Salve Regina

Virgen rezando - Sassoferrato

 Si hay una figura  verdaderamente protagonista durante el Adviento, esa es sin duda la Virgen María, pues no hay que olvidar que en este momento se erige en un verdadero y viviente templo de un Jesús non nato. Con lo cual se convierte en objeto de plegarias e intercesiones ante Dios para que acuda en nuestro socorro mediante la encarnación de su Verbo. Esto hace que se desarrolle en toda la comunidad cristiana un enorme fervor mariano, que aunque intenta ser frenado por la reforma protestante, que considera a María como un personaje excesivamente ensalzado en el cristianismo, encuentra un buen caldo de cultivo en la tradición católica.

Devocional y musicalmente, esto de traduce en la composición de varios himnos en su honor, a los que la Iglesia les ha encontrado acomodo como último canto en la liturgia de las horas, en el servicio de completas. Estos himnos son Alma Redemptoris Mater, Ave Regina Coelorum, Salve Regina y Regina Coeli.

La utilización de cada una de ellas va a depender de la época del año litúrgico que se trate. De todos modos, es Salve Regina la que más éxito ha obtenido de las cuatro, y la que ha dado con más frecuencia el salto desde la oración religiosa diaria a celebraciones festivas específicas en honor a la Virgen. Pero su fin primordial, en el ordenamiento religioso actual, es que sea entonada en el periodo que va desde el último Domingo de la Trinidad hasta el Sábado víspera del Primer Domingo de Adviento. Por tanto, estaría fuera de lugar en nuestro viaje navideño musical. La que está prevista para esta época es el Alma Redemptoris Mater.

Pero hay varios motivos para no hacerlo así. El primero es de índole personal. La elección de textos apropiados a cada festividad siempre han sufrido cambios con los distintos concilios y decisiones papales, aparte de haber sido usada la obra que nos ocupa en distintas ocasiones laudatorias al antojo del festejante. Siendo como es la que más ha inspirado a los compositores a la hora de musicar estos himnos, obtendremos que es el más utilizado y el más inspirado. Además, si uno se ciñe a sus textos, encontramos que es más apropiado a esta época de Adviento, pues el Alma Redemptoris Mater reza literalmente

“Ante la admiración
de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre Virgen.

Es decir, que ya ha dado a luz a Jesús, con lo que sería más adecuado su uso a partir de Navidad. Sin embargo, en el Salve Regina se ruega a la Virgen que nos muestre a Jesús, fruto de su vientre. Por lo tanto, más en sintonía con la espera y el anhelo de la llegada de Dios.

"Dios te Salve, Reina y Madre de Misericordia,
Vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te Salve.
A ti clamamos los desterrados hijos de Eva.
A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lagrimas.
Ea pues Señora Abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos Misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús
Fruto Bendito de tu Vientre.
Oh Clemente, Oh Piadosa, Oh Dulce Virgen María.
Ruega por nosotros Santa María Madre de Dios.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas y Gracias de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén".

Pero si hemos de ser objetivos y rigurosos, podemos recorrer un poco la historia de este himno. Una de las hipótesis más plausibles es que fuera compuesto entre el siglo Xi y XII, y un autor probable sería el santo Bernardo de Claraval, figura prominente en los inicios y expansión de la orden cisterciense. Pero además de ser un místico, bajó a la mundanidad por bula papal, que lo requirió para predicar la Segunda Cruzada contra el Islam, a lo cual se enconmendó con apasionado fervor, pues si el papa lo ordenaba no era sino porque lo mandaba el mismo Dios. Esta bula es de 1145, y una leyenda relata que, mientras el santo actuaba como legado apostólico en Alemania, entró (la víspera de Navidad de 1146) en la catedral (al parecer, de Mainz) con el canto procesional de la antífona, y, cuando se cantaron las palabras “O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria”, se arrodilló tres veces. Según la narración más común, sin embargo, el santo añadió la triple invocación por primera vez, movido a ello por una repentina inspiración”.

Lo cierto es que a partir de entonces tenemos datos de la gran difusión que tiene en la orden del Císter la devoción mariana, incluyéndose el canto del himno en la celebración de todas las festividades marianas.

La primera versión que te traigo es la debida a George Friedrich Haendel, compuesta durante su peregrinaje musical italiano a principios del siglo XVII e incluida en la ya citada obra Vísperas carmelitas de 1707.




Como es normal, el territorio donde más se implantó la moda de musicar el himno, fue en la contrarreformista Italia. Antonio Vivaldi no fue una excepción. Su obra data de mediados de 1720, fecha aproximada, dado que el momento exacto no se sabe, y ayuda a fijarlo el uso de una flauta travesera como instrumento obbligato en el tercer movimiento, instrumento cultivado en Alemania y Francia, que no arraigó en Venecia hasta entonces. Y, lo que no es común, no está compuesta para el Ospedale della Pietá, aunque tampoco se sabe para la institución que se compuso. En esta obra Vivaldi abandona la introspección de su obra sacra anterior, y muestra una mayor exuberancia instrumental y vocal.




También fue costumbre el desarrollo del canto mariano en Nápoles. La reducción que se fue imponiendo en su canto, desde uso de dobles coros al uso de tan sólo solistas, fue muy apropiado para la formación e interpretación en los orfanatos caritativos de la ciudad, verdaderas canteras de intérpretes y compositores,  que llenaron los espacios musicales de toda Europa, entre los que destacaron Pergolesi y Leonardo Leo. Este último fue uno de los grandes precursores de la escuela napolitana, no solo a través de la composición, sino también a través de la docencia, que ejerció en dos de los conservatorios de la ciudad, Sant’Onofrio y Santa Maria de Loreto, además de en el suyo propio, della Pietá de Turchini, donde él se formó.

Está Leo en plena época de redescubrimiento, rescatándose su importante corpus operístico, y del que te traigo su versión del Salve Regina




Johann Adolph Hasse fue, quizá, el mayor compositor italianizado de Alemania. Nació cerca de Hamburgo, otra gran ciudad musical, y cuando obtuvo el puesto de cantante en la corte de Brunswick-Lüneburg, donde también demostró sus dotes como compositor de ópera, el príncipe decidió mandarlo a Italia a completar su formación. Allí, en Nápoles, su capital musical, recibió una breve formación por parte de otro gran compositor, Nicola Porpora, pero también conoció al gran maestro de la época, Alessandro Scarlatti, y se decantó por beber directamente de la fuente primigenia, lo que le llevó a desavenencias con Pórpora. Su estancia en Italia fue más larga que la disfrutada por Haendel, y volvió reiteradamente a estrenar óperas suyas en Roma, Venecia y Nápoles. Y ello a pesar de estar al servicio de la corte de Dresde, cuya capilla musical se granjeó la fama de ser una de las mejores de Europa. Su contrato fue al principio informal, ya que al quedar el puesto vacante de maestro de capilla por la muerte de Heinichen, la precaria salud del elector de Sajonia, Federico Augusto I el Fuerte, que preludiaba su muerte, paralizó la burocracia de Dresde. De esa época datan una serie de trabajos religiosos compuestos por Hasse para la institución caritativa Ospedale degli Incurabili de Venecia, semejante al della Pietá para el que trabajaba ocasionalmente Vivaldi. De entre ellas se encuentra este Salve Regina en sol mayor.

A pesar de haber tenido una educación protestante, no es de extrañar esta dedicación a la música de la contrareforma, pues a su formación italiana hay que sumar que, aunque Sajonia era protestante, la corte, por mor de su elector, tuvo que convertirse al catolicismo para poder optar a la corona de Polonia, de la cual fue rey hasta su muerte.

Aunque en la versión que te pongo consta la fecha de 1741 como la de su composición, lo cierto es que la información de 1730 la saco del libreto del CD de donde se extrae dicho video. Puede que la discordancia radique del enorme caos en que cayó la música del compositor, pues ni él mismo sabía cuánta música había compuesto, ni pudo responder a los requerimientos de un historiador musical contemporáneo, Charles Burney, que lo visitó en Viena en 1772, quien quiso sistematizar su obra. Tampoco ayudó mucho el persistente ardor guerrero de uno de sus mayores admiradores, el rey Federico II de Prusia, principal responsable con sus bombardeos de la destrucción de gran parte de los archivos autógrafos de Hasse en Dresde. Y, por último, también influyó en su actual olvido una cierta denostación de su obra en su patria por ser un músico tildado de católico y ensombrecido por la figura protestante de Bach y la pujanza de una corte enemiga, la de Prusia.




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