Adagio hipnótico


 

Salvador Dalí - Desnudo en la llanura

Tenemos la tendencia a pensar que la vida de los artistas creadores tuvo que ser propicia – no diremos feliz – para la realización de sus obras, porque, si no, no se entiende cómo se puede alcanzar tanta perfección o tanta belleza. Como nosotros ya poseemos el resultado, es lógico pensar que las musas fueron favorables. Pero, como sucede muchas veces a los artistas modernos, cada cual presenta sus conflictos, que ni la fama ni el dinero pueden atemperar. Y es probable que estos surjan ya desde la infancia.
En el caso de Sergei Rachmaninov puede que fuera determinante la figura del padre, mal gestor financiero, además de jugador, libertino y bebedor, dilapidando la buena posición social y económica de la familia, por lo que, una vez que abandonó a la madre, el resto de la familis tuvo que trasladarse a vivir a un modesto apartamento de San Petersburgo, al amparo del auxilio de la familia de la madre.
La tendencia del niño fue la de no prestar la atención debida a sus estudios y a su enseñanza musical. Aquí fue providencial la ayuda de un primo suyo, Ziloti, quien recomendó trasladarlo a Moscú, donde precisamente conoció a Skriabin. Ziloti fue también profesor suyo de piano avanzado. Esto permitió reconducir su carrera.
Pero, indudablemente, Rachmaninov debió desarrollar un carácter no excesivamente fuerte frente a las adversidades, y, como ya dijimos en otra parada previa, el fracaso de su primera sinfonía, a lo que contribuyó poderosamente que quien dirigió el estreno, Alexander Glazunov, sufría un completo estado de embriaguez durante la actuación, unido a la situación política que padecía Rusia, lo llevó a un estado de profunda depresión, que abortó su facultad inventiva.
Su entorno debió intervenir para intentar sacarlo del pozo creativo, concertándole, incluso, un encuentro con el gran Leon Tolstoi. Pero ni por esa. Tuvo que ser la intervención del Dr, Nikolai Dahl, especialista en neuropsiquiatría, y  a la sazón, también, competente violonchelista aficionado, quien, mediante sesiones de hipnosis, logró reconducir el ánimo y la carrera de Rachmaninov, permitiéndole crear la obra que nos ocupa.
El Concierto para piano nº 2 en do menor Opus 18 fue estrenado el 27 de Octubre de 1901 por el propio compositor al piano, bajo la dirección orquestal de su primo Ziloti, y dedicado, como no, al factótum de su recuperación, el Dr. Dahl. Escuchar su Adagio sostenuto no nos permite adivinar, bajo su dulzura y embriaguez sensorial, todos los inconvenientes que se alzan en el camino de la creación.



De todos modos, se le da mucha importancia al papel desempeñado por Dahl y a su novedosa terapia hipnótica, la cual, dicen, sirvió para curarlo. Algo pretencioso, en mi opinión. Las sesiones llevadas a cabo consistían más bien en una psicoterapia de apoyo, buscando espolearlo para recuperar su confianza en sus propias capacidades, todo aderezado con una exótica ayuda psicohipnótica. Pero, como siempre, lo que más le ayudaría sería la reconducción de su vida sentimental.
Durante su juventud, mientras asistía a las clases en el conservatorio de Moscú, Rachmaninov comenzó a interesarse por la composición, a lo cual se oponía su estricto profesor Zvérev, por considerar que era un desperdicio malgastar sus dotes interpretativas dedicándose a tarea tan improductiva. Todo se agravaba debido a la costumbre de la época de que los alumnos residieran en las casas de sus tutores, con lo que no había forma de escapar al mandato magistral. El desencuentro hizo que las partes acordaran el tralado de Sergei a la residencia en Moscú de su tía Varvara Arkadyevna Rachmaninoff. Como es normal, allí intimó con sus primas, derivando en un primer romance con la pequeña de ellas, Vera, a lo que se opuso toda la familia, supongo que, entre otras razones, a causa de su tierna edad. Pero se le permitió cartearse con la mayor,  Natalia, que fue moldeando y torneando el gusto y el amor de Sergei hacia ella. En el periodo que nos ocupa de desequilibrio emocional de Rachmaninov, el idilio estaba lo suficientemente maduro como para que decidieran casarse.  Pero toparon literalmente con la iglesia,  en este caso la ortodoxa, ya que eran primos, y este tipo de matrimonios estaba prohibido.  Además,  Sergei no era un buen cristiano,  ya que ni iba a misa ni,  lo que era peor,  tampoco se confesaba.  Con triquiñuelas, consiguieron ser casados por un capellán militar ortodoxo,  que no rendía cuentas al patriarca, sino al generalato y, en última instancia,  al zar.  

Fue en estos momentos en que vio resucitar su romance hacia la apoteosis matrimonial que Rachmaninov compuso esta su más conocida y celebrada obra,  dando fin a un lustro aciago escaso de creatividad,  en que apenas compuso dos o tres obras.  

Así pues, el amor es la más poderosa arma hipnótica,  sin duda.  Pero incluso él falla en conseguirnos el equilibrio definitivo.  Y más adelante Rachmaninov recaería en su abulia compositiva,  a raíz de su autoexilio en 1918 en Estados Unidos debido a la Revolución rusa. En el periodo de casi 30 años que van desde este momento hasta su muerte,  sólo compondrá seis obras de entre un escueto catálogo de 45 composiciones. Y es que debe ser muy difícil mantener la inspiración cuando tu música no depende de las ecuaciones y los cálculos matemáticos que subyacen en los movimientos vanguardistas del siglo XX, sino del encantamiento melódico transpirado por el mismísimo arrobamiento de las musas.

Dalí - La misteriosa fuente de la armonía


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