EL NIÑO Y LOS SORTILEGIOS




No es porque lo digan Ada o Carmena, pero yo sí que puedo.

Desde mi más sincero escepticismo, ya desde bien prontito, la vida dio un enorme giro argumental. Fue cuando me enteré de que los Reyes Magos no existían, gracias a algún graciosillo aventajado, probablemente en el cole, con la consiguiente suspicacia posterior y acechanza a tus padres, pillándolos in fraganti con los regalos, o descubriendo su depósito clandestino, a la espera de sacarlos la víspera, bien entrada la noche. En ese momento la realidad cambia, porque la fantasía deja de formar parte de ella, y se convierte todo en un cuento barato. De pronto te asaltan todas las dudas con el vértigo de la soledad: la infinitud del espacio, la inabarcabilidad del universo, la frialdad y la angustia de la muerte…., porque ya todo deja de tener explicación y, sobre todo, solución. Desaparecen los encantamientos, los embrujos, los sortilegios, y, por qué no, los milagros. Ya no hay ilusión. Ya no queda sitio para la esperanza. Por más que creces, y estudias y sabes, no desentrañas ni el motivo de la vida ni la razón de la existencia. Y en esto los creyentes juegan con ventaja respecto a los ateos, por mucho que ellos digan. Siempre dicen que para ellos la vida es mucho más dura al anteponer un montón de reglas morales frente al hedonismo de éstos. Pero no creo que sea una gran ventaja pensar que no hay nada más allá de esta vida, y que, por mucho que la disfrutes, o no guardarás memoria de ella o carecerá de importancia lo que en ella haya acontecido. Quizá los creyentes la cargan de demasiado lastre, con sus penitencias y oraciones, demasiada liturgia, o, si se quiere, demasiado ritual. Y es que si existe el libre albedrío, no creo que Dios intervenga mucho en nuestra existencia, por mucho que le recemos o por mucho que obremos según sus preceptos, si es que éstos son bondadosos, no vaya a ser que nuestro creador sea un ser despiadado y sean otras las acciones que espera de nosotros. Pero, en cualquier caso, en toda su soberbia magnitud, no pienso que fuera a castigar a alguien que no le rece, a condición de vivir con sus reglas, que más o menos deben ser las mismas para todo ser humano honesto. Hacen, pues, de la vida, como el tierno adolescente, que en su cuarto se conjura a tirar papelitos a la papelera, apostando al destino que si encesta tres seguidos, la niña de sus sueños lo besará, o, si son seis, se enamorará de él, mientras se oye en el pasillo a su madre gritar: ¡niño, sal un ratito a la calle a que te dé el aire, a ver si así es posible que encuentres novia! Y tú, con el sobresalto,… vas y fallas la canasta, y protestas para tus adentros: ¡va de prueba!
La vida, pues, necesita actividad e ilusión; o esperanza. Y como lo único cierto acerca de ella es que lucha por perpetuarse, nosotros sólo lo conseguimos plenamente con la descendencia. Por eso, el motivo, la excusa, el objetivo, el denuedo, la ilusión y la esperanza que yo he encontrado en mi devenir, son esos tres nuevos reyes magos de la fotografía, desde mi Rodrigo Melchor hasta mi morenito Baltasar Alonso. Y yo sí, y no porque lo digan Ada o Carmena, sí pondré una reina en mi particular cabalgata: mi Beíta Gaspar.

¡Qué os colmen los Reyes esta noche de regalos, pero, sobre todo, de ilusión y esperanza!



Comentarios

  1. Ciertamente todos recordamos con angustia y desilusión desoladora el día o la noche en que descubrimos que son o eran nuestros padres los Reyes Magos. Sin embargo en el fondo nos negamos desde entonces a borrar de nuestro pensamiento la figura y el símbolo que representan y querer perpetuar y no olvidar el niño que fuimos y al entrar en otras edades más me acuerdo. Un abrazo desde Ronda Rodrigo !

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