Adagio: Segunda sinfonía de Rachmaninov

Konstantín Makovski - Boyarina en la ventana

 

Pasamos a otra obra de un lirismo desmesurado, de una enorme elegancia melódica, que, no obstante, acudió a la inspiración del compositor, Sergei Rachmaninov (1873-1943), en un momento de dudas y baja autoestima, principalmente por el fracaso de su Primera Sinfonía. Y a pesar de haber compuesto en el tiempo entre esa y la que nos ocupa su Concierto nº 2 para piano, que le valió un 2º Premio Glinka en su Rusia natal.
Quizá lo determinante fue alejarse del enrarecido, sobre todo políticamente, ambiente ruso de la Revolución de 1905 y viajar hasta Alemania, lo cual le permitió, por añadidura, relajar su intensa actividad interpretativa como director. En este nuevo sosiego encontró inspiración para su otra obra comentada en este viaje, La isla de los muertos, y esta otra, Sinfonía nº 2 en mi menor, Opus 27.
La Revolución de 1905 fue un anticipo de la más conocida y determinante de 1917, y fue un aviso al zar Nicolás II, que desgraciadamente, debido a su inoperancia e indolencia, no tuvo en consideración, y desembocaría en los hechos trágicos que le costaron su vida y la de toda su familia casi tres lustros más tarde.
La única reforma de envergadura para la mejora de las condiciones de vida de los menesterosos rusos en siglos fue la declaración de emancipación de la esclavitud de 1861, a cargo de Alejandro II. La Rusia rural vivía un régimen feudal que, a pesar de este intento, no mejoró las condiciones de vida del campesinado. Para más desgracia, en 1881 el zar fue asesinado en San Petersburgo. La pobreza creciente del pueblo, la hambruna y los excesos de la corte de Nicolas II crearon un caldo de cultivo de malestar y enfado en toda la sociedad, que desembocó en una manifestación pacífica de los petersburgueses ante el Palacio de Invierno el 9 de Enero de 1905, según el calendario juliano de la época (una muestra más del atraso en que vivía la población rusa). Era una manifestación pacífica en la que lo único que se pretendía era pedir pan a su “padrecito”, el zar, esgrimiendo cruces e iconos, y desarmados. Éste, cobardemente, ante las noticias que aventuraban dicha manifestación, había puesto pies en polvorosa, con la precaución dolosa de dejar manifiesta la consigna de aplacar la disidencia. La guardia real se empleó con descarnada crudeza contra una muchedumbre formada por hombres con sus esposas e hijos, sin poderse saber concretamente el número de víctimas, pero que algunos historiadores calculan sobre las dos mil, mereciendo la jornada el sobrenombre de Domingo Sangriento.
Este ambiente reivindicativo y conflictivo afectaba a todos los estratos de la sociedad, incluidos los teatros. En 1904, Rachmaninov había logrado sobreponerse a su apatía y depresión y ocupó el cargo de director de orquesta del Teatro de Bolshoi. Frente a su inseguridad y pusilánime carácter, mostraba la otra faceta completamente opuesta de un director exigente y algo autoritario, lo que seguramente crearía un ambiente laboral exasperante, al enfrentarse a las reivindicaciones de todos los trabajadores,  reflejo del ambiente generalizado, que minaría nuevamente sus nervios. Por otro lado, nunca prestó ningún interés a los avatares políticos, por lo que decidió renunciar al cargo, hacer las maletas y trasladarse con su familia a Dresde, donde se respiraba un clima musical propicio, que le permitió también acercarse a la filarmónica Leipzig. Aquí tomó inspiración para el poema sinfónico La isla de los muertos, e inició la composición de su segunda sinfonía, la cual finalizó tras otro viaje a Paris en 1908, después de recuperar en la ciudad de las luces la autoestima con la ejecución triunfal de su segundo concierto para piano.
La obra se estrenó en San Petersburgo el 26 de enero de 1908 bajo su dirección, dedicándola a su maestro de composición, Serguei Taneyev, director del Conservatorio de Moscú. Cosechó un gran éxito tanto aquí como una semana más tarde en Moscú. Desde entonces su gran lirismo ha cautivado a multitud de melómanos, a pesar de su carácter convencional y nada experimental. Las críticas por su escaso vanguardismo en la composición, de las que aún hoy día es víctima por parte de algún esnob, quedan relegadas, con el paso del tiempo y la descontextualización de su obra, al absurdo, ¿pues quien es incapaz de conmoverse ante semejante canoricidad? (palabro).




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