Poemas quirúrgicos





I

Llevo años de estrés,

frente a un muro de dolor empecinado,

y no veo reflejo, 

ni eco de esperanza.

Solo siento mi rostro hierático

al frotarme los ojos

y recoger las lágrimas.

Pero noto las manos secas, 

el alma vacía,

y un hondo y perplejo cansancio:

no son mis lágrimas.


II

Hiendo el escalpelo

y un hálito de espectro

se funde con el sol halógeno.

Es un circo sonrosado

y noto todo el peso de los césares,

las barricadas palpitantes

que me cercenan el espacio

mientras el combate a sangre viva,

índice y pulgar contra barriga,

implora rezos de fontanería.

La vida se obstina en un puente

que construyo,

y lo atraviesa tozuda.

Suelto la pinza

y mi tacto percibe, con cosquilleo agonizante, 

sus sueños,

su pasado y sus anhelos,

la vida bisbiseante y la muerte,

que se agazapa en algún rincón

a la espera de partir con el último estertor.

He luchado fiero,

como gladiador quirurgo,

para amedrentarla al menos un tiempo. 


III

Le miro, me mira, nos miramos, 

pero no vemos lo mismo, 

aunque lo mismo pensamos.

Tememos ambos por su vida.

El ve en mis ojos la esperanza,

una esperanza roja infiltrada de temores.

El piensa que es la savia de los sabios,

yo sé que es rubicundo frenesí

al adoptar sus miedos.

He de vencerlos y complacerlos con la esperanza,

esa esquiva señora de pinzas y bisturí,

separadores y tijeras,

esos nudos frágiles y esas sábanas 

que acunan a los hematíes.

Sé que estamos los dos mirándonos

y no sé si tú me mirarás más,

doblegado por la turbia insistencia de las complicaciones.

Sólo sé que cuantas más miradas pierdo

más ciego se torna mi corazón.



IV

Has venido a morir muy lejos.

A morir lejos de tus veranos e inviernos,

lejos de tus crepúsculos, ahora de neón,

cambiados los trinos queridos

por el percusivo

tic tac de tu corazón

en un ondulante trazado pixelado,

las mareas de tus océanos

por el chiflido del respirador.

Te miro y estás ausente.

Tu vida se agarra a un árbol

de tronco metálico

enraizado en tus anegados alveolos.

Tu pecho se expande

como velas en una galerna,

como si tus sueños,

desconocidos por mí,

se agolparan

a pique de estallarlo

Halas la vida

pero ya no te llega. 

Unjo tu frente

con el paliativo aceite

de la consolación,

y ya no resta

sino que tu alma vuele, 

perdida o hacia la redención.


V

Tus pasos, oh dolor,

se esparcen jocundos

por el palacio

de la analgesia.

Del quejido vano

se adueña,

y de la llaga saniosa,

con tubérculos nervudos

y perfumada acrimonia.

Dolor de vasta epidemia,

con tambores nocturnos

contagias al egoísta

sufrimiento

de resabios inmundos.

Llenas bocas,

ahogas sonrisas,

lobregas cicatrices,

desbaratas pasos,

y rindes la esperanza

ante tu tanatoria hermana.

Reza a Morfeo el incauto, 

en febril agitación,

e invoca al hacha,

al lento gotero 

y su afeite disuelto,

que engañe a la enfermedad

y maquille el sino.

Oh dolor, cuán largas

son tus noches. 


VI

La temprana luz ciega

y duele en los ojos. 

Un resplandor acrecido

por laberinto de cristales.

Al pronto, una brisa fresca. 

El cuerpo entumecido

por el insomnio

se estremece.

Portazo.

Mi mirada despierta

ante la inextricable

hoja de tratamientos.

Finiquitada la guardia,

se despereza la jornada.


VII

Tras la mudez de las alarmas

abrimos las escotillas del descanso,

y ascendemos a la cubierta

como anhelosos periscopios.

Un inmenso mar y glauco

nos rodea, 

con sus espumas grises

y cortantes.

Un silbido de locomotora exhausta

un aroma tostado exhala,

y presta acude a mis manos

la hirviente porcelana

del desayuno. 

Una tibia bruma quemada

enturbia mi mirada,

y vislumbro el futuro

a su través,

inseguro.




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