el catolicismo.
Obtuvo de todos lo que quería, el poder, y los fue a todos diluyendo en aquello
que se llamó el Movimiento. Y segundo, eso le permitió, casi sin quererlo,
abandonarse en los cincuenta en una serie de tecnócratas opusinos para manejar
las riendas económicas del país, y conciliarlo con el inicio de algo tan
escandaloso para esa época, pero tan provechoso económicamente, como fue el
turismo de bikini.
La dictadura sumió en un
enñoñecimiento atroz a la sociedad, de lo cual estaría muy contenta la beata de
Carmen Polo, pero al menos el país se fue sosegando y comenzaron a avivarse no
sólo los sectores de la oposición, sino los regeneracionistas e intelectuales
que cada vez veían con peores ojos el tener que estar al pairo de un viejo
chocho sin ningún atributo intelectual ni capacidad estadista. Así, se dieron
las condiciones necesarias para que de su decrepitud nacieran los brotes de lo
que iba a ser nuestra democracia.
Una de las críticas de moda
actuales respecto a la Transición es que no fue democrática porque participaron
muchas personas del antiguo régimen. Pero es que no haberlas dejado participar
hubiera sido de nuevo crear una confrontación por venganza o por desquite. Sin
embargo, todos comprendieron, porque lo tenían más fresco y lo habían vivido,
que no podía volverse otra vez al enfrentamiento secular. No fue un camino de
rosas y estuvo jalonado del carmín sangriento de algunos asesinatos. Pero lejos
de incitar enfrentamientos, se conformó una piña pacífica en la que fueron
entrando todos los partidos políticos. Esta transición nos dejó una
constitución cien veces más válida que la anterior, laica, sufragista
universal, autonomista, de conceptos amplios donde puedan caber todas las
ideologías, sin blindar ningún tipo de sectarismo, redactada por personas
cultas y diligentes en sus ámbitos profesionales. Y monárquica, con una
monarquía prácticamente decorativa, y que interfiere menos el devenir
democrático del régimen que la presidencia republicana de la anterior. Tuvo
defectos, pero fueron fundamentalmente por el interés de satisfacer a todos, y,
con el tiempo, alguno de ellos lo han aprovechado para mostrarse desleales y
crear en nuestros tiempos nueva confrontación. Uno lo distingo yo: el
reconocimiento de fueros y otros privilegios comunitarios que, en esencia,
contradicen la igualdad de todos los españoles. Y otro, lo he leído en el último
libro de Alfonso Guerra: el no contemplar el cierre o la limitación del desarrollo
de las autonomías. Con lo que esta indefinición, junto a los egoístas anhelos
de privilegio que muestran los nacionalismos, ha provocado el mayor problema de
la democracia.
Pero no todos los problemas
actuales de España son achacables a determinados aspectos de la constitución.
Durante estos 40 últimos años hemos tenido tal crecimiento en la economía y en
el bienestar que hemos olvidado la dialéctica de los problemas políticos que
conviven en toda sociedad. Hemos dejado la Educación en manos de unos rectores
botarates cuyo mayor logro ha sido conseguir una sociedad joven con una alta
tasa de analfabetismo funcional. Eso que hablaba de ignorancia al principio del
escrito. Y que favorece la obnubilación y el encantamiento de la gente por
parte de la nueva estirpe elitaria, demagoga y populista, que consigue llevarse
el personal a su huerto, sumiéndolo en un fanatismo cibernético descomunal. Uno
de los elementos preferidos de este populismo, nacido al pairo del mosqueo del
15 M, engañándolo, es el de denostar nuestra constitución, por desfasada y
antigua. Sin embargo no le importa invocar otra más antigua, la de la
República, más desfasada y antigua aún, atraídos por el hecho de ser de la
República. Dan a este vocablo, además, un valor intrínseco que no posee, cual
es el de definir un tipo de gobierno. La república, per sé, solo implica
ausencia de monarca, pero no que sea democrática. Y no solo porque muchos
países que la aplican no sean demócratas, como las Repúblicas socialistas y
soviéticas rusas, o la populista china, sino porque a veces tienen que añadirle
la palabra democrática, para dejar bien claro de qué carecen: República
Democrática Alemana. Pero además, para fidelizar sus adeptos hay que buscar un
enemigo, sencillo, visceral, odioso, en torno al que aglutinar todas las
pasiones. Y si hablamos de República, qué mejor que invocar a Franco.
Pues bien, cuando ya teníamos
vencida esa etapa, en la que nadie se acordaba de él, vienen ellos ahora a
crear un nuevo conflicto imaginario. Ya en los albores de la democracia, los
nostálgicos del antiguo régimen, Fuerza Nueva, duraron dos telediarios. Los
niveles de democracia fueron absolutos, y si hubiera que considerar un pico en
el que llegó a su plenitud solidaria y fraterna, éste se consiguió cuando el
rapto y asesinato de Miguel Angel Blanco. Luego hemos tenido los factores que
la han desprestigiado, corrupción, movimiento nini y populismo. Pero lo que
está claro es que no es tolerable para todos los españoles escuchar del
psicópata narcisista que nos gobierna que la madurez democrática no se
alcanzaría hasta que no se sacara a Franco del Valle de los Caídos. Absurdo.
Absurdo que un bando creyente pueda pensar que existe alguna esencia de la
persona en sus huesos y no en su alma, pero más absurdo es que no creyentes den
importancia mayúscula a unos despojos humanos. Temían que se ensalzara su
persona y por eso no podían permitir que se quedara allí o lo trasladaran a la
Catedral de la Almudena, cuando, si de eso se trata, hasta portarlo en un
furgón de churros hubiera bastado. Eso no dependería nunca de dónde estuviese,
sino del ánimo de quien desee loarlo. Pero está claro que Franco vive en el
olvido, afortunadamente , de los españoles, gracias en gran parte a que lo
único que queda de él es su carácter dictatorial, pero ningún tipo de ideología
de la que pudiera ser mártir o emblema, y muestra de ello es que no hubo ningún
tipo de altercado ni de manifestación a su favor cuando lo exhumaron. Por eso, qué
más da dónde hubiera estado enterrado. Allí mismo, en el Valle de los Caídos,
hubiera podido desempeñar una función pedagógica, porque cualquiera puede
valerse de su figura para ensalzarlo o denostarlo, o simplemente para explicar
a las generaciones venideras quién era. Y no habría lugar más apropiado.
Yo visité la basílica antes de su
traslado, y, nada más entrar, en ese ambiente lóbrego y circunspecto, lo
primero que hace el lugar es atemorizarte con los dos ángeles que custodian la
entrada, tenebrosos , amenazadores, que piensas que seguro que Peter Jackson se inspiró
en ellos para crear sus personajes Nazgûl en la película “El señor de los
anillos”. Y es que allí, si lo piensas, lo único que uno puede esperar
encontrarse es un dictador enterrado. Y harta desgracia inmortal que le esperaría,
que de pensar que nos dejaba todo atado y bien atado, de pronto se quedó
contrariado en su último deseo, que desde luego no era ser sepultado allí,
donde sus acólitos, en un último intento vivificador del régimen, lo dejaron,
allí, caído en el valle, bajo una losa que pensaban infranqueable. Y que digo
yo, que si nos hubieran jurado que de allí ya lo habían sacado, tan tranquilos
nos hubiéramos quedado. Y su losa, impertérrita, lozana, podría haber sido
cincelada con un letrero que rezara “Aquí yació Francisco Franco, Dictador de
España”. Un ahorro para las arcas.
Todo esto favorece que se abra
otro debate, en este caso relacionado con el cine. Que no es más que decir que
España todavía no ha conseguido la suficiente madurez como para filmar
películas que abandonen el radicalismo o confrontación de los dos bandos en las
mismas. Es posible que eso no se consiga actualmente, por la polarización,
radicalización y maniqueísmo que padecemos, pero sí se consiguió en los momentos
más enjundiosos de nuestra democracia, en el que se facturaron unas películas
soberbias, respetuosas aunque críticas, objetivas aunque se decantase el
director. Por eso no sería una novedad que Almenábar lo pudiera conseguir,
porque esa originalidad ya no le correspondería y no se agobiaría al sentirse
con esa enorme responsabilidad. Pero al igual que con nuestra democracia, eso
ya se logró. A mí me viene a la memoria la estupenda “La vaquilla” de Berlanga.
No sólo iguala los dos bandos en ridiculez y esperpento, mediante una fina
ironía y un acertado retrato de estereotipos, sino que acaba la película con el
terrible sarcasmo de la muerte de la vaquilla sin provecho de ninguno de los
bandos.
Por eso, aprovechemos, salgamos
de nuestras trincheras, acerquémonos a esa tierra de nadie y no permitamos que
de nuevo el toro extienda su piel ensangrentada para recordarnos el mapa de
nuestras miserias. Hagamos un vergel de abrazos sobre ese erial áspero y
aprendamos de nuestro pasado lo suficiente como para no herirnos ni
escarnecernos de nuevo. Ahora, cuando llegue al cine, me pediré mis palomitas,
me sentaré cómodamente y desearé de “Mientras dure la guerra” que sea una
película pedagógica, pero no moralizante.
Estupendo artículo. Bien escrito, profundo y ameno. Recuerdo esos veranos y don Carlos hablando de política, de cuitas franquistas y de lo que leía en las revistas "Triunfo" y " Cuadernos para el diálogo" . Un fuerte abrazo.
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