Rosario


 

Si tus labios, prendados, fueron como un canasto,

propicio y tierno a este regalo nonamesino,

de urdimbre mesurada y de complacido sino;

también, como pezones, de puro amor abasto.

 

Si en la desazón de la noche, fanal divino,

en la enfermedad, consuelo, y de la llaga emplasto,

termómetro en el febricitante día nefasto,

¿no he de besarlos yo ahora, madre, sin ley ni tino?

 

Rosa carnal que no hiere y que no ahoga undoso río,

tus lacustres labios y su caudal besucante

donde mi niñez, pubertad y madurez bogan,

 

ahora que al anciano ocaso son plácido estuario

feraz de mollar légamo y carrizal tajante,

'n sus aguas bebo cuentos que nuestra unción prorrogan.


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