Adagio: Clara y Johannes
René Magritte - Los amantes |
Tras sonar la puerta y abrirla, se les mostró un chaval barbilampiño, de media sonrisa y mirada embebecida de ingenua esperanza. De su rostro dimanante de crédula impaciencia brotaba un cabello aspergido y derrotado lánguidamente, como un ondulado sauce, hacia su sien izquierda. Bajo el brazo, su portafolio repleto de hojas pautadas donde se esparcían los hormigueros de fusas, corcheas y redondas nacidas de su imaginación.
Después de acabar la audición privada al piano, en la que interpretó su Sonata en do mayor, y luego siguió con la Sonata en fa sostenido menor y el Scherzo en mi bemol menor, lanzó una ojeada a la extraña pareja disarmónica que le escrutaba. Aquel hombre dispensaba una mirada atónita y extravagante, en un rostro circunspecto que enmarcaba sus recogidos labios como un esfínter a punto de silbar. A pesar de su compostura, transpiraba un cierto aire desmañado. Ella parecía de una ternura compasiva y de una complacida serenidad, trágicamente atrapada en un púdico corpiño cuya tiesura atenazaba como un bozal las imaginadas por nuestro joven deleitosas curvas de su redondeada femineidad.
Como un solo ser, inmediatamente y en perfecta
sintonía, nada más acabar de sonar la última nota, mostraron al muchacho su entusiasmo por los buenos augurios que
manifestaban sus obras y su interpretación. Él, Robert Schumann, realizó una
crítica muy elogiosa en la revista musical Neue
Zeitschrift für Musik, de la que era director y fundador, y esto le valió
al joven compositor de veinte años, Johannes Brahms (1833-1897), publicar sus primeras
cuatro obras en la prestigiosa editorial musical Breitkopf & Härtel. Los anhelos
despertados por la recomendación de Liszt de que presentara sus trabajos ante
la peculiar pareja formada por uno de los más afamados compositores del momento
y gran crítico musical, y su esposa, Clara, la más elogiada concertista de su
tiempo, se vio así colmada, del mismo modo que las expectativas que en ellos
levantó la recomendación de su amigo y violinista Joaquim, hasta el punto de
que vieron en el muchacho la gran esperanza del futuro de la música germana. Atrás
quedó, pues, un desventurado intento previo por parte de Brahms, quien en 1850
fue convencido de enviar una valija con algunas obras a Schumann, paquete que
fue incomprensiblemente devuelto sin abrir y sin una explicación de lo sucedido.
Jean Joseph Bonaventure Laurens - Retrato de Brahms |
Le brindaron su hospitalidad, alojándolo en su casa,
durante un mes, suficiente para que nuestro joven compositor cayera en el mismo
hechizo en que cayó su anfitrión en el pasado al alojarse en la casa de su
maestro de Leipzig, sólo que en esta ocasión el embrujo no fue provocado por
ninguna hija de Schumann, sino por su propia esposa, aunque el mismo Brahms aún
no sabía hasta qué punto.
Este breve contacto ha servido para que toda la historiografía establezca una gran amistad entre los compositores, lo cual es sólo verdadero hasta un cierto punto, pues cinco meses después de la visita en Octubre de 1953 en Düsseldorf, sin que hubiera intermediado ninguna nueva visita, Brahms tuvo que retornar nuevamente para apoyar a su esposa ante el disgusto que entonces le acaeció. Schumann, en ese tiempo, sufrió el atosigamiento de sus fobias y de su tremenda hipocondría, que se habían venido agravando últimamente, y unas alucinaciones acústicas muy peculiares: le perseguía un tema perfecto en mi menor que no era capar de trasladar al papel, inspirado o comunicado conjuntamente por Schubert y Mendelssohn, ambos ya entonces difuntos, que le arrastró a un colapso mental y a un intento de suicidio, arrojándose desde un puente a las aguas del Rin. Ello provocó su internamiento en un sanatorio psiquiátrico privado, y, por prescripción médica, fueron prohibidas las visitas de su mujer. Brahms supuso un gran alivio para Clara, pues a él sí le permitían las visitas, con lo que nuevamente, un compositor amigo de la familia asumía el papel de correo entre ambos.
Brahms se instaló en la casa del matrimonio y dio su apoyo a la economía doméstica de Clara, pues si ya antes de la desgracia, los
ingresos económicos más importantes provenían de su aletargada actividad
concertística, ahora se hizo imprescindible para ella emprender nuevas giras para mantener la casa.
De este modo Brahms cuidaba del hogar mientras ella se ausentaba.
La admiración y la gratitud a Schumann hizo que
también se prodigara en visitas, y probablemente le ayudó a superar
parcialmente la angustia de su incapacidad por traducir a música palpable la
melodía que le obsesionaba. De este modo, una de las primeras obras de Brahms
en ese momento fueron unas variaciones sobre un tema de su nuevo amigo, sólo
que bien no era la melodía que le acudía a la mente, o bien ésta, en su transtorno, correspondía
a obras ya realizadas. Brahms, tomó, como si así asumiera la traslación del tema incómodo y magistral al pentagrama, temas del cuaderno de su maestro publicado como
Opus 99, Bunte Blätter, para dichas variaciones, lo cual ya
encerraba un lindo misterio: este álbum era recopilatorio de muchas obras
sueltas y breves de Schumann a lo largo de su carrera, y muchas de ellas fueron
dedicadas en su momento a Clara por parte de Robert, o tomaban algún tema de
ella. Comenzó así Brahms a adoptar un doble papel en su vida, de devoción y gratitud hacia él, y de suplantación
en el amor hacia su mujer. También sirvió de consuelo a ella, pues el hurgar en los temas que habían consolidado su relación con su marido durante su accidentado noviazgo frente a los obstáculos interpuestos por su padre, alegraba y daba fuerza a su corazón.
Schumann morirá dos años más tarde del comienzo de su
internamiento, siendo visitado por su mujer solamente dos días cercanos a su óbito. Y a partir de ahí se desarrollará una relación romántica entre Johaness
y Clara, algo confusa, probablemente tanto para ellos como para los biógrafos en
la posteridad.
Hasta qué punto intimaron en esa relación es difícil
saberlo, pues los datos que tenemos de la misma son epistolares, y los propios
amantes llegaron al acuerdo de destruir las respectivas cartas. Nuestro
conocimiento de la relación viene fundamentalmente por las que no destruyó
Clara, esencialmente las que más le gustaron. Y también por las dedicatorias
y epígrafes de las obras de Brahms, muchas de ellas dedicadas a Clara. Se estableció así
una relación en la que lo sentimental y lo profesional iban enredados
nuevamente, como en la relación previa de Clara y Robert. A favor de un
contacto físico está el hecho de una carta de Clara a unos de sus hijos, ya
mayor, en la que se excusaba ante él de su relación con Brahms en los momentos
de consunción de su padre, cuando fue vital para su apoyo anímico, lo que podría responder a un enfado del hijo por la excesiva complicidad entre ambos. También favorece esa sospecha el
haber realizado un viaje juntos a Suiza después de la muerte de Schumann. En
contra estaría la dificultad que encontraría Clara para tener tiempo, ocasión y
ganas, criando como criaba siete hijos, para tener una aventura con un
jovenzuelo tres lustros menor que ella. Aparte del mal nombre que podría
procurarle esa relación a ojos de una sociedad pacata y anticuada, con los
efectos perniciosos que podría acarrear a su carrera, que era el único sustento
del que ahora disponía. Por otro lado, no nos tenemos que olvidar que estaba embarazada cuando internaron a su marido, de cuyo fruto nació un niño que Schumann no llegaría a conocer. También está el hecho de que si bien las cartas que enviaba a Clara eran muy fervorosas y devotas, no menos eran las que escribía al propio Schumann, al cual manifestaba sin tapujos su amor hacia él y hacia su esposa. Además destaca el sencillo dato de que no se casaron,
cuando ninguno de los dos tenían obstáculos para poderlo haber hecho.
En cualquier caso, esta relación duró toda la vida.
Una relación de un encendido amor platónico por parte de él, y que podría dar
pábulo a algunos psicólogos para establecer diagnósticos, pues amaba a una
mujer cuya edad superaba a la suya en prácticamente la misma cantidad de años que la de
su madre excedía de la de su padre. Y de otro amor, compasivo, tierno y
fraternal, por parte de ella. Tan es así, que él murió tan sólo diez meses
después de que ella lo hiciera. Nada, no obstante, hubiera podido negarle a ella, si hubiera querido, arrebatarle esa pasión, pues semejante amor, irrenunciable y exorbitante, que profesó a su marido, fue tal el vacío que le dejó con su locura y muerte, que solamente hubiera podido haber rellenado esa agónica soledad con un nuevo amor de similar intensidad.
Como casi todos los grandes músicos de la historia,
Brahms tenía un talento innato, en este caso para el piano, y disponía de un
oído absoluto, es decir, un oído capaz de distinguir perfectamente las notas al
oírlas. Fue, no obstante, un músico concienzudo y esforzado en la elaboración
de sus obras, y no fue hasta los 40 años que empezó a componer sus piezas
sinfónicas, quizá por consejo de su amiga y amada Clara, a excepción de su
primer concierto de piano, que fue estrenado al poco tiempo del fallecimiento
de Schumann y cuyo Adagio fue dedicado a ella. La razón fundamental de la
demora en el acometimiento de obras sinfónicas radicaba en la mala acogida que
tuvo este primer concierto de piano y en la sombra de la novena de Beethoven,
cuyo espectro se cernía amenazadoramente sobre su inseguridad provocada por su miedo de no 8estar a la altura del gran compositor de Bonn, por lo que
pospuso su composición hasta lograr el suficiente dominio técnico de la paleta
orquestal. De ahí que sus sinfonías hayan entrado, por derecho propio, debido a esta madurez y a la transparencia de sus sonoridades, en el gran eje de la evolución
histórica sinfónica, recogiendo el legado de Beethoven, Schubert y Schumann.
Por su delicadeza, su cristalina exuberancia, te
traigo el Poco allegretto de su Sinfonía nº 3 fa mayor Opus 90, compuesta
en su cincuentena, en la ciudad balneario de Wiesbaden, pues a esa edad ya
tenía la suficiente holgura económica como para dedicar tiempo a la composición
en lugares de elitista descanso, y quizá también para estar cerca de una joven
cantante, Hermione Spies, que ya le había inspirado algunas canciones. Se ve
que nuestro autor no era ningún curilla. La obra se estrenó el 2 de diciembre
de 1883 en Viena interpretada por la Orquesta Filarmónica bajo la dirección de
Hans Richter, con un gran éxito, pese a los silbidos de un pequeño grupo de
partidarios de Liszt y Wagner, con los que había mantenido un absurdo
contencioso musical que se denominó “guerra de los románticos”.
Fuera cual fuese la naturaleza del amor de Clara, se erigió en la principal valedora de la música de los dos, Robert y Johaness, a este último estrenándole algunas obras y dando su apoyo; respecto a su marido, conservando su legado y difundiéndolo mediante interpretaciones propias o con el acompañamiento de Joaquim, el amigo violinista, por todo el mundo.
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Vaya culturaza musical trenzada con una romántica aventura a dos bandas
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