LA RAE QUE NOS TRAE DOÑA CARMEN CALVA
Piensa uno que las ocurrencias son solo eso, ocurrencias. Y que una vez que ya se expusieron, ya no vuelven más. Pero no es así. Es como un rumrún enfermizo que no hace más que regresar insidiosamente. Veo a la ministra con esa pose distante, lenguaje pausado, mirada mesiánica, como si la rémora de su lenguaje nos fuera a salvar de nosotros mismos y nuestro impávido desconocimiento. Y así, volvemos otra vez con el dichoso machismo en el lenguaje. O peor aún, que nuestro idioma es machista. Expuesto con todo su escolasticismo feminista.
Yo creo que el error de doña Carmen, aparte de la ignorancia, radica en su confusión con dos aspectos: el género y el sexo. No se da cuenta que en nuestro idioma las palabras tienen género, y no sexo. Por mucho que un pajarito y un conejo, de una manera metafórica, puedan desarrollar sexo, y aunque considerando el género de estas palabras, el sexo sería homogenérico, las palabras en sí no pueden mantener sexo porque carecen de él. El género es otra cosa. Así, rinoceronte, hasta última edición de la RAE, es tanto el macho como la hembra. El cocodrilo, lo mismo. Pero no es porque acabe en o. La jirafa hace la misma función epicénica. A veces incluso la terminación en a es masculino (impala). Quizá con animalitos no quede claro. Tal vez si soy más explícito. Pero, por favor, ¡tapaos los oídos...o, más bien, tapaos los ojos! Esto es un lenguaje que no aparece ni en el corrector de guasap. Y es que vamos a mezclar el sexo y el género, y como la ministra quiere evitar oír hablar en masculino, pues eso no le hace sino pensar en hombres, y la manera de visualizar a la mujer precisa del femenino, el caso es que no creo que nadie vea, sexualmente hablando, a sus parejas detrás de las palabras pene y vulva. Ella, pene, por mucho que se le susurre, lo más que le viene a la mente es una encuesta de preferencias y satisfacción. A él, vulva, le rememora espéculo, visita al médico, aspirina, si no alguna especie de molusco, pero sexo, lo que es sexo, nada. Pon sin embargo polla y coño, tal cual, en boca de mujer y de hombre, respectivamente, y no literalmente. Verás en qué piensa cada uno, si no es en el sexo opuesto al del género de la palabra que usa.
Y es que ella lo que busca es visibilidad. Y cree que si no es usando el género femenino, la mujer no aparece en el castellano.
Pero si yo, por ejemplo, relatara en qué disfruté mi asueto veraniego, diría que lo empleé en navegar por un litoral rebosante de pibones, o, por no parecer superficial, de bellezones, de muslos infinitos y enérgicos, glúteos redondos y altivos, exuberantes y respingones, vientres contorneados, senos uniformes, profusos e ingrávidos, cabellos que se desprenden en saltos y arroyos dorados sobre sus rostros suaves de pómulos arrebolados, entronizados por irisados ojos, , conformando todo un cuadro de divino portento.
Pues bien, no he usado sino el masculino en el anterior párrafo, y para mí no deja un momento de hacerse visible una rebosante femineidad. Tal que, si se me permitiera, podría incluso avisar que se me enhestaba la fusta balsámica de las pasiones humanas. ¡Vaya! Sin corrector no sé qué os sugiere esta frase, pero está toda en femenino.
En fin, que la visibilidad del sexo no radica en el género que se usa. Es más. Quienes debiéramos estar enfadados somos los hombres, pues somos los que estamos ocultos tras el uso genérico del lenguaje. Si digo que me voy con mis amigas, está claro que el sexo femenino es el constituyente del grupo, pero si digo que me voy con los amigos, no está claro si todos son varones o si son de ambos sexos. Por lo que no hay una fórmula que visibilice al hombre si no es aclarando la frase. Pero esto tampoco es del todo cierto.
Si dijera que conocí a una estupenda persona, de sonrisa grácil y mirada sincera, frente lúcida jalonada de agreste y suntuosa cabellera, nariz redonda pero coqueta, de estatura media y extremidades proporcionadas, que le confieren una figura de factura tan pulida y hermosa que pareciera marmórea estatua, seguro que no sabríais si me refiero a un hombre o a una mujer. Por tanto, a pesar de estar todo el párrafo en femenino, en conjunto constituye un uso genérico del femenino para referirse a ambos sexos. Por tanto, ahora tenemos al femenino visibilizando no sólo a la mujer, sino al hombre también.
Así, deberíamos dejar al lenguaje en paz, sin forzarlo con nuestros empeños políticos y sociales, y no crear más palabros absurdos que no hacen sino empobrecer y establecer el villanaje de nuestro idioma. Como ese trajín de crear palabras innecesarias o incorrectas, o ambas cosas, para crear el femenino e intentar visibilizar a la mujer. Esto sucede con palabras como presidenta, jueza, regenta, generala... Todas ellas ya existían antiguamente, y se usaban para referirse de forma peyorativa a las cónyuges ( ¿o deberíamos decir conyugesas?) de sus respectivos masculinos: presidente, juez, regente, general,..., ya que eran mujeres cuya mayor satisfacción y fuente de engreimiento no era otro que haber conseguido una posición social preponderante a través de la relación con un hombre. Es algo, pues, que espantaría hasta la feminista más moderada. Así que por qué empeñarse en crear femeninos a partir de palabras que no son ortográficamente masculinas, pues, por ejemplo, ninguna de ellas terminan en "o". Tal vez presidente, juez o general no se usaban en femenino, pues no existían mujeres que ocuparan ese cargo, pero sí ha habido mujeres regentes, así, terminado en e, colocándole simplemente un artículo concordante de género. Cuando además se añade el hecho de que muchas veces son sustantivos derivados de un tiempo verbal, el participio activo, y que, como tal, no tiene género. Le hubiera venido bien saber esto al político opositor que osó apelar a Doña Carmen como vicepresidente, con lo que ella, con esa cara de burlona prepotente y soberbia pseudoilustrada, le contestó:"vice...presi...deeen...ta". Pues no, vicepresidente, la vicepresidente, al igual que no decimos la cantanta de ópera, o la litiganta en el juicio, la participanta en un concurso, la oyenta de un programa, etc...
Creo, pues, que, sinceramente, el machismo no está en el uso del lenguaje. Incluso que si lo que se pretende es la igualdad de veras, no hay camino más directo que usar la misma palabra para designar los dos sexos. Llamar Juez Fernández, tanto si se trata de una mujer como de un hombre, porque lo que importa es la función que desempeña, no su sexo, su sexualidad o sus creencias, como en algún momento se presionó a alguna persona para manifestar su sexualidad con el fin de torticéramente visibilizar un colectivo. Si no, de ese modo, tendríamos que emplear tratamientos como "la heterojueza católica Fernández". Si fuéramos a traspasar una puerta con el letrero "Juez Fernández", no sería machismo el que nos pudiéramos sorprender que sea una mujer, aunque sería causa suficiente para aplacar ese asombro el hecho de que sean cada vez más las jueces que trabajan en ello, ; machismo sería no confiar en la juez por ser mujer, en pensar que no puede ser igual de buena que un hombre por el mero hecho de ser mujer, o el creer que ese no es sitio para una mujer.
Así, doña Carmen, deje Vd. el lenguaje en paz. Y no crea que lo de Calva es una errata: es un modo, cambiándole el género a su primer apellido, de visibilizar la blancura de su calota, cofre que atesora y protege la homogénea sustancia homocrómica de la que brotan sus pensamientos.
Lioso sería jugar y visibilizar su segundo apellido
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