Veinte labios soneteados y ocho octavas encadenadas
Cúbreme, amor, el cielo de la
boca
con esa arrebatada espuma
extrema,
que es jazmín del que sabe y del
que quema,
brotado en punta de coral de
roca.
Rafael Alberti
EXORDIO
En tenue aleteo de mariposa se posan
ante tu boca, sabrosos de besos sabios,
con un frémito de deseo, tus bellos labios,
selladores, quedos, de pensamientos que no osan
traspasar los linderos de las ansias que acosan,
fustigan, enervan, mis esperanzas sin cambios
de hacerlos míos. Cierran impávidos, soberbios,
los tiernos y jugosos deleites que te endiosan.
Vivir etérnamente de sus nones y adioses
no quiero. Hacerlos brotar como sendas fuentes
y en torrente de besos perecer, conque poses
los tuyos en los míos, librando nuestras mentes
del suplicio de la distancia, y así reboses
de placer mi muerte, pues vida no me consientes.
Jorge Puerma |
II
Tensos tal desatinadas mimbres de instrumento
crispado y añejo por desabrigo del raído
y aletargado amor, por tanto tiempo manido
y avezado, encontré tus labios en su tormento.
Brotaron, regios, como insolentes amapolas,
albaricoques maduros de carnosa pulpa,
redimidos del frío marfil que al alma exculpa,
al ceñirlos con los míos en su envite de olas.
Así, creyendo, cual Pigmalión, que daba vida,
obtuve vida en mi corazón, y el manantío
de tu boca de Galatea, escultora y atrevida,
trocó el desabrido invierno de mi alma en estío,
y fui espejo y obra de tus ansias, dando cabida
a besos que en locura mudan cordura de hastío.
III
Ojos sobre ojos, boca sobre boca,
la oronda Selene y los astros amos
de nuestro sino, quieren que muramos
del placer que a nuestras almas aloca.
Labios sobre labios, besos nos damos,
mientras desde la grama se desboca
un brumoso hato de ayes que la roca
de tu himen desgarra con dulces bálsamos.
La noche cabalga sobre un lejano
rumor de olas, mientras escancia pétalos
de tu boca el carmíneo collado
reverberado, y apila arduo el verano
rocío ígneo en sus rubescentes crótalos
por alborozo del amor gozado.
IV
Ay, aquellos primeros besos, pueriles,
de nicotina prohibida y otros arcanos
sabores, de linfa y de greda sutiles,
trocaron ideal a placeres mundanos.
Siendo lozanos, como dientes, prensiles,
en sus labios la humedad de los veranos
cuajó bajo luceros del ciel pensiles,
estremeciendo nuestras lazadas manos.
Pronto el derrotero tomaron del norte,
y besaron el rancio papel los sellos
que robaron su contacto de mi dote/porte.
Ahora como nebulosas desvaídas
fluye el recuerdo tierno y tremante dellos,
nubes etéreas, de inocencia raídas.
Prendí tus labios vetustos y asaz ajados,
acañavereado por sus besos pletóricos
de broza añeja, de la pasión olvidados,
aunque de fraterno y tierno amor entusiásticos.
Quedos, soñolentos, en su frunce moraban
los perdidos aromas que el recuerdo anhela,
como pergaminos prietos que declamaban
manteca, cuajo, guinda en orujo y canela.
Mi infancia se filtró por sus avejentadas
grietas, al musitar lejanas remembranzas
de campo y de hechos de dolida infinitud.
Ya se apagaron sus corolas marchitadas,
y como lívidos lirios sin esperanzas
yacen plenos de, al fin, cándida beatitud.
VI
Tengo en tus labios pintadas las calles de Ronda,
con su laberinto de rincones nocharniegos
plenos de albura acicalada que como ciegos
vagamos so de los candiles la veste blonda.
Nos besamos prietos a los cierros solariegos,
sobre el frío pórfido tras una espesa fronda,
o del ajimezado otero alzado sobre la honda
sima que contornea nuestros flirteos andariegos.
Fundo la rondeña roca en tus labios de magma,
que derriten los míos en copos de azucenas
y claveles, olorizados por el jazmín
fragante de claustros y parterres, y el enigma
de un amparado amor púbero entre áureas almenas,
cuento moro de promesas y besos sin fin.
VII
De telúrico azul de cielo y mar
reposados, hiende mis sueños
y ovilla
de dulce lapislázuli la semilla
que me compelió, huera suerte, a ti amar.
De azul mi añoranza es sin acalmar
de este platónico amor sin mancilla
que hurtar no pudo en tu labial orilla
añil sonrisa y así tu duende inflamar.
Azul es mi recuerdo, azul y lívido,
de una pasión antes de plasmar muerta,
sepulta en el lilio ígneo de tu boca,
de su lapsus anacarado y vívido
víctima, por no declararte abierta
mi alma, que turquesa te exhorta y evoca.
Si tus labios, prendados, fueron como un canasto,
propicio y tierno a este regalo nonamesino,
de urdimbre mesurada y de complacido sino,
y también, como pezones, de puro amor abasto.
Si en la desazón de la noche, fanal divino,
en la enfermedad, consuelo, y de la llaga emplasto,
termómetro en el febricitante día nefasto,
¿no he de besarlos yo ahora, madre, sin ley ni tino?
Rosa carnal que no hiere y que no ahoga undoso río,
tus lacustres labios y su caudal besucante
donde mi niñez, pubertad y madurez bogan,
ahora que al anciano ocaso son plácido estuario
feraz de mollar légamo y carrizal tajante,
'n sus aguas bebo cuentos que nuestra unción prorrogan.
Pusieron patas arriba mi mundo un febrero
loco, que hasta quise cambiar su hibernizo nombre
por otro que de un alma al albur la mía deja.
Témpanos ardientes, forjaron su carcelero
oficio en los míos con desanudada lumbre,
y reo y cautivo quedé por su fraguada reja.
Ungirlos a besos no bastaba a aplacar mi hambre
de ellos, que más los comía, más el desespero,
aunque fuera caprichoso y abundante el esmero
con que me esparcías de los tuyos el enjambre.
Su geografía esbelta, su arrebolada cumbre,
glauco, hondo, lago orbital de tu mirada apero,
todo aderezo carnal que gestó el placentero
éxtasis a que tu sonrisa me ató en su urdimbre.
X
No soltáis palabra aunque sois de placer infinita fuente,
y anunciáis sin rebozo, con lejano susurro de gozo,
cavernaria proclama, antaño soterrada como en pozo,
de deleite suntuoso y de afán hedónico y complaciente.
Acogedores, voluptuosos, celébroos con alborozo.
De frondoso o desértico Venus ayuso sois vertiente
que drena en piélago salobre su ciclón concupiscente
en que hecho deseo, como morena enhiesta, nado y retozo.
Poseéis el lenguaje arcano de la vida y la descendencia,
con relámpagos espásticos curváis el femenil cuerpo,
y lúbricos, fragantes de amor, me besáis cuando os recalo.
Vuestra academia devoto me forjó de lasciva ciencia,
que es cual puerto que abriga, sin encono, mi vuelta si
zarpo
rumbo a las procelosas travesías que angustian mi falo.
XI
Ahora, que se tornaron poderosos,
perfilados por el embate oceánico
de mis besos, desde aquel lívido agónico
en que porfiaban, sin amor, recelosos;
Ahora, que son de frutos cadenciosos
pulpa, en que destilaron grato son pánico
a mi alma depauperada, y amor vesánico
liberó su juego a roces voluptuosos;
me declara, ahora, un adiós sin atino
esa cueva coronada de azucenas,
cuya campana tañïa eterno romance.
No será mío, pues, su néctar divino,
libado en tus labios de sonrisas plenas,
ungüento que abate hasta el más triste lance.
XII
Recién libertado de amor quiso hacerme preso
el pétreo hontanar, ceñido de pretil ebúrneo,
de tu boca, caverna cuyo lazo purpúreo
de lirio labial mi lengua desatravesó.
A los meandros de tus senos, asaz travieso,
por la acequia de tu descote serpenteó,
como plácido nenúfar, mi lascivo deseo,
aunque tus labios me exigieron de amor un beso.
Pero no fue afín mi amor a su insensato anhelo
y puse a tu amor fin como a espíritu foráneo.
Pálidos atardeceres, como pesada veste,
tupieron un hondo olvido hasta que un ángel de hielo
estalló una amapola
de cristal en tu cráneo,
y ahora yaces como nube ideal y celeste.
XIII
Enraizó en tus labios tenaz acero
cuando los paternos cerró el balín
insuflado por aquel odio ruin
que sembró en su cráneo negro agujero.
El dolor los ablandó con esmero
y el tiempo, y a mí, padre, se tornó afín
su mordaz cencerreo, burlón trajín
que brotó y aguzó mi humor placentero.
Sus besos en mi frente, tragaluz
de raciocinio y saber, mi cerebro
abrieron en tertulias de camaradas.
Terca la vida, creó nuevo arcabuz.
Con dardos aciculares de enebro
los deshojó en fúnebres risotadas.
Tus labios me saben a manzanas acedadas,
a pellejo elocuente de rozagante hembra,
a ameno tanino cobijado en la penumbra
de chigres y guachinches, y a anochecidas doradas.
También tráenme el gusto a olas de alisios aromadas,
de tibia savia que la natalidad herrumbra,
a la golosa quietud casera y la inquieta zambra,
de estivales esencias de alhambrismo hadadas.
Labios melifluos de sidra espumante y guayabo
que argentan luna de dos décadas más un lustro,
y la crema bruñen de piedad nona y fe santa.
En fin, labios que evocan la vida que silabo
junto a ti, de zaguán fresco y recogido claustro,
que dura treinta y tantos, más carretera y manta.
Adios clamamos, mas tus labios gimieron hola,
de una despedida transidos inesperada,
en que arrollaste mi timidez con tu mirada,
posándolos en mi boca como si de su corola
pétalos fueran, nectarios untuosos que la árida
lengua cercana del rumiante reino. de la ola
prendiera de ebrio son de vals y de barcarola,
conque arrobó nuestra corte en besos sumergida.
La luz de tu cara yace dormida en mi olvido;
la grama prendida en el pliegue de tu mejilla
apenas ayuda a invocar mi onírico canto.
Eres ya prenda del instante, fugaz, perdido,
y el salobre roce de tus labios será orilla
que otro fruya para así glorificarlo tanto.
Por de tu boca el alcabor delatados
son tus ínclitos labios, do los acechos
de tu ardorosa sierpe mis satisfechos
deseos acrecen, y el don de enamorados,
oficio de sotobosque que a mis dedos
fuerza a trepar vagarosos como helechos,
y enrédanse trémulos sobre tus pechos
cuales sarmientos de racimos colmados.
Tristeza de Hesse, Yibrán, el pensamiento,
tus senos, poesía, a
este atolondrado
tus labios proclaman de amor condimento.
Mas cierro tu boca en la mía; extasiado,
enluzco sus piropos portones...¡Pronto!
Ay, voz de labios malqueridos cuya quejumbre desconsolada y amarga
va errabunda por los corredores aledaños, arrabales huidizos,
de mi arisco y bisoño corazón, ¿qué no daños con mis besos postizos
os infringí, junto a olvidados, y pesadumbre punzante y manilarga?
Al contacto de los míos trabasteis vislumbre que la esperanza alarga
de amor, mas siendo de sentimientos ermitaños roces escurridizos
tomasteis fiel juramento ante besos huraños y resquebrajadizos
brindados con elixir de prosapia de azumbre que al ánima abotarga.
Vagáis con ellos, quejosos, labios desdeñados de amparo de mi boca,
aunque no por menosprecio sino por defensa, que ofensa era sin promesa,
del decoro que la corrección sexual malmetía a nuestras cándidas mentes.
De ingenua impudicia o sin consunción abandonados con opinión equívoca
opté sin amor no acopiar viandas en despensa, sin comensal ni mesa,
con que alzar, para expiación, eterna letanía hacia los cielos clementes.
Alumbrado por tus lacustres y melosos ojos,
tu donoso rostro enmarca las bermellones ascuas
de tu boca, par enardecido que como unas pascuas
mi gozo retozan y me hincan ante ti de hinojos.
Esconden pozo de brocal de marmorosas recuas,
donde yace y place tu lengua, templo de abrojos
redimidos al libar de su néctar los antojos
escondidos a mi alma, frutos de esperanzas vacuas.
Su bálsamo órfico de percusivo soniquete,
¿como a Eurídice me desvanece, o, como Lot,
alquitarado en sal jugosa, impávido, me somete?
Chasquido y crepitación es su roce, que promete
eterna pasión a mis labios, mas sé que es complot
suyo, que al tiempo impondrán a los míos cruel destete.
Tus labios, como volcanes, manaron un “sí,
quiero”, y estallaron en
tres anémonas de fuego
que luego humanaste como si fuera un juego
encarnar desde la tea inane del frenesí.
Brindaron en las nupcias con un son palaciego,
cetro de tu boca que a su dueño irguiome así,
a mí, dulce siervo de su alcurnia carmesí,
y me ungieron simiente de tu vientre alijariego.
Los trigales de tu boca son ahora vencidos
por amables y tiernos céfiros maternales;
tus labios, harina embebida de levadura,
fraternos escabeles do yacen besos plácidos
prontos y gratos al deseo y antojo filiales,
son ya envero, fruta para otras fauces madura.
XX
Tus pasos traen el junco chiquito
de tu cuerpo, enarbolando la airada
cabellera, mi enseña blasonada
por tu mirada, vergel en que habito.
Tu sonrisa a mi gozo no concito,
vedada está tras una malhadada
tumultuaria quietud de mascarada,
que no me amedrenta de ser su acólito.
Llévame, amor, adonde yo te quiera
e impón de tus labios el yugo cárdeno,
tenazas rusientes como martillo
y yunque tercos de altivez flamígera,
que templan de mi lengua el sable obsceno
conque te gano y me alzo tu caudillo.
ENCADENADO
(memorias ficticias en octavas reales de un Bradomín
frustrado)
Mi ingenua mocedad clamaba: "etérea
mirada tienes al amanecer,
que se disipa como bruma espúmea;
ya sólo deseo desvanecer".
Ahora la aurora en cárcel purpúrea
transmuta, y me veo languidecer
encadenado a tus rejas labiales,
conjurando del desamor los males.
Pone un tropiezo y conato de esguince
en mi boca las cuencas ojivales
donde habita tu mirada de lince,
y me hechizas, de entre los capitales
pecados, con la libídine que unce
el ánima, junto a los aluviales
llantos, de olvidado amor aderezo,
y hacen báculo y sostén del tropiezo.
Tomo mío este amor clandestino,
fruto del azar y del desperezo
de un ser que en anhelante desatino
busca apasionada redención, y el rezo
del compungido y del luciferino
sentimiento con que engasto y malvezo
un idilio convicto, avieso, pletórico,
como edén condenado en frutas rico.
Dios piadoso, a él depreco aun no creyéndole,
y nos arrebuja en tálamo cósmico,
sol, luna, estrellas, altar en que inmole
concupiscencia cuyo afán deífico
es tu faz más un beso que enherbole
angustia de adorarte como ídolo único.
A Dios, pertinaz sacrílego, hostigo,
eligiéndote de mi alma postigo.
Te hallo en la complacencia de la noche,
de tu baluarte cutáneo al abrigo;
la almendra de tu vientre será el broche
que alce mi alma de ladrón y mendigo
al orbe diáfano de lúbrico derroche
y éxtasi, a más de germinal testigo
de amor que tornasola en la oquedad
vacilante de instante y brevedad.
Es esta espejada querencia rara,
que a discernir no ayuda la bondad
de la que hago gala, aunque es clara
la obstinación conque la sociedad
a este rayo ata, cercena, dispara,
rayo atroz de lóbrega oscuridad
que rasga en los atlas los senderos
que anegan nuestros lindes ajoberos.
Perniciosa es la pérfida distancia
a pesar del celo tesonero de Eros,
que distorsiona de una sola estancia
nuestra alianza en dos opuestos neveros
que anidan, triste alivio, la mollicia
abúlica que tus lloros agoreros
proclamaron, en su principio, ajado
este agónico amor ya recién brotado.
Chasca su cresta, allá en lo alto, la sierra,
cual gallo de graznido endemoniado.
Con su plumaje bermejizo aterra
mi aciago corazón embelesado,
y su incendio voraz por mi alma yerra.
De tus ojos el llanto codiciado
no aplaca el dolor que hará fenecer
esta occisa ansia antes de florecer.
Beatriz Yoldi |
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ResponderEliminarSiempre te tuve por un melomano desmedido, pero tanto vocabulario y tan bien manejado, me han dejado anonadado. Felicidades amigo¡
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