La Estrella de Navidad
![]() |
Adoración de los Reyes Magos - Bassano |
Llegamos por fin al último
episodio navideño popular con la arribada de los Reyes Magos a Belén. Y digo
popular, porque la Navidad, a través de su Epifanía, se prolonga un tiempo más,
dando cabida a hechos que son propios de ella: la Purificación de María, la
presentación del niño en el templo y, finalmente, la huida de la Sagrada
Familia a Egipto, para evitar el asesinato de Jesús a manos de Herodes.
Ya se ve que el calendario
navideño no es lógico, pues ya se ha adelantado a la llegada de los Reyes la
conmemoración de los Santos Inocentes. Incluso es confuso saber si su presencia
fue anterior o posterior a la circuncisión de Jesús, porque en el único
evangelio que nos relata su adoración, el de Mateo, no incluye información
sobre este último rito, que sí lo menciona el evangelio de Lucas, pero, a su
vez, nada nos advierte acerca de la presencia de ningún mago.
Esto me recuerda una moda o manía
actual, por parte de sectores, más que no creyentes, anticatólicos, de mostrar
un cierto esnobismo laicista radical felicitando, en vez de la Navidad, unas
supuestas saturnales, aduciendo que es el origen real de la fiesta que hoy
celebramos, aprovechando el momento esotérico y arcano de uno de los solsticios.
A mí se me ocurre, en primer lugar, que es posible que hubiese una festividad,
en el marco de otra cultura, coincidente en dicha fecha, cosa que sucede, por
ejemplo, en muchas celebraciones religiosas en Sudamérica, donde se
aprovecharon incluso algunos ritos precolombinos para enriquecer el propio
cristiano y afianzarlo en la asunción doctrinal del pueblo nativo. Algo
parecido sucede con los sitios sagrados, que conduce a que los diferentes
edificios confesionales se construyan sobre las ruinas de los anteriores,
consagrados a otra religión, y que eligieron ese mismo lugar precisamente por
una consideración hierática del lugar, para la adoración de sus dioses. Pero lo
cierto es que tampoco fue ésto lo que empujó a elegir la fecha del 25 de
Diciembre como la del nacimiento de Jesús. Hay todo un empeño pseudociéntífico
a lo largo de la historia cristiana por fijar esa fecha, y el primero que lo
hace, mediante unos cálculos matemáticos y astrológicos que yo ahora mismo no
alcanzo a comprender, es Dionisio el Exiguo, matemático y monje bizantino,
nacido alrededor del año 460, que establece una tabla Pascual en la que datar
los distintos acontecimientos de la vida de Jesús. Su objetivo primordial era
ponerlos en relación con un calendario que sumara años en función del que se
pensaba había sido el del nacimiento de Jesús, para no ponerlo en relación con
el calendario de Diocleciano, último emperador especialmente cruel en la
persecución de la cristiandad. Y llega a la conclusión de que nace en esa
fecha, en el año aproximadamente 752 después de la fundación de Roma. Ya te
puedes imaginar que erró en los años, por lo que bien podría haberlo hecho en
el día y en el mes, teniendo en cuenta que el calendario usado desde la
fundación romana fue el romano arcaíco, que en el año 46 a.C. fue sustituido
por el Juliano, el cual se mostró relativamente ineficaz, hasta el punto de
haber sido sustituido posteriormente, en el siglo XVI, por el gregoriano. Otros
hicieron aproximaciones en función de datos aportados por la Biblia, como
Hipólito de Roma, que arguyó que la
concepción sucedió en el equinoccio de Primavera y, por tanto, el parto, nueve
meses después. O Juan Crisóstomo, que a partir de otro dato referido en el
evangelio de Lucas, la ofrenda de incienso, llega a la misma fecha. Pero esto
pudo ser un dato reelaborado a posteriori. Además, se da por hecho que el parto
fue a término, pero en el evangelio apócrifo armenio de la infancia de Jesús,
nos anuncian que el niño fue sietemesino, con lo que tiraría por la borda todas
estas especulaciones o hipótesis. Pero, en cualquier caso, es absurdo, para
tapar o contradecir una manifestación religiosa cristiana, a la que se odia,
aduciendo un orgulloso laicismo, que no lo sustenta sino un cierto ateísmo,
acudir a otra celebración que necesariamente también tendría que ir en contra
de ese laicismo, pues se apoya en la creencia en otras deidades, en este caso
las grecorromanas, que además se personifican en una figura como Saturno, que,
entre otras linduras, se dedicó a comerse a todos sus hijos vivos según iban
naciendo, y que en su acepción como Cronos o Cuervo dio pábulo a ciertos
pueblos primitivos como los hititas o los hurritas para celebrar ceremonias en
las que se comían niños pequeños sacrificados. Como digo en estos casos, nadie
está obligado a celebrar nada, y menos aún a felicitar a nadie en estos días,
pero lo que se celebra en estas fechas en nuestra sociedad no es otra cosa que
el nacimiento de Jesús como hijo de Dios.
Después de esta pequeña digresión
diré que en algunos credos cristianos y en algunos evangelios apócrifos aparece
incluso la fecha de 6 de Enero como la del nacimiento de Jesús. En fin, no nos
perderemos en un maremágnum de fechas y cronología, que nos aleja un poco del
objeto de celebración.
El caso es que, debido a la
escasez de datos oficiales, o sea, santificados por el concilio de Nicea,
tenemos muy poca información del evento de la adoración de los magos, tan sólo
en un capítulo del evangelio de Mateo. También se ponen como referencias algunas profecías del antiguo testamento,
pero yo las veo muy cogidas por los pelos, pues son crípticas en demasía.
Así que voy a tener que recurrir
nuevamente a los evangelios apócrifos, porque es gracias a ellos que sabemos
que los reyes, que venían de Oriente, más concretamente de Persia, se llamaban
Melchor, Gaspar y Baltasar. Al parecer, curiosamente, según nos relata el
evangelio árabe de la infancia, en Persia, ese 25 de diciembre, celebraban una
festividad según sus ritos profesados, como adoradores del fuego y las
estrellas, y se les apareció un ángel al modo de una estrella de incesante y
descomunal brillo, que les anunció el nacimiento del nuevo Rey Judío. Nos
relata luego un viaje místico con un pequeño cortejo, para el que sólo precisan
de esa noche para llegar a Belén. Sin embargo, en el armenio, nos refieren que
son varios meses los que requieren para llegar, y van acompañados de un
verdadero ejército de 3000 hombres, siguiendo el curso de una estrella
resplandeciente que se les ha aparecido.
Esa estrella se apaga
repentinamente en Jerusalén, por lo que han de hacer fonda en dicha ciudad, lo
que sirve de pretexto para que Herodes el Grande mande emisarios para curiosear
cuál es el objetivo de tan exótica expedición.
Dicha estrella es el motivo de la
cantata de hoy, titulada, por su propio primer verso, como es habitual, Erwacht,
ihr Heyden GWV 1111/34, de Christoph
Graupner. Como te referí, Graupner fue un prolífico compositor alemán,
relacionado con la ciudad de Leipzig, en la cual se formó musicalmente y donde
también estudio leyes, y adonde pudo haber terminado su vida si no se le
hubiese truncado su candidatura a cantor de la diócesis de Santo Tomás, que,
como sabemos, terminó en manos de Bach, después de haber renunciado también a
ella el amigo de ambos, Telemann.
Fue determinante la negativa de
su patrón, el landgrave de Darmstadt, a concederle la rescisión de su compromiso
con él, pero también lo fueron el aumento de sueldo, el mayor de cualquier
músico alemán en su época, la certeza de cobro del contrato puntualmente y unas
estupendas condiciones de retiro, que le permitieron en 1754, cuando se quedó
ciego, no perder su puesto a pesar de no componer ya nada hasta el día de su
muerte, 6 años después, y no tener que pasar esos años en la miseria y la penuria, como era la norma en los músicos cuyos servicios ya no eran necesarios.
Graupner, en un principio, fue
atraído a dicha corte con la promesa de ser maestro de capilla, pero también
compositor de óperas, Pero las malas finanzas del landgrave menoscabaron
precozmente estas expectativas, con la fuga de músicos, dadas sus precarias
condiciones económicas, por lo que finalmente se dedicó de manera casi
exclusiva a la música sacra e instrumental, siendo su decena de óperas previas
a su actual trabajo.
Esto supone que estuvo
componiendo ciclos completos litúrgicos durante aproximadamente 43 años, de
manera incansable, sin decaimiento en su inspiración melódica y su curiosidad
por texturas sonoras inauditas, creando piezas con el auxilio de
instrumentos de timbre pintoresco, como el chalumeau, antecesor del clarinete,
el oboe d’amore, la flauta d’amore o la viola d’amore.
Esta ardua tarea estuvo auxiliada
por la disponibilidad de un vicemaestro de capilla, Gottfried Grünewald, que a
la postre terminó siendo su amigo, excelente bajo, por lo que también cumplía
con el trabajo de solista vocal, y quien, además, componía la mitad de las
cantatas de cada ciclo. Lamentáblemente, no nos ha llegado ninguna de sus
partituras. El otro auxiliar fue el poeta, y pastor y superintendente de
Darmstadt, Johann Conrad Lichtemberg, a la sazón cuñado también de Graupner.
Él se encargaba de los textos de las cantatas, al estilo preconizado por
Neumeister, y su imaginación desbordante para crear nuevos textos para ambos
compositores fue incesante, hasta que, al cumplirse el año 1742, reventó y ya no pudo más.
Se le había secado el hontanar de su inspiración. Más tarde, exhausto,
manifestó cómo había pasado de poder escribir diariamente de seis a ocho
poemas, a veces incluso doce, a sólo poder manejarse difícilmente con cuatro cantatas
(no sé si se refiere a diarias, pues esa llama extinguida para mí resultaría un
incendio). Así pues, después de la muerte de Grünewald en 1739, Graupner tuvo
que componer él solo los ciclos de cantatas completas, y a partir de 1743
comenzó a reutilizar los textos anuales de Lichtemberg de modo decreciente, de tal
manera que a cada año nuevo musical, ponía nueva música al ciclo poético de un
año cada vez más antiguo de los que ya hubo escrito su cuñado..
![]() |
Viola d'amore de 6 cuerdas |
Entrada previa
Comentarios
Publicar un comentario