Navidad barroca: los misterios del Rosario
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Giovanni Martinelli - St. Domingo, Sta Catalina y los misterios del Rosario |
Una de las principales figuras
del Adviento, si no la que más, es María, madre de Jesús, vehículo de la
salvación, en quien yace uno de los mayores misterios de la religión cristiana:
el de su gravidez virginal.
Pero el protagonismo depende del
culto que tratemos, pues la reforma quiso acabar con toda sacralización o
adoración de santos y de la Virgen, para focalizar toda la atención en Dios
hecho carne. Sin embargo, en el catolicismo arraigó considerablemente el culto
mariano, y fruto de ello surgen algunos ritos que podríamos considerar
específicos, aunque la beatitud siempre abre sus puertas en todas las
creencias. En este caso te quiero hablar del rezo del Rosario.
Su origen parece radicar en
ciertos usos monacales antiguos en los que se solían recitar los 150 salmos con
el auxilio de un reducido breviario específico. Con el paso del tiempo y la población
general imbuida en la ignorancia y el desconocimiento del latín, tanto por las
dificultades de recitado de todos los textos como por su falta de comprensión,
se permitió a los feligreses la sustitución de dichos salmos por la repetición
de oraciones más sencillas, eligiéndose el Ave María. Cambió así su nombre de
Salterio de David a Salterio de la Virgen. Se constituyó de este modo como un
rezo de 50 o 150 avemarías, con una
sarta de cuentas para llevar el control.
En el siglo XIII, en Francia,
como reacción al movimiento cátaro, que no reconocía la santidad de la Virgen y
su devoción, Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los Predicadores,
instauró y popularizó el rezo del Salterio de la Virgen, con lo que reforzó la
posición católica y la veneración de María.
En el siglo XIV, el monje cartujo
Domingo de Prusia introdujo la meditación durante el rezo, que pronto pasó a
conformarse como citas de las Escrituras con hechos relevantes de la vida de
Jesús y María, declamados antes de cada tanda de 10 avemarías. Estos
constituyen los misterios en torno a los cuales se articula el rezo del
Rosario. Este nombre no lo toma hasta el siglo XVI, cuando el papa Pio V,
mediante la bula Consueverunt Romani
Pontifices, establece oficialmente la devoción al Rosario en la Iglesia
Católica como conmemoración de la victoria en la Batalla de Lepanto frente a
los turcos, porque atribuyó dicha victoria de los cristianos a la intercesión
de la Virgen María mediante el rezo del rosario por parte de las tropas bajo el
mando de don Juan de Austria, pasando a celebrarse su festividad el 7 de
octubre, pero con el nombre “Nuestra Señora de la Victoria”. El definitivo
nombre o advocación lo instaurará definitivamente Gregorio XIII.
El rezo se sirve de un rosario,
que esencialmente consta de una sarta de cuentas enlazadas a modo de collar y
rematada en un engarce de su perímetro por un crucifijo. Se repite 5 veces una
serie de 10 cuentas más pequeñas (denominadas décadas), comenzadas y concluidas
por sendas más grandes, que permiten iniciar una oración de Padre Nuestro,
seguida de 10 Ave María, y concluir con un Gloria. Al comienzo de cada serie se
nombra cada uno de los misterios que mencionábamos antes. Misterio guarda una
doble connotación, común a otras religiones o credos. El primero, semejante al
uso actual de la palabra, como conocimiento de una secta que pretende
salvaguardar su existencia y sus dogmas frente a los profanos. Al parecer, en
los inicios del cristianismo, se pretendía ocultar en parte los ritos para
evitar su exposición y escarnio, y proteger a la comunidad de posibles
represiones. El segundo, el de fenómeno portentoso difícilmente explicable, y
que constituye la esencia del dogma de la religión, en el caso que nos ocupa,
catolicismo.
Los misterios rezados se agrupan
en tres tipos, según la versión tradicional:
1. Gozosos:
anunciación a la Virgen María, la visitación de María a su prima Isabel, la
Natividad del Señor, la presentación del Señor y Encuentro del Señor en el
templo.
2. Dolorosos:
la oración del Señor en el huerto de Getsemaní, la flagelación del Señor, la
coronación de espinas, el tránsito del Señor con la cruz a cuestas, y la
Crucifixión y muerte del Señor en el monte Calvario.
3. Gloriosos:
la resurrección del Señor, la ascensión del Señor, el advenimiento del Espíritu
Santo sobre María y los Apóstoles, la asunción de María y la coronación de la
Virgen.
Esa doble visión misteriosa
afecta al compositor del que me ocupo ahora, Heinrich Ignacius Franciscus Biber. En primer lugar, acudiendo a la
acepción ocultista del término, por el desconocimiento de datos de su
biografía, habiéndonos trascendido tan sólo los documentados por él mismo en
los prefacios de sus obras que han llegado a nuestros días, y a datos
documentales que nos revelan su periplo vital. Conocemos, pues, que fue
brillante violinista, y sólo se puede especular con que tal vez tuviera de
profesor a Heinrich Schmelzer en Viena. Nació en la ciudad bohemia de
Wartenberg en 1644. Sabemos también de sus lugares de trabajo: fue valet de chambre al servicio del obispo
Karl Liechtenstein-Castelkorn en Kromeriz, de donde se conserva la mayor parte
del catálogo de sus obras que han sobrevivido, y en 1670 entró al servicio del arzobispo
Maximilian Gandolph von Khuenberg, en Salzburgo, la ciudad de Mozart, donde él,
asimismo, moriría en 1704.
Sabemos también de su enorme
ambición, que hizo que empezara en éste último destino como simple cubiculus (criado de cámara), hasta llegar a Kapellmeister en 1684, y que más tarde, ante su segunda intercesión
al emperador Leopoldo I, obtuvo la condición de noble, en 1690, gracias a
afortunadas interpretaciones de obras propias ante su majestad, lo que le
permitió firmar a partir de entonces como Biber von Bibern. También habla de
ambición y misterio la composición de la Missa
Salisburgensis, para la conmemoración del 1.100 aniversario de la fundación
de la Archidiócesis de Salzburgo, ya que sólo es una especulación que fuera
obra suya, al permanecer su compositor en el anonimato, ya que no fue firmada
la partitura. Su estilo musical permite a los especialistas adjudicársela, y el
motivo del anonimato pudiera ser que se saltara la escala de mando, pues en ese
momento era kapellmeister Andreas Hofer
y se estipulaba Georg Muffat como su sucesor natural, y ya que no había subido
lo suficiente en la escala laboral como para que hubiera sido correcto
nombrarlo como autor de la obra por encima de un superior, menos aún hubiera
sido apropiado, o beneficioso para sus intereses, enseñar sus cartas como
aspirante al ascenso anhelado. Los prefacios torturados de Muffat una vez
abandonado el puesto tras no ser nombrado sucesor a la muerte de Hofer, y
varios escritos de Schmelzer, hacen suponer una especie de conspiración
comandada por nuestro virtuoso violinista.
El misterio también salpica a la
obra que nos ocupa, en primer término porque ésta permaneció desconocida y
oculta hasta su descubrimiento en 1889 en un legajo en la Bayerische
Staatbibliotek de Múnich, conformado por 42 folios apaisados, de bella factura,
acompañadas las partituras por un grabado en cabecera representativos de cada
uno de los Misterios del Rosario, trasunto religioso de sus 15 obras. Y
aunque estas se publicaron en 1905, con una edición facsímile del manuscrito en
1990, no ha sido hasta el comienzo de este milenio que la obra ha adquirido
popularidad, contabilizándose desde entonces más de 50 versiones discográficas,
y pasando también a formar parte de la celestial pléyade de obras esenciales de
la historia universal de la música.
Y es que las Sonatas del Rosario guardan
todavía algún misterio más en su seno. Misterio porque no se alcanza a saber
cuál es el leivmotiv de cada una de
ellas, queriendo ver algunos críticos una lectura programática, con pasajes
descriptivos, pero lo cierto es que, a excepción de algunos efectos, como
sucede con el misterio de la flagelación, en que el violín parece acometer como
una suerte de latigazos, las sonatas no llegan a alcanzar sino un estado quizá
emotivo acorde con el misterio tratado. Ya en el prefacio el mismo Biber
pondera el valor de las matemáticas en la perfección de la creación y su
importancia en el arte para alcanzar la perfecta imitación de la naturaleza. De
ese modo, se aventuran hipótesis como que la sonata nº 1, dedicada al misterio
de la Anunciación, en su primer movimiento presente 496 notas, como plasmación
musical del dogma de la Inmaculada Concepción, al ser 496 el tercer número
perfecto tras el 6 y el 28 (todos ellos resultan de la suma de todos los
números por los que pueden dividirse). Otros movimientos de otras sonatas
presentan un número de notas divisibles por 22, que es el puesto que ocupa la
X, como expresión de la cruz, en el alfabeto griego.
Pero quizá, su mayor misterio sea
el de su factura técnica, esta vez sí, considerando la acepción de misterio como
asunto prodigioso. que, aunque explicable, resulta asombrosamente ingenioso y
original. Dicha técnica se denomina scordatura,
que tal como significa en italiano, es una suerte de desafinación del violín,
o, más bien, reafinación, cuyo resultado es una transformación completa del
sonido del instrumento.
El violín tiene una afinación
estándar de sus cuerdas, como cualquier instrumento, en unas notas fijas y
determinadas, cuales son (sol-re-la-mi), con una variación en quintas, es
decir, intervalos de 5 tonos entre ellas. Esto hace que al tañer las cuerdas
sin comprimirlas en el mástil es precisamente esa nota la que suena. La scordatura consiste en cambiar esa
afinación, lo que hará que la cuerda dé una nota distinta sin pisarla, pero,
además, cuando la pisemos, en ese mismo punto dará igualmente una nota diferente.
Es como si a las teclas del piano le variásemos la nota que le corresponde.
Esto entraña la primera dificultad para el intérprete, porque al ejecutar una
nota no va a percibir la que esperaba, y esto tiene su consecuencia en el
planteamiento de cómo hacer la notación musical. Hay dos modos. Una, poner en
el pentagrama la nota que se quiere tocar y que el intérprete esté atento a los
cambios de afinación para ejecutarla en su sitio correcto con el cambio de
afinación. Y dos, que quizá sea la más práctica y sencilla, que la notación
quede igual y que determinen el punto mecánico habitual donde habría que
producir esa nota, pero con el resultado de que el músico va a percibir una
nota distinta a la esperada. Esto supone más trabajo para el compositor, porque
tiene que hacer una abstracción de qué nota se transforma en otra nueva.
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Scordatura Resurrección |
¿Y qué sentido tiene esto? ¿Enrevesarlo
todo para que el intérprete se luzca como un titiritero? Pues no. Este cambio
de afinación comporta también un cambio de sonoridad, puesto que las cuerdas
soportan una tensión diferente, y esto mismo ya provoca unas consideraciones
específicas en cada sonata, pues cada una es interpretada en una afinación
distinta. De este modo, cuando se pasa de las afinaciones de los misterios
gozosos a los dolorosos, se produce un aumento considerable de esta tensión, y
esto se traduce en un sonido más desabrido y seco, logrando como un lamento del
instrumento. Esto no hubiera sido posible con las cuerdas modernas, por lo que
su interpretación actual tuvo que asumirse cuando las corrientes historicistas
de interpretación incorporaron el uso de cuerdas naturales, tal como antaño, en
el barroco, se hacía. Por otro lado, cuando se quieren interpretar todas las
sonatas seguidas, no puede hacerse de una manera inmediata entre ellas, pues el
violín, las cuerdas, han de adecuarse a su nueva sonoridad, determinando que
muchos violinistas tengan que servirse de varios violines para intentar evitar
este desacople. Otros, sin embargo, prefieren acometer la obra con el mismo,
para que así vaya transmitiendo esos cambios de humor en su acústica. Por otro
lado, esta modificación de la afinación afecta de otra manera al sonido
percibido al oyente, ya que, al igual que ocurre con las cuerdas metálicas
subyacentes de la viola d’amore, todas
las cuerdas vibran en cierto grado al tañer una vecina por proximidad, con lo
que tenemos una cuerda afinada en otra nota estimulada por simpatía por otra
nota también distinta.
El rosario es una oración para
todo el año, pero se suele rezar agrupando los misterios, y no rezándolos todos
el mismo día, sino cada grupo en unos días concretos. Los gozosos, que abarcan
los navideños, son los apropiados para estas fechas de Navidad y Adviento, y
también los lunes y los jueves de cada semana el resto del año. Todo ello para
obtener la intercesión de la Virgen en esta vida y en la eterna, según prometió
en su aparición al beato Alano de la Roca.
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