SILENCIO

Cristo crucificado.jpg
De Diego Velázquez - [1], Dominio público, Enlace

Hoy elijo esta estampa. Y no sólo por su belleza, o por ser su autor uno de mis pintores favoritos, si no es sin duda el que más. Es por una de las dos extrañezas que encierra. La primera, que fue gran originalidad,y, hasta donde yo sé, no hay otro más, a no ser alguna obra moderna inspirada en él, la de ser el único Jesús crucificado con cuatro clavos sujetándolo. La segunda, y por la que principálmente la traigo a colación en el día de hoy, la de usar Velázquez en él un más que austero (también sombrío y luctuoso) fondo ocre, sin ninguna representación o paisaje, típica composición hasta entonces, y que pudiera distraernos del tema esencial de la obra: la muerte de Dios.
Hoy Jueves Santo, como todos los que han transitado en la historia durante los últimos casi dos mil años, hoy, muere Jesús, y deja a todos sus fieles sumidos en la desesperanza. Hoy es la jornada de luto de los cristianos. La memoria adormecida por la tristeza no permite al creyente recordar el milagro de la resurrección recreado en otros años. No hay que esperar más que tres días. Pero como nos narra el Evangelio, ya entonces los apóstoles se ocultaron asustados, desorientados, sin el rumbo que el Mesías les había marcado. A las tres negaciones de Pedro les suceden otras once fruto de su arredramiento.
Parte de este duelo se diluye en las celebraciones actuales de la Semana Santa, en la que tanto se prodigan los mantos y los dorados, las peinetas y los atavíos. También en las ceremonias atávicas que se mezclaron con la fe para sustentar fuertemente ésta en las mentes ignorantes, y que constituyen actualmente un tesoro antropológico, pero que también se olvidan de la esencia de lo que se conmemora.
Yo también viví un momento entre extático y curioso en el que no me perdía, aun perdiéndome en la algazara vespertina de Granada en esa semana, una salida de cofradía por entre los vericuetos del encalado Albaicín, y los aledaños constreñidos de la Catedral y el ayuntamiento, o también por el frescor del Realejo. Quedaba fascinado por las salidas de los pasos por las complicadas puertas de los templos, especialmente la Estrella y, sobre todo, la Aurora. También por la espectacularidad de la virgen de la Alhambra en su partida, en la que, a pesar de ser una piedad con su hijo expirado y yaciente en sus brazos, ya se anticipa la algarabía de la Resurrección, y por su caótica subida por la cuesta de Gomérez a su vuelta.
Pero si algún paso en esta Semana Santa granadina mantiene ese espíritu contrito y recogido, ese es sin duda el paso del Silencio. Su magnífica talla, del año 1673, debida a la labor de José de Mora, bastetano discípulo de Pedro de Mena y Alonso Cano, mantiene esa mórbida inmovilidad plasmada por Velázquez en su cuadro. Pareciera una copia si no fuera por el detalle de los clavos, por la faz más obstinadamente semítica de la talla,  por la riqueza de su Cruz ejecutada en taracea granadina, y el fondo adornado por la Alhambra a su paso por el Paseo de los Tristes (que hasta el nombre de la calle parece unirse al dolor), como testigo y recuerdo de su muerte en manos de los semitas, aquellos herederos del pueblo elegido por su Padre que no creyeron en su mesianismo, en el tiempo en que revolucionó la existencia humana para hacer partícipe a todos los gentiles de aquello que las religiones monoteístas llaman salvación.
Conmueve verlo recorrer este casco antiguo de Granada en silencio y oscuridad, hoy día menos respetado aquél conforme vamos alejándonos brevemente de su carrera. Pero hace treinta años, estremecía incluso a un escéptico como yo. Y eso me empujó a dedicarle unos ripios, que os participo, con la confianza de vuestra indulgencia al valorarlos



Ahora ya no se oye nada,
sólo el sonido de tumbas,
con sus sílabas de marfil polvoriento,
de tierra y de espinas
de rosales que no florecerán.
No se oye nada,
más que el viento,
que también es muerte,
con su siseante réquiem
confundido entre el ramaje.
Y el Darro,
con su sonata diamantina
y sus sueños celestiales.
Nada se oye ya,
sólo las cadenas tañidas
por los adoquines,
y el requebrar de la madera,
con su Jesús en entrega.
Todo es penumbra,
y aroma de cirios y de guadaña,
y sólo se oye el silencio de los hombres,
de las esquinas y de las aceras.
Granada, Semana Santa, 1986


Para acompañar la entrada, os pongo música, de la mucha que existe, relacionada con el momento crucial de la jornada, la de la expiración. Para ello elijo un fragmento de la obra "Las sietes últimas palabras de Jesús en la Cruz", de Joseph Haydn, en su versión para cuarteto y voces, por ir más acorde con los momentos de recogimiento de la fecha. Concrétamente, la dedicada a la frase "¿Padre, Padre, por qué me has abandonado?", porque muestra no sólo el Jesús más controvertido (si es Dios también o solo hombre), sino el más cercano a nosotros, pues Él mismo, entregándose voluntariamente a los designios de la Salvación, en el último momento, dudó.


Si quieres seguir el tema pulsa en este enlace: Por los clavos de Cristo

Comentarios

  1. Sin quitar un ápice de belleza al escrito, si añadiré algo, q como cristiano, no debemos dejar pasar.
    Ayer celebramos el Dia del AMOR Fraterno. AMOR, si. Un AMOR q va más allá de esa palabra manida, de esa palabra q se dice a tu pareja cuando coitas, más allá de esa palabra q se dice tus queridos. AMOR es algo tan grande q te lleva a sacrificarte por los demás. Algo incontable. Algo q a mi juicio y al juicio de Berrrand Levi, solo se puede llagar a dar entre amigos de verdad. AMO a mis amigos, unos cuantos, no los quiero, los AMO.
    Hoy, ayer, era el Dia. Celebrar q AMAS, en la distancia. AMAS.
    Hoy, Viernes, el AMOR morirá, pero volvera a Resucitar, recordandonos q el AMOR es para siempre.

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