Caído en el Valle

He decidido ir a ver la última película de Amenábar. Ya sé que esto te puede resultar una cuestión baladí. Coge siete euros y encamínate a la sala más cercana. Pero no es una cuestión tan simple cuando uno no puede dejar de ser arrastrado por los grupos de opinión, que se atreven a juzgarla sin siquiera haberla ido a ver. Según esto, uno espera una nueva película de buenos y malos, muy acorde con las corrientes buenistas y regeneradoras de la actual opinión pública, que puede hacer recordar esos westerns donde los indios eran unos salvajes, o las más modernas, donde los colonos son los despiadados usurpadores. O esas de espías o de guerra en las que sucesivamente han copado el papel de malos los nazis, los soviéticos, las nuevas mafias, los señores de la guerra, etc…
Pero hay que estar de acuerdo también en que, para variar, el tráiler no ha ayudado mucho. En él confrontan el famoso extracto del discurso de Unamuno, que la desmemoria actual lo acomoda a las corrientes de izquierdas, exponiendo un relato sensato y moralizador, y los exabruptos y voceríos marciales puestos en bocas de los facistas, sin ningún tipo de aditamento intelectual. En definitiva, una reducción de una historia a una confrontación entre buenos y malos.

Pero lo que ha salvado mi interés ha sido una entrevista al mismo Amenábar en la que refiere, precisamente, que ha intentado no presentar la historia como un conflicto entre buenos y malos, sino que ha tratado más bien indagar en la personalidad de personajes conceptuados actualmente perversos, para poder presentarlos como personas.
Y es que en la vida no todo es blanco o negro. Ese maniqueísmo sólo encuentra cabida en la ignorancia y en el fanatismo, y a este último, precisamente, siempre se llega a través de la primera. Solamente hay un momento excusable en la vida en que se da esa dicotomía radical, y es en presencia de la inocencia. Pero esta justificación sólo cabrá en cuanto esta inocencia sea pasajera, y se deje sucumbir por el conocimiento imparcial y la cultura, de tal manera que vayan tiznando de grises ese espacio iracundo, vacío, entre el blanco y el negro, porque, si no, degenerará, lógicamente, en ignorancia y fanatismo, y también en falta de libertad, al carecer de los parámetros para discernir lo verdadero de lo falso en todo lo que nos cuentan.
Yo mismo recuerdo mi transición desde esa inocencia infantil. En aquel entonces, ante la ausencia de tantas maquinitas electrónicas y videojuegos, como disfrutamos hoy, el entretenimiento más habitual para un niño eran los soldaditos, fueran hechos del material que fuese -plástico, plomo, papel-, distintos tamaños, etc…
Yo recuerdo estar impresionado por toda la pulcritud y grandilocuencia del atavío militar de los alemanes de la segunda guerra mundial, de tal manera que eran mis preferidos. Pero ya pronto, al dar clases de historia contemporánea en el colegio, tratamos con el conflicto verdadero. Y me acuerdo cómo mi amigo Paco, cuando le referí que mis preferidos eran los nazis, él ya me advirtió que los buenos no eran esos, sino los ingleses. Yo no daba crédito. ¡Cómo unos soldados en bermudas, con un traje de tono fangoso y un casco que parecía la bacinilla de una escupidera, iban a ser mejor que los que iban de piel, con uniformes de tonos de profundo selvatismo, y unos cascos que recordaban a los antiguos griegos y romanos! Sus pistolas eran las más chulas, e incluso sus granadas de mano las más originales. Pero si me lo decía mi amigo Paco, a quien, a su vez, se lo había dicho su padre…, pues no había más que hablar.
Ya esta curiosidad por esa guerra, con el conflicto en mis creencias primarias, nos hizo a Paco y a mi completar un coleccionable sobre la segunda guerra mundial, en que seguíamos aprendiendo avatares en la lucha que emprendió el bien y el mal, aunque había cosas que uno no terminaba de posicionar cuando las víctimas eran los del bando malo: arrasamiento de Dresde,  y bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, por ejemplo.
Mi padre no ayudaba mucho en bajar la tensión entre los dos polos, pero aun así seguí creciendo estimulado por las conversaciones que tenía con otras personas cultas e inteligentes, a las cuales, yo, un día querría parecerme, pero a lo que probablemente, pensaba entonces, solamente podría llegar por generación espontánea, tan ardua se me hacía la idea de tener que saber por mí mismo tantas cosas como los mayores sabían. Me impactaron sobre todo las tertulias que mantenía mi padre con un general de división que había luchado en el bando de Franco y que luego se fue arrepintiendo hasta confesar haberse hecho comunista, todavía en vida del dictador. Eso asomó una ventana a , al menos, el hecho de que había personas que podían atravesar ese abismo, que ya se empezaba a tiznar, entre los buenos y los malos. Ayudaba también el que pululara y se colara en las conversaciones mi amigo Josemari, mayor que nosotros, y al que se le permitía inquirir y lanzar algunas opiniones.
Como quiera, el general Don Carlos abrió mi mente a la guerra civil, que no era sino otra guerra mundial dentro de nuestro país, y me posibilitó enterarme, gracias  a las tertulias, de la historia de mi abuelo paterno, fusilado por los que se llamaban nacionales, en dicha guerra, lo cual no hacía sino estabilizar los pigmentos hacia blanco y negro, buenos y malos.
Pero como quiera que mi curiosidad y afán de conocimientos iban creciendo, hubo otro estímulo hacia la pérdida de mi inocencia, que fue el enterarme de la existencia de un libro, prohibido, en el que salía el nombre de mi abuelo. Lo conseguí y quedé fascinado con cómo mi raro apellido podía aparecer en un libro con aspecto de ser tan importante.
Y di el paso de la curiosidad al interés, y me dio por leérmelo. Se trata de La Guerra Civil de Hugh Thomas, hispanista inglés, y que pasa por ser, incluso hoy día, uno de los mejores tratados sobre la misma. Ese libro, de una manera íntima y autodidacta, empezó a mostrarme todos los lamentables tonos del conflicto y la contienda que nos sumió a España en la barbarie, y cómo los malos no siempre eran malos ni los buenos siempre buenos. Y es lo que me permitió comprender que se trataba de un episodio trágico y lamentable por parte de casi todos nuestros paisanos.
La puntilla definitiva la recibí de la lectura de las cartas de mi abuelo mientras permaneció en prisión a la espera de su inesperada ejecución posterior. En ellas se veían rasgos de hombre de izquierdas, solidario, equitativo, pero también de  persona profundamente religiosa, caritativa, compasiva, creyente, y en ellas expresaba su angustia por no entender cómo estaba en la prisión si él nunca había hecho mal a nadie, y además abominaba de las matanzas de religiosos y de la quema y estragos de los edificios religiosos. Vi entonces que no sólo no había dos polos irreductibles entre los que se repartían los españoles, sino que sólamente había unos pocos que pululaban en las zonas de grises.
Cuando uno adquiere por fin una información desapasionada y contrastada con tus propias vivencias, abandonas los inciertos terrenos de la ignorancia, de la demagogia, que es la que incuba en ese campo la semilla de la que germinará el fanatismo ,y, por tanto, la imposibilidad de todo entendimiento.

En cuanto al tema que nos ocupa, del maniqueísmo que nos confronta República y Sublevación como dos entes contrapuestos, uno lleno de virtud y el otro de intolerancia, cuando uno lee, llega necesariamente a la conclusión de que la República es un concepto mitificado, gracias fundamentalmente a haber pertenecido al bando de los perdedores, y, de esta manera, toda su historia posterior, imaginada y fantaseada, al no haber existido. Siempre pensamos en lo que podría haber sido de ella sin la interrupción de la sublevación, basándonos tan solo en los datos positivos que de ella se desprendieron, escribiendo una hipótesis posibilista maravillosa y optimista. Pero cuando uno piensa en todos los acontecimientos sucedidos en el bando perdedor, se puede construir otra historia probabilista basada en los hechos que sucedieron en ese bando, con su correlación con lo sucedido en otros países con unos parámetros históricos similares. Solo así se puede llegar a la conclusión de que ganara quien hubiese ganado, a España le esperaba un futuro desolador, pues las dos mitades enfrentadas, irreconciliables, violentas, sectarias, ya se habían incubado en una República desastrosa, cual fue la nuestra, ya desde su comienzo, a pesar de la ilusión que despertó en sus inicios en buena parte de nuestra sociedad del aquel entonces.

Para empezar, tuvo un comienzo revolucionario, aunque quizá eso no fuera lo peor, ni tan siquiera malo, pues se partía de un régimen dictatorial e ineficaz, y, además, tampoco fue un episodio desmedido y cruento. Pero ayuda a comprender el trasfondo del proceso. Esta revolución se fundamentó en el Pacto de San Sebastián, una reunión en la que participaron todos los partidos republicanos, moderados, y tanto de izquierdas como de derechas, en Agosto de 1930, con Primo de Rivera ya dimitido y muerto. A ese pacto se suscribieron más tarde comunistas y socialistas, en Octubre. Estos últimos, no del todo, pues mientras el sector más moderado, comandado por Besteiro, prefería la vía de la legalidad vigente, Prieto se unía a título personal, fiel a su eclecticismo ideológico y pragmático que tantas oscilaciones le permitió en su carrera política, y Largo Caballero, que lideraba el sector más radical, lo hacía empujado por sus veleidades marxistas. No en vano le apodaban el “Lenin español”, y supongo que, fiel al manifiesto comunista, veía ésta como la revolución burguesa que toda proletaria precisa previamente. No se nos olvide que la rusa también la tuvo. La revolución fue un fracaso porque en un cuartel de Jaca se adelantaron dos días en la sublevación, y sólo costó, teniendo en cuenta los brutales métodos que aun entonces se empleaban, dos fusilamientos, y el encarcelamiento de todos los constituyentes del pacto que pudieron apresar –aunque no fue mucho el tiempo que cumplieron en prisión-.
De todos modos, la suerte ya estaba echada. La dictablanda que gobernaba entonces intentó convocar unas elecciones generales para reconducir el país, pero casi nadie se comprometió a participar. Así que aprovechó para convocar un calendario que comenzara con unas municipales, para ir calentando. Pero como es afición incluso en la actualidad, los republicanos le confirieron un matiz plebiscitario, y en cuanto vieron que habían ganado en la mayoría de las ciudades principales, proclamaron sin más el advenimiento de la República. Ya entonces se sabía, e incluso los estudios de hoy lo confirman, que, en conjunto, el voto monárquico no solo no había perdido, sino que incluso había vencido. Pero el ímpetu de los revolucionarios, unido a la indolencia de muchos sectores monárquicos, hartos de la dictadura y de la complacencia hacia ella del rey, hizo que esta proclamación fuera irreversible. Gente incluso como Unamuno, Gregorio Marañón y Ortega y Gasset, la apoyaron ardientemente. También militares como un tal Queipo de Llano. Además, otros, como Sanjurjo, no se opusieron , ni tampoco defendieron la monarquía.
Este primer dato me sirve para mostrar cómo no toda España estaba a favor de este derrotero, lo cual ayuda a comprender todos los problemas posteriores.
Así las cosas, se convocaron elecciones constituyentes en Junio del 31, en los que la derecha, es decir, monárquicos y tradicionalistas, sólo obtuvieron 58 diputados de 470. No por nada, sino porque todo esto pilló a su electorado apático, desilusionado y fuera de juego. Pero no reflejaban la realidad social y política del país.
No obstante, no fue óbice para redactar una constitución, que vista la composición del hemiciclo no tuvo más remedio que pecar de lo que pecó: sectarismo. Pues ya desde su preámbulo denotaba sesgo
ideológico, como si fuera sustento de un panfleto político:” España es una República democrática de trabajadores….”, a lo que después, gracias al empuje de sectores más moderados, pudieron añadir”…de toda clase…”. Ya se veía la influencia que ejercía el mayor partido marxista del momento, el PSOE de Largo Caballero. Y es que en aquella época, todo lo relacionado con la revolución rusa y el poder de los soviets, causaba una enorme fascinación en toda la izquierda, sobre todo socialista y comunista, hasta que viajabas allí y te decepcionaba por la rigurosa ausencia de libertad.
En cualquier caso, fue una constitución con muy buenas intenciones, pero que se excedió en lo que ella misma debía representar. Así, tenía incrustados los artículos para la reforma agraria, muy necesaria por otro lado, y todos los resortes socialistas para conseguirla, incluidas las expropiaciones (y socializaciones). Quizá no era este el sitio donde desarrollarla: Artículo 47. La República protegerá al campesino y a este fin legislará, entre otras materias, sobre el patrimonio familiar inembargable y exento de toda clase de impuestos, crédito agrícola, indemnización por pérdida de las cosechas, cooperativas de producción y consumo, cajas de previsión, escuelas prácticas de agricultura y granjas de experimentación agropecuarias, obras para riego y vías rurales de comunicación. La República protegerá en términos equivalentes a los pescadores, Lástima el poco interés que luego mostraron en su desarrollo y aplicación los sectores más moderados, y el descontrol que en algún momento provocó sobre las expropiaciones y apropiaciones de tierras, con el consiguiente descontento de sus dueños.


Y es que esos sectores más moderados estaban preocupados en otros temas ante los que mostraron, por otra parte, una gran radicalidad: el ejército y la Iglesia. Al primero para quitarle protagonismo y volumen. Y a la segunda, para conseguir el tan ansiado y liberal laicismo del estado, pero articulando unas medidas muy extremas teniendo en cuenta la implantación social e ideológica del catolicismo. No solo era separación, era también segregación completa de la enseñanza, cuestión inoportuna dada la práctica inexistencia de instituciones seglares que pudieran tomar el relevo. Y también significaba prácticamente imposibilidad para la Iglesia de realizar actividades que pudieran hacerla subsistir: “prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza”. Llegaba hasta tal punto el sectarismo de la constitución que impedía presentarse para presidente de la república a cualquiera que hubiera sido militar, religioso o perteneciente a la realeza. Ya se comenzó a indisponer a gran parte de la población española.
Y esto encadena con otra cuestión que en principio no parece relacionada, como fue uno de los grandes logros de la república, de la constitución y del feminismo: el sufragio universal. Pero lo interesante no es algunas veces lo que se consigue, sino cómo se logra. Hay que decir que en este primer parlamento constituyente sólo había tres mujeres: Margarita Nelken en las listas del Partido Socialista Obrero Español, Clara Campoamor en las del Partido Republicano Radical y Victoria Kent en las del Partido Republicano Radical Socialista. Sirven de muestra para reflejar lo que fue el debate del mismo. La única que apoyó incondicionalmente el sufragio universal fue Campoamor. Kent desarrolló una serie de digresiones que escandalizarían a cualquier feminista actual, pues consideraba que las mujeres entonces eran lo suficientemente incultas y maleables como para poder ser manipulado su voto. Por la derecha, claro. O mejor aún, por la Iglesia. Pues ésta había presentado un manifiesto firmado por un millón y medio de mujeres para que la apoyaran. Por confrontar esta actitud con las ideas de Lenin en sus tesis de Abril, el cual consideraba al proletariado una masa sin conciencia política, a la que había que dirigir, y, claro está, para eso ya estaba él, para decirle lo que más le convenía, la mujer constituía otra masa que no era favorable ni conveniente dejarla opinar si quien la manejaba era la Iglesia. Otra cosa es que consiguiera esto su partido. Entonces, bienvenidas. Para ello, Kent, incluso propuso dejarlas votar en dos elecciones municipales previamente, y según los resultados, admitir finalmente el sufragio universal. Definitivamente se aprobó por un estrecho margen, lo cual es significativo teniendo en cuenta que entre la derecha tradicional y republicana no sumaban más de 80 escaños. Es una muestra de que en aquellos tiempos la izquierda no era tan progre y adelantada como se nos vende actualmente.
Y es que la República había nacido desconfiada y con complejos. Y una de las primeras cosas que aprobó fue una “Ley de Defensa de la República”, activa hasta 1933, en que se sustituyó por la “Ley de Orden Público”, mismo perro…y mismo collar. En la práctica, la posibilidad de decretar el estado de excepción casi por cualquier minucia, y que de hecho estuvieron aplicándolo durante toda la República, ya fuera el gobierno de derechas o el de izquierdas, y que llevó en innumerables ocasiones al arbitrio de secuestrar distintos periódicos, con lo que se vulneraba uno de los más esenciales principios de la democracia: la libertad de expresión.
Todo esto hizo que no se relajaran las tensiones entre las distintas ideologías, y siendo como eran en aquella época, mucho más brutos que nosotros ahora, aquello se tradujo en una gran violencia social: asesinatos, ajustes de cuenta, enfrentamientos entre grupos radicales, asesinatos de religiosos, quemas de iglesias, etc… A todo ello puso la guinda un levantamiento militar en 1932, liderado por Sanjurjo. Desde la perspectiva de hoy día se alude a que la derecha es reaccionaria y no acepta los resultados electorales. Pero es que en 1933 ganó la derecha. Y el ambiente no cambió, pues se desanduvo mucho lo andado en la reforma agraria, con y sin razón, y la violencia no cesó. Y tuvo otra guinda, esta vez comandada por la izquierda y que se tradujo en la Revolución de Octubre, que como sólo se impuso provisionalmente en Asturias, tomó su nombre. Se sofocó. Con violencia. Pero también como respuesta a la violencia de la misma. Y claro, ¿esa represión sólo es imputable a la derecha? Pues no. En el mandato anterior, ya Azaña reprimió contumazmente las revueltas de Castilblanco y Casas Viejas. O sea, un continuo polvorín.

Pero si algo nos atrae hoy en día de la república es la ausencia de un personaje anacrónico como resulta ser el de rey, al cual lo sustituye la figura de un presidente elegido, lo cual es mucho mejor. ¡Dónde va a parar! En nuestra República anduvo flirteando para ese puesto Alcalá Zamora, que lo fue desde la proclamación, pero que después fue sustituido por Azaña, y vuelto a encumbrarse tras el primer gobierno postelectoral, quizá como consenso para tener alguna figura de derechas que diera sensación de equilibrio en el régimen. Hay que decir que la constitución le otorgaba unas funciones más determinantes que las que la nuestra, actualmente, le concede al rey, como el poder vetar algunas decisiones parlamentarias, de las que carece nuestro monarca actual. Lo cual influyó también, notablemente, en el trágico devenir de nuestra historia, nada más hay que ver las objeciones que puso para permitir formar gobierno en 1933 a la derecha representada por la CEDA, cuando había sido la fuerza más votada. Conminó a Lerroux, del Partido Radical, a formar gobierno, y cuando este tuvo que renunciar por el escándalo del Straperlo, volvió a no solicitar a Gil Robles la formación de gobierno, en el pensamiento de que se entregaba el poder a los enemigos de la República (además, este fracaso de Gil Robles favoreció a posteriori el encumbramiento en la derecha de Calvo Sotelo, de postulados más radicales y facistoides). Pero incluso cuando este nuevo gobierno ya no tuvo más recorrido, prefirió disolver las Cortes antes que entregarle el mando, por insistencia y presión de Azaña y Largo Caballero, para luego hacerle la jugarreta de “Montero” (malfinanciar Andalucía cuando la rige, y castigarla desde el gobierno central cuando el poder autonómico lo logra el adversario): como has disuelto las cortes por segunda vez, cesas de presidente. Pero es que fuisteis vosotros los que me pedisteis que lo hiciera. Pues te aguantas. Hay que recordar que la constitución sólo permitía un mandato de 6 años o dos disoluciones de cortes.
Pues si España no estaba radicalizada, un argumento más para conseguirlo. Presidente, Azaña. Y nuevas elecciones previas en Febrero. Las ganó, como todo el mundo sabe, el Frente Popular. Y uno podría pensar que el levantamiento de una facción se hizo en contra del deseo de la inmensa mayoría del pueblo español. Pudiera ser. Aunque con lo exaltados que estaban los ánimos entonces.... Pero el hecho fue que la victoria se dirimió por 4,654 millones de votos frente a los 4,5 del Frente Nacional. ¿Republicanos frente a fascistas? Falange no obtuvo escaños. No nos olvidemos: 526 mil votos aparte de republicanos moderados. Bisagra endeble para el recio portón y las tozudas jambas de la política española. ¿Quién siendo bisagra soportaría tamaño portazo? Por la ley electoral, el reparto fue desigual, pues el vencedor obtenía 50 escaños adicionales, lo cual daba una cómoda ventaja al Frente Popular.
Pero ya casi daba igual el reparto electoral. Las armas estaban veladas. La violencia no cesaba. El detonante final, el asesinato de Calvo Sotelo. Y aunque el levantamiento fue de unos, el sector radical opuesto, nada minoritario, en parte lo celebraba, porque por fin se encendía la mecha que tenía que derivar irremediablemente en la revolución anhelada. De hecho, hablar de República a partir de ese momento, es casi eufemístico, pues el mando efectivo lo tomaron los comités revolucionarios, quedando diluida la autoridad republicana excepto en el caso paradójico del país Vasco, pues el partido nacionalista era partidario de los conceptos autonomistas o independentistas promovidos por la izquierda, pero su ideología y creencia católica se contraponía, por lo que fue el único territorio en el que se mantuvo el poder en la autoridad vigente y legal.
Si la fría guerra es cruel, peor aún es lo que se desató en la retaguardia, y no solo propiciado por enfrentamientos, traiciones y fusilamientos sumarísimos en los tira y afloja para obtener el poder en tu zona. Entraban los rencores, las envidias, los ajustes de cuenta, la intolerancia….Las calles y la iniciativa las tomaron los más insensatos y despiadados del lugar. Como todos los episodios de la historia, las cifras oscilan mucho. Pero, según Hugh Thomas, en el primer semestre de guerra la represión afectó a unas setenta mil personas en cada bando. Cada cual que haga sus cuentas. Pero para mí, cualquier cifra, aunque sea descompensada, es aberrante. No sería capaz de dar ni una sola cifra que la pudiera considerar tolerable. Sí es cierto que la realizada en el bando “nacional” fue mayor finalmente. Pero esto fue, por tétrica lógica, por dos motivos: primero, al ir venciendo, aplicaba esa otra táctica execrable cual era la contrarrepresión; y segundo, al conseguir la victoria, su represión se prolongó durante más tiempo. Pero también es verdad que en el otro bando pusieron en funcionamiento otra herramienta represora y asesina, que es muy dada a presentarse en los países comunistas, y que está en la raíz del derrumbamiento del propio bando republicano en la guerra: la purga de tus correligionarios. El episodio más famoso, el exterminio del POUM en Cataluña, por su ideario troskista. Y es que el sector propiamente republicano fue progresivamente perdiendo su protagonismo en manos del comunismo, por su mejor organización, en la que era ejemplo y directora la Rusia Soviética y la Internacional comunista, y por el apoyo incondicional de estas a su bando.
¿Qué se podía esperar de un país en que un bando era apoyado por Hitler y Mussolini y el otro por Stalin? Nada bueno, seguro y seguramente. Si algo bueno tuvo la victoria de Franco (si somos capaces de admitirle alguna cosa buena , aunque reconozcamos muchas malas) es que era una persona aséptica, sin una ideología manifiesta, y esto, que es empobrecedor en cualquier político, en él fue una virtud, sin que seguramente lo pensara y probablemente a su pesar. Pues primero le permitió vencer la guerra, ya que lo único que lo gobernaba era su ambición y su ansia de poder. De esta manera consiguió aglutinar a fascistas, republicanos de derechas, monárquicos tan dispares y enfrentados como los alfonsistas y los carlistas. Hizo una amalgama utilizando el pegamento que los unía a todos: el catolicismo. Obtuvo de todos lo que quería, el poder, y los fue a todos diluyendo en aquello que se llamó el Movimiento. Y segundo, eso le permitió, casi sin quererlo, abandonarse en los cincuenta en una serie de tecnócratas opusinos para manejar las riendas económicas del país, y conciliarlo con el inicio de algo tan escandaloso para esa época, pero tan provechoso económicamente, como fue el turismo de bikini.
La dictadura sumió en un enñoñecimiento atroz a la sociedad, de lo cual estaría muy contenta la beata de Carmen Polo, pero al menos el país se fue sosegando y comenzaron a avivarse no sólo los sectores de la oposición, sino los regeneracionistas e intelectuales que cada vez veían con peores ojos el tener que estar al pairo de un viejo chocho sin ningún atributo intelectual ni capacidad estadista. Así, se dieron las condiciones necesarias para que de su decrepitud nacieran los brotes de lo que iba a ser nuestra democracia.
Una de las críticas de moda actuales respecto a la Transición es que no fue democrática porque participaron muchas personas del antiguo régimen. Pero es que no haberlas dejado participar hubiera sido de nuevo crear una confrontación por venganza o por desquite. Sin embargo, todos comprendieron, porque lo tenían más fresco y lo habían vivido, que no podía volverse otra vez al enfrentamiento secular. No fue un camino de rosas y estuvo jalonado del carmín sangriento de algunos asesinatos. Pero lejos de incitar enfrentamientos, se conformó una piña pacífica en la que fueron entrando todos los partidos políticos. Esta transición nos dejó una constitución cien veces más válida que la anterior, laica, sufragista universal, autonomista, de conceptos amplios donde puedan caber todas las ideologías, sin blindar ningún tipo de sectarismo, redactada por personas cultas y diligentes en sus ámbitos profesionales. Y monárquica, con una monarquía prácticamente decorativa, y que interfiere menos el devenir democrático del régimen que la presidencia republicana de la anterior. Tuvo defectos, pero fueron fundamentalmente por el interés de satisfacer a todos, y, con el tiempo, alguno de ellos lo han aprovechado para mostrarse desleales y crear en nuestros tiempos nueva confrontación. Uno lo distingo yo: el reconocimiento de fueros y otros privilegios comunitarios que, en esencia, contradicen la igualdad de todos los españoles. Y otro, lo he leído en el último libro de Alfonso Guerra: el no contemplar el cierre o la limitación del desarrollo de las autonomías. Con lo que esta indefinición, junto a los egoístas anhelos de privilegio que muestran los nacionalismos, ha provocado el mayor problema de la democracia.
Pero no todos los problemas actuales de España son achacables a determinados aspectos de la constitución. Durante estos 40 últimos años hemos tenido tal crecimiento en la economía y en el bienestar que hemos olvidado la dialéctica de los problemas políticos que conviven en toda sociedad. Hemos dejado la Educación en manos de unos rectores botarates cuyo mayor logro ha sido conseguir una sociedad joven con una alta tasa de analfabetismo funcional. Eso que hablaba de ignorancia al principio del escrito. Y que favorece la obnubilación y el encantamiento de la gente por parte de la nueva estirpe elitaria, demagoga y populista, que consigue llevarse el personal a su huerto, sumiéndolo en un fanatismo cibernético descomunal. Uno de los elementos preferidos de este populismo, nacido al pairo del mosqueo del 15 M, engañándolo, es el de denostar nuestra constitución, por desfasada y antigua. Sin embargo no le importa invocar otra más antigua, la de la República, más desfasada y antigua aún, atraídos por el hecho de ser de la República. Dan a este vocablo, además, un valor intrínseco que no posee, cual es el de definir un tipo de gobierno. La república, per sé, solo implica ausencia de monarca, pero no que sea democrática. Y no solo porque muchos países que la aplican no sean demócratas, como las Repúblicas socialistas y soviéticas rusas, o la populista china, sino porque a veces tienen que añadirle la palabra democrática, para dejar bien claro de qué carecen: República Democrática Alemana. Pero además, para fidelizar sus adeptos hay que buscar un enemigo, sencillo, visceral, odioso, en torno al que aglutinar todas las pasiones. Y si hablamos de República, qué mejor que invocar a Franco.
Pues bien, cuando ya teníamos vencida esa etapa, en la que nadie se acordaba de él, vienen ellos ahora a crear un nuevo conflicto imaginario. Ya en los albores de la democracia, los nostálgicos del antiguo régimen, Fuerza Nueva, duraron dos telediarios. Los niveles de democracia fueron absolutos, y si hubiera que considerar un pico en el que llegó a su plenitud solidaria y fraterna, éste se consiguió cuando el rapto y asesinato de Miguel Angel Blanco. Luego hemos tenido los factores que la han desprestigiado, corrupción, movimiento nini y populismo. Pero lo que está claro es que no es tolerable para todos los españoles escuchar del psicópata narcisista que nos gobierna que la madurez democrática no se alcanzaría hasta que no se sacara a Franco del Valle de los Caídos. Absurdo. Absurdo que un bando creyente pueda pensar que existe alguna esencia de la persona en sus huesos y no en su alma, pero más absurdo es que no creyentes den importancia mayúscula a unos despojos humanos. Temían que se ensalzara su persona y por eso no podían permitir que se quedara allí o lo trasladaran a la Catedral de la Almudena, cuando, si de eso se trata, hasta portarlo en un furgón de churros hubiera bastado. Eso no dependería nunca de dónde estuviese, sino del ánimo de quien desee loarlo. Pero está claro que Franco vive en el olvido, afortunadamente , de los españoles, gracias en gran parte a que lo único que queda de él es su carácter dictatorial, pero ningún tipo de ideología de la que pudiera ser mártir o emblema, y muestra de ello es que no hubo ningún tipo de altercado ni de manifestación a su favor cuando lo exhumaron. Por eso, qué más da dónde hubiera estado enterrado. Allí mismo, en el Valle de los Caídos, hubiera podido desempeñar una función pedagógica, porque cualquiera puede valerse de su figura para ensalzarlo o denostarlo, o simplemente para explicar a las generaciones venideras quién era. Y no habría lugar más apropiado.
Yo visité la basílica antes de su traslado, y, nada más entrar, en ese ambiente lóbrego y circunspecto, lo primero que hace el lugar es atemorizarte con los dos ángeles que custodian la entrada, tenebrosos , amenazadores, que piensas que seguro que Peter Jackson se inspiró en ellos para crear sus personajes Nazgûl en la película “El señor de los anillos”. Y es que allí, si lo piensas, lo único que uno puede esperar encontrarse es un dictador enterrado. Y harta desgracia inmortal que le esperaría, que de pensar que nos dejaba todo atado y bien atado, de pronto se quedó contrariado en su último deseo, que desde luego no era ser sepultado allí, donde sus acólitos, en un último intento vivificador del régimen, lo dejaron, allí, caído en el valle, bajo una losa que pensaban infranqueable. Y que digo yo, que si nos hubieran jurado que de allí ya lo habían sacado, tan tranquilos nos hubiéramos quedado. Y su losa, impertérrita, lozana, podría haber sido cincelada con un letrero que rezara “Aquí yació Francisco Franco, Dictador de España”. Un ahorro para las arcas.
Todo esto favorece que se abra otro debate, en este caso relacionado con el cine. Que no es más que decir que España todavía no ha conseguido la suficiente madurez como para filmar películas que abandonen el radicalismo o confrontación de los dos bandos en las mismas. Es posible que eso no se consiga actualmente, por la polarización, radicalización y maniqueísmo que padecemos, pero sí se consiguió en los momentos más enjundiosos de nuestra democracia, en el que se facturaron unas películas soberbias, respetuosas aunque críticas, objetivas aunque se decantase el director. Por eso no sería una novedad que Almenábar lo pudiera conseguir, porque esa originalidad ya no le correspondería y no se agobiaría al sentirse con esa enorme responsabilidad. Pero al igual que con nuestra democracia, eso ya se logró. A mí me viene a la memoria la estupenda “La vaquilla” de Berlanga. No sólo iguala los dos bandos en ridiculez y esperpento, mediante una fina ironía y un acertado retrato de estereotipos, sino que acaba la película con el terrible sarcasmo de la muerte de la vaquilla sin provecho de ninguno de los bandos.

Por eso, aprovechemos, salgamos de nuestras trincheras, acerquémonos a esa tierra de nadie y no permitamos que de nuevo el toro extienda su piel ensangrentada para recordarnos el mapa de nuestras miserias. Hagamos un vergel de abrazos sobre ese erial áspero y aprendamos de nuestro pasado lo suficiente como para no herirnos ni escarnecernos de nuevo. Ahora, cuando llegue al cine, me pediré mis palomitas, me sentaré cómodamente y desearé de “Mientras dure la guerra” que sea una película pedagógica, pero no moralizante.



Comentarios

  1. Estupendo artículo. Bien escrito, profundo y ameno. Recuerdo esos veranos y don Carlos hablando de política, de cuitas franquistas y de lo que leía en las revistas "Triunfo" y " Cuadernos para el diálogo" . Un fuerte abrazo.

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