Abismo fraterno


Confinados como estamos, la única posibilidad de viajar que nos queda es con la imaginación o con el recuerdo. Para el primer tipo de tránsito no hay nada mejor que la ensoñación, pues obligado será inventarnos lo que nunca hemos visitado. Etérea, como penumbras escurridizas, la remembranza del viaje se volatizará con la incipiente vigilia, pues los sueños más prestos a la aprehensión del recuerdo no son más que el aire entre nuestras manos. Nos queda, pues, el recuerdo, el cual no pocas veces sufre la distorsión de nuestros sentimientos y nuestras emociones. El hombre, o mujer, actual afianza su experiencia mediante el óleo pixelado de la fotografía digital, y nos construye, con el tiempo, una historia que nos parece más irreal y fantástica que la que inventamos con nuestra rememoración. Es por ello que yo he reinventado este viaje que realicé, hace siete años, a Cuenca, por estas mismas fechas, para poder asistir a su festival de música religiosa. La ocasión era mágica, pues al hecho de poder asistir a la audición de una de las obras musicales más majestuosas y trascendentes de toda la historia de la música, la Pasión según San Mateo, se sumaba el que iba a hacerse en la interpretación de una de las que, a mi parecer, es de las mejores orquestas del mundo, y cuya batuta es uno de los mejores intérpretes del autor, Johann Sebastian Bach: el flamenco Philippe Herreweghe
Mataba, no dos, sino varios pájaros, de un sólo disparo, pues podía, por fin, conocer la ciudad melliza de la mía, la quebrada, abisal y vertiginosa Cuenca, todos cuyos atributos comparte con mi dilecta Ronda, a la cual se hermana en 1975. Tal es el afecto fraterno de mi pueblo, que los privilegiados y precipitosos jardines del diestro margen insondable del Guadalevín llevan su nombre. Y guarda su retrato, como escapulario amado, en su casa consistorial, en forma de escudo indeleblemente tatuado en el pómulo de su pétrea portada.


Quiero, pues, no abandonar en este enclaustramiento vírico el onírico viaje al pasado, por lo que tiño las fotografias de entonces con los colores de la irrealidad, de la fantasía, de la leyenda, de la búsqueda obcecada por los aldarves del corazón del hada extraviada de esta Ciudad Encantada.



Alegre soñaba que estaba contigo en Ronda,
pero así las luces las quimeras amenazan,
veo que eran Júcar y Huécar los fluentes que atenazan
la roca, mientras la tierra, despojada, se ahonda.

El plomo del cielo se derrite en los adoquines
y salpica los muros de terruño albero,
y en las calles teñidas de historia te espero
como a un fantasma fragante de brisa y jazmines.

Te busco entre las Petras y el obelisco Mangana,
en las yerbas del monte y las Casas Colgadas,
mientras se burla la tarde al sangrar la mañana.

La lluvia me trae el sabor amargo de tu reproche
y sus diamantes me lanzan destellos de espadas
que susurran crueles: Cuenca, sin ti, es un derroche.  
Cuenca, 28 de Marzo de 2013





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