JUNO




Quizá sucedió porque era una náyade, hija del río Ínaco, de plateada cabellera fluvial; o quizá por sus tersos pómulos de sonrosados guijarros; o tal vez por sus ojos calmos y anchurosos como meandros, frescos y profundos como profundas pozas; también, probablemente, por sus senos de turgentes riscos labrados por los rápidos, y su esbelto sexo excavado como fuente en recia roca. O quizá fue porque él era terrible y lujurioso, o pícaro o embaucador, o las dos cosas juntas. O tal vez fue por todo ello por lo que fue que la ultrajó. Pero, al menos esta vez, no se transmutó, y lo hizo a cara descubierta. Aunque no fue lo suficiente atrevido como para no temer a su mujer. Por eso extendió un manto de oscuridad que ocultó a ojos de ella su procacidad. Pero fue precisamente esta turbación del día lo que puso a ella en alerta, y,  desconfiada de las infidelidades previas de su marido, fue a indagar lo que pasaba. Mas no encontró a la náyade, sino a una hermosa ternera, de sedosa y fragante piel, metamorfoseada así por él, para ocultarla de los implacables celos de su mujer. Pero ésta, apiadada de su belleza y su desgracia, la devolvió a su estado natural. Y no la envió a adornar el cosmos, como sucedió con muchos otros personajes mitológicos.
Pero el hombre, principal hacedor de deidades, terco y emulador de ellas, le reservó un lugar en el espacio. Nominó a los planetas con los nombres de los más solemnes dioses, y ya después de Galileo, le concedió a nuestra náyade un lugar alrededor de Júpiter, al igual que al resto de sus conquistas amorosas. Hoy en día llegan a 67 los satélites reconocidos, todos con los nombres de los amantes del dios de dioses. Lo curioso del asunto es llegar a la evidencia de que, después de ser uno de los cuerpos celestes que de más antiguo se conoce, a pesar de todas las teorías y cálculos de la edad y origen de nuestro universo, de todas esas miradas que nos han permitido vislumbrar un universo a nuestro alrededor de millones de años de antigüedad, de atisbar la posible curvatura del espacio, etcétera, etcétera, sólo tenemos sospechas de cómo debe ser Júpiter, de su naturaleza líquida metálica, su poderoso campo magnético, conformado por la enorme velocidad de rotación, que hace que sus días sean de 10 h. aunque sus años sean de 4330 días, pues todo se nos oculta bajo un manto de nubes sulfurosas, bajo el cual no sabemos qué hará el magno Dios. No pudo, pues, el hombre encontrar mejor planeta al que nombrar como Júpiter.
Por eso, como esposa celosa, el hombre mandó una nave espacial, llamada Juno, a sondear los misterios del lejano y terrible planeta, vigilada por ese moderno Argos que es la red de observatorios dispersos por la faz de la Tierra, que, al igual que el mito multiocular no cerraba más de dos ojos a la vez incluso cuando dormía, mantiene siempre a más de un observatorio pendiente del insondable universo. Ha sido una travesía de 5 años, impulsada por la fuerza gravitacional terráquea, a través de un espacio silencioso y oscuro. Bien le habría venido una buena banda sonora para cortar esa monotonía sideral. Y qué mejor que el Júpiter, de la suite orquestal de Los Planetas, de Gustav Holst.
La suite tiene un movimiento dedicado a cada uno de los planetas conocidos en la época del compositor, excluido la Tierra. Y aunque su intención era una descripción de los aspectos astrológicos de los planetas, se dejó guiar más bien por la personalidad del dios que le prestaba su nombre. Y así, cada título lleva un sobrenombre que lo indica de ese modo. En el caso de Júpiter, el portador de la alegría. Comienza con un tema de grandiosa sonoridad, como recordándonos la majestuosidad de dios y su atributo principal, como gobernador de los rayos, para pasar a otro tema más sinuoso, que nos recuerda su picardía y camaleónica apariencia, para desatarse en un tema que nos recuerda su voluptuosidad.

La influencia de esta música es muy patente hoy en día, sobre todo en el cine. Así, el tema de Marte recuerda mucho al de Desafío total, de Jerry Goldsmith, y el de la voluptuosidad en Júpiter al de otra película, también protagonizada por Schwarzenegger: Conan, el bárbaro, de Poledouris, justamente para la escena de la bacanal, con una mezcla entre ésta y el bolero de Ravel.

Comparad si no, sobre todo, a partir del tercer minuto de ésta con la pieza a partir del minuto y medio en la de Holst
Y esto me lleva, a su vez, a que, como muchos ya sabéis, esta película de Conan fue rodada en Almería. Toda esta digresión para llevarme a comentar lo sugerentes que son las fotos espaciales. Esta, en concreto, que asemeja una acuarela abstracta, bien podría parecer una canica lanzada por un chaveílla sobre un terruño baldío almeriense. Sin embargo, no es sino la Gran Mancha Roja joviana, creada por una tormenta que persiste desde hace más de 300 años, con vientos que superan los 400 kms/h, todo ello vigilado desde cerca por el satélite que porta el nombre de Io, que da comienzo a este relato, precioso y entrañable visto desde la distancia, sobre todo si no sabemos que es el cuerpo de mayor actividad volcánica de todo el sistema solar. Es el satélite más cercano a Júpiter, a la misma distancia que la Luna de nosotros, con un diámetro parecido, y que no se explica uno como no se despeña contra la gran masa gravitatoria del planeta. Quizá por su velocidad, que le permite concluir una órbita completa alrededor de Júpiter en menos de dos días.
Aunque todo este hilo del relato os resulte absurdo, que une el distante universo con mi localidad, ¿acaso no sucede como a veces en los sueños, en esas vigilias oníricas, en las que de pronto llegamos a una certeza sorprendente, y cuando queremos volver sobre los razonamientos que nos condujeron a ella, no solo no acertamos a recordarlos, sino que nos olvidamos irremisiblemente también de aquella?¿No gozan los sueños de todo el tiempo del universo?¿O este tiempo no se tiene a sí mismo etérnamente?¿Hace cinco años ya que comenzó su viaje y ya no nos acordábamos de Juno?¿No es ahora que se ensambla en la órbita de Júpiter para desvelarnos los secretos bajo su manto de amoniaco, helio y azufre?¿No son sus secretos sueños de la humanidad? Dejaos mecer, pues, por la música de los planetas y soñad los secretos que nos desvelará Juno bajo la atenta mirada de la bella Ío. 


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