PEP
PEP
Dicen que es sabiduría navegar en las aguas del pasado a
través de los mares de la historia, y sumergirse así en el conocimiento que nos
labrará un futuro mejor. Pero hay quien se detiene en los sucesos que le
interesan para justificar sus actos, y se estancan en remolinos que los ahoga
en la más atroz de las cegueras.
Yo voy a adentrarme en el proceloso océano de la antigüedad,
donde domina la confusión, pero donde también abandono el apasionamiento, y me
voy allá al 508 antes de Cristo, a la Grecia clásica, cuando un tal Clístenes
emprendió una serie de reformas, arbitrarias y forzadas. Tal vez fuera fácil al
no ser la población de Atenas muy numerosa en aquel entonces y al no afectar a
un gran territorio. Pero tuvieron una trascendencia muy notable para el futuro.
Quiso acabar con la diferenciación de las personas por su linaje o procedencia
geográfica, y quiso integrar y hacer participar a todos los habitantes, incluso
a los más desfavorecidos. Para ello, sustituyó la antigua división de la
población en cuatro tribus por otra de diez. No hay mucha claridad en Heródoto
o en Aristóteles, pero parece que esta décima parte, que sería la unidad básica
administrativa, la denominó Clístenes demo. E hizo una asamblea de la que
formaban parte 50 miembros de cada demo. Así pues, legó el poder en los demos:
demo-cracia. Pero estos 50 ciudadanos no eran elegidos, sino que se nombraban
por sorteo. Con lo que se nos derrumba una de las grandes creencias actuales:
que la esencia de la democracia son las elecciones. Esto tira por tierra el
aserto de Iglesias de que no hay democracia si no hay urnas. Hay otras muchas
cosas que, a Dios gracias, no se votan en una democracia, como, por ejemplo,
quiénes serán los maestros de las escuelas cada año, o cuales serán los cirujanos
que operarán a determinados pacientes, etc... Para eso la sociedad se encarga
de preparar personas que no sólo van a ser las más adecuadas para realizar esas
funciones sino que además son las más capacitadas para discernir cuáles son sus
miembros más indicados para tal o cual acción. Me atrevo incluso a afirmar que
este debería ser el camino de los partidos políticos, es decir, dejar de imitar
el proceso electoral general, y presentar como candidatos no a los más
populares o conocidos, y por ello más votados, sino a los más capaces para
dirigir una nación, incluso aunque no sean miembros de su partido, pues su
servicio no ha de ser al partido, sino a la ciudadanía en general..
Porque es cierto que , incluso en democracia, no todo es
votable. Si no, podríamos someter a referéndum si, a causa de su espantoso
flequillo, se podría enviar a Puigdemont a una misión espacial a bordo de una
Sputnik, a semejanza de Laika, sin posibilidad de retorno. Hay algunos que
encontrarán esto, aunque expresado jocósamente, algo muy diferente, sanguinario
o cruel, o desproporcionado, respecto al referéndum de secesión. Pero es sólo
por matices. Hay un factor que equipara las dos acciones: contravienen la ley.
El mismo Aristóteles, después de estudiar 158 constituciones
en su época, creía que había tres formas de gobierno posible: monarquía, o
gobierno de uno, aristocracia, o gobierno de los mejores, y democracia, o
gobierno del pueblo. En los tres casos se cumplía en común el servir a los
intereses de la comunidad, ejercitando el poder con sabiduría y prudencia. Esta
sabiduría y prudencia en el gobierno sólo se consigue mediante unas leyes
justas y el sometimiento con igualdad de todos los ciudadanos a estas últimas,
que fue el objetivo primordial de Clístenes al crear ese nuevo régimen
político.
Nosotros nos dimos esa base legal hace 40 años. En ella
participaron, con espíritu de cordialidad y concordía, personas de muy
diferente signo político, que incluso se habían enfrentado fatricídamente en un
pasado reciente, personas que en unos casos fueron elegidas democráticamente y
en otros por su sabiduría, y que en conjunto fue un estupendo elenco para
conseguir una transición pacífica y modélica a ojos de todo el mundo.
Habrá alguien que argumente que todas las leyes, aunque
justas, no tienen por qué ser inamovibles, y adaptarse a los nuevos tiempos. Hace
poco, entablando amistad con una colega, resultó que ella había votado a
Podemos, y me decía que, como ella no había nacido en la época en que se
redactó, no entendía el cariño que mostramos los que sí vivimos, aunque en sus
últimos estertores, los últimos momentos del franquismo y el inicio de nuestra
democracia. Aun así, lo que parece increíble es que Podemos no tenga problemas
en seguir invocando el franquismo, cuando ni lo sufrieron, ni se manifiesta,
afortunádamente, en la política actual, ni les reportó, ni a ellos ni a nadie ,
ningún beneficio. Sin embargo, la Constitución, que no les ha hecho ningún
daño, todo lo contrario, pues es lo que les permite mantener a veces estas
actitudes ridículas, y por tanto, de la que sí se han beneficiado, y es más
reciente, la rechazan por obsoleta. Yo argüiría varias cosas. La primera, que
fue lo suficiéntemente vaga para que, en lo no esencial, cupiera bajo su amparo
muchas leyes en uno y otro sentido, es decir, lo suficientemente laxa como para
seguir sintiéndonos libres. En segundo lugar, que fue realizada por personas
con verdadera vocación de reconciliación y servicio a los demás, sin pretender
barrer para su bando. En tercer lugar, realizada también por políticos con muy
buena preparación intelectual, en los que primaba un sentimiento de
reconciliación y apoyo mutuos. En cuarto lugar, que no se puede pretender, en
ninguna constitución, ni en ningún régimen, justo o injusto, que prevea los
mecanismos necesarios para su autodestrucción; en nuestro caso, como así se
hizo, por contra, se crearon los mecanismos necesarios para amparar al que se
sintiera marginado de su abrigo, constituyendo un Tribunal Constitucional, para
así tratar de salvaguardar el principio de que todos somos iguales ante la ley,
y que nadie se la va a saltar. En esto fue más radical Clístenes, quien creó la
figura del ostracismo, que no era otra cosa que el destierro del que iba en
contra de la democracia, siempre y cuando se consiguieran un número suficiente
de firmantes. Es decir, que sería más compatible con ese primigenio concepto de
democracia el viaje de Puigdemont en la
Sputnik que no que el régimen consintiera cualquier tentativa secesionista
territorial, pues su estratificación de la sociedad es lo que pretendía:
salvaguardar el derecho de los individuos, no de los demos. Más muestras de sabiduría
tal, las encontramos también en Grecia
allá por esa misma época, cuando un tal Solón, uno de los llamados "siete
sabios de Grecia", legisló a los atenienses a petición de ellos mismos,
tras lo cual se ausentó de la ciudad durante 10 años, para no verse obligado a
derogar ninguna de las leyes que había promulgado, seguro de la justicia de las
mismas y de la estabilidad que procuraría la propia estabilidad de unas leyes
justas.
Volviendo a Aristóteles, él contemplaba otras formas de
gobierno, desafortunadas, cuando el gobernante pasaba de servir a la sociedad a
servir sus propios intereses, con lo cual dejaba de ser monarquía y pasaba a
ser tiranía. Del mismo modo, la aristocracia pasaba a ser oligarquía, cuando
esos pocos se beneficiaban. Y cuando era el pueblo, o parte de él, mediante
halagos o engaños, quien tiranizaba al resto, la democracia se transformaba en
demagogia.
Hoy día persiste este sentido en el significado dado por la
RAE a dicho vocablo:
1. f. Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular.
2. f. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante
concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan
de conseguir o mantener el poder.
Así pues, Pep, se puede ser todo lo independentista que uno
quiera, pero sólo podrías desearlo como el amante aburrido, o hastiado, que sin
otra causa, decide abandonar la relación. Porque motivos no los hay. No los hay
históricos cuando gran parte de la población que lo reclama no tenía
ascendientes catalanes en la época que se evoca, que, qué casualidad, coincide
siempre en estos casos con la de mayor esplendor territorial. Se quejan de
ocupación por extraños cuando esa expansión se consiguió a partir de
grupúsculos organizados en torno a condados que fueron ocupando a otras
poblaciones previas, y en el summum de la incongruencia se permiten hasta
cierto imperialismo al reclamar también los països catalans. No hay motivo, y
sí incongruencia, cuando se reclama con orgullo un pasado en que la inmensa
mayoría de sus antepasados no eran ciudadanos, pues ese es un concepto que nace
tras la revolución francesa, sino vasallos y súbditos de unos pocos señores,
que eran los que dirimían sus disputas mediante el sacrificio y el
doblegamiento de los mismos, reduciéndose pues a reclamar los cortijillos que esos
pocos tenían organizados. Cuando, es más, toda la tendencia de todos esos
señores, tanto catalanes como del resto de España, era irse unificando mediante
acuerdos matrimoniales para aumentar su propiedad. Por tanto, como vemos, no
hubo ocupación, sino acuerdo. Cuando nos acercamos en el tiempo, allá por los
siglos XVII y XVIII, en los que se enmarca ese famoso 11 de Septiembre, nunca
existió una guerra de independencia ni nada por el estilo, sino la división del país en torno a dos casas reales que reclamaban
su soberanía sobre España, que llevó a formar dos bandos, cada cual apoyando a
un monarca, Cataluña, en concreto, al que más le convenía, que era el que le
prometía mantener sus privilegios. Entonces encontramos otro de los caballos de
batalla del independentismo: no se quejan de trato injusto, sino de que no
reciben un trato privilegiado, lo cual va en contra de cualquier concepto de
democracia. Pero es que tampoco existen argumentos actuales, ya sabemos, el
resto de España nos roba, cuando está claro que es un "bien" común, y
quien más y quien menos, anda bien servido de chorizos o espetecs. Que si
pagamos más impuestos, cuando , que yo sepa, quien gana lo mismo que yo paga lo
mismo, a no ser que su gobierno autónomo disponga lo contrario, lo cual ya es
responsabilidad de cada uno de esos gobiernos, y no del Estado. Siendo cierto,
además, que si en Cataluña o en Madrid recaudan más impuestos no es más que porque
ahí radican la mayor parte de las empresas que se implantan en nuestro país para
hacer su negocio con absolútamente todos los españoles. En fin, podría no
terminar, pero en el fondo no es más que una cortina de humo dispuesta por unos
políticosmediocres tras la cual esconden
su incapacidad, su ambición, su soberbia y su cinismo, para cegar a una parte
de la población y convencerlos, "mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan
de conseguir o mantener el poder", tal como reza
la definición del diccionario.
Por tanto, Pep, manifiestas bastante necedad cuando te subes
al estrado y denuncias que en España no existe democracia porque no se cede a
la realización de un referéndum que es
ilegal y que no protege los derechos de , al menos, la mitad de la población
catalana, y sin embargo no eres capaz de percibir que lo que en Cataluña se ha
instalado es una tiranía por parte de un sector de la población dominada y
embelesada por la codicia de unos políticos tendenciosos, o sea, una auténtica
demagogia. Y es necedad, Pep, porque o bien hablas de lo que no entiendes, y,
por tanto, eres incapaz de reconocer lo que no sabes, o bien que,
reconociéndolo, tú también te dejas manejar por esos señores que están
quebrando la convivencia en nuestra sociedad y repites como un loro lo que te
dictan.
Por eso, y para terminar, me aproximaré otra vez a esos
sabios de la antigüedad, a los que no se puede achacar partidismo alguno, pues
en aquel tiempo, que yo sepa, Cataluña ni existía (creo que ni incluso Euskadi).
Concretamente a Platón, quien escribía por boca de Sócrates lo siguiente:
"En fin, fui en busca de los artistas. Estaba bien
convencido de que yo nada entendía de su profesión, que los encontraría muy
capaces de hacer muy buenas cosas, y en esto no podía engañarme. Sabían cosas
que yo ignoraba, y en esto eran ellos más sabios que yo. Pero , atenienses, los
más entendidos entre ellos me parecieron incurrir en el mismo defecto que los
poetas, porque no hallé uno que, a título de ser buen artista, no se creyese
muy capaz y muy instruido en las más grandes cosas ; y esta extravagancia
quitaba todo el mérito a su habilidad".
Así pues, zapatero, a tus zapatos
Comentarios
Publicar un comentario