Adagio bolchevique

Chagall - El violinista verde
La historia, al final, siempre se repite. Aunque los aderezos con los que se adorne nos confundan. Tanto luchar los artistas durante siglos para liberarse del yugo del protector, o del servil patronazgo de la aristocracia, que los reducía a meros artesanos musicales, y para reivindicar su propia personalidad y llevar una vida creativa libre e independiente, para finalmente toparte con tu nuevo arzobispo Colloredo.

Sergei Prokofiev desarrolló su carrera musical prácticamente coetánea a la Rusia revolucionaria y soviética, y mantuvo una relación un tanto ambigua con ella, no claramente crítica hacia el régimen, pero que a fin de cuentas le pasó su factura. Ya en los inicios de la revolución consiguió que lo dejaran salir del país, gracias a que por entonces pasaba por ser un revolucionario musical, y mantuvo una carrera más o menos exitosa en el extranjero. Pero debido a la mala suerte, principalmente con el estreno de sus óperas, su economía se resintió y tuvo que volver al redil.

Compuso, entre otras, obras completamente afines al régimen comunista, cuando no eran directamente encargos para alguna conmemoración, y a pesar de ello pasó alternando premios Stalin a su música con reprimendas, censuras o, directamente, amenazas. De este modo, recibió lisonjas como "anécdota antisoviética llana y vulgar, una composición contrarrevolucionaria que linda con el fascismo" en 1928, por parte de la Asociación Rusa de Músicos Proletarios, que de asociación tendría poco, todo lo que le sobraría de inquisición; sufrió el asesinato oficial de algún amigo, como el director teatral Meyerhold, por el intolerable crimen de oponerse y criticar el realismo socialista, una especie de impulso alienante y opresor dirigido en contra de los artistas y las obras complejas, innovadoras o experimentales: todo por el bienestar vacuo-mental de las masas, ese ente amorfo y maleable tan del gusto de toda dictadura.
Aunque en muchas ocasiones se plegó a los dictámenes oficiales en cuestiones acerca de la creación artística,  Prokofiev no logró escabullirse de esta caza de brujas que se concretó en 1948 con el Decreto Zhdánov, que debe su nombre al dirigente político que lo propugnó,  alter ego en Rusia del McCarthy americano instigador de su propia caza de brujas cinematográfica, que obligó a rendir disculpas públicamente al régimen a compositores como Shostakovich, Kachaturian o él mismo por sus desvíos burgueses, reaccionarios y contrarrevolucionarios en su composición. La misma palabrería a la que nos están acostumbrando hoy en España, acompañada, incluso, de las mismas prácticas nepotistas: el tal Zhdánov era consuegro de Stalin. Los nuevos linajes proletarios oligarcas y hereditarios. Para más inri, le tocó a Prokofiev fallecer el mismo día que Stalin, con lo que hasta su lauro luctuoso se lo ensombreció.

La obra que te traigo fue estrenada justamente en el año previo a su instalación definitiva en la URSS en 1935, tras su fracaso transsoviético, y el lugar elegido fue precisamente Madrid, bajo la batuta de Enrique Fernández Arbós. Es probable que no fuera casual, pues Prokoviev estuvo casado con una cantante española de madre rusa, Lina Llubera (que también sufrió deportación y reclusion en un Gulag entre los años 1948 y 1956, destino compartido por millones de rusos bajo la tiranía estalinista). Matrimonio que quedó fulminado a poco de vivir en Rusia. Queda pues, quizá, como última llama de ese amor esta obra, Concierto para violín nº 2 en sol menor Opus 63, cuyo Andante Assai muestra ese contraste de lirismo y dulzura, contrapuesto al desasosiego y turbación en la que a veces la melodía parece tratar de abrirse paso.





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