Adagio disfórico

Chagall - El concierto

Ahora sí que me permito una licencia extraordinaria, al incluir este Allegro non troppo e molto Maestoso - Allegro con Spirito del Concierto nº 1 en si bemol menor Opus 23 de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893) entre los adagio de esta estación. Pero seguro que me comprenderás y entenderás si comienzas a escucharlo, y a reconocerlo, pues su inicio lo conforma una sintonía famosísima, hoy día emblema del romanticismo más ardiente, ese de las postrimerías del siglo XIX. Un romanticismo tierno, y no dramático y lúgubre como el del inicio del mismo siglo, representado por Poe, Chopin, Berlioz,  Bécquer…. Un romanticismo de flores y terneza, pues, frente al otro romanticismo de tuberculosis y lobregura. Y quizá, éste de Tchaikovsky, algo denostado por superficial, pero ¿quién decreta la profundidad de las obras?

Ese romanticismo apasionado, ya anunciado en los primeros acordes de trompa, arranca en una melodía que no podríamos definir como alegre, tal vez enardecida, pero, eso sí, sentimental, exponiendo un tema precioso sobre el cual el piano hace toda una tour de forcé para sobreponer su acento y terminar repitiéndola, cayendo después rendido en unos compases inestables y desequilibrados que nos llevan a una recapitulación del mismo tema, con un impulso más dramático del piano para escalarla. Son tres minutos tras los cuales parece la obra sucumbir.

Nada más lejos. Este movimiento solo ocupa casi el doble del tiempo de la suma de los dos restantes. Es casi un poema sinfónico, al cual quizá no podamos tildarlo de adagio, pero tampoco de allegro. Se inicia esta segunda parte con un ritornelli indeciso de trompetas, tras el cual aflora una danza popular, rusa o ucraniana, y a continuación prosigue una cadenza tranquila de tema nostálgico, que encadena con un pasaje agitado, turbulento, que después regresa al tema nostálgico o noctámbulo, ya calmado. Salta, de pronto, a un pasaje más movido, como una tormenta que va cerniéndose, y que se precipita como en un remolino marino que nos deglute, para luego calmarse de nuevo, adquiriendo un tono elegíaco. La coda es abrupta y solemne.

En 21 minutos de movimiento se alternan, como se ve, por un lado sentimientos de frustración, turbación, agitación; y, por otro, de calma, resignación, tristeza, esperanza, exaltación, en una combinación extenuante. Pero con predominio del acento elegíaco. Una pieza, pues, romántica, pero a momentos desasosegada.

Tal vez un epítome de su creador, pues si bien disfrutó del afable reconocimiento y la agradecida popularidad, su vida fue una angustiosa incertidumbre provocada por su tendencia o naturaleza homosexual. Y no tanto por los condicionamientos sociales, que no fueron tantos. Es cierto que, como en la gran mayoría de las naciones, no era bien vista, pero no hasta el punto de no poderla vivir con plenitud, pues su hermano Modest así lo hizo. Las limitaciones hacia su expresión plena y atrevida venían principalmente por los remordimientos que le originaba su inclinación, que no es que no la asumiera, sino que no la aceptaba. Eso le inclinó en un momento dado a decidirse por el matrimonio con una mujer. La elegida fue una antigua alumna suya de piano, que desde el primer momento quedó prendada del compositor, cuando aún eran ambos jovencitos. Se conocieron en casa de una amiga común, en Moscú, en 1865, cuando él contaba con veinticinco años y ella dieciséis. Él no guardó recuerdo de la joven ni del encuentro, pero ella, Antonina Ivánovna Miliukova,  abrigó un íntimo amor hacia él desde aquel primer encuentro, que le llevó, incluso a pesar de su pobreza, a abandonar su trabajo de costurera profesional y cursar estudios de música en el Conservatorio de Moscú, donde Tchaikovsky impartía clases.

Todo el arrebato matrimonial vino provocado por un par de cartas amorosas que ella le escribió en 1877, cuando él estaba sumido en la composición de su ópera Yevyeny Oneguin, impulsado por el ardor romántico de la carta escrita por la protagonista de la novela en poema de Pushkin, Tatiana, al protagonista de la misma, que da título al libro. Tchaikovsky, al principio, rechazó o no hizo caso a la primera carta, pero cuando recibió la segunda le llenó de angustia el sentirse como un verdadero Oneguin rechazando a Tatiana, y martirizándose por que una canallería similar por su parte podría hacer sufrir hasta lo indecible a esa pobre muchacha que le había expresado su amor.

Así, sin convicción, y sin más entusiasmo que el mostrado por su padre, que le animó, por ver si así no permanecía descarriado en sus relaciones íntimas, contrajo un calamitoso matrimonio, que apenas duró lo que una breve luna de miel no consumada de diez días, agravado todo por el mal ambiente que reinaba en el seno de su familia política.

Podría pensarse que este fue un simple acto por ocultar su inclinación homosexual, o por convencerse a sí mismo de la posibilidad de poder transitar por el camino recto para que su condición no hiriera los sentimientos de los que le rodeaban. Pero su mente tuvo que ser más compleja, y su carácter atribulado ya le llevó anteriormente a una situación similar, sumiendo su tendencia sexual en una absoluta confusión.

Ocurrió en 1868, y la agraciada por la atención de Piotr Ilich fue Désirée Artôt, una cantante belga que estaba de gira con su compañía en Rusia, donde coincidió con Tchaikovsky. Éste quedó inmediatamente prendado de su personalidad arrolladora, y rápidamente se comprometieron, no sin plantearse dudas nuestro compositor. Como más tarde le sucedería, quien más entusiasmo mostró fue, nuevamente, su padre, quien quiso allanar las dificultades expresadas por su hijo, sobre todo la referente a que uno de los dos abandonara su carrera para seguir al otro. El padre le razonó por carta que no era necesario, pues su hijo podría seguir componiendo mientras acompañara a su esposa en sus giras. En cualquier caso, la madre de Désirée, que viajaba con ella, y Pauline Viardot, francesa de nacimiento, pero española de ascendencia, profesora y mentora suya, la persuadieron por varias razones: la posición económica del músico, su edad, cinco años menor que ella, y los rumores sobre sus gustos e inclinaciones sexuales. A ella le dedicó su Romance en fa menor para piano, Op. 5, y ella le pagó, al año siguiente, tras proseguir su gira por Polonia, y con la promesa de volverse a ver para tratar el tema, con un nuevo compromiso y matrimonio en octubre de 1869 con otro cantante de su compañía, el también español Mariano Padilla y Ramos.

Así que recibió un tremendo varapalo, sobre todo para ese intento suyo de, quizá, reformarse. Él dio a entender que no le afectó mucho, pero más tarde confesaría que fue a la única mujer que amó. Posteriormente, coincidió con ella varias ocasiones y continuaba seduciéndole su personalidad. De hecho, es ampliamente admitido que el concierto de piano del que tratamos está inspirado por ella.

Hay varios datos que lo muestran, según algunos críticos musicales. Se basan en una práctica nada infrecuente por parte de los músicos de crear pequeños criptogramas con las notas musicales para construir con ellos acrónimos referenciales de una persona. Tchaikovsky mismamente utilizaba uno como firma propia, la sucesión de notas Mi Do Si La, pero en su grafía alemana: E  CHA. En este concierto, referido a la inusual tonalidad de si bemol menor, la música abre en Re bemol mayor, en su también rara introducción orquestal que ya no se volverá a repetir más en la obra. En la notación alemana, re equivale a D, y bemol a “es”, con lo que tenemos la inicial del nombre de su amada: “D-es”-irée. Pero en el segundo tema, en el desarrollo del primer movimiento, esta nota re bemol mayor se resuelve en un La, que equivale a A. Ya tenemos la inicial de su apellido también. Por otro lado, en el prestissimo del 2º movimiento, mediante la flauta, Tchaikovsky utiliza la melodía de una chansonette titulada “Il faut sämuser, danser et rire”, perteneciente al vodevil La corde sensible de Thiboust, y que era uno de los temas favoritos del repertorio de la Artôt. Además, la presentación de la obra la anuncian las trompas, instrumento al que se dedicaba profesionalmente el padre de la cantante.

No sería casualidad que estos mismos artificios los empleara Tchaikovsky en otras obras que compuso en la misma época, como su poema sinfónico Romeo y Julieta, y quizá ese empeño en abusar de esos criptogramas provocaran la confusión que creó en su dedicatario del concierto de piano, y amigo, el pianista Nicholai Rubinstein, al cual provocó una impresión horrorosa, hasta el punto de rechazar el honor de estrenar la obra, a no ser que Tchaikovsky le perpetrara profundas modificaciones y lo adaptara para él. El compositor se negó, contribuyendo a exacerbar otro de los problemas subyacentes en su personalidad, la inseguridad.

Afortunadamente, encontró otro intérprete de prestigio, Hans von Bülow, marido de Cosima (que ya sabemos que lo abandonó por Wagner), y que, además de excelente pianista, era, como ya sabemos, un estupendo director de orquesta. Se entusiasmó con toda la obra de Tchaikovsky, que la asimiló a su repertorio, y estrenó su primer concierto en Boston el 25 de Octubre de 1875, junto al director de orquesta Benjamin Johnson Lang, pasando también a constituir piedra angular del repertorio interpretativo de cualquier pianista hoy en día.


 


Pulsa 🎻AQUÍ si quieres leer la entrada previa. 
Pulsa 👼😇AQUÍ si quieres leer la entrada siguiente. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Letrilla 2024

Don Urtasun Calabazas

Kim Jong-um íbero

Las Puertas del Delirio: El Olvido y la Canción

Adagio: Adagietto de Mahler

Las puertas del delirio: El Miedo

Vánitas: los sonetos de la muerte

SILENCIO

La Catrina

Adagio fantastico (de Vaughan Williams)