Adagio caledonio
John William Waterhouse - Dama de Shalott |
Felix Mendelssohn (1809-1847) es considerado hoy día uno de los baluartes del
cimero romanticismo alemán. No obstante, su vida lo llevó por un sendero
alejado del prototipo romántico. Si por romanticismo hemos de entender una
actitud vital desafiante frente a las normas establecidas, impregnado de sensualidad
e individualidad, ésta sólo podía manifestarse mediante una confrontación hacia
las reglas más rígidas de la época anterior, el clasicismo.
Mendelssohn, lejos de llevar una
vida atribulada y bohemia, creció en un ambiente mimoso y protector, en el seno
de una familia acaudalada, culta y prestigiosa, que le permitió, entre otras
cosas, codearse con los prebostes de la élite cultural y artística de la
Alemania de su tiempo. Esto le posibilitó adquirir una formación musical
académica, basada en el estudio de las obras clásicas y barrocas, gracias a las
inquietudes musicales que algunos miembros de su familia habían sentido, entre
ellos sus abuelos, que se conocieron en la Sing-Akademie
de Berlín, o su tía abuela Sara Itzig, que también perteneció a esa
institución, aventajada pianista que fue alumna de Wilhelm Friedemann Bach. A ello unió su don
pianístico como niño superdotado, e hizo que se impregnara de unos fundamentos
musicales muy marcados por el pasado.
Pero si bien musicalmente
podíamos considerarlo conservador, en el resto de aspectos de la vida cultural
se vio muy imbuido por el movimiento romántico, hasta el punto de mantener una
temprana amistad, por su juventud, pues apenas contaba con doce años, con una
de las principales figuras, y uno de los fundadores, del romanticismo alemán:
Goethe, el cual se había convertido en un asiduo de su residencia, y se
interesó por primera vez en el arte musical gracias al influjo del bisoño
compositor.
El romanticismo es un movimiento
cultural que surge durante el siglo XVIII, tal vez como reacción o consecuencia
de los procesos revolucionarios de la época, principalmente la revolución
industrial. Esta originó una gran transformación social, y, frente a ella,
eclosionaron nuevos aspectos en la producción artística. Uno de ellas fue
preponderar el individualismo, con sus ataduras sensoriales y sentimentales,
frente al racionalismo previo. También lo fue la añoranza del pasado reciente
perdido, lo que provocó una exaltación de la propia historia, pero también de
la leyenda, con la nostalgia de ficticios paraísos perdidos y la creación de
nuevos mitos, impregnados de pasión y arrebatos. Este movimiento tomó su punto
de partida, sobre todo, en Alemania y en Gran Bretaña, y en esta última adquirió
un papel esencial la obra poética de un autor llamado James McPherson
(1736-1796), quien había declarado encontrar y traducir unos manuscritos
antiguos en lengua gaélica, atribuidos a un bardo llamado Ossian, gestando un
ciclo epopéyico y legendario celta que influirá en los escritores de la época,
exacerbando de esta manera un incipiente espíritu nacionalista. No obstante,
los críticos, posteriormente, creyeron que fue invención dicho descubrimiento,
pues nunca aparecieron los legajos atribuidos al tal Ossian, pero su influjo
fue enorme y quedó establecido el poso a partir del cual surgiría el movimiento
romántico británico. Uno de sus mayores exponentes fue el gran escritor escocés sir
Walter Scott, que se impregnó de todo el subjetivismo, nacionalismo y exotismo
de lo antiguo y legendario de su nación, escribiendo libros como Rob Roy, Ivanhoe o Waverley, que podrían considerarse como precursoras, si es que no
lo eran ya, de la novela histórica.
Jean-Auguste-Dominique Ingres - El sueño de Ossian |
Scott fue uno de los primeros
escritores internacionales de la historia, consiguiendo ser un superventas
allende su patria escocesa, por lo que fue muy difundida y leída su obra en
Europa, Australia y Norteamérica.
Esta fama, acrecentada por el
estímulo de Goethe, y el ardor romántico de la época, que impregnaba el
sentimiento de Mendelssohn, fue lo que le impulsó a viajar a Escocia en el año
1829, con el objetivo primordial de conocer a Sir Walter Scott, y aunque fue
fugaz su encuentro, en la decrepitud del escritor, y cuando se disponía a abandonar
su residencia de Abbotsford, agobiado por las penurias económicas que
arrastraba por problemas financieros, el viaje sirvió para estimular su vena
creativa, con la poderosa impresión que le provocaron las Highlands, y las
islas Hébridas y su cueva de Fingal, uno de los trasuntos del ciclo ossianico, y origen de su famosa
obertura.
Sir William Allan - Sir Walter Scott |
Pero una de las cosas que más le
impactó fue la visita al palacio real de Holyrood:
En el crepúsculo cada vez más profundo,
fuimos hoy al palacio donde vivió y amó la reina María. Allí se puede ver un
cuartito al que se accede por una escalera de caracol: por aquí llegaron y
encontraron a Rizzio en el cuartito, lo sacaron a rastras, y tres cuartos más
allá hay un rincón oscuro donde lo asesinaron. La capilla cercana ahora no
tiene techo, está cubierta de hierba y hiedra, y en el altar derruido María fue
coronada Reina de Escocia. Todo está en ruinas y decaído, y el cielo brillante destaca.
Creo que hoy he encontrado el comienzo de mi Sinfonía escocesa.
Daguerre - Las ruinas de la capilla de Holyrood |
Efectivamente, incluso para el
turista actual, la visita a Escocia y, concretamente, a Edimburgo, sigue
embebida del influjo de este periodo de su historia, en que por última vez fue
independiente y que marcará el destino real compartido por ambas naciones,
Inglaterra y Escocia, bajo los auspicios de la nueva estirpe jacobina,
descendiente de la desgraciada reina María.
Pese al ardor romántico florecido
que le supuso la visita a esta cuna del romanticismo, su formación académica y
su escritura escolástica provocaron que no fuera hasta 1942, 13 años después,
que la terminara y pudiera así estrenarla. En ella destaca su tercer
movimiento, Adagio, una pieza de
exquisito lirismo, de actitud contemplativa, y seguramente la música que
comenzó a gestarse en su mente cuando permanecía en las umbrosas ruinas de la
capilla y en las lúgubres estancias del palacio de Holyrood.
Y es cierto que cuando se escucha
esta Sinfonía
nº 3 la menor, Op. 56 “Escocesa”, uno no puede dejar de estar pensando
en lo que fue la vida de la desdichada María Estuardo.
El primer movimiento, sin guardar
la estructura sonata de las sinfonías de la época, comienza con unos acordes
oscuros y reposados que hacen rememorar su llegada a Escocia, a través del
fiordo de Forth, un día oprimido por triste bruma y pesada calígine, que no
obstante permitió burlar a los barcos ingleses de su prima Isabel, deseosa de
impedir su arribada por la amenaza que podía suponer para su reinado, pues
María descendía de manera legal de una hermana de Enrique VIII, mientras que
Isabel era hija de la repudiada y ajusticiada Ana Bolena, a la cual el monarca
le retiró sus derechos dinásticos.
María había crecido en la corte
francesa, adonde fue llevada con 5 añitos, pues estaba desamparada tras ser
coronada, a los seis días de su existencia, debido a la repentina muerte de su
padre, el rey Jacobo V. El objetivo era refugiarla de los ardides de la nobleza
protestante para conseguir convertir a la monarquía escocesa de su confeso
catolicismo, y también protegerla de los intentos de Enrique VIII por tratar de
eliminar el peligro dinástico que suponía, mediante un ventajoso matrimonio con
su hijo Eduardo. Allí en Francia creció en un ambiente de galantería y libertad,
en una corte de excesiva liberalidad y munificencia, pese a lo cual ninguna
tacha pudo costarle a esta desgarbada princesita de metro ochenta, ojos
ambarinos y tez clara, prometida y casada en la infancia con el delfín
Francisco, nada de lo cual impidió su primera tragedia: la muerte a los 18 años
de su esposo por una otitis complicada, motivo por el que abandonó Francia para
reivindicar su corona escocesa.
El cambio de humor de este
movimiento desde un andante con moto
a un más tumultuoso Allegro un poco
agitato, nos puede evocar la fría acogida de sus cortesanos, en una corte
austera y aburrida, debido al árido calvinismo que imperaba en su ausencia. Con
tan solo 18 años, hubo de sobreponerse a unos secos y suspicaces nobles
acostumbrados a hacer su antojo, liderados en un principio por su hermanastro
bastardo Jacobo Estuardo, conde de Murray, para lidiar con el protestantismo,
aun manteniéndose ella en la fe católica, guerrear y vencer una insurrección
católica, y hasta mantener su reputación a salvo mandando decapitar a un
poetastro, que tomó a la ligera unas carantoñas de la reina para colarse debajo
de la cama de su dormitorio.
El segundo movimiento, Vivace non troppo, es un scherzo, lo cual, literalmente,
significa broma. Es un tipo de movimiento alegre y desenfadado, y en mi
hipótesis sugestiva de la obra, estoy viendo la burla a su prima Isabel, cuando
ésta quiso entrometerse en la elección de un nuevo cónyuge, con el propósito de
tenerla controlada. Pero fue una disputa entre zorra y gallina, porque al final
lo consiguió oponiéndose determinadamente a un pretendiente, finalmente elegido
por María, pero que había sido devuelto a la corte escocesa por Isabel
precisamente para engatusarla con un pretendiente en teoría adepto de ella.
Aunque muchos críticos repiten las reminiscencias folclóricas escocesas de esta
pieza, a mí me recuerda mucho a la obertura que compuso para Sueño de una noche de verano, donde todo
es burla y fábula. También podríamos vislumbrar ese conato de guerra civil con
su hermanastro, en la cuál no se dio ninguna batalla, sino un juego de gato y
ratón, persiguiéndose por la geografía caledonia, en que los ejércitos
decrecían por las deserciones, terminando victoriosa, en todo caso, nuestra
reina.
Llegamos por fin al motivo de
esta entrada, una pieza tranquila y contemplativa, en que su estructura de
sonata distingue claramente dos temas bien diferenciados. El primero, sosegado
y tierno nos podría rememorar el idilio de la reina con su nuevo galán, Lord
Darnley, familiar lejano de María por ambas ramas de su ascendencia, hombre de
buen plante y caro atractivo. Aunque tuvo que suceder que enfermara de
sarampión para despertar el instinto maternal de la reina, para que ella
dulcemente se enamorara mientras extremaba sus cuidados hacia él. Luego sigue
el segundo tema, en modo de marcha, y que a mí me sugiere una marcha nupcial al
estilo de la famosa de Lohengrin. Todo lo que tenía Lord Darnley de bello y
elegante lo tenía de patán y petulante, de vicioso y altanero, y ruin y
traicionero. Queriendo tomar el mando del reinado, conjuró junto a los lores
protestantes para sojuzgar la autoridad de la reina, y para eliminar a su
consejero y confidente, David Rizzio, un artista advenedizo encumbrado a
secretario, bajito, contrahecho y cetrino, a quien le habían endosado un más
que dudoso papel de amante de la reina. Todo ello perturbó las relaciones de los
reyes, con altibajos en los sentimientos de ella, que entonces estaba
embarazada de su hijo y futuro heredero, lo cual lo notamos en el desarrollo y
exposición del primer tema, ahora más inestable y agitado. Y posteriormente
vuelve a sonar la marcha, ahora con tutti y apogeo de fanfarrias, lo cual ya no
denota tanto romanticismo, y sí algo de arrebato celoso y furia desmesurada,
que es la que tuvieron con Rizzio, al que asesinaron de más de cien puñaladas
ante la presencia de la reina. Vuelve el tema inicial, pero ya con un son de
nostalgia y amargura, que nos lleva al último movimiento.
Jean Lulves - El asesinato de David Rizzio |
Mendelssohn especificó en su partitura que quería que su obra fuera interpretada del tirón, sin pausa entre movimientos. En el último se distinguen dos partes. La primera, Allegro vivacissimo, y que el mismo compositor la subtituló como Allegro guerriero, cuyo ritmo vivo y contrastante, furibundo y agitado, nos puede recordar el resto de la vida de la reina, repleta en un par de años iniciales de sucesos trepidantes y angustiosos, con su escapada del palacio de Holyrood, de su corte y su marido, la confrontación con los nobles, el perdón a su marido, la muerte de éste en un atentado explosivo, a lo Carrero Blanco, la inculpación de ella, su rapto por uno de sus más abyectos seguidores, que la obligó a casarse y la dejó embarazada, y su huida final a Inglaterra a buscar el refugio y amparo de su prima. El resto de su vida, 18 años, también la condenso en este movimiento, pues fue una continua peregrinación por reclusiones forzosas por Inglaterra, prisionera de su prima, cuya única válvula de escape fue promover algún que otro complot para liberarse o para deponer a Isabel, y que finalmente nos lleva a la aparente conclusión del movimiento y la sinfonía, un tema tocado por clarinete y fagot, con un leve soporte de las cuerdas, que nos retrotrae al inicio de la obra, y que se va apagando poco a poco, como si describiera el camino de María hacia el cadalso para terminar su vida, decapitada, para tranquilidad y solazo de su oponente familiar.
Pero, de repente, surge la
segunda parte del movimiento, una de las partes más criticada por músicos y
analistas, pues en su opinión rompe la simetría y redondez de la obra,
incrustando un tema poco acorde al espíritu general de la obra. Este Allegro maestoso assai recuerda un poco
a la Pompa y circunstancia de Elgar,
y teniendo en cuenta que la obra estaba dedicada a la reina Victoria y su
marido Albert, no es difícil intuir que se trate de un final solemne y
majestuoso en consideración a ellos, con un aire laudatorio y festivo. Yo, por
mi parte, para engarzarlo todo con mi historia, veo el triunfo final de María
después de su muerte, como las brujas anunciaron a Banquo en la obra de
Shakesperare, MacBeth: ella no reinó finalmente en Inglaterra, pero su hijo
Jacobo, a quien no vio jamás después de cumplir 10 meses, sería el heredero del
trono después de la muerte de la huera y ambiciosa Isabel.
Te pongo, pues, dos vídeos, uno
con el Adagio solamente, y otro con
la obra completa. Mendelssohn no fue un músico programático, así que su música
no nos describe nada concreto. Así pues, escucha y ensueña, y crea tu propio
cuento.
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