San Juan Evangelista

La Natividad - Tintoretto

 Christoph Graupner fue otro de los grandes compositores barrocos alemanes, y, por tanto, otro de los grandes olvidados, pues rivalizó en fama con Bach y Telemann, con cuyas vidas también cruzó la suya.

Nació en 1683 en Kirchberg, Sajonia , y estudió música en Leipzig a partir de 1696 con Johann Kuhnau. Durante ese periodo trabó amistad con Telemann, que pudo haber sido también causante de que emigrara a Hamburgo, entrando a formar parte de la orquesta de su ópera como clavecinista, orquesta dirigida por Reinhard Keiser, y coincidiendo también, por tanto, con Haendel, que tocaba el violín. Participó en la composición de algunas óperas. Pero lo que marcó definitivamente su vida fue aceptar su contratación por parte del Landgrave de Hesse-Darmstadt, llegando en 1712 a ser el maestro de capilla de su corte, cuya misión fundamental era proveer de música sacra a los servicios religiosos de su capilla religiosa, llegando a ser uno de los más prolíficos compositores de cantatas, si no el que más (pues ya vemos que a cada paso que damos descubrimos nuevos compositores olvidados compitiendo afanosamente por el puesto), contándose en 1418 las cantatas que han llegado a nuestros días. En su caso, el peor enemigo para la trascendencia de su obra fue él mismo, pues en su testamento pidió que toda su obra fuera quemada a su muerte, lo que provocó un largo litigio entre sus herederos para impedirlo y la corte de Darmstadt para poseerlas, litigio que se resolvió en 1819 a favor de esta última, permaneciendo las partituras en la biblioteca de la Universidad, donde ya se encontraban a la muerte del autor, partituras de una extrema belleza y refinada caligrafía. Asi, lo que posteriormente ayudó a oscurecer su memoria, como fue permanecer su obra entre legajos en las estanterías bibliotecarias, ha sido también el motivo que ha permitido conservar íntegramente este legado hasta nuestros días.

En 1722 fue postulado para el puesto de kantor de la Thomasschüle de Leipzig, una vez hubo renunciado a él Telemann, pero su patrono de Darmstadt le obligó a cumplir su compromiso contractual, por lo que también renunció al puesto, que de esta manera quedó libre para ser ocupado por Bach. El motivo que forzó a Graupner a buscar otro puesto fueron las dificultades económicas que sufrió la corte de Darmstadt, que obligaron a la reducción de su vida musical y a adeudar los salarios a los músicos que no fueron despedidos, lo cual sumió al músico en una situación desesperada, al tener, ya entonces, mujer e hijos que alimentar. Pero el landgrave, conocedor de la valía de su maestro de capilla, le mejoró el contrato, le pagó los atrasos, y estipuló, incluso, que él no se vería afectado aunque las celebraciones musicales tuviesen que cesar. De este modo, Graupner se vio en una posición muy cómoda, a lo que se unía el estar contento de vivir allí, por lo que galantemente renunció al puesto en Leipzig, recomendando a Bach en su lugar.

Como era habitual en todas las cortes alemanas, el principal cometido del maestro de capilla era dirigir las representaciones musicales en los oficios musicales y componer la música para los mismos. Y al igual que sucedió con otros compositores, las obras escritas eran para consumo inmediato y puntual, por lo que las obras eran estrenadas de continuo cada domingo o festivo del año. En su caso, Graupner es uno de los compositores del que mejor se sabe que completó durante un largo periodo de tiempo, 37 años, ciclos anuales completos de cantatas para los servicios religiosos. Pero con una pequeña trampa. Se sirvió de la ayuda de un asistente, Gottfried Grünewald, que aparte de terminar siendo su amigo, a la sazón era también el solista en la capilla de la corte en la tesitura de bajo, el cual se encargaba también de la composición de cantatas, alternando cada 14 días con su jefe en la provisión de música. Efectívamente, en épocas de concentración de festividades, como lo era la Navidad, este ritmo se efervescía, pues había que añadir las cantatas correspondientes a los 3 días de Navidad, al de Epifanía y al de la Purificación de María. En este caso, el reparto se mantuvo estable durante años, encargándose Grünewald de la música del primer y tercer día de Navidad, mientras que Graupner hacía lo propio con el segundo, ya que coincidía en este día la celebración del cumpleaños del Landgrave Ernst Ludwig, por lo que al carácter religioso del día había que añadirle un mensaje laudatorio y congratulante a su señor, alargando la duración de la composición así como sus efectivos instrumentales.

Sin embargo, la situación de Graupner iba a cambiar en 1739 con la coincidencia de dos hechos luctuosos: la muerte de su amigo y colaborador Grünewald, y la del Langrave. A este último le sucedió su hijo Ludwig, gran amante de la música, pero también de la caza, por lo que prefiría residir en los palacios de caza, para lo cual se hacía acompañar de un selecto grupo musical, lo que supuso no sólo la fragmentación de la capilla, sino también el que el nuevo asistente acompañara al señor en sus desplazamientos, encargándose casi exclusivamente de la dirección orquestal, por lo que Graupner se quedó solo para componer todo el ciclo anual litúrgico.

A ese primer año pertenece la cantata que te traigo hoy, Das licht des Lebens scheinet hell, escrita para el tercer día de Navidad. Era la primera que escribía para esta fecha, a excepción de un año, 1727, que lo hizo por enfermedad de su amigo. El tema de esta bella cantata está relacionado con el día que se celebra hoy, la onomástica de San Juan Evangelista.

Juan no comienza su evangelio con un relato terrenal del nacimiento de Jesús, como sí hacen Mateo y Lucas, sino que lo hace con un prólogo poético místico, en que compara a Jesús con la luz enviada por Dios, por tanto una luz eterna, para librarnos de la tinieblas de nuestra existencia:

 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Ya al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron sobre ella.

Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.

Este vino como testigo, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.

No era él la luz, sino testigo de la luz.

Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.

10 En el mundo estaba, y el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció.

11 Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron.

12 Mas a todos los que la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio potestad para ser hijos de Dios;

13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino que nacen de Dios.

14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

15 Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo.

 

El texto de la cantata, como ya es consabido,  debido a la pluma del libretista de Graupner, Johann Conrad Lichtenberg, parafrasea el contenido inicial de este primer capítulo del evangelio. Afín al estilo de Graupner, la cantata es de una monodia sencilla y melodiosa, para permitir, sobre todo en las corales, un fácil acompañamiento al canto por parte de los feligreses, dejando la complejidad armónica al acompañamiento instrumental. Presta atención, sobre todo, a los violines y al fagot que zigzaguean subyacentes a la melodía en las dos corales.

 



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