EL CISNE DE FINLANDIA



Es reconfortante, para un melómano como yo, llegar a un país como Finlandia, más exactamente a su capital, y en una visita relámpago de 8 horas a Helsinki, comprobar con la guía local, aunque española, que èsta iba a estar centrada en tres temas, uno de los cuales sería Sibelius, compositor finés de entresiglos, exponente en su país de la corriente nacionalista romántica. No es poco cuando uno trata de rememorar qué otros compositores puede uno encontrar allí, y si no es por la ayuda de Internet, que me permite recordar que Bernhard Henrik Crusell (15 October 1775 – 28 July 1838)(y éste sí que es para eruditos) lo fue, aunque cuando Finlandia era sueca, trabajando la mayor parte de su vida en Suecia, y que vi en Granada a Leif Segerstam, un director y compositor que es talmente Santa Claus, pero que éste sí que es ignoto hasta para los pedantes, realmente es un paisaje árido de la memoria el que hay que recorrer.
Y a pesar de ello, ya nada más pisar el aeropuerto, la preeminente figura de Sibelius destaca por todas partes. Gran amor de un país por un músico. Hasta nuestra guía llevaba su CD para colocárnoslo en el autobús. Y nos llevó a visitar el monumento que se le dedicó: un enjambre de tubos plateados y dorados, adosados y como levitados por el soplo de un corno inglés, como el que mantiene una de mis obras suyas favoritas, El cisne de Tuonela, preciosa e intimista, y que os recomiendo escuchar.
Frente a ésto, es deprimente comprobar en nuestro país, aunque puede ser extensivo a muchos países, el papel tan poco relevante que se da a la música en el curriculum intelectual. No saber quién es Homero, no haber leído Platero y yo, no haberse extasiado delante de Las Meninas, no conocer las catedrales más importantes del país, no saber quién protagonizó Casablanca, etc…, se considera incultura. Pero no saber nada de música, excepto la existencia de Beethoven o Mozart, o algún compositor raro elevado a las más altas cotas de popularidad por la propaganda de algún famoso, aunque sea político, como pasó con Mahler, es simplemente anecdótico. Así, cuando en revistas o periódicos, se hace entrevistas o semblanzas de intelectuales, a veces sale a relucir como afición el que le gusta la ópera o escucha música, pero nunca si entre sus aficiones está la lectura o el conocimiento de otras artes: esto se da por sentado dentro de su intelectualidad. Estas últimas preguntas sólo están reservadas para la modelo o el futbolista de turno. Pero la música, como digo, no se exige en el curriculum del intelectual. Y eso que es una de las artes más accesible, pues no precisa visitar ninguna ciudad ni ningún monumento para degustarla. La puede uno incluso disfrutar en su casa o se la traen, con la misma frescura que recién compuesta, a su entorno, en interpretaciones variadas y hermosas, por excelentes orquestas o solistas.
Pero nosotros no somos como los fineses con su Sibelius, quizá porque nosotros solamente tenemos a Falla, Granados, Albéniz, Rodrigo (hit parade su Aranjuez), Morales, Peñalosa, Cabezón, Victoria (el más famoso de nuestros músicos en su tiempo), Guridi, Ginastera, Moreno Torroba, Martín i Soler (que hasta Mozart parodió una popular melodía suya en su Don Giovanni), Alfonso X, Turina, Vázquez, Halfter, Pedrell, Fuenllana, Literes, los adoptados Scarlatti y Boccherini, Bretón, Chapí, del Enzina, Esplá, Mompou, Mudarra, Toldrá, Marco, Gerhard, Cererols, Ortiz, Correa de Arauxo, Sanz, Flecha, Narváez, Durón, Cabanilles, Galán, García Román, de Pablo, Soler, Nebra, Montsalvatge, Sor, Vives, Arriaga, Barbieri, Tárrega y más.
Hala, a culturizarse.


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