POR LOS CLAVOS DE CRISTO
De Francisco de Zurbarán - 1. Art Institute of Chicago 2. Web Gallery of Art: Imagen Info about artwork, Dominio público, Enlace
De tamborada y de corneterío se
inundarían estos días nuestras torrenteras urbanas, más humanas y devotas que
nunca, y arreciarían sus sones no por juramentos ni por fatuas blasonerías, sino
más bien por los mismísimos clavos de Cristo. Pero quizá, como clavos, nos haya caído esta plaga que nos asola y la penitencia esta Semana Santa tenga que ir, forzósamente, por dentro. Tiempo, pues, para la escritura y la lectura.
En esta sociedad nuestra,
descreída por lucidez y por simpleza, en que blasfemar o mostrarse irrespetuoso
no comporta ningún tipo de amenaza, lo cual provoca que afloren individuos de
dudoso gusto que pretenden alcanzar notoriedad o fama a costa de exhibir
imágenes o estampas irreverentes, con el único propósito de hacerse un sitio en
el mundillo de la customizada vanguardia, quizá no se entienda. Yo, con objeto
de rectificar una antigua entrada mía, “Silencio”, lo que, aparte de hacerme
más sabio, me hará congraciarme con el espíritu científico del que debo
adornarme, para lo que dejaré de hablar de lo que no sé para adentrarme en lo
que solamente creo que sí sé, voy a disertar escuétamente sobre un tema que hoy
nos parecería vacuo: los clavos de Cristo.
Todo viene porque ya hace dos
años, cuando publiqué la entrada, mi prima Beatriz, adjuntándome un archivo, me
advirtió que no era correcto que una de las originalidades del “Cristo de San
Plácido” de Velázquez fuera la crucifixión con cuatro clavos. No hice caso, no
por despreciar la información, sino porque creí que el escrito me salió muy
lírico y compensado. Para qué modificarlo si puedo aclararlo o corregirlo. Me
animó también mi suegra que, entusiasmada, me dijo que por qué no hablaba del
Cristo de Benito Prieto Coussent. Todo esto me dio un baño de humildad, pues al
tiempo que veía equivocarme comprobaba también mi incultura, que no se trata de
ausencia de conocimientos, pero sí de cómo lo que no sabemos apabulla, y de qué
modo, nuestro humilde conocimiento.
El caso es que cuando ahondas en
las dos cosas, que al final te llevan a lo mismo, te das cuenta que hasta de cualquier
nimiedad que nos rodea se hacen tratados. Y reverentes. Porque lo que nos
parece hoy insulso, cobraba mucha trascendencia a los ojos crédulos del pasado.
Coussent fue un pintor del siglo
XX, gallego, que se afincó en Padules, pueblo de Granada, y que se hizo famoso
por sus cristos crucificados, pues unió al realismo una profunda curiosidad por
cómo había sido realmente crucificado Jesús. Cuando visualizas sus cuadros te
impresiona, más que por su realismo, por su hiperrealismo, próximo a algunas
corrientes de cómics actuales, en los que hay una exageración de los rasgos y
las poses. Resultan unos cristos muy próximos a la visión fílmica de Mel
Gibson. Y al observarlos, ya te introduces en algunos datos curiosos acerca de
ese singular instrumento de tortura y ejecución.
Resulta que la crucifixión, como
muchas otras cosas que asociamos a determinadas culturas, como la Pascua al
cristianismo o el Ramadán al islamismo, no fue un invento romano. Puede que
esta civilización, como hizo con otras cosas, la asimilara y la perfeccionara hasta cotas de sublime abyección, pero parece que esta originalidad se la debemos a los persas. Y no siempre era
igual, que lo mismo se fabricaba el artificio del tormento que se practicaba
sobre un árbol que se tuviera a mano, ya fuera cruz o equis, como es la famosa
de San Andrés. Incluso hay discusiones de en qué manera se colgaban los
condenados. Parece que era práctica común conducirlos hacia ellas portando el
tablón o tronco de los brazos, con ellos ya atados a él, de tal manera que
luego te ascendían con unas cuerdas al poste vertical de esa guisa y así te
dejaban. A este travesaño se le llamaba patíbulo. Hay otros estudiosos del tema
que proponen que la cruz yacía en el suelo y, una vez colocado el reo sobre
ella, se alzaba hasta su verticalidad, como nos muestran en alguna pintura.
En cuanto a accesorios, dos son
los que destacan. El primero, un pequeño soporte para los pies, el supedáneo,
para evitar que toda la carga del peso cayera en los brazos. Que supongo yo,
que siendo el objetivo el que era, no sé si el interés del torturador no era
sino tan sólo plástico. Lo mismo sucedería con el segundo, el sedile, extraño
asiento sobre el que se colocaba a horcajadas al martirizado.
El Cristo de Coussent, como
podéis observar en la lámina, participa de todos estos ingenios: supedáneo,
sedile, patíbulo, al que previamente se ató a Jesús para después ser alzado, e
incluso el aparentemente redundante atado y claveteado de extremidades.
La descripción que nos hacen en
algún Evangelio acerca de la crucifixión de Jesús, con los dos ladrones atados
y Él, causalmente, clavado a la cruz, nos inclina a pensar que hubo un especial
encarnizamiento con Cristo. Al parecer no era así. Como dije antes, los
torturadores siempre son macabramente imaginativos a la hora de practicar
tormento. Y ese largo día, lo fueron con Él, no sólo en la cruz, sino mucho
antes. Nada se podría sacar en claro acerca de cómo fue sacrificado, excepto
que fue clavado en la cruz y lanceado en el costado por el legionario, una vez
muerto, haciendo brotar de su herida sangre y agua. Que estaba desnudo, porque
se repartieron sus ropas, a excepción de un lienzo para cubrir su decoro, el
perizonium, o paño de pureza. Y que no aplicaron procedimientos más expeditivos
en la aceleración de su muerte, pues debió ser tal el sufrimiento y desangramiento
en su pasión que su óbito fue espontáneo, y no precisó la siniestra ayuda que
aplicaron a los ladrones, que fue la de quebrarles las piernas. No se sabe bien
en cómo influye esto, pues aun hoy día hay quien especula, teoriza y, hasta
cierto punto, practica con modelos para ver si la muerte viene por asfixia por
el estiramiento del tórax sobre los brazos extendidos, consunción, exanimación por
hemorragia, embolias trombóticas o grasas en las fracturas, etc…
Crismón, representación de la cruz que vio Constantino |
Y esto ha sido así hasta hace
bien poco. Así que pensemos cómo pudo haber sido en nuestro Siglo de Oro, con
una monarquía absolutista y cristiana, defensora de los designios del
catolicismo, sustentados estos en los distintos concilios, el último el de
Trento. Cuando Velázquez se dispuso a acometer la elaboración de su cuadro, se
hallaba influido por los estudios y las valoraciones de su suegro, Francisco
Pacheco. Este sanluqueño fue pintor en Sevilla, y mantenía tertulias con distintos
intelectuales de la época. El realizar un cuadro religioso no se tomaba a la
ligera, y menos si había que exponer a Jesús. Por lo que se imponían las
recomendaciones eclesiásticas de guardar la mayor pureza, austeridad,
proporcionalidad y perfección en su ejecución. Y no era cuestión baladí en qué
forma se presentaba su crucifixión, empezando por los clavos, porque había
corrientes heréticas, como la albigense, que no admitían la divinidad de Jesús,
por lo que rehuían de su adoración y su representación. Así, y como se asociaba
la representación de tres clavos, uno compartido por los dos pies, con artistas
que vivían en zonas donde esta herejía estaba extendida, había una gran preocupación
por no ofender la moral cristiana al respecto. Así, se recurría a tratados, a
representaciones piadosas, inspiradas en Miguel Angel a través de Jacopo del
Duca y que influyeron en la ejecución del Cristo de la Clemencia del alcalaíno
Martínez Montañés, como también a algún modelo de Durero, perdido, que pareció
influir en Pacheco a la hora de decidirse por el diseño de cuatro clavos, pero,
a diferencia de Martínez Montañés, con las piernas en paralelo. Y también
incluso a revelaciones de santos, pues al ser época pía y supersticiosa,
cualquier visión certificada por la Iglesia adquiría el valor de documento
irrefutable. En este caso, influyó las descripción que Santa Brígida dio de la
crucifixión de Cristo, a ella revelada directamente por la Virgen María, en la
que incluso se especificaba cómo cruzaron
su pie derecho con el izquierdo por encima usando dos clavos.
Como digo, Pacheco se decidió por
esta solución pía de cuatro clavos, pero siguiendo el modelo desaparecido de
Durero, de muslos y piernas paralelos, y quedó un cuadro sobrio, quizá
demasiado rígido, y, comparado con el de Velázquez, poco emotivo. Pero su
cuadro, de 1611, y sus conocimientos y discernimientos, influyeron en su
discípulo y yerno, pero también en el ambiente pictórico sevillano, a la
vanguardia del arte en aquel entonces. Y debido a ello, probablemente, a
Velázquez se adelantó otro excelso pintor que trabajaba en Sevilla, y que fue
gran amigo de aquel: Francisco de Zurbarán. A su pincel debemos el magnífico
cuadro que encabeza esta entrada, un Cristo igualmente sobrio, con más
claroscuros, que impregnan de más volumen la figura del Salvador, con una cruz
más tosca, un lienzo de pureza más rígido, pero de una sobriedad y contundencia
que, al igual que el de Velázquez, conmueven. La solución en los dos cuadros es
la misma, un supedáneo en que se apoyan los dos pies, cada uno con su clavo. En
1630 vino el de Velázquez, y pese a la originalidad de Pacheco y la maestría de
Zurbarán, no me desdigo del resto de lo que expresé en mi anterior entrada.
Este año, quizá sean más
silenciosos el martirio y la muerte de Jesús, pues no habrá creyentes, no habrá
paso y no habrá camino. Quizá la fe, para quien la tenga, la esperanza, el
anhelo, sean sentimientos que no precisen de encarnamientos ni de imágenes
sujetas por clavos. Quizá no sea importante seguir un paso. Ni siquiera los
idolatrados clavos que tocaron la sangre de Jesús, de los cuales parecen
pervivir hoy en día tantos que pareciera los hubieran extraído de la legión de
gladiadores de Espartaco. La única utilidad que tuvieron, a ojos de la fe
cristiana, es la de hacer reconocer a Jesús por sus llagas, pues su sola presencia
no fue suficiente para que sus mismos apóstoles lo reconocieran:
El les dijo [Tomás]:
Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar
de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!
Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.(Jn 20, 25-29)
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!
Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.(Jn 20, 25-29)
¿De qué valen los clavos si no
reconoces la divinidad? ¿A qué chapotear en las aguas de los iris ajenos si no
eres capaz de sumergirte en sus almas?
Herr,
unser Herrscher, dessen Ruhm
In
allen Landen herrlich ist!
Zeig
uns durch deine Passion,
Dass
Du, der wahre Gottessohn,
Zu
aller Zeit,
Auch
in der größten Niedrigkeit,
Verherrlicht
worden bist!
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Lord,
our Ruler, whose Glory
Is
magnificent everywhere!
Show
us through your Passion,
That
you, the true son of God,
At
all times,
Even
in the most lowly state,
Are
glorified!
Viene, si quieres más, de esta otra entrada: Silencio
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